Filosofía en español 
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A los pueblos de la República y de América

Buenos Aires, noviembre de 1939

“Entre los factores que contribuyen al perfeccionamiento de las sociedades debe figurar la grandeza de los fines que se propongan, para que la imaginación pública se vea siempre alentada por nobles esperanzas hacia perdurables soluciones. De esta manera los gobiernos se inspirarán en la fuerza de la fe pública y en el fervor de su celo, y con rasgos magníficos de sublimes ejemplos, contribuirán a caracterizar la Nación.” Hipólito Yrigoyen. (Mensaje de apertura del Congreso Nacional, mayo de 1919.)

A los pueblos de la República y de América

F.O.R.J.A., al constituirse en 1935, a raíz del levantamiento de la abstención revolucionaria, declaró la necesidad de promover la rehabilitación de las representaciones de la Unión Cívica Radical, para restablecer la defensa de los supremos intereses de la soberanía del pueblo argentino, frente a los peligros internos y exteriores que obraban para su desintegración.

Denunció a los dirigentes electorales del radicalismo, silenciosos cómplices entonces, y activos partícipes después, de las más repugnantes operaciones de los gobernantes al servicio de los intereses extranjeros; y sostuvo que en la Unión Cívica Radical deben concitarse las fuerzas de la reparación nacional, porque ella no es un partido sino la nación movilizada para su defensa y creación.

Afirmó que no toleraría en la Unión Cívica Radical a los aparentes conductores, por lo que asumía virtualmente la auténtica representación de los principios que le dieron origen.

Repudió por igual a los partidos, porque deben su existencia a ideas e intereses no argentinos, y a los que intentan hacer de la Unión Cívica Radical un partido, porque así desvirtúan su esencia que es ser el órgano permanente de la voluntad argentina de constituir una nación libre.

Declaró su identificación con las tradiciones de lucha por la libertad nacional, encauzadas en la Unión Cívica Radical desde fines del siglo pasado, que no provienen de ideologías europeas sino de la resolución de asentar las bases del gobierno propio del pueblo, creado por él según su genio, y para la protección de los fines de su propia existencia y ascensión.

Llamó a colaborar en su destino a las fuerzas morales de la República, que permanecen adormecidas dentro y fuera de la Unión Cívica Radical, describiendo el estado de cosas creado por los opresores extranjeros mediante sus auxiliares que dirigen todos los partidos y advirtiendo las inmediatas y ulteriores consecuencias de la trama de intereses combinados de tales partidos.

Señaló la sujeción de los demás pueblos americanos a igual opresión envilecedora, realizada por idénticos medios por los mismos poderes extranjeros, y reclamó la coordinación de esfuerzos para conjurar la disolución y servidumbre tramadas por aquellos poderes.

Afirmó su protesta contra las usurpaciones de la soberanía nacional, definiendo la irrevocable resolución de borrar sus actos, cualquiera sea el tiempo que demande la empresa de anularlos, y la no colaboración con sus autores y sistemas, bajo cualquier denominación que se encubrieren.

Repudió los procedimientos engañosos de los cabecillas que medran del radicalismo arrastrando el nombre de la Unión Cívica Radical en comicios sucios y en capitulaciones legislativas, sin más objeto que condividir con los partidos las pitanzas y gratificaciones con que los negociantes y poderes extranjeros granjean a los traidores del pueblo argentino y de sus pueblos hermanos.

Dedujo su entronque en los movimientos más profundos de las masas argentinas, no por conceptos de desintegradoras docencias ni de extraños despotismos, sino confrontando su propia repugnancia hacia las acciones reales de los partidos y la necesidad de organizar la defensa argentina.

Formada en la convicción de ser necesario cerrar el paso a todo confusionismo, denunció las patrañas de los “frentes populares” y otras maniobras de factura extranjera, realizadas para prolongar los goces de los expoliadores, auxiliados por los dirigentes políticos que en el continente trabajan para afianzarlos, apuntalando las tiranías que los sirven y suministrándoles, a veces, falsos coloridos de rebeldía.

Señaló también las tendencias destructivas de la Nación, de aquellos que remedando las doctrinas europeas de anti-libertad, obran con el sólo objeto de justificar la sujeción del pueblo argentino a gobernantes sin pueblo y sin conciencia argentina.

Desnudó de esta manera la miseria moral de esos agentes de colonización que, titulándose sostenedores del derecho popular, encabezan los partidos.

Y así configuró los objetivos de su lucha, el ámbito de su acción y el camino a seguir.

Todo lo acontecido fue previsto

Todo lo acontecido desde entonces en la economía y en la política argentinas ha correspondido exactamente a las previsiones del manifiesto fundador, y de los múltiples documentos posteriores que lo actualizaron cada vez, tratando los problemas particulares y los hechos nuevos. (1. Se consigna a continuación del presente manifiesto.) El sello de la República ha sido impuesto, con simulación representativa, a pseudo leyes de la Nación, que implican más conquistas de la penetración de las empresas fraudatarias de aventureros internacionales, creando y robusteciendo resortes de derecho aparente en que se fundan y desarrollan nuevos monopolios de industria y de comercio: trabas y yugos al trabajador argentino para fomentar su explotación por los trapisondistas de finanzas. Para establecer un tal sistema que ya abarca toda clase de trabajo, producción e intercambio, los políticos gozadores del poder, han obrado con desprecio cada vez más osado de nuestra protesta y de las necesidades manifiestas de los humildes hombres del pueblo de la República, que, ya lejos de un mínimo de bienestar siquiera, están sumidos en  un estado de miseria que desata estragos, en medida aún no del todo conocida, no sólo por enfermedades y debilitamiento corporal, sino por la turbación mental de su tragedia y del desamparo en su tragedia.

Pues este pueblo vive en tierra extensa y de no igualada fecundidad, y su labor agrícola rinde frutos exuberantes que no son para satisfacción ni de sus primeras necesidades, sino cosecha perpetua de birladores sostenidos por leyes y tratados de exacción.

Así estamos sometidos a la extrema afrenta de que el problema nacional sea ya el de la subsistencia física del pueblo, en la perduración de cuya desgracia finca la creencia de los usufructuarios de que no podrá proseguir el desarrollo del espíritu argentino de redención, que es una de las bases y aportes a la emancipación continental.

La disociación de los pueblos de América es tan grave causa de la opresión a que se hallan sujetos, como el estado de separación interna de las fuerzas llamadas a realizar su liberación.

