[Eduardo Gómez de Baquero]

Marx y la España de ayer

Los trabajos recopilados bajo el título de La revolución española no fueron un estudio de conjunto que Carlos Marx emprendiese. Fueron escritos ocasionales, que forman parte de la labor periodística del autor de El Capital. El cuidado con que el Instituto Marx y Engels, de Moscóu, ha procurado reunir todos los escritos de Marx ha venido o sacarlos del olvido. Para el lector español son en extremo interesantes, y ello justifica el que se hayan vertido dichos trabajos a nuestro idioma, pues aunque no contengan noticias históricas nuevas nos dicen cómo veía los hombres y los sucesos de algunos de los momentos críticos de nuestra historia contemporánea uno de los cerebros más poderosos de Europa.

Estos escritos, uno acerca de Espartero, su regencia y su caída; otros acerca del levantamiento contra los franceses y de las dos primeras épocas constitucionales, fueron artículos escritos para un periódico de los Estados Unidos, The New York Tribune, en el año 1854.

Emigrado en Londres, pasaba entonces Carlos Marx por uno de los períodos más angustiosos de su vida. Había consumido sus últimos recursos en el intento de resucitar la Gaceta Renana, y su pobreza había llegado al extremo de obligarle a empeñar las prendas de ropa personal, el último frac presentable. El único ingreso con que contaba eran los veinte marcos que le abonaba el periódico neoyorquino por artículo.

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¿Qué era lo que atraía la atención de Marx hacia España? ¿Qué sabía de España? La fecha de estos artículos nos ilustra. Fueron escritos en 1854, en los momentos en que triunfaba en España la llamada revolución de aquel año. Entre nosotros se ha abusado bastante del nombre de revolución, aplicándolo a conatos y a luchas de facciones, sin que hubiera revolución alguna verdadera, y hasta se ha querido poner ese mote a movimientos y sucesos que significaban precisamente lo contrario de una revolución. El hecho es que, gracias al manifiesto de Manzanares, redactado por Cánovas, en que se daba un carácter liberal al movimiento y se requería el concurso de la opinión pública, la situación indecisa en que se hallaban los regimientos de Caballería sublevados por Dulce y O'Donnell se convirtió en un movimiento triunfante y popular, que unió por el momento a Espartero y al futuro caudillo de la guerra de África.

Esta revolución de 1854 llamó la atención de Europa sobre España. Después de extinguida la conmoción europea de 1848, era el primer movimiento revolucionario que surgía. Las revoluciones españolas, aunque fuesen revoluciones menores e imperfectas, se adelantaron reiteradamente a partir de 1820 a las de otros pueblos. La de 1820 precedió en una década a las jornadas de julio que echaron a rodar el trono de Carlos X. La de 1854, aunque fuese tan fugaz que no llegó a establecer la Constitución de 1856, y la de 1868 se adelantaron también a los sucesos europeos, con los que podían guardar cierta correlación. Fueron las nuestras revoluciones tempranas, muertas en flor, pero que con todo atraían la atención de los afines y de los adversarios y revelaban que no era España el país inerte y muerto, la Turquía de Occidente, que no pocos se habían acostumbrado a ver en ella al seguir el proceso de su decadencia

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Marx, hegeliano de izquierda, comunista, aspiraba a revoluciones más hondas que la sublevación de los generales en Vicálvaro; pero con todo era natural que aquel movimiento entre militar y popular atrajese su atención, y que la actualidad del suceso le moviese a enviar a The New York Tribune las notas de los estudios que estaba haciendo acerca de España, país cuyas vicisitudes se seguían en los Estados Unidos con vivo interés, no sólo por una tradición de cultura (Washington, Irving, Prescott, Ticknor), sino porque la opinión y los gobiernos norteamericanos no perdían de vista a Cuba.

Marx, que tenía una sólida formación universitaria y hubiera sido un gran profesor de Universidad de ser menos estrecho el espíritu de las universidades prusianas de la época, conocía el español lo suficiente para poder manejar las fuentes españolas, y debía de conocer también las francesas acerca de los sucesos da nuestra historia contemporánea. Como otros alemanes ilustres, había vivido algún tiempo en París, en contacto con los saintsimonianos, fourieristas y blanquistas, pues fueron los pensadores románticos, entre utopistas filósofos y místicos de Francia, los que impregnaron la atmósfera de socialismo. Allí conoció a Proudhon, trató a Heine y a Engels, y sin duda aquel ambiente del París en que se estaba incubando la revolución de 1848 influyó mucho en la orientación de Marx.

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«España –escribía el autor de El Capital el 2 de septiembre de 1854– es actualmente el objeto principal de mis estudios. Hasta ahora he estudiado, valiéndome principalmente de fuentes españolas, las épocas que van de 1808 a 1814 y de 1820 a 1823. Actualmente emprendo el período de 1834-1843.» Estos estudios se reflejaron en los artículos enviados a The New York Tribune. «Es ya un progreso –decía Marx– que el tiempo empleado en tus estudios se te retribuya de un modo u otro.»

Hay que reconocer que en la obra total de un pensador y un fundador como Carlos Marx estos artículos acerca de la revolución española son un insignificante episodio. Abundan en ellos los errores de pormenor, a que está expuesto el extranjero que ve grosso modo los acontecimientos históricos de un país extraño. Lo interesante es la sagacidad con que aquel observador de nuestra historia percibe ciertos caracteres de los hechos, por ejemplo, el antagonismo entre el espíritu reformador de las Cortes de Cádiz y el sentimiento tradicionalista y reaccionario que animaba a las masas en la lucha contra los franceses. El juicio acerca de la Constitución de 1812, en la que ve no la imitación francesa que se ha dicho vulgarmente, sino un esfuerzo original para reanimar la tradición política española con arreglo a las ideas de la época, es también certero. Aparte de todo, ellos, esos artículos desconocidos hasta que el Instituto Marx y Engels los ha sacado del olvido, constituyen una curiosidad bibliográfica y merecen un puesto entre los juicios acerca de nuestra historia política en el siglo XIX.

Andrenio.