Los Aliados
Madrid, sábado 13 de julio de 1918
 
año I, número 1
páginas 3-4

Miguel de Unamuno

España protegida
 

Miguel de Unamuno, España protegida, Los Aliados

«¡Esperamos con el tiempo verle de nuestra parte!» Así me ha dicho más de un antiguo amigo mío, de los que hoy son germanófilos. Lo que en sus labios no es sino otra versión del principio aquel de profunda perversión moral, de incivilidad, esto es: de inmoralidad, que el general von der Goltz enunció con el más bárbaro cinismo tudesco al responder a recriminaciones y quejas del cardenal Mercier, con aquello de que la victoria lo borrará todo.

Y alguno, un cierto religioso, es decir, un fraile amigo mío, me ha dado a entender que lo qué él cree mi injusticia para con los alemanes, es lo que me hace creerme víctima de injusticias. Y me invitaba a convertirme. Y otros me han dicho que en ninguna parte sería mejor apreciado que en Alemania el espíritu de mis predicaciones civiles.

Pero, ¿es que esos que esperan verme así, de su parte en esto, se figuran que soy de los que se pliegan al vencedor de la tierra y de los que creen que la victoria lo borra todo? No, no son de estos. Tienen de mí mucho mejor concepto moral. Lo que hay es que creen que la paz va a ser una paz alemana, una paz imperial, una paz kaisérea, y que Alemania va a usar de tal modo de esa paz, que todos los patriotas españoles tendremos que ponernos de su lado. Es que creen que Alemania va a vencer del todo y que después de dueña de la victoria se va a poner a proteger a España, que es, según ellos, uno de los pueblos oprimidos y explotados por la pérfida Albión, y que ante esa protección todos los españoles vamos a sentirnos agradecidos a Alemania y nos vamos a hacer germanófilos.

Pues bien, no; aunque así fuese –que esperamos en Dios, en el Dios de la justicia, que no será–, ni aunque así fuese, daríamos un viva a Alemania. Es más aún: si así fuese, más antigermanófilos aún, más en contra del imperialismo... protector.

No, no queremos que se degrade y envilezca aún más a nuestra patria con semejantes protecciones. Con ser malo, muy malo, estimamos que sería mejor el que nuestra patria se hiciese una ramera de las naciones, pero una ramera libre, vendiéndose cada noche al mejor postor, pero sin contrato ni compromiso alguno, sin hipotecar su independencia para mañana, que no el que cayese en entretenida, en protegida del Imperio del kaiser, que le pondría un piso y monopolizaría sus favores. ¡Querida del Imperio germánico, nunca!

Si, por ejemplo, Gibraltar ha de volver a España por mano del kaiser, y con las consecuencias de esto, vale más que siga como está. Aunque los alemanes no hablan –fuera de España, donde se ocupan en embaucar trogloditas, por supuesto– de devolver Gibraltar a España sino de internacionalizar los Estrechos, lo cual no es lo mismo. Y los Estrechos internacionalizados estarían, claro está, bajo la protección y salvaguardia del Imperio germánico, que aspira a libertar los mares –¿de qué o de quién?–haciéndolos germánicos.

Esos que con su bloqueo pirático asesinan españoles, se proponen, según dicen, proteger, enriquecer y hasta ilustrar a España. Lo que van a enseñarnos. ¡El viejo Fausto, rejuvenecido por la victoria, le enseñará a esta nuestra España una de sus queridas, una de sus protegidas, todas las más finas artes de la seducción, con lo que no podremos menos de salir ganando! ¡Lo que nos enseñará para que podamos alternar con él y entretenerle! ¿Hay quien dude de que la influencia germánica será aquí beneficiosísima? ¿Hay quien dude de que pondrá orden y arreglo y bienestar en nuestra casa, para que en ella pueda encontrarse a sus anchas el viejo Fausto, rejuvenecido cuando se digne visitarnos y regalarnos con sus opulentas caricias? Y no se olvide que esta es la tierra de Don Juan Tenorio, y que España es una doña Inés si es que no, una Margarita la Tornera.

Y los alcahuetes de esta aproximación, la tropilla de alcahuetes de este arrimo que aquí actúan, se pondrán bajo el patronazgo del gran alcahuete germánico, del máximo celestino tudesco que es Mefistófeles, galeoto científico y aún metafísico. Alcahuete metafísico. ¡Ahí es nada!

Acaso los germanófilos anticatólicos –y no decimos anticristianos porque esto, créanlo o no, lo son todos–, acaso los germanófilos ateos se imaginan que el viejo Fausto alemán, llegando a caballo y con la espada tinta en sangre de puritanos, va a sacar de su convento a esta España, que es una Margarita la Tornera y le va a llevar a recorrer en sus brazos el mundo de la ciencia y de la eficacia, y de la industria y del amor libre, el mundo de la Aufklaerung. Y así, bien vale ser protegida. «¡Mejor protegida que monja!», dirán estos germanófilos cristófobos y teófobos. Pues bien, no, ¡mejor monja! Todo, todo, todo antes que protegida. Que pase de monja a ramera, pero a protegida nunca!

Y quién sabe si esta Margarita la Tornera española, al sentir luego en sus entrañas el fruto del abrazo de Fausto, terciado por Mefistófeles, hará lo que la otra Margarita, la tudesca, la sentimental y romántica Gretchen, a la que le chispeaban los ojos ante las joyas, y es ahogar a ese fruto. ¡Quién sabe si en el caso de caer esta española Margarita la Tornera bajo la rijosidad de Fausto no tendría que acabar cometiendo un infanticidio!

«¡Y además van a vengar nos!», nos dicen. ¿Vengarnos? ¿De quién? «¡De Yanquilandia!» Ah, sí; creen y esperan o fingen creer y esperar más bien que van a vengarnos de no sabemos qué agravios que dicen que recibió España de la gran Democracia Americana, la de Washington y Lincoln y Wilson, la que libertó de los corrompidos y corruptores gobiernos de nuestro régimen a Cuba, a Puerto Rico y a Filipinas, y a los españoles puros y limpios de corazón. Y olvidan que si algún daño profundo recibió España con motivo de aquella liberación debióse a que se obstinó en no concederla a tiempo, con la espontaneidad del justo, un régimen basado en el concepto patrimonial, de genuino origen imperialista austriaco, o sea habsburgués, de la monarquía. Contra este concepto habsburgués, incivil y medieval, peleó la gran Democracia Americana, y no en contra de España, víctima entonces de ese concepto, sino en contra de un régimen que estimaba como en los tiempos de Fernando VII –que no era precisamente un Habsburgo– cuando se libertó lo más de su imperio ultramarino, que aquellas colonias americanas no dependían de la nación, sino de la corona española. Doctrina que supieron hacer valer los americanos españoles –mejicanos, venezolanos, argentinos, chilenos, &c.– cuando Fernando VII, el Deseado, se entregó vilmente a Napoleón, su protector.

Esperemos confiadamente que la gran Democracia Americana, que ya nos rescató de una culpa –y no de España, no de la nación, no de la patria española precisamente– nos liberte de la protección del kaiser, y haga que no se delezne España hasta hundirse en querida –como tercero Mefistófeles el científico– del germánico Fausto, rejuvenecido por drogas de alquimia, e insaciable de deleites a costa ajena.

Miguel de Unamuno

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