No encaramos primero uno de estos problemas, posponiendo el otro. Son dos aspectos de un mismo proceso histórico de impuesta desordenación.

Desunir y anarquizar es la ley de los enemigos

Los opresores, que tienen establecido su dominio por el pago a los alquilones de las capitales de los países oprimidos, ponen detrás de sus negociantes sus escuadras –construidas y mantenidas con nuestros tributos–, que son instrumentos capaces de destrucción de cosas materiales, pero que, aun así, no podrían quebrar los medios poderosos de nuestras naciones en pacífica o armada resistencia.

Conscientes más que nadie, de que nuestra separación es base y condición de tal dominio, trabajan por asegurar la persistencia de dichas condiciones, y no omiten recurso para ahondar disgregaciones nacionales y recelos de fronteras, y para exaltar discordias inmorales sobre intereses entre políticos militantes, y discordias ridículas sobre falsas doctrinas contrapuestas entre jóvenes desprevenidos.

Sostenemos la necesidad de instaurar la unión efectiva de las naciones de América para realizar los actos fundamentales de su emancipación, imposible mientras perdure la desarticulación a que han sido conducidas por la influencia continua de los factores antiamericanos que rigen su política, su escuela, su milicia, su vida religiosa, su comercio y prensa.

No es sólo la comunidad del carácter de las insurrecciones populares de que surgieron nuestros Estados, la razón que fundamenta el anhelo de unidad, sino también la evidencia de su destino contemporáneo, igualmente anómalo para todos por la desvirtuación de sus instituciones, resultante de la sumisión cada día más grave de sus dirigentes e intereses extraños, opuestos y aniquiladores de los esenciales fines y vitales necesidades nacionales.

Servidumbre secular americana y ansia de libertad

Nuestros pueblos, formados con los evadidos de todas las servidumbres y persecuciones de las tiranías de Europa, son ahora también siervos o perseguidos por las mismas tiranías, mediante gobiernos sometidos por ellas a la trata.

Las migraciones que han establecido, ensanchado y conformado pueblos de América no son más que la expresión constante del espíritu de libertad que ha impulsado, a nosotros como a nuestros padres, a buscar fuera del ámbito de las monstruosas instituciones, de las irredimibles miserias y de la criminosas discordias europeas, la tierra dada a la humanidad para su alivio y redención.

Las persecuciones y hostigamientos de las sectas religiosas trajeron hacia nosotros, junto con los conquistadores, a los no combatientes, a los no sectarios, y a los creyentes sin odios ni afanes homicidas. Las dificultades del sustento, la pobreza insuperable impuesta como destino sin esperanza a todas las generaciones de los labradores, los pusieron en el camino de América, confiados en el esfuerzo propio y no ejercitados en la expoliación del trabajo ajeno. Las eternas disputas territoriales y las guerras promovidas por los beneficiados de los gobiernos, hicieron pensar a las más humildes víctimas de la bestialidad política europea, en evadirse de sus levas para buscar entre nosotros la existencia sin recelos y sin despotismos. Los perseguidos de los jueces –instrumentos activos de injusta dominación–, vinieron y vienen también huyendo, no por sus crímenes, mas sí de atrabiliarias leyes y de siniestros ajusticiadores.

Llegados sin la idea de retorno, y para vivir en conformidad con designios de paz y de trabajo, son y han sido substancia primaria de estas nuestras sociedades, así alimentadas con ingénito espíritu de libertad.

Los aborígenes, que en tan gran medida siguen componiendo la población continental, vivían en sistemas no fundados en la idea de la lucha por la apropiación individual de los bienes económicos y así su posición natural frente al agio, es invariablemente, de incomprensión. Puestos bajo instituciones que suponen a todo hombre como un ser movido por ideas de dominio sobre sus semejantes, tuvieron que ser, como son, víctimas inmediatas e inocentes, que no podrán manumitirse por esfuerzo individual, como que no pueden asimilar las tendencias brutales del individualismo económico europeo.

Las constituciones y leyes promulgadas en nuestras repúblicas por gentes que aspiraban a imitar las caducas organizaciones sociales de Europa, carecen de las bases cardinales necesarias para servir de apoyo y abrigo al desarrollo de la personalidad de los componentes de estas poblaciones, cuya falta de espíritu de apropiación personal señala la necesidad imperativa de instituir previsiones, constantes y eficientes, para que todo evento de sus vidas esté cubierto por el buen servicio de ayuntamientos y generalidades que custodien la existencia de la personalidad libre.

Unos y otros, estos aborígenes y aquellos inmigrantes, aportan a la constitución auténtica de nuestras sociedades, nobles elementos definidores de la más justa forma de convivencia de hombres y pueblos, como son el amor a la libertad, en lo moral, y en lo económico el sentido solidario, que es su garantía.

El drama de la entrega

Nuestras repúblicas no permanecieron inmunes a la acción de las organizaciones y gobiernos de Europa y de los países no europeos que los imitan con emulación.

Los pueblos americanos vencieron y expulsaron con sus armas a las invasiones de Inglaterra y Francia, en memorables resistencias que abatieron sus organizadas empresas de rapiña.

Pero hombres y gobiernos europeizados dejaron penetrar las doctrinas de encargo de los juristas, las mismas doctrinas justificatorias de la dominación colonial, y del asesinato de los pueblos sometidos, y de la apropiación violenta de los bienes naturales de los pueblos pacíficos, en nombre de los cuales se intentaron los frustrados golpes de fuerza; y ellas han servido de guía en la formación intelectual de las clases ilustradas. Y gobernantes americanos, en ellas reclutados, diéronse como cosas.

Por cuyo medio se comenzó a allanar los caminos para las más completas realizaciones de la ambición de establecer dominio material sobre nosotros, privados de gobiernos que sirviesen nuestra defensa y protección; desposeídos de la administración de nuestros propios intereses materiales y morales, alejados de nuestros propios problemas, que quedan sin planteo en el pensamiento del Estado.

Creóse de tal manera –por educación y por venalidad–, la vacancia de las funciones propias del ser colectivo de cada uno de nuestros pueblos, que los Estados americanos, sin comunión alguna con sus pueblos, han venido a ser sólo aparatos que obran manejados por los gobiernos de los reinos y repúblicas explotadoras. Por donde la acción de tales Estados sólo cuida de nosotros en la medida de congrua sustentación, para que podamos seguir proveyendo brazos y ganancias a los nuevos encomenderos.

