Filosofía en español 
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[ Charles Seignobos ]

Las tendencias autonomistas en la Europa contemporánea

Hemos recibido el primer número de la revista Les Annales des Nationalités, boletín mensual de la Oficina Central de las Nacionalidades, radicada en París. Sus directores son MM. J. Gabrys y Jean Pelissier. Esta fundación tiene por objeto: “1.° Recoger todos los documentos etnográficos, históricos, literarios, artísticos, económicos, psicológicos, sociológicos, para hacer conocer el alma, la historia y las potencialidades del porvenir de cada nacionalidad. 2.° Publicar un boletín mensual para poner al público, en una forma imparcial y científica, al corriente de los esfuerzos y progresos de todo orden, de las nacionalidades adheridas. 3.° Comunicar a la prensa todas las noticias interesando esta nacionalidad. 4.° Fomentar la asociación o federación internacional para asegurar la autonomía de las mismas y 5.° Favorecer misiones científicas, organizar congresos y poner en relación todos los elementos nacionalistas entre sí, &c.” Traducimos, para mejor información, uno de los artículos más interesantes de este primer número, que es el extracto de la primera de una serie de conferencias que sobre el tema de la cabecera ha dado en la Escuela de Altos Estudios Sociales de París, Mr. Seignobos, profesor de la Sorbona. Para informar a nuestros lectores de la importancia e índole de esta nueva obra, extractamos algunos de los nombres de las personalidades que figuran en el Comité de Patronato, como Lord Avebury, de Londres; el Senador Henry Berenger, de París; Teófilo Braga y Magalhaes Lima, de Portugal; George Brandés, de Copenhague; Alfredo Fouillée, del Instituto de Francia; Lamprecht, rector honorario de la Universidad de Leipzig; Lichtenberger, Prof. de la Sorbona; Federico Mistral, laureado del Premio Nobel; Novicow, de Odessa, &c. Por España están D. Miguel de Unamuno y D. Gumersindo de Azcárate, y por Cataluña la escritora Doña Carmen Karr, directora de “Feminal”.

El Office central de Nationalités prepara un Congreso Universal de las Nacionalidades, que se celebrará en París, en la tercera semana de Junio 1912, cuya tarea principal será buscar los medios de constituir una Cooperativa de las Nacionalidades para la Defensa Mútua de sus derechos. Es el miembro corresponsal del Office en Barcelona, el periodista D. A. Rovira y Virgili, redactor de “El Poble Catalá”.

La importancia de los movimientos nacionales es reciente en la vida política del mundo. No es que el sentimiento nacional sea nuevo; es al contrario cosa muy antigua la impresión de un sentimiento común entre gentes de un mismo país y el odio contra los extraños. Pero bajo esta forma elemental, el antagonismo contra el extranjero no es todavía sino un sentimiento confuso sobre el cual no se funda ningún sistema político. Ha quedado en este estado hasta el siglo XVIII y los Estados se han constituido sobre otros sentimientos: la adhesión a la familia del soberano, la profesión de una forma de religión.

El movimiento nacional no comienza sino allí donde el sentimiento nacional ha tomado la forma de una idea política. Entonces viene el desear que el Estado sea fundado sobre la nación, que el gobierno sea dirigido por gentes de la misma nación, que el territorio del Estado sea el país habitado por los nacionales; se condena el régimen que impone a una población el gobierno de los extranjeros.

Este momento en que el sentimiento nacional ha penetrado en la vida pública ha sido diferente según los países: depende del grado de evolución política. Se ha producido, primero en los países más adelantados tan pronto como se realizaban las condiciones que permitían a la población tomar parte activa al gobierno. En todos los países, el partido popular más antiguo, es un partido nacional, patriota, hostil al extranjero. El nacionalismo es el despertar de la vida política: es su forma más rudimentaria. Su programa se resume en el grito: ¡Viva nosotros! ¡abajo los demás! Es el que exige menos experiencia y reflexión, el que está más al alcance de un pueblo todavía inexperimentado en política. Sobre el principio mismo que funda la nación, el desacuerdo es bien grande, tan grande que ha sido uno de los obstáculos mayores al éxito del movimiento. ¿Cuál es la especie de comunidad que reúne todos los hombres de una misma nación y los designa para ser agrupados en un mismo estado? ¿Es la comunidad de razas, como se ha dicho sobre todo en Alemania? La comunidad de lenguas o el parentesco de las lenguas, según la visión de los de los paneslavistas, o la comunidad de las voluntades, el deseo de estar reunidos bajo un mismo gobierno, que es la concepción de los franceses, de los turcos, de los americanos, o solamente la contigüidad de territorio, como decía el jefe de la aristocracia magyar Andrassy?

Me bastará decir que se ha debido abandonar lo de la raza, porque está demostrado por los antropólogos que no hay en Europa ninguna raza pura y que todas las naciones europeas son formadas de mestizos, pero nadie se ha llegado a entender sobre criterio alguno de nacionalidad.

En el fin del siglo XVIII, como los Estados habían sido constituidos sobre principios distintos a la atención de las nacionalidades, en la mayor parte de Europa, la organización real de los Estados estaba en contradicción violenta con los deseos nacionales.

Los países de Europa se encontraban desde el punto de vista nacional, a momentos diferentes de evolución.

