Filosofía en español 
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Únense todas las sectas religiosas y declaran la guerra al cine

Ante los “legionarios de la decencia” Hollywood retrocede

Nueva York.– O los productores de películas en Estados Unidos se reforman o los ciudadanos, moralmente, se dividirán en dos categorías; los que van al cine y los que no van. Los primeros perderán toda consideración social y serán catalogados con aquellos hombres que en España “se pasaban el día en la taberna”.

Ir al cine es una cosa seria hoy en los Estados Unidos. Si uno no quiere perder amistades respetables, bueno es que antes de entrar averigüe si lo ve alguna persona conocida. De estar seguro de no haber sido seguido, lo mejor es colocarse con toda rapidez para no ser sorprendido por alguna mirada indiscreta y reprochable. Ya dentro, a oscuras, por fortuna no puede descubrirlo nadie.

Todas las sectas religiosas de los Estados Unidos se han unido en un movimiento para “adecentar” el púlpito. Hollywood pretendía hacer de cada joven un “gángster” y de cada muchacha una Mae West. Para aprender todos los trucos del vicio y la corrupción no había mejor escuela que cualquier cine. “Estos niños de aquí parece que nacen enseñados”, me decía no ha mucho un español recién llegado. “Hablan como las personas mayores, y para ellos la vida no tiene el menor secreto. Qué mal los educan.”

No los educa nadie; se educan sí mismos esa clase, para todos, donde la vida, buena y mala, va pasando por la pantalla. El cine es el arte de mayor verosimilitud. En la novela, en la música, en la pintura se puede fantasear. El cine vive de la realidad hasta el extremo de hacer reales las mismas fantasías. Gulliver es un mito, y al leer sus aventuras, uno tiene que remontarse a un país imaginario. Tarzán, en cambio, que es un mito cinematográfico, viéndolo tiene realidad aplastante.

El cine, pues, se abreva en la realidad. Dentro de la realidad, lo más emocionante, lo más cinematográfico es la vida al margen de la ley. Lo inmoral es más pintoresco e interesante que lo moral y tiene más trama. Por el cine han desfilado en estos últimos años “gángsters”, hetairas, jugadores, divorciadas, escenas de alcoba, beodos, todo un mundo ante el que los espectadores cristianos se hacían cruces.

El cine era un lugar donde las almas, a guisa de distraerse, se condenaban. ¿Podía la Iglesia católica mirar con indiferencia la perdición de sus mejores feligreses? Se alzó en protesta, ya que sus mejeros feligreses –la carne es flaca– se dejaban alucinar por las vibraciones de Joan Crawford y las encendidas escenas de Jean Harlow.

Las protestas toman hoy forma castrense. Hasta los socialistas se hacen castrenses. ¿Qué de extraño, pues, que la Iglesia católica en Estados Unidos organice para combatir el influjo moral del cine “La legión de la decencia”?

Para ser legionario de la decencia lo único que hay que hacer es admitir la censura eclesiástica cinematográfica y declarar el “boycot” a las películas prohibidas por el Clero.

La guerra contra el cine ha tenido la virtud de unir las más dispares sectas religiosas. Contra Greta Garbo van del brazo católicos, presbiterianos, budistas, mahometanos e israelitas. Es todo un frente único. El Consejo Federal de Iglesias de todas las denominaciones se ha convertido en cuartel general. O se adecenta el cine o toda persona de creencias religiosas, no importa la secta, se quedará en casa oyendo la radio. Ya se ha instituido una oficina de censura religiosa. Hollywood se bate en retirada, y los productores, temiendo perder demasiado dinero, han prometido reformarse.

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