Con la mano de gobernantes de esa clase se han escrito y promulgado leyes, que no son más que complemento de leyes de conservación de los despotismos europeos, las mismas de quienes huyeron las migraciones pobladoras de América, que ahora los realcanzan en lo que fuera el soñado solar de paz y libertad; y se han hecho tratados en que estas repúblicas no han tenido libre y honrada representación, sino ministros prevaricadores, medradores de obvenciones.

Por medio de los mismos se han encendido guerras intestinas de nuestros Estados, empujados unos contra otros, no por nada atinente a su existencia material, ni a su soberanía, ni a la seguridad de su destino futuro, sino sólo para dividirlos por odiosos recuerdos e infundados recelos; para aniquilar los primeros surgimientos de las instituciones tutelares de América; para debilitarnos materialmente por endeudamiento; para sofocar en su génesis la grandeza de nuestra unión; para conformar después una nueva conciencia sobre falsas ideas de antagonismos y aversión mutuas; y para embrutecernos con la enseñanza de prevención y preparación de unos contra otros entre nosotros, y con la desprevención e inanidad de cada uno de nosotros hacia los conquistadores.

(Así fue destruido el Paraguay, para abrirlo a la expoliación de mercaderes de ultramar, para convertir a su restante pueblo en peonaje de las sociedades anónimas en que se esconden los exactores de América. A cuya guerra, impuesta a nosotros por la inteligencia criminosa de agentes del despotismo europeo, fueron llevados –materialmente arrastrados–, a dejar sin honra y sin pasión sus vidas aquellos que en la Argentina, como en el Brasil y el Uruguay, estaban señalados como posibles sostenedores de nuestras libertades: atroz destrucción colectiva de aquel pueblo fraterno, y cruenta siega en los campos de nuestra esperanza. Y sobre esta convulsión, no más triunfador que la diplomacia de venalidad y del negocio de usura.)

La escuela, instrumento de sometimiento

Así también han calculado la necesidad de entorpecer a nuestros pueblos, estrechando los horizontes del pensamiento de sus nuevas generaciones, para que se asomen a la vida con un sentido de propia debilidad, mediante la enseñanza metódica de historias fraguadas y deformes, cifradas con la falsa repetición constante de nuestra mutua extrañeza y de separación y perpetua hostilidad de estas naciones.

El dogma tiránico de los gobiernos europeos, de la natural enemistad entre vecinos, ha sido trasplantado aquí a pesar del siempre renovado sentimiento espontáneo de nuestra gran unión.

Su trasplante no sólo es el error individual  de estólidos docentes, sino el trabajo de plumas alquiladas y particularmente de los que han impuesto a la educación pública seguir en la enseñanza los maliciosos textos trazados con ocultación de los hechos que exhiben nuestra solidaridad, y de los signos que muestran el rumbo de nuestra necesaria reunión.

Infúndense así desde las escuelas primarias los principios desalentadores de la confianza en la fuerza moral de América.

La enseñanza de los episodios de las guerras intestinas entre nuestras naciones, en la forma establecida por los organizadores de la escuela, es el modo de levantar murallas chinas en la mente de los niños, haciéndoles creer que el amor a la patria es prepararse para ser, un día, soldados de otra guerra contra América. Los planes de estudios y los libros de texto callan, sin embargo, las causas de esas guerras. Y la formación mental es cuidadosamente privada del conocimiento de la geografía americana, y aun de la geografía local, para que la juventud ignore la inmensa latitud del campo abierto a su acción fácil y fecunda, como la natural complementación de nuestros países, que son uno por la facilidad y multiplicidad de sus medios de comunicación, como por la variedad y diversidad de sus productos de intercambio.

“Progreso”, “Organización”, “Civilización”

En el conocimiento de la obra material realizada para los servicios públicos, los maestros de escuela están sometidos a la denigrante imposición de engañar a los escolares, haciéndoles ver –siguiendo los falsos textos– que todas han sido creadas con “capital extranjero”, bajo la dirección de técnicos de la misma procedencia, y por iniciativa, y consejo de los desinteresados políticos de esas naciones.

La verdad es que –por ejemplo–, a la iniciativa y a la acción de gobiernos argentinos, con capital formado por la renta del Estado y con técnicos nacionales se han realizado las más importantes obras de servicio público; y que gobernantes venales –por eso glorificados– cedieron unas y traman ceder otras, bajo ridículos pretextos y repugnantes pactos, al aprovechamiento sin control de negociantes de Inglaterra u otras; y que toda obra se ha iniciado con dádivas, concesiones gratuitas de privilegios exclusivos y discrecionales, a grupos de aventureros insolventes, sólo respaldados en la seguridad de obtener del mismo Estado argentino sucesivas ayudas financieras para realizarlas. Todo lo cual está documentado y dado a la luz pública en cada una de las horas en que tales negociados se consumaron o intentaron, porque no ha faltado nunca la voz de legítimos defensores de América que han ido jalonando la historia moral de sus pueblos, casi siempre sin consagraciones de poder ni de gloria, pero con certidumbre de la reparación que ha de realizarse. A esas obras se les llama “el Progreso”.

Así también la enseñanza sólo tiende a hacer ignorar a las nuevas generaciones que toda industria en nuestras repúblicas es y ha sido iniciada y explotada por la inteligencia y el brazo de los americanos, y de los pobres inmigrantes llegados el pasado siglo de las naciones prolíficas de Europa, y que la transferencia ulterior de su dominio a la horda de financistas ahora usufructuarios, proviene de la acción de los partidos políticos “a la europea”, cuyos cabecillas no conocen otro designio que el de ser convidados y compartes de los promotores de “negocios con el Estado”, o sea apropiaciones, en provecho de algunos, de las facultades del Estado. A esto llaman “la Organización Nacional”.

Así se nos persuade de la inferioridad de nuestra inteligencia, y de la impotencia de nuestros medios para toda creación en el orden material. De donde es fácil conducirnos a admirar y temer a las naciones dominantes, cuya fuerza, sin embargo, hemos abatido cada vez que ha sido puesta en juego, como la abatiremos en cada ocasión que sobrevenga, pues que ellas decaen en su decrepitud, en tanto nosotros creemos en toda manera de ser y de poder.