Los más adelantados eran los de las extremidades Oeste y Norte de Europa, eran las tres regiones de la Europa occidental, el Estado inglés, que había absorbido al Estado escocés y tenía bajo su dependencia la nación irlandesa no asimilada, el Estado castellano al cual Portugal había escapado, pero que se había casi asimilado las otras partes de la península, salvo la nación catalana, el Estado francés, formado de pueblos muy diferentes por las costumbres y la lengua, pero cuya fusión voluntaria acababa de afirmarse por la federación de 1793. Habían en las dos penínsulas escandinavas las tres naciones: dinamarquesa, sueca y noruega. Noruega estaba unida a Suecia por una unión personal que le dejaba su autonomía.

Todos estos Estados se habían redondeado antes de la crisis de agitación nacional, y eran Estados nacionales.

Un segundo grupo, estaba formado por los países de la Europa Central, que quedaba dividida en pequeños Estados.

La Europa oriental repartida en tres grandes imperios absolutistas: austriaco, otomano y ruso era un pequeño mosaico de pequeñas naciones sometidas a un gobierno formado de extranjeros. Algunas habían tenido en otro tiempo un gobierno nacional y conservaban su reinado. Poloneses y Lituanos habían formado el Estado de Polonia-Lituania, cada uno provisto de un gobierno autónomo: los Magyares habían tenido una vida indiferente, lo mismo que los Tchegares en el reino de Bohemia. Otros vivían en una autonomía completa; Finlandia, Ukrania, Rumanía, Escocia. Los menos avanzados eran los pueblos sometidos aún a la dominación musulmana.

El siglo XIX fue un tiempo de agitaciones nacionales. La separación ha transformado tres pequeñas naciones en Estados soberanos: Los Países-Bajos, Suecia y Noruega. La unión de los dos reinos de Suecia y de Noruega se ha desatado gradualmente, sin revolución, gracias al sistema copiado de la constitución francesa de 1790: el veto suspensivo que ha dado a la nación noruega el medio de imponer legalmente su voluntad a un rey extranjero.

Unas naciones se han constituido por la agrupación de pequeños Estados, y otras por la separación de una dominación insoportable, como en los Balkanes.

La impresión general es que en el primer caso, los movimientos no han salido bien más que por la fuerza de las armas. Pero este régimen de grandes conspiraciones militares no ha tenido por resultado más que hacer retroceder los caracteres nacionales, tal como en Alemania para el Sleswig y la Alsacia-Lorena.

El movimiento nacional se ha detenido en la era presente, por el hecho de los medios perfeccionados de represión de que los gobiernos disponen.

La esperanza de conquistar su independencia por las armas está para siempre cerrada a las pequeñas naciones oprimidas, los descontentos no pueden obtener mejoras más que por los procedimientos legales, por la conquista de su patria. Los patriotas en lugar de la independencia se resignaban a pedir la autonomía.

Para abarcar el conjunto de este movimiento autonomista, se pueden distinguir cuatro grupos.

1° Las cuatro naciones del imperio ruso: la nación polonesa, la nación lituana, comprendidos los Letones de las provincias bálticas y los Lituanos de la Prusia Oriental, la nación finlandesa, la nación ukrania o baja-rusa y un fragmento de los Rutenos de Austria.

2° El grupo recientemente formado por las conquistas de Prusia: Schleswig y Alsacia-Lorena.

3° Las pequeñas naciones del Imperio otomano, incompletamente independientes u organizadas: la Grecia a la cual faltan las costas y las islas. Los Rumanos que se han separado de sus hermanos de Transilvania y de Bukovina. La Bulgaria privada de los Búlgaros de Macedonia. La nación serbo-croata dividida en dos por la religión y en cinco por la política. La nación eslovena: la nación tcheque privada de los eslovacos; la nación albanesa, &c.

4° Los anexos de antiguos Estados, cuyo deseo de autonomía se ha avivado: Irlanda y Cataluña.

La condición común a todos estos pueblos que fortifica su reunión en su mismo programa, es el ser gobernados por extranjeros, lo que les da el sentimiento de ser oprimidos. No se trata generalmente de si son mal gobernados, ni si no lo serían en caso de ser autónomos.

Pero en todas estas nacionalidades se puede decir lo que decían los Lombardos al gobernador austriaco: “No les pedimos que gobiernen bien; les pedimos que se vayan”.

Estas naciones descontentas tienen los mismos adversarios, todos muy poderosos. Su resistencia no puede ser sino pacífica: por la prensa, por la educación. Y los sufrimientos obscuros y continuos de esta nueva táctica no son los menores.

Pero para continuar esta resistencia sin desesperarse los jefes de los movimientos autonomistas tienen necesidad de sentirse alentados. No se puede ya ayudarles con armas o suscripciones; pero se puede darles el sostenimiento moral que produce la simpatía y la estima: esto les es necesario. Aún a los mártires gusta sentir que se les apruebe y que se les admire: es preciso que lo sean por toda Europa. Sus actos deben ser publicados fuera de su país por una organización central en un país libre y democrático: los Estados Unidos son demasiado lejos. Suiza demasiado pequeña. Francia es el país mejor designado para esta misión. París es el lugar del mundo donde la voz alcanza más lejos.

El procedimiento a emplear es fácil de concebir. Ya muchas naciones han establecido en París el centro de su propaganda. Pero estos esfuerzos aislados no tienen la fuerza que poseerán cuando estarán unidos. Sería necesaria la fundación de un sindicato de naciones oprimidas para crear una oficina de informaciones y un órgano común de publicidad y propaganda.

Prof. Seignobos

París.

(Trad. de L. C.)