Filosofía en español 
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La cuestión del cinematógrafo y la de la moral de la calle

José María Baranera

Contestación al cuestionario sobre la moral del Cinematógrafo

I. Peligros del Cinematógrafo

El muy Ilustre Sr. Presidente de la “Asociación de Eclesiásticos para el Apostolado popular” se ha dignado encargarnos que razonemos y formulemos dictamen sobre algunos puntos relacionados con “La Cuestión de la Moral Pública”, que la revista Cataluña tuvo la atención de someter a la consulta de dicha entidad y posteriormente a nuestra opinión personal. Correspondiendo a tan alto honor, vamos a emitir con toda sinceridad y llaneza nuestro humilde voto.

Creemos en primer lugar que es muy digno de aplauso el interés que demuestra la ilustrada Redacción de dicha revista para sanear el ambiente social y el valor que re presenta el noble propósito públicamente manifestado de encauzar la vida civil dentro de las vías del progreso moral, oponiendo antes que todo un dique a esa corriente de lubricidad, cuyas olas cenagosas llegan a salpicar las páginas y las ilustraciones de gran número de revistas y periódicos que se publican en España.

El Cuestionario propuesto en la letra A, único al cual por el momento nos proponemos contestar, es el siguiente:

A. El Cinematógrafo, que tanta popularidad disfruta, es acusado de perturbar y disolver lentamente la conciencia moral del público, de excitar morbosamente el sistema nervioso de los asiduos espectadores, de envenenar el alma de los niños infiltrándoles con alarmante persistencia sugestiones de índole sexual y criminal.

I. En vista de ello, ¿debe fomentarse el apartamiento del Cinematógrafo, o bien someter este espectáculo a algún control especial? II. ¿Debiérase cuando menos alejar de este espectáculo a los niños? III. ¿Por qué otro espectáculo o diversión popular podría ser substituido con ventaja el Cinematógrafo?

Aunque en el apartado de la letra A se habla del Cinematógrafo sin distinción, la denuncia se refiere evidentemente a dicho espectáculo, no considerado en abstracto, pues desde este punto de vista, meramente potencial, el cinematógrafo es indiferente; ni se refiere tampoco a su materialidad, es decir al cinematógrafo considerado simplemente como un progreso técnico de la fotografía y otras artes auxiliares, pues en este sentido el cine (así lo llamaremos algunas veces para abreviar), como tantas otras invenciones de la ciencia, del arte, de la industria, no es de suyo inmoral, y aún puede muy bien resultar un medio útil para alcanzar un fin bueno: la instrucción, la educación y el honesto esparcimiento.

La mente de los redactores se refiere, pues, al “cine” formalmente considerado, en sus actuaciones más frecuentes y en sus manifestaciones ordinarias, o mejor dicho a las películas impresionadas por la empresa A y proyectadas por la empresa B, y en estos casos concretos el “cine” resulta muchas veces inmoral por su objeto, por su fin y por sus circunstancias.

Teniendo en cuenta estos hechos, no creemos infundado afirmar que se acentúa en nuestra patria una tendencia a abusar del cine, como, de otras manifestaciones de la gráfica moderna, no menos que del teatro, al cual el cine tiende a sustituir, entre otras razones, porque a pesar de sus desventajas desde el punto de vista artístico y propiamente estético, resulta más económico de tiempo y de dinero, para las empresas y para el público, muy aficionado a aplicar la ley económica “de las sustituciones” en virtud de la cual una producción utilitaria, y podemos añadir artística, tiende a reemplazar a otra análoga, aunque inferior en calidad, cuando ésta exige menor esfuerzo y se cotiza a un precio más barato. Y la tentación de este cambio es más apremiante, tratándose de satisfacciones que no son de necesidad, como los espectáculos públicos, especialmente cuando el sentido moral y estético de las clases populares, ha sufrido una depravación por la tendencia sensual y materialista de la época, fomentada por la libertad y la impunidad concedida a toda suerte de propagandas disolventes.

No es extraño, pues, que ante la multiplicación de estos espectáculos, se alarmen las personas que no quieren confundir la libertad del ser racional y moral con los perversos y crueles instintos de la más libidinosa y dañina de las fieras, la bête humaine.