Atribúyese en la escuela a dichas naciones la procedencia en el tiempo y la maestría en la rebelión del hombre contra la servidumbre, disimulándose la verdad de su acción histórica de ayer y de hoy, que es establecer, mantener y agravar nuestra servidumbre hacia ellas; y ocultándose con todo celo, cómo en verdad sobreabundan en la vida pasada de América, las pruebas palmarias de ser sus pueblos los promotores de la verdadera libertad, y aun de haber nacido en ellas expresiones inmortales de anhelos de libertad universal, y de conciencia de lucha por la libertad de todos.

Dícese a los niños que en aquellas naciones gobiernan los representantes de sus pueblos, y que son ejemplo, que es de imitar, de un orden que llaman democrático, pero ocultan que tales gobiernos tienen por objeto mantener el goce de dichas naciones sobre el fruto de nuestro trabajo, y que sus llamadas democracias están constituidas sobre el desprecio a nuestras ahogadas libertades; que se fundan en la afirmación de la superioridad de que se jactan sobre el resto de las naciones y hombres del mundo, y que no reconocen otra justicia que la imposición de sus propósitos, ahora por el fraude, como antes por la fuerza.

La escuela es así órgano de sofocación del espíritu de América, guía calculada para ahogar el ansia de libertad de las odiosas coyundas del orden tiránico europeo, al cual se enseña a conocer e imitar, siendo por lo tanto sus ya vistas perversiones y aberraciones, el modelo de las virtudes sociales e individuales, ofrecido para la edificación de las generaciones americanas, desde la época del asentamiento de los actuales dominadores. A esto llaman “la Civilización”.

Moral esclavista

En la historia de nuestros pueblos, la acción de los gobiernos de Europa, y de las organizaciones que de ellos dependen, ha sido, primero, el comercio de esclavos, la busca del oro y la destrucción de los pueblos aborígenes; después, la agresión armada para dominar los puertos, la instigación de guerras intestinas, el negocio de la venta de armas y la trata de blancas, la prostitución de sus mujeres; ahora, en fin, se especializa en la corrupción de gobernantes, la expoliación de nuestro trabajo por medio de sus sociedades anónimas, el enfeudamiento de las riquezas naturales a “concesionarios”; y mañana agregarán las levas de soldados americanos para que defiendan los intereses de los usureros asociados.

Esas son las manifestaciones activas de la civilización europea sobre nosotros. Para hacer posible su realización, los gobiernos de Europa y los gobiernos no europeos hechos a su imagen, han construido sus reglas morales, verdadero sistema de protección del disfrute de las ganancias de todo crimen, cuando del crimen son víctimas los pueblos coloniales.

Al lado de estas reglas morales han puesto sus leyes, su derecho, que son las normas para colocar la fuerza al servicio de los negociadores en las expoliaciones aún no logradas; y para justificar su moral y ese derecho, han mandado escribir las doctrinas políticas, las doctrinas jurídicas y las doctrinas sociales, cuya difusión en el mundo por medio de la escuela, de las universidades, del periodismo y del libro, de la cinematografía y la radio, divide, confunde y subvierte la mente de los pueblos oprimidos.

Aquella moral es la base de sustentación de las conveniencias armónicas de sus componentes, porque ampara el logro, la conservación y el reparto de los provechos de sus exacciones sobre nosotros, simples objetos de sus trabajos, y porque tiende a la perduración de su dominio sobre nosotros, fuente de sus satisfacciones.

Esa misma moral ha sido traída a ser, en América, la base convencional de existencia del Estado administrador de pueblos no dominantes sino dominados: no expoliadores sino expoliados. Y con esa moral, el derecho, el conjunto de las leyes que rigen aquí. Porque todo en América es crimen si no tiende a la seguridad del sistema de nuestra opresión.

Prosíguese la labor de desorganización de la mente nacional en los colegios de segunda enseñanza, con planes atiborrados de historias de guerras europeas que sirvan para hacer temer y glorificar las naciones que nos dominan, y hacer creer en el bárbaro carácter de las otras: de historias de América deformadas con la diatriba para los caudillos que fueron de estos pueblos, libertadores en sus victoriosas contiendas contra invasores, y con alabanzas a los gobernantes que fueron sobornados por las mismas naciones: y de rudimentos estériles de todo conocimiento que nos aleje del medio natural y de la comprensión de nuestro destino.

La milicia armada

Así también ocurre en la formación del espíritu y en la ilustración profesional de la milicia.

Influencias tan perniciosas como antiargentinas tienden a menoscabar el espíritu de libertas con que fueron creadas nuestras fuerzas armadas, intentando transformar en una casta al ejército que San Martín fundó para “proteger la libertad del pueblo” y condujo luego a emancipar pueblos hermanos.

Procúrase preparar a los oficiales argentinos para servir en la defensa nacional, sólo en hipotéticos conflictos futuros con los países vecinos, a los que la enseñanza de la historia patria, de la moral cívica y de la organización práctica de la fuerza señala como enemigos de nuestra paz, de nuestra integridad territorial, de nuestra independencia política, y del desarrollo de nuestra nación. Enseñanza hecha con engaño acerca de conflictos y desarmonías que no existen ni pueden existir; y que corresponde exactamente a iguales engañifas en las respectivas enseñanzas de la historia patria, de la moral cívica y de la organización de la fuerza en el Brasil o en Chile, donde se señala a la Argentina como el hipotético principal enemigo.

Con tan falsas miras y absurdos puntos de partida, se constituyen los núcleos directivos de los ejércitos, destinados a enfrentarse y luchar para debilitamiento de los contendores, para debatir cuestiones de intereses de compañías fraudatarias que se hallen en momentánea incompatibilidad de negocios y con sendos gobiernos a su servicio.

Estos ejércitos, tan necesarios a la defensa de las naciones americanas, sólo se desarrollan en la medida conveniente para enfrentar tales enemigos, más o menos igualmente débiles e inermes; y son dotados con los rezagos y trastos viejos de los ejércitos de las potencias colonizadoras, pagados por cierto a precio de oro, formando así fuerzas inservibles para todo evento de verdadera defensa ante los actos de agresión de los países imperialistas, cernidos amenazantes sobre nosotros para materializarse en contra de cualquiera de nuestras naciones que aisladamente intente realizar su emancipación.

