Filosofía en español 
Filosofía en español


De enseñanza

En torno a un «ensayo pedagógico»
II

El «pensamiento del reformador»

El Instituto-Escuela, que se crea por el Real decreto de 10 de Mayo último, se pone en manos de la «Junta para ampliación de Estudios». En ella, pues, deberá hallarse el «pensamiento reformado»; en sus procedimientos los nuevos «métodos» salvadores.

En el debate del Congreso quedó al descubierto el parentesco íntimo –de ascendiente a descendiente–, que existe entre la «Institución libre de enseñanza» y la «Junta para ampliación de Estudios». Si las obras son hijas de los hombres y la Junta fue inspirada por los mismos que pertenecían a la Institución, no puede afirmarse –como pretendieron los señores Uña y Pedregal– que se trata de dos entidades independientes.

Por eso el espíritu de aquellos hombres es el que anima a la Junta. Pero ¿cuál es ese espíritu? ¿Cuáles son sus orientaciones?

El «pensamiento» filosófico

Los que pretendieron señalar, durante el siglo XIX, nuevos derroteros a la cultura y a la enseñanza españolas, no trataron de hallar el pensamiento español; despreciando nuestras tradiciones, negaron que en España hubiera existido verdadera Filosofía. Lo que aquí no teníamos ni –según ellos– habíamos tenido nunca, fue preciso buscarlo fuera. Sanz del Río hizo el hallazgo en su viaje de estudios –hacia 1843–, y a su patria volvía orgulloso de descubrirnos a Krause, que nunca fue en Alemania más que una medianía, que hoy ya no se recuerda, y cuyo nombre sólo se menciona en las obras de Historia de la Filosofía alemana, grandemente eruditas y voluminosas. Krause no ha dejado rastro en el pensamiento alemán. Y aquella superchería no es perdonable, porque en la época en que Sanz del Río marchó como explorador cultural vivió Lotze en Alemania, cuya doctrina filosófica ha ejercido un poderoso influjo dentro y fuera de su patria. Pero los españoles de aquella época creyeron ciegamente en las conferencias y traducciones –detestables– de Sanz del Río, y se formó «la generación de los krausistas», que siguieron más a su importador español que al mismo Krause.

Mucho tardaron los continuadores de Sanz del Río en percatarse de su error, pero al fin rectificaron. D. Francisco Giner, krausista antes, positivista luego en su última época, se abrazó al neokantismo.

He aquí el «pensamiento» filosófico de los inspiradores de la Junta para ampliación de estudios: un krausismo en que el mismo Krause se hubiera desconocido; un positivismo idealista y un neokantismo ingenuo. Contradicción e incertidumbre, en suma.

La orientación

Todo era malo en España. Había que elegir el modelo para la orientación. Alemania fue la elegida. En la «Junta», antes de la guerra se había llegado a negar pensión a los que la pedían para otros lugares –bien que a veces este era el pretexto, como en el caso de José Castán, nuestro querido amigo, profesor hoy de Derecho civil.

Pero la guerra inusitada se enciende, y entonces todo cambia. La Junta de germanófila se transforma en anglófila. Los alemanes que se consideraban antes como maestros únicos, quedan relegados a la categoría de «bárbaros». El señor Castillejo, en una de las sesiones de la Junta, mostró ya tal fervor por Inglaterra, que D. Santiago Ramón y Cajal interrumpióle brusco, haciéndole notar que el envío de pensionados a las Universidades inglesas no era el desideratum, como el secretario de la Junta pretendía, porque esos centros de cultura carecen en Inglaterra de una organización y de un plan, prometedores de que nuestros compatriotas habían de trabajar con fruto. Y no es esta, como veremos, la única discrepancia entre el presidente de la «Junta para ampliación de estudios» y sus miembros.

En la elección de modelo cultural carece también de fijeza la «reformadora». Guiada por pasiones –más o menos nobles– fue primero partidaria de Alemania, hoy lo es de Inglaterra.

El verdadero «pensamiento del reformador»

No puede hablarse, pues, de un «pensamiento» filosófico y de una determinada orientación cultural. En la Junta estas ideas directrices han vacilado constantemente. Pero esto no quiere decir que no existe un «pensamiento» director.

Don Francisco Giner, en su obra sobre Pedagogía universitaria, pensando que la Universidad era vieja y costaba demasiado trabajo remozarla, pensó que era mejor «abandonar por igual todas las Facultades, incluso las de Filosofía y las de Ciencias, a la tradición que hoy las dirige, y crear nuevos centros superiores para el trabajo propiamente científico» (página 251). El Sr. Altamira, en ocasión solemne, pronunció también análogas palabras.

He aquí el verdadero «pensamiento del reformador»: que la Universidad abandonada muera, que se vayan creando otros Centros, todos ellos dependiente de la Junta de Ampliación de Estudios, para que esto se convierta, al fin, en la verdadera Universidad.

Los medios que se han empleado son reveladores del propósito. Lo probaremos.