He aquí por qué la campaña contra el cine pornográfico ha sido iniciada ya hace tiempo en el extranjero por las “Asociaciones católicas”, por las “Armadas de Salud”, por las “Ligas de profilaxia sanitaria y moral”, por las “Uniones y Sociedades contra la Obscenidad”, en sus manifestaciones literarias, gráficas y plásticas, las cuales en sus últimos Congresos de Chemnitz y Dortmund acordaron emprender una activa propaganda contra el Cinematógrafo inmoral y criminal.

Salus populi suprema lex esto.

Y, aunque sean muy escasas nuestras fuerzas y múltiples las ocupaciones que reclaman nuestra atención y apremiante el tiempo de que disponemos, no queremos negar el concurso de nuestra buena voluntad a la benemérita campaña emprendida por la revista Cataluña, y al efecto nos proponemos estudiar desde un punto de vista principalmente psicológico, que creemos fundamental, los peligros del Cinematógrafo.

El “cine” y los estímulos exteriores

Aún prescindiendo de los temas o asuntos de las películas, el cine resulta peligroso por el abuso de los estímulos exteriores, objetivos físicos, y por la coacción de la espontaneidad interior, subjetiva, psíquica.

En primer lugar el cine abusa de los excitantes o irritantes exteriores.

En efecto, una de las condiciones de la actividad nerviosa es la intermitencia; pues se hace necesaria una alternativa de reposo y de trabajo, a fin de que los nervios sean buenos conductores de la impresión y de la expresión. Mas en el desarrollo de una sola película cinematográfica, la impresión o la excitación alcanza no pocas veces una altura excesiva por su intensidad persistente y su velocidad vertiginosa. Téngase, además, en cuenta que las cualidades de las representaciones que impresionan los sentidos del público que asiste a los cines, son las llamadas primarias; la extensión, el movimiento, combinándose con las secundarias: la luz, las gamas de color, los contrastes del claro oscuro, que adquieren plasticidad con la perspectiva fotográfica y aún efectos de vida con la mímica afectada y hartas veces incisiva de los personajes escénicos, los cuales, para suplir el diálogo, exageran y acentúan sus gestos y sus señas, como los sordomudos.

El “cine” y la sensación

La sensación que produce el cine no va, pues, acompañada de condiciones normales, como el espectáculo sereno y tranquilo de la Naturaleza, y tiene semejanza con la rápida visión de un paisaje contemplado desde la ventanilla de un tren express, o con esa ilusión óptica desconcertadora y mareante que se sufre a bordo de un buque arrastrado por la corriente ciclónica. Y como el tiempo de reacción, según ha demostrado la moderna psicología{1}, disminuye proporcionalmente el aumento de intensidad de la excitación; llegando ésta a un grado tan alto en las vibraciones luminosas de la proyección cinematográfica, puede perturbar la sana criteriología de todas las facultades cognoscitivas, peligro tanto mayor cuanto la percepción cinematográfica es de tal modo visual que excluye el auxilio de los demás sentidos. Y si de las representaciones escénicas del teatro antiguo escribió el maestro Horacio:

Segnius irritant animos demissa per aurem,
Quam quae sunt oculis subiecta fidelibus, et quae
Ipse sibi tradit spectator.

¿Qué tendremos que añadir de las representaciones del cinematógrafo moderno? Cómo tan precipitada y prolija sucesión de percepciones visuales y su confusa heterogeneidad, puede facilitar el proceso normal de abstraer la idea de la imagen, de asociar las ideas en la comparación del juicio y de coordinar los juicios en la gradación del razonamiento?

El “cine” y la sugestión

De aquí el poder de sugestión del cine, de producir un estado de perturbación emotiva que se impone a la reflexión de la conciencia y a la deliberación de la voluntad, dispersando de esta suerte la coordinación racional y dificultando la unidad, la síntesis necesaria para armonizar la energía psíquica (espontaneidad) con la energía física, que fundamental o causalmente cuando menos irradia de los objetos representados e impresiona los sentidos (estímulo exterior).

El “cine” y la espontaneidad psíquica

Podemos, pues, añadir que el cine ofrece el peligro de coaccionar la espontaneidad del sujeto.