No se imparte –se cuida de no impartir– a la juventud militar, la instrucción que disponga su espíritu y forme su disciplina mental sobre los problemas concretos de la defensa nacional frente a los únicos enemigos de ayer y de hoy, ante los únicos poderes extranjeros que nos han agredido con las armas, y que nos han impuesto tratados y capitulaciones humillantes por el fraude, no porque no se comprenda la real y perentoria necesidad de impartir tal instrucción, sino porque la mano que ha guiado a cada uno de nuestros Estados en lo que atañe a la formación y empleo de su fuerza, es la de los gobiernos imperiales, cuidadosa de asegurar nuestro perpetuo desarme ante ellos, y nuestra mutua contraposición recelosa, y de introducir todo germen debilitador y todo principio de nuevas secesiones.

El conocimiento de los métodos de la defensa continental –defensa nacional por excelencia en América–, está, sin embargo, manifiesto en nuestra historia; en el criterio político y en el arte de conducción de nuestra epopeya a principios del siglo pasado, en base a la coexistencia de Estados independientes constituidos para defender la libertad de sus ciudadanos (obrando estos Estados como miembros de un mismo cuerpo de nación, y por tanto sin reservas en el cumplimiento de la asistencia mutua, no diferenciada de la asistencia de sí mismas). Y también en la técnica de la acción guerrera, que consiste en movilizar los medios propios de nuestras naciones, por los cuales ellas son invencibles en el terreno de su propia defensa.

Y nuestra defensa –unidos–, consistirá, antes que nada en la conducta uniforme de interrumpir la suministración de las especies de que se alimentan y sostienen aquellos cuyo imperio sobre nosotros, debemos derribar. Esto es, poner de una vez de manifiesto la realidad de nuestro poder, más grande que el de los Estados enemigos, porque su ejercicio destruirá los fundamentos de su prepotencia armada.

Para sostener este no suministro de especies alimentadoras de nuestro vasallaje, necesitamos los grandes ejércitos de cada una de nuestras naciones, cuyas oficialidades y jefaturas hayan restaurado en sí mismas la ética militar de las grandes tradiciones, y reedificado la conciencia técnica sobre el estudio de los actos y planes de defensa continental que los grandes conductores militares de América realizaron y trazaron.

Las Universidades

Las universidades, que debieran ser, a su vez, factores de nuestra defensa y órganos de la formación de la cultura de este mundo nuevo, son, en cambio, dominadas por las oligarquías, los medios para proliferar juristas, economistas, filósofos y políticos, y toda suerte de justificadores y auxiliares ilustrados de nuestra impuesta sumisión actual.

El Estado servil, y a la vez opresor, gradúa allí, con las insignias del privilegio, a sus servidores intelectuales.

Así las universidades fortalecen en su seno y en el de las sociedades en que actúan, la mentalidad colonial que viene ya parcialmente formada desde la escuela, y por la prensa y propaganda, laureándola según los méritos de su capacidad de vasallaje, dando teorías a la sobreposición de estructuras de dominio de nuestros pueblos y sofocando en los brotes insurgentes, toda posibilidad de rebeldía, de reivindicación de la verdad y de lo genuino.

En las cátedras de derecho y de ciencias políticas, ocupadas casi totalmente por abogados que cuando no reciben pensiones de empresas capitalistas, están empeñados en lograrlas, se prepara a jueces, diplomáticos y asesores de gobierno que han de intervenir, a su hora, en la formación de leyes, tratados, decretos y sentencias que sean convenientes a los intereses fraudulentos de los estados dominantes, y de año en año se lanza al mercado de la política oficial, nuevos grupos de jóvenes en cuya mente se ha procurado extinguir toda idea de buen servicio a las instituciones jurídicas características de América, y todo principio de comprensión de las exigencias éticas del derecho, como disciplina de ordenamiento y sustentación de los fines propios de nuestras naciones, y de garantía del perfeccionamiento de los individuos que las componen.

Las escuelas de ciencias económicas, constituidas con mal disimulado propósito de instaurar la completa ignorancia oficial de los recursos del suelo y de las sociedades americanas, proveen a nuestros enemigos de servidores amorales expertísimos, y a los gobiernos americanos de funcionarios, que educados en la alabanza al sistema de fraudes y rapiñas que llaman “capital extranjero” y “finanzas internacionales”, convierten las funciones públicas en instrumentos activos contra la economía nacional.

Las escuelas de ingenieros forman técnicos condenados a subordinarse al servicio de empresas extranjeras, bajo dependencia de llamados “expertos”, que nada construyen y se ocupan en repartir sobornos a individuos investidos de poder público; o que, puestos en servicio del Estado, deben caer en el aniquilamiento de su capacidad, ceñidos a horizontes estrechados. Ni el hombre ni el suelo nacional, ni la economía son dadas a conocer en estas escuelas, cuyos alumnos están llamados, en su futura actividad a obrar en tan inmediata relación con la naturaleza y el hombre americanos.

Las escuelas de medicina lanzan legiones de gentes que no han abierto los ojos al conocimiento de los principios de la vida, ni han sido instruidas para ver en el sufrimiento humano el estado de servidumbre a la ignorancia, a la injusticia y a la avaricia; en quienes, en general, la idea de servicio ha sido borrada, y con ella el sentido de verdadera compasión, llegando hasta convertirse en meros repartidores de fabricantes de drogas y de negociantes de alimentos desvirtuados o adulterados. Conducidos, a pesar suyo, a una progresiva decadencia moral y mental, por el desorden creado por gobernantes que hacen de los problemas de la salud pública un reclamo electoralista, y que organizan sus servicios sobre la inicua explotación de los profesionales empleados del Estado, llegan a la miseria, gestadora de su futura incompetencia y degradación moral.

Todo esto es el drama permanente de los graduados universitarios honrados que luchan por la dignidad y competencia de las profesiones, a quienes nos dirigimos convocándolos para que nos acompañen en el esfuerzo de liberación de nuestros pueblos, único camino por el que se llegará a la capacitación social y a la honradez y perfección humanista de su técnica.

La prensa ya no es órgano de opinión ni de cultura, ni siquiera de objetiva información. Regida por la voluntad de empresas inglesas y norteamericanas, o de otras extracciones por medio de presiones bancarias y de dádivas y alquileres, ajusta sus informaciones y apreciaciones, no sólo al fin de ocultar la verdad y perturbar el juicio público, sino al de confundir el pensamiento individual sobre todo asunto de interés común, a la vez que desmoralizar a nuestras naciones con la maliciosa ocultación de nuestro poder y capacidad, y con la difusión de ideas conducentes a la práctica de los más destructores vicios, cuya generalización es la meta de los planes de perpetuo dominio de los poderes extraños.

No existe en nuestras repúblicas traidor que no reciba de la gran prensa glorificaciones; ni electoralismo que no goce de su auxilio; ni injusticia que no justifique. No hay desgracia nuestra que inspire a ese periodismo una palabra de reclamación de su remedio; ni rebeldía que no vitupere; ni manera de infectar y deprimir la mente americana que lo practique.

A este sistema se llama “libertad de prensa”, siendo su negación, pues queda el pensamiento nacional sin expresión, porque las pequeñas hojas que pudieran servirlo se hallan impedidas de satisfacer la demanda pública, por la confabulación de las grandes publicaciones, fundada en el aplastante poder de impresión y de reparto de que disponen. De donde deriva la humillación del periodista americano, constreñido, por el engranaje descripto, al abandono de su función verdadera.

Análogamente la cinematografía importada es escuela para exaltar las virtudes imaginarias de valor, caballerosidad, abnegación, lealtad, sabiduría y humanitarismo de los que actúan en servicio de los opresores y para demostrar la criminalidad de las rebeliones de otros pueblos oprimidos como nosotros e inducir en la juventud tal sensualismo que aleje a los pueblos de toda acción defensiva, dispersándolos por el premio siempre ofrecido a los que defeccionen de sus deberes morales de ciudadanos.

Cuyos medios de acción son formas distintas y concurrentes a la conversión de las gentes de América hacia una pasividad puramente receptiva, sujetos adocenados conforme al orden y quietud más convenientes al invasor, para que toda rebeldía, y aún todo viril pensamiento no nazca, y que toda viril actitud no se conciba siquiera, distrayendo las mentes de la atención de los asuntos públicos, y consumiendo la capacidad de pasión hasta reducir a muchos individuos en espectadores poseídos de frenesí en la contemplación, audición y lectura de sutilezas y feminidades.

América resurge contra todo

Este plan organizado de oscurantismo y disolución, si bien pervierte a algunos, desalienta a otros, y perturba a muchos, no ha sido capaz de domeñar la fuerza incoercible del espíritu de libertad y unión que vive en cada hombre de América, que superando las celadas tendidas a su entendimiento en cada etapa de su educación, y en cada momento de su desolada vida, resurge para luchar por la promoción de la cultura y de las instituciones tutelares de su desenvolvimiento individual dentro de nuestras sociedades nacionales homólogas.

Cuyo orden de cosas que aflige tan hondamente a la vida argentina, pone de manifiesto que el estado no sólo no llena sus funciones de ordenación de la vida nacional para la preservación de sus individuos, sino que subvirtiendo sus fines, actúa hacia la extinción nacional, contra toda razón y justicia, como que sirve intereses concebidos en las mayores perversiones de la conducta humana.

Pero los pueblos no pueden subsistir sin un orden que afiance su unidad y ampare la existencia y perfección de sus individuos.

Los esfuerzos sistemáticos de la oligarquía de América, empeñadas en mantener los intereses extraños, no han podido postrarnos en el abatimiento, ni anonadar nuestra esperanza de libertad, ni menoscabar la voluntad de ser naciones de hombres libres, solidarias entre sí, que está en el hondo sentir común de nuestro pueblo. Ni, menos, podrán evitar que confrontemos, como confrontamos, esta identidad de causa que nos une, ni detener el esclarecimiento por el que la juventud de América insurge contra las enseñanzas y doctrinas estupefacientes de la Europa; ni impedir que establezcamos la armonía general en la acción.

Ante la nueva crisis de Europa

Hallámonos hoy ante el conflicto armado de Europa, que tiende a envolver a otras naciones además de los comandos beligerantes que lo han desencadenado.

No podemos sentir ninguna inclinación hacia cualquier agrupación de estos poderes contendientes, como que la guerra de ellos es sólo un disturbio interior de Estados que nos son igualmente adversos.

Lo que corresponde a América no es adscribirse a las parcialidades de esta guerra en que los poseedores del mundo se afanan por retener los resortes de su sistema de lucro y opresión, ante el ataque de los que meramente quieren reemplazarlos, sino comprender que comienza un nuevo período en la guerra secular –en este siglo relativamente incruenta–, de los Estados dominantes contra nosotros, y que evidenciándose la extrema falacia de la civilización europea, que ha establecido el vasallaje económico de los pueblos y el servilismo mental de los grupos dirigentes, es la hora de que se reconcentre en sí misma para encontrar su propio camino y formación.

Por lo que estamos de antemano definidos, como constructores de nuestra Nación, ajenos a las pasiones que no sean las que mueven a afianzar su carácter, restaurar su libertad y remover los obstáculos opuestos a la emancipación de su cultura, como esperanza de la humanidad.

Aquí reside lo esencial de nuestro llamado a las naciones hermanas, a las fuerzas que promueven su conservación, a todos los núcleos, aún aislados, a todos los ciudadanos, aún solos.

Así es que nuestra substancial neutralidad no es retraimiento de cómodos espectadores, sino convicción de que nuestras naciones deben movilizar su voluntad independiente y unificar su fuerza para no ser ya posesión de los bandos ni botín de los vencedores.

Y si bien la perfecta claridad de nuestro juicio, y su exacta correspondencia con nuestra acción y con la tradición radical argentina son bastantes para hacer innecesarias más concretas observaciones sobre lo que cada poderoso Estado mercantil significa a nuestros ojos, debemos descender a especificarlas porque turba las inteligencias una inmensa ola de confusiones, agitada por los poderes expoliadores y sus mercenarios.

Inglaterra y Francia, que a sí mismas se llaman Imperios Democráticos, están ciertamente investidas de la primogenitura en el usufructo de las riquezas y trabajos de los pueblos pacíficos, así de sus rotuladas colonias como de las desorganizadas y traicionadas repúblicas de América. Y son realmente Imperios porque usan un poder de fuerza realizado en apropiaciones violentas unas veces, y otras por amenazas de destrucción, y mantenido por coacción y corrupción, sin sombra de derecho ni razón de legitimidad, mientras el derecho de las naciones no tenga por base la capitulación de los vencidos y el quebrantamiento de la soberanía de los entregados por traición. Pero no son democráticos, porque consistiendo la democracia en que los pueblos se den sus propias instituciones y gobiernos, no existe donde un pueblo domina a otros, y porque la preservación de la libertad de los individuos de las sociedades morales humanas, forma y esencia de la democracia, son incompatibles con el sistema de agresión militar y de expoliación fraudulenta practicado por esos imperios sobre las naciones sometidas, erigiendo sobre ellas el privilegio de las castas de mercaderes que ejercen sus gobiernos.