En efecto, en el análisis de cualquiera sensación no se puede prescindir del elemento subjetivo, variable en cada individuo y según las variadas disposiciones del mismo (edad, temperamento, capacidad intelectual, moralidad, &c.). Además conviene no olvidar que toda percepción y toda emoción puede relacionarse con otras anteriores, fácilmente evocables, más o menos voluntarias, acompañadas de movimientos nerviosos y musculares, efecto quizá de hábitos que han dejado en el organismo una profunda huella, una gran facilidad para ciertas exaltaciones, mórbidas y viciosas, por ejemplo el alcoholismo y la lujuria,{2} con sus rápidas vías de transmisión del impulso erótico, que circula velozmente como una onda de fuego a través de las ramificaciones y últimos filetes del árbol nervioso y congestiona la sangre en erupciones que ahogan los gérmenes de la vida o trasmiten a las razas la maldición de Dios. Compárese la inercia patológica de un degenerado su abulia para el bien, su habitual asentimiento a las solicitaciones venéreas, con la resistencia psicofísica y el poder moral inhibitorio de un joven o de una virgen de alma pura y cuerpo sano. Compárese el efecto que una misma irritación, periférica o central, puede producir en una persona fácilmente sugestionable, cuyo poder de atención voluntaria y consciente es sumamente débil, y en un sujeto hipnótico, que concentra de un modo tan intenso su atención sobre una idea persistente que llega a inhibirse de todas las demás.

El “cine” y las disposiciones psicofisiológicas

Todos los psicólogos están contestes en afirmar la importancia que tienen las disposiciones fisiológicas para educar la memoria, la imaginación (facultades orgánicas) y el entendimiento y la voluntad (facultades inorgánicas), cuya espontaneidad condicionan; y el ideal que persigue la educación es precisamente la normalidad y el equilibrio relativamente estable de las disposiciones fisiológicas (temperamento físico) y psico-fisiológicas (temperamento moral) por medio de la subordinación de la actividad sensitiva a la actividad de la vida superior, regulada por las normas de la razón y de la honestidad. Ahora bien, el cine en sus manifestaciones ordinarias, y aún por las mismas exigencias de su funcionamiento técnico, es un espectáculo que tiende a abusar de la sensibilidad sin prestar la debida atención a las disposiciones subjetivas de los espectadores; tiende a ahogar la corriente interior de la vida racional y moral bajo la confusa y rápida marejada de las representaciones exteriores.

Y así como el fenómeno de la mielinización, que antecede a la conductibilidad de las fibras nerviosas, se adelanta en el niño que nace antes de tiempo, así y aún más fácilmente las reiteradas representaciones del cine, pueden producir la precocidad del instinto genético o hacer estallar un estado latente de histerismo o provocar ciertas perversiones, como la crueldad sádica, que no hubieran quizás aparecido nunca a no haberse sugerido en forma tan irritante, las ideas gérmenes de dichos actos. Pues, según la ley del ideo-dinanismo: “Toda célula cerebral, afectada por una sensación o idea, obra sobre las fibras nerviosas motrices, y por lo tanto, sobre los órganos del movimiento que han de realizar el objeto de esta idea.”{3}

El “cine” y el niño

Es, pues, una forma de coacción y de explotación de la curiosidad y la concupiscencia, atraer, por los medios que suelen emplearse, a toda clase de personas, sin exceptuar al niño –ser amorfo todavía o cuando menos moralmente inerme para defenderse de los atentados contra su libertad y dignidad personal– a un espectáculo como el cine, donde con fines y pretextos de todos conocidos, tanto las empresas que impresionan las películas como las empresas que las exhiben suelen no acordarse de aquella maxima reverentia, que hasta los preceptistas de la Roma pagana vindicaban como una deuda pública contraída con el niño por la familia, por la escuela y la sociedad, y encuentran más lucrativo dispensarse de consultar el criterio pedagógico para ahorrarse el trabajo de distinguir entre las disposiciones de los espectadores, entre las inclinaciones que tienden al bien y las que tienden al mal –la pasión desordenada–, por ejemplo, el pathos de Aristóteles, que según su preceptiva debía de encontrar en los espectáculos públicos, no una recrudescencia, sino una medicina.

El “cine” y el efectismo

En este punto el Cinematógrafo ha llegado a violar la ley del decoro escénico, que aún por meras consideraciones de humanidad y en defensa de los fueros de la estética y del arte respetó al teatro helénico y latino.

Ni en los períodos más críticos de la escuela romántica moderna se llegó a abusar de toda suerte de efectismos, como se hace en los cines, que por esto han alcanzado en nuestro país una popularidad todavía mayor que el teatro de género chico y las corridas de toros.

El “cine” y el reclamo

En efecto, las empresas suelen apelar a todas las estridencias del anuncio y del reclamo y hasta a la fascinación de lo absurdo y monstruoso, para captarse el interés del vulgo y provocar de este modo una tensión preparatoria de la curiosidad del espíritu y la atención de la mente. Más por experiencia que por el estudio de la psicología individual y social, conocen estas empresas que el público más numeroso obedece servilmente a la ley del estímulo, según la cual a la excitación responde la reacción, siendo más rápido el tiempo que esta necesita cuando aquella va precedida de señales rítmicas de advertencia o de toques de atención.{4} De aquí el empleo de los timbres eléctricos, de las cascadas de luz, de los colores chillones, de los carteles espeluznantes… para imantar al servum pecus de las grandes urbes, como hacen los cazadores que se valen de espejuelos giratorios para fascinar y atraer a las alondras. Y cuando el público entra en el local del cine, allí le aguardan todavía nuevos atractivos brillantes y cambiantes, los choques mentales, las sorpresas emotivas, los contrastes grotescos, los conflictos dramáticos… en una palabra, las sensaciones más fuertes y las emociones más intensas.

El “cine” y el medio ambiente

Decid si todo esto no es la coacción, la invasión del espíritu por un ambiente exterior y artificial, más seductivo aún que la novela de folletín y el “suceso del día”. Porque, además de lo dicho, el espectáculo se representa en una sala oscura, que predispone a un estado de atención voluptuosa, de sentimentalismo mórbido, de placer pasivo o, mejor dicho, pasional, en condiciones que, en vez de favorecer el recogimiento activo, reflexivo, crítico, como para oír una fuga de Bach, una sinfonía de Beethoven o un melodrama de Wagner, proyectan al espectador al país del ensueño, que adquiere proporciones de alucinación fantástica en la película luminosa y abstrae de tal manera al público del mundo real, hasta llegar al extremo de hacerle olvidar del contacto del vecino, el cual, libre de la fiscalización de la mirada pública, constituye muchas veces un nuevo peligro, aun prescindiendo de las varietés con que suelen “amenizarse” los intermedios y los peligros que ofrecen desde el punto de vista higiénico no pocas de estas salas, bajas de techo y sin aberturas donde se respira una atmósfera impura.

El “cine” y el monoideísmo

Si los intermedios son frecuentes o las películas son de poca longitud, aunque el surmenage del cerebro es menor y más graduada la alternativa de la excitación y del reposo, pueden, sin embargo, dichas películas por la analogía de los temas repetidos fomentar muy eficazmente, con sucesivas fijaciones de atención y captaciones de interés, el monoideísmo, que ceba el deseo persistente y vehemente de ciertos estados pasionales y patológicos, menos raros cada día en todas las edades, aún en los impúberes. Y, por limitado que sea el ciclo de las representaciones cinematográficas, cuando aparecen dichos, estudios, puede prolongarse y evocarse fácilmente en la fantasía y en la memoria y debilitar la atención o borrar el recuerdo de las ideas y sentimientos favorables al cumplimiento del deber, que ceden su lugar a las ideas y sentimientos contrarios, a la excitación de los deseos que impelen a la satisfacción del placer.{5}

Recuérdese esta norma de la reproducción de sensaciones asociadas, formulada por Wundt en estos términos: “Es ley psicológica general que distintas sensaciones asociadas con frecuencia, se relacionan tan íntimamente que cuando uno es excitado por un irritante externo o interno, la reproducción despierta las otras”{6}.

Recuérdese que toda sensación y toda imagen y toda idea se relacionan inmediatamente con los órganos y funciones concomitantes a su producción, y aún también a su reproducción por medio de evocaciones y de asociaciones. Recuérdese el paralelismo que existe entre el proceso fisiológico y el psicológico y su mutua influencia, y calcúlese la perniciosa eficacia que puede tener, por ejemplo en un joven de apetito sexual depravado por el vicio, su asistencia poco menos que diaria a un cine, donde las películas que se proyectan son en su mayoría de género erótico.