En verdad en estas naciones hubo en otros siglos movimientos populares que se orientaron por los ideales perpetuos de la humanidad, pero éstos no son ahora el fundamento de sus instituciones internas, a la vez que en el mundo su función es sólo conservadora o progresiva de sus expoliaciones.

Junto a ellos, los Estados Unidos de Norteamérica, sólo geográficamente americanos, representan su mismo sistema, orlado de grandes y bellas palabras, mas realizado en arrebatadas depredaciones de pueblos americanos; cuya nación, si bien no oficialmente beligerante todavía; proyecta sobre las nuestras su bien conocida resolución de agravar la servidumbre, compartiendo el dominio de los dichos imperios.

Así también Alemania, que hace la guerra en reclamación de una parte del dominio colonial del mundo, ahora poseído por sus contradictoras, y proclamando sin cesar la necesidad de “un concierto de paz europea” fundado también en la afirmación del derecho de aquel continente a seguir ejerciendo exacciones en el mundo; y en una repartición de los provechos hasta ahora monopolizados por los otros imperios.

Italia, como Alemania, han establecido sus actuales regímenes políticos sobre la negación confesada, y aún sobre el repudio jactancioso, de la idea de la libertad del hombre, y promovido fuera de ellas diversos esfuerzos para crear un sentido de sumisión al dominio material de empresas de fuerza, exaltando dentro de ellas y en Europa, como entre los europeístas de América, todo lo que pudiera llevarlas a gran categoría imperial, o sea a equipararse a los estados que mejor representan la civilización esclavista de Europa.

Rusia, que ya tenía recelada su cualidad imperial en Asia, completa ahora el desembozo de su verdadera fisonomía política e ideológica con actos recientes en sus fronteras europeas que no difieren de la política secular de sus anteriores regímenes autocráticos de gobierno. Dentro de la organización general de la mentira y el confusionismo que existe en el mundo actual, en extensión y profundidad hasta ahora nunca vistas, Rusia se destaca porque después de haber alentado esperanzas de justicia social y reivindicaciones populares, llega a palmaria equiparación en fines y procedimientos en el juego de las llamadas potencias europeas, a la vez que sus agentes y corifeos en nuestros países agitan banderolas de coloración cambiante, para crearle medios de acción política y confusionista que el gobierno ruso pueda vender o dar en alquiler en el mercado de las combinaciones de las demás potencias. La política del Estado ruso es la demostración más clara de que sólo sobre bases morales serán posibles las profundas transformaciones de perfeccionamiento de los pueblos.

Todas las nombradas potencias representan para América en el mundo, la negación de su ley moral: “Los hombres deben ser sagrados para los hombres y los pueblos para los pueblos.”

Nuestra República y sus partidos de hoy

La reparación de los bienes en que funda su existencia no la obtendrá la República de los partidos de hoy que viven disputándose medrar en el gobierno, y rivalizando en celo para conquistarse la buena voluntad de los opresores.

Algunos de los cuales, asociados en una “concordancia”, en que conservan sus individualidades para dirimir las cuestiones de reparto, exhiben cínicamente su común adhesión a los poderes y fuerzas extranjeras que les han encomendado administrar el poder gubernativo, dándoles dinero y prensa, para realizar comicios sucios por la defraudación a la soberanía popular y por la defraudación a los derechos de la Nación, para lo que se ofrecen al unísono. Estos, actuales favorecidos de la fortuna, declaman sobre la libertad y sobre el sistema político de la Constitución, frecuente ocasión de adular a Inglaterra –metrópoli económica–, en quien señalan la nación progenitora de nuestras libertades; así como si la actual guerra, en lugar de producir la insurrección de los pueblos, que es nuestra esperanza, diera otros vencedores que Inglaterra, se les vería ofrecérseles proclamando los dogmas de sus sistemas políticos.

Su adhesión al interés mercantil los ha llevado a las más inauditas realizaciones en el camino de la entrega de las potestades de la soberanía nacional, hasta someternos a una servidumbre de tratados, tributos y homenajes que ha hecho de nosotros la más proficua y la más fácil presa tomada, mediante fraudes, por Inglaterra.

Las agrupaciones de los socialismos fluctúan entre su habitual y desembozada complicidad con las operaciones de la oligarquía, y la organización de empresas electorales con los partidos llamados democráticos para traer mayor confusión que estorbe el resurgimiento de la conciencia nacional, acentuando la atonía cívica que asegure la efectividad y la impunidad de los avances del imperialismo.

Uno de ellos, que habitualmente logra una pizca de participación legislativa, representando una minoría de intereses extranjerizantes constituidos alrededor del puerto de Buenos Aires, mantiene aún su significación de elemento perturbador de la conciencia pública, particularizando su acción en favor del mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo de la Capital, creado sobre mayor exacción de los pueblos laboriosos del resto del país. Cuya participación legislativa, confrontándola con los hechos de la vida nacional, los ha mostrado siempre en aversión activa a lo americano, cuando agitaron su banderola por la participación en la otra guerra mundial, en la Sociedad de Naciones y en la Unión Panamericana; cuando, en defensa de los intereses de Inglaterra y de Estados Unidos, resistieron, con la oligarquía, la nacionalización del petróleo; cuando se opusieron a la Reforma Universitaria; cuando con egoísmo y satisfacción proclaman nuestro alejamiento de las otras naciones del América porque seríamos “un país blanco y rico”; cuando recogieron su parte en los despojos de la soberanía popular, tomando sitio en las administraciones legislantes creadas por el poder extranjero desde 1930; y cuando, por omisión han servido al imperialismo, cuya opresión sobre nosotros por años y años no han querido denunciar, y sí negado, hasta los días recientes en que las consecuencias de nuestra protesta pública les ha hecho ver utilidad en no encerrarse en tan proficua contumacia.

El otro, llamado comunismo, formado por adictos al gobierno de Rusia, actúa según las cambiantes instrucciones que convienen al grupo dominante de aquel país, que alternativamente los pone en servicio de otras naciones europeas, según varía su comercio diplomático.

Uno y otro de los socialismos, quieren ignorar la condición del pueblo argentino, cuyo persistente infortunio, no escrito en libros europeos, les despierta mofa y desprecio, expresados no en forma incidental ni equívoca, sino con acento jactancioso de una política que titulan “científica”, y que los separa en medida que jamás comprenderán, de esa América que llaman “criolla” y “bárbara” porque ama la libertad y no es sobornable.