El “cine” y las evocaciones mentales e impulsivas

Es muy temible que durante la proyección de las cintas, quedarán paralizadas las concepciones y sentimientos inhibitorios, mientras la percepción de las escenas sugeridas dará impulso inicial a voliciones perversas, las cuales, aunque se agoten dentro de un tiempo más o menos corto, se reproducirán durante el día, sobre todo en los momentos de ocio o cuando por simples analogías se asocien ciertos estados presentativos de la realidad que solicita al placer con los estados representativos anteriores o cuando el recuerdo de las representaciones que el cine ha producido y todas sus derivadas encuentren una temperatura de sentimiento propicio para la germinación de las ideas y deseos y su desenvolvimiento y consumación en actos exteriores.{7}

El “cine” y la perversión intelectual y moral

Es verdad, según demuestra el cardenal Mercier{8}, que no hay ninguna criatura que pueda influir directamente sobre la voluntad humana, facultad monárquica, si me permitís la expresión, pero no es menos cierto que puede ser influida indirectamente, es decir, desorientada, desviada de la rectitud de su último fin, del bien supremo de la naturaleza humana, conocido por la razón, cuando las facultades que ejercen esta influencia obran como un poder falsamente moderador, como un consejo de estado que hace traición al buen gobierno de su soberana, proponiéndole una política personal que condescienda y capitule con el tumulto y revuelta de las inclinaciones inferiores y abdique de su cetro y se entregue a merced de la anarquía.

Pues, como enseña Santo Tomás, la voluntad no solamente es movida por el bien universal, conocido por la razón, sino también por el bien, conocido por los sentidos; de lo cual se desprende que puede ser movida a querer algún bien particular, sensible, deleitable, y con mayor vehemencia cuando este bien presentado por los sentidos sorprende por el brillo de sus apariencias, por la novedad de los deleites que ofrece y por su inmediata fruición.

“Es, pues, de la mayor importancia –continúa el cardenal Mercier– que las facultades sensitivas sean bien ordenadas en su conocimiento, y no ofrezcan al entendimiento sino objetos preparados en conformidad con las leyes de la razón y de la moral; la voluntad será así dirigida suavemente al buen camino”.

Cuando falta esta ordenación, la voluntad no sólo carece de rectitud, sino también de energía y de constancia para el cumplimiento del deber, para que arraigue en ella la cualidad o el hábito de practicar el bien moral siempre y a pesar de todos los obstáculos, en lo cual consiste la perfección del carácter.

Pues cuando la voluntad se desvía del bien moral, es decir, del fin último, el apetito racional se somete al apetito sensitivo; puesto que cuando el objeto de éste coincide con el del primero, ya no se da tal su misión ni tal desviación; y entonces el apetito inferior vigoriza todavía más el apetito superior; pero cuando los objetos de la voluntad racional y del apetito sensitivo se excluyen mutuamente, si la facultad superior se somete a la inferior, pierde en energía lo que gana la segunda; pues procediendo todas nuestras facultades apetitivas de un mismo principio de actividad intrínseca, es decir, de una misma alma, y diversificándose según sus actos y objetos, cuanto es mayor el dominio de una facultad sobre otra, tanto es mayor su intensidad; y a medida que esta aumenta, decrece la energía de la otra, si no se neutraliza por completo.

El cardenal Mercier nota otra influencia del apetito sensitivo sobre las facultades cognoscitivas, y es la que ejerce por medio de las pasiones, que perturban y exaltan muchas veces el funcionamiento de la vida orgánica, como arriba se dijo, y por ende “la serenidad del entendimiento depende objetivamente de las facultades sensibles”; pues de ellos recibe los primeros elementos del conocimiento.

Además, si se admite con la mayor parte de los psicólogos que la atención es la función más universal de la vida intelectiva, una función comparable respecto de la inteligencia con la irritabilidad refleja respecto del sistema nervioso; como las pasiones contribuyen con tanta vehemencia y persistencia a irritar la imaginación, fijando las representaciones de los objetos sensibles, y a excitar el apetito sensitivo, manteniendo erguidas las inclinaciones o las aversiones de los mismos, dedúcese claramente que los estados pasionales pueden llegar a ejercer una tiranía pavorosa sobre el entendimiento y la voluntad según sean los objetos hacia los cuales desvían la atención.{9}

El “cine” y las empresas industriales

Ahora bien, estos objetos están a merced de empresas industriales, de empresas que hacen un negocio lucrativo del poder más formidable, del vehículo más rápido que puede penetrar hasta las profundidades del alma: la fotografía, no estática, sino dinámica de los fenómenos de la Naturaleza y de los hechos de la vida; la prensa, no de la letra y de la idea, sino inmediatamente de la acción, que multiplica y repite sin cesar la proyección de las cintas cinematográficas y puede desarrollarlas al mismo tiempo en cien lugares distintos.

Los temas de las películas

Aún suponiéndoles un fin más alto que el puramente emporocrático, un fin artístico y hasta un fin pedagógico, ¿suelen estas empresas estar capacitadas para evitar los peligros que puede ofrecer un proceso tan complejo como el que media de la sensación a la volición y al acto en que termina?

Si exceptuamos las películas que carecen de argumento dramático o histriónico, es decir las que reproducen espectáculos de la naturaleza o cuadros de costumbres o simples revistas de las manifestaciones del trabajo o de la crónica diaria, &c., –y aún en estas no se atiende muchas veces más que a registrar el aspecto “sensacional”– los hechos demuestran que las demás, aunque no sean inmorales, se inspiran muchas veces en la frivolidad y en un gusto estético detestable, y aun cuando los argumentos se saquen de la Historia sagrada o profana, suele predominar en ellos un convencionalismo efectista, que acusa el parti pris de impresionar a todo trance al público, aun a trueque de atormentar la verdad histórica y la propiedad arqueológica, sustituyendo el criterio instructivo y educativo por una especie de espíritu romántico o histérico; y cuando estas empresas se proponen divertir a los espectadores, el cine no ofrece menos peligros que cualquiera otra diversión industrializada. La sátira y la caricatura pueden indudablemente producir con el ridículo una diversión y una corrección. Castigat ridendo mores. Pero para emplear bien estos recursos, es preciso poseer un elevado espíritu de justicia y caridad, que encuentra muchas veces un escollo en el interés personal de los explotadores industriales.

Tesis dramáticas

Pero cuando es tas empresas pretenden plantear tesis dramáticas, no suelen demostrar mayor acierto. En primer lugar conviene advertir que puede acarrear graves consecuencias el plantear impertinentemente o inoportunamente un problema. Presentar impertinentemente como problema una solución vital para el individuo o la sociedad, históricamente comprobada, es como dice Alfredo Fouillée, un atentado de suicidio. Es arrancar la fe en el progreso futuro, porque se borran los datos que debieran servirle de punto de partida en el presente; es minar con la zapa del escepticismo los fundamentos de la civilización. Y sin embargo en el cine se cometen no pocos de estos atentados.

Y ¿quién duda de los daños que puede acarrear el planteamiento inoportuno de un problema? ¿Qué provecho puede sacar una niña de siete años de asistir a un espectáculo, donde cuando menos las dos terceras partes de películas dramáticas que se desarrollan versan sobre galanteos, infidelidades, adulterios, &c., con su indispensable cortejo de demostraciones amorosas, exageradas hasta lo sumo, o de crímenes espeluznantes?

Pero en muchos de estos cines los problemas se plantean no solamente mal, sino que se resuelven peor. La tendencia epicúrea de la crisis moral que atraviesan las naciones latinas estimula a las empresas a prevalerse de ella para hacer su agosto.

Los cines de mayor popularidad suelen ser los que proyectan películas más inmorales, y aun algunas empresas han llegado a la desvergüenza de anunciar “cines verdes”, “al natural”, “para hombres solos”, &c.

El lucro de las empresas

No hace mucho que una revista académica ha publicado el caso “de un cine en Barcelona que se dedicó exclusivamente a exhibir películas inmorales y trágicas, y al segundo año de su funcionamiento, la empresa veía ante sus ojos un beneficio líquido de 100.000 pesetas”.

He aquí el cebo del negocio. He aquí por qué estos espectáculos, para cuya instalación no se exige competencia científica ni artística, ni garantía alguna de moralidad; para cuya explotación basta un pequeño capital, cubierto aún si se quiere con el velo del anónimo y alguna vez hasta amparado por la desmoralización de ciertos ramos de la police des moeurs se van multiplicando en proporción geométrica, de modo que ya no solamente pululan en los suburbios, sino que invaden también las plazas más céntricas y las vías más aristocráticas de las grandes poblaciones.

Pérdidas irreparables de la sociedad

Y entre tanto, de unos años a esta parte, el cine interviene en los procesos criminales y aumenta el número de sus víctimas, de los candidatos a la cárcel, al manicomio, al lenocinio, al suicidio… Aun descontando los casos, cada día más frecuentes, de inmoralidad oculta industrializada. El abuso del cine ocasiona por lo tanto a la sociedad pérdidas irreparables.

Mayor o menor gravedad de los peligros del “cine”, según las clases del público

De todo lo cual deducimos: a) Que el Cinematógrafo ofrece grandes peligros para el público en general, b) Que los ofrece mayores para los sujetos anormales, neuróticos, degenerados por el vicio… o que no hayan completado su desarrollo orgánico y educación moral, especialmente los niños, c) Que los ofrece menores para las personas normales y de vida intensamente moral y religiosa.

Estas personas pueden oponer a los estímulos inmorales –“sentir no es consentir”– concepciones y sentimientos inhibitorios; los que suministra, pongo por caso, la ascética cristiana (la presencia de Dios, las virtudes teologales y morales, la viva conciencia de la responsabilidad personal y la consideración de las terribles consecuencias de las transgresiones pecaminosas; la sanción de la justicia eterna, &c.) Estas personas preferirán, como Ulises, permanecer atadas a la nave de su propio gobierno, antes que dejarse arrastrar por las seducciones de las sirenas, o, como el piloto descrito por Eurípides, con su fuerza de voluntad, con la virilidad de su carácter, con la actitud serenamente defensiva de su dignidad y de su paz con Dios, consigo mismas y con sus prójimos, pueden convertir en remotos los peligros próximos y abrigar su nave en puerto seguro.

Demostrados los peligros que ofrece el Cinematógrafo, pasamos a contestar al primer cuestionario propuesto por la revista Cataluña y señalado con la letra A.

II. Respuestas al Cuestionario

I. Debe fomentarse el apartamiento del Cinematógrafo, siempre y cuándo este espectáculo carezca de las necesarias garantías higiénicas y morales. El Cinematógrafo público debe ser sometido a un “control”, para el cual no basta la intervención privada de personas profesionales (técnicos y moralistas), sino que debe hacerla eficaz la intervención del poder social, es decir, de las autoridades competentes; porque el bien que puede y suele lesionarse en los cinematógrafos, es muchas veces irreparable y no pertenece solamente al orden de la vida individual y doméstica, sino también al orden de la vida social.

II. Debe alejarse a los niños del Cinematógrafo, siempre que éste, esté en pugna con el criterio propiamente pedagógico.

III. Si bien por la rapidez del movimiento, ninguna otra proyección puede rivalizar con la cinematográfica, de lo cual se prevale para las escenas cómicas; puede ser substituida por otras de orden análogo con ventajas pedagógicas. A estas pertenece el cinematógrafo de proyecciones fijas o sucesivas, de series homogéneas, (cuentos, historietas humorísticas, lecciones de cosas, ilustraciones artísticas, científicas, religiosas), asociadas con comentarios verbales, con ejercicios de declamación; sujetas al ritmo o acompañadas de canto. (Les Chansons du Réveil, por ejemplo: Les Chansons de Botrel, con proyecciones naturales, publicadas por la casa Mazo, etcétera), o combinadas por un mecanismo especial con audiciones fonográficas.{10} De estos procedimientos se valen en diferentes países las sociedades de conferenciantes proyeccionistas, en Francia la “Unión Centrale des Conferenciers Projectionistes” y en España nuestra “Asociación de Eclesiásticos para el Apostolado popular.” Estos procedimientos por su facilidad y aun por su economía pueden extenderse a los colegios y a las familias y cooperar a que caiga en desuso la moda (factor que contribuye no poco al éxito) del Cinematógrafo público, el cual no distingue entre las condiciones de los espectadores, como lo hace el Cinematógrafo de que venimos hablando.

Se han inventado, además, otras combinaciones de la linterna mágica, del megáscopo, &c., que vulgarizan aun la proyección de cuerpos opacos y de imágenes sobre papel, como las estampas de Hoffman, Holfeld, Hole, Le Salacs, Genrel, Mastroiani, etcétera, de arte religioso, predominando como tema, la Vida de Jesús.

Otras diversiones pueden por su representación de mayor integridad, sustituir ventajosamente al Cinematógrafo para niños: el teatro mismo, el drama bíblico, por ejemplo; –o que interesen a otros aparatos, además del de la vista: la locomoción, la pantomima, aplicada a la educación y al recreo, el canto, el juego, especialmente; del cual puede sacarse un gran partido para la pedagogía, aun para individualizar el interés dramático o para la representación de estados o profesiones futuras, en las cuales el niño intervenga como actor–. En esto se funda el éxito de ciertos juguetes imprescriptibles. Ni podemos omitir el sport, la gimnasia rítmica o coreográfica, siempre dentro de los límites de la moderación higiénica y moral; los ejercicios militares, los campamentos escolares. Y sobre todo, aquellas expansiones que tengan un valor más alto que el de puro pasatiempo y sustituyan a la representación la realidad de los grandes espectáculos de la Naturaleza, de los monumentos de la Historia, de las manifestaciones de la ciencia, del arte y del trabajo; las excursiones al campo, a la montaña, al mar; las expediciones, con finalidad pedagógica; las visitas sociales, para fomentar la educación del espíritu de fraternidad: las exposiciones de floricultura, &c.; y, finalmente, las fiestas religiosas, procurando ilustrar el sentido litúrgico de las mismas, profundamente educador, son según el testimonio nada parcial de Oliver Lodge{11}, uno de los medios más eficaces de elevación y expansión del espíritu infantil.

Y hemos de poner punto final a esta primera parte de nuestro informe, aplazando para la segunda, la respuesta :l cuestiona señalado con la letra B.

José Mª Baranera
De la “Asociación de Eclesiásticos para el Apostolado popular”.

——

{1} N. Vaschide et Raymond Meunier, La Psychologie de l'attention, Chap. I, Paris, Bloud et Cª, 1910.

{2} R. de Villeneuve, L'alcool et la vie sexuelle, Paris, Felix Alean, 1911. J. Fonsagrives, Conseils aux Parents et aux Maîtres sur l'Education de la Pureté, Paris, Vve. Ch. Poussielgue, 1905. P. R. Ruiz Amado, S. J., La educación de la Castidad, Madrid. “Razón y Fe”, 1908. J. Guibert, trad. por el P. Jaime Pons, S. J., La Pureza, Barcelona, G. Gili, 1911.

{3} Cardenal Mercier, Psicología, t. II, p. 130, Madrid, La España Moderna.

{4} N. Vaschide et Raymond Meunier, Obr. cit., lug. cit.

{5} Homer Folks, The prevention of insanity (American Reviev of Reviews), New York, Mayo 1911. P. Antonio Eymieu, S. J., El Gobierno de sí mismo. J. Guibert, La Educación de la voluntad, versiones editadas por Gustavo Gili, Barcelona. Julio Payot, La Educación de la voluntad, Madrid, Fernando Fe, 1901.

{6} Dr. Federico Dalmau, Pbro., La Sensación. Estudio psico-fisiológico, Octavio Viader, San Feliu de Guixols, 1907.

{7} P. Lapie, Lógica de la Voluntad, Madrid, Daniel Jorro, 1903.

{8} Obr. cit., lug. cit. p. 130.

{9} Mercier, Obr. cit., lug. cit. p. 138 y sig. P. R. Ruiz Amado, La educación intelectual. La Educación moral. P. Lejeune, Las Pasiones, Barcelona, G. Gili, editor.

{10} Ombres et Lumiére, Paris, Octobre et Novembre, 1911.

{11} The religious education of children, Londres, 1907.


Conclusiones

B. IV. Puede concederse al maestro la propuesta jurisdicción en sentido de peritaje o referéndum, salva siempre la jerarquía social y el respeto debido a los derechos de los padres de familia y de la autoridad pública, eclesiástica y civil.

V. Cualquiera intervención sería insuficiente, a no partir de un acuerdo firme sobre el criterio de la moralidad y sobre la balanza de la responsabilidad, garantidos, además, por sanciones eficaces, no sólo en el foro externo, sino también en el foro interno. Admitido este supuesto, es necesario mancomunar con la intervención del maestro la iniciativa privada y pública; de las autoridades competentes y ciudadanos honrados, y especialmente de las personas más discretas, celosas e interesadas en la prevención y represión de la inmoralidad callejera: padres de familia, que al efecto pueden organizar asociaciones, sacerdotes, médicos, jurisconsultos, artistas, publicistas... Pueden concurrir a las obras escolares y post-escolares de perseverancia y preservación, consejos de barrio, juntas parroquiales y municipales, patronatos de la infancia y de la juventud, concursos de premios a la virtud, servicios de vigilancia cívica y policiaca, obras de profilaxia sanitaria y moral, tribunales para niños, instituciones benéficas y sociales de protección, asistencia y rehabilitación de los menores, de fiscalización y represión de los delitos y de persecución de las agencias y empresas industriales de la inmoralidad.

José Mª Baranera
De la “Asociación de Eclesiásticos para el Apostolado popular”.

(*) El artículo que razona estas conclusiones se publicará en otro número. La contestación a la cuestión A se publicó en el número 218.