También bajo el auspicio de tendencias no americanas se exteriorizan agrupaciones propiciatorias de la sustitución del régimen republicano por un sistema de abominación del pueblo, negador de su vocación de libertad, y que se dice, sin embargo, concebido en amor a la Nación, en lo que se muestra una contradicción antinatural, porque la Nación argentina, como sus hermanas, no se forma por el privilegio de sangre ni de nacimiento, ni son tampoco desarrollos de fueros troncales, ni se fundan en uniformidades de creencia dogmática. De manera, que Pueblo y Nación son equivalentes en América, lo que no comprenden los europeizantes, para quienes la Nación es formación adversa a la convivencia igualitaria de los hombres que no exhiban un común entronque con viejas identidades de sangre y de subordinación.

Para la fundación de tal sistema se pretende concitar los sentimientos patrióticos, y se procura desunión en el pueblo, primero por los odios –a que somos tan extraños–, que dividen a los pueblos de Europa, sea de nacionalidades o de desavenencias de credo; luego separándonos, entre nosotros americanos, como miembros de comunidades nacionales opuestas; finalmente procurando disolver nuestra unidad cívica, separándonos en corporaciones profesionales, para que sólo se aplique la mente argentina a los problemas reducidos de los oficios, de que los argentinos están cada vez más desposeídos, y vivamos en perpetua y universal contradicción de intereses, despreciando el considerar todo lo que nos une y da carácter de Nación.

En cuyos fragmentos se disperse la fuerza material y espiritual argentina y se diluya la conciencia pública, para ser más fácilmente conservado y extremado el estado actual de sujeción al poder exactivo y corruptor que de hecho ejercen los capitalistas fraudulentos de las naciones imperiales, que vendrían a ser una potestad omnímoda, ya entonces investidos de un reconocido y formal poder de resolución oficial en todo asunto de la vida nacional.

Esa doctrina de emboscada al sentimiento patrio, da categoría, tan falsa somo circunstancial, a diestros embaucadores, y enreda a no pocos jóvenes que quisieran no ser espectadores del proceso de esclavización nacional que padecemos, y que, sin embargo, por la engañosa trama de palabras que encubren el designio tiránico y explotador de los poderes europeos, concertados en lo espiritual como en lo comercial, quedan reducidos a ser instrumentos activos de nuevos avances de las fuerzas de avasallamiento. Las que, lograda la sujeción de los resortes del poder, por los denunciados medios del golpe de mano y de sometimiento de pueblos, buscan asentar su dominio, copando fuerzas destinadas a la emancipación, por medio de los abalorios mentales de falsas doctrinas.

Y para que todos estos males pudieran consumarse, el partidismo político, en goce del poder y al servicio de la confusión, ha incorporado a su esfera a aquellos que usando fraudulentamente el nombre de la Unión Cívica Radical –que es unión revolucionaria y no partido electoralista– prestan a los traficantes políticos internacionales el inequívoco servicio de ensombrecer la conciencia popular, desviar sus reacciones, aniquilar sus esperanzas reivindicatorias, y calmar las inquietudes en toda hora de mayor caída. En quienes se ha exaltado apetitos que buscan saciedad, ya en actuales ayudas mercenarias a cada empresa de criminosa venta de bienes nacionales al poder extranjero, ya un servicio de las empresas de deformación del pensamiento público; y que se ofrecen, con cínica desenvoltura y pertinacia, en la esperanza de ser escogidos y más ampliamente sobornados, por aquellos traficantes, como conductores que lleven al pueblo argentino a la humillación y servidumbre.

Estos profesionales de lance, que no sobrenadan sino por el crédito que le dan los diarios pagados por empresas, no cuentan con otros medios de acción que la falacia de su amor al pueblo en el radicalismo, y su declarada adhesión al sistema institucional, cuya desvirtuación manifiesta, proveniente en parte de brechas de la Constitución, agravada por su práctica deshonesta –no interrumpida sino por el gobierno de Yrigoyen–, ellos procuran extremar mañana, en nombre de hipotéticas representaciones legítimas del pueblo argentino.

Rivales de los demás partidos que con ellos contienden bajo la complacida observación de las embajadas extranjeras que reparten honras y beneficios, les exceden en culpa, porque ni socialistas ni conservadores pueden ocultar su posición antinacional, en tanto que ellos logran sus representaciones, papeles y rentas, sólo en gracia a que aún sorprenden a algunas conciencias argentinas bajo el disfraz de radicales.

Restaurar la unidad nacional en el pueblo

En la descomposición en que se agitan los mercaderes de todos estos partidos, unos diciendo sostener, y otros negando la democracia, confesándose aquellos, políticos profesionales, por tener larga práctica en negociarse y diciéndose éstos apolíticos, porque reniegan del pueblo y rodean a generales cipayos, se asientan sobre nosotros los imperialismos, que ya preparan a la opinión pública para que soldados argentinos vayan a defender con las armas su vacilante estructura.

Nadie que mire con mente limpia el desorden resultante de la acción combinada de tantos factores como se ha debido examinar, podrá dejar de ver que pasamos por un estado de persecución impune, en que la indefensión de América es la clave del éxito de los países opresores; y que la diversidad de aspectos de nuestra actual aparente derrota, se reduce a la disolución moral en la dirección de Estado y a la confusión mental que contiene y enerva el desarrollo de la conciencia de su juventud que ignora la existencia del cauce histórico del radicalismo, sólo momentáneamente cegado.

F.O.R.J.A. lucha sin cansancio, por la formación de esta conciencia, que será voluntad y hierro, dirección y fuerza en la crisis que en el porvenir cercano alumbrará.

Sostenemos que es preciso restaurar nuestra unidad, por la higiene intelectual que limpia el pensamiento de toda suciedad de doctrinas hechas por los enemigos colonizadores y perseguidores, y por su exclusión de todo ejercicio de poder.

No entendemos que pueda existir conflicto, ni latencia de conflicto, entre naciones de América, que no sean el fruto de tramas financieras antiamericanas, sostenidas por gobiernos instituidos por fuerzas extrañas a nosotros para operar contra nosotros. Y así entendemos que la homologación política fundamental de nuestras naciones, sólo podrá fructificar promoviendo el gobierno propio en cada una de ellas, esto es por la erección de representaciones que no tengan otra función que servir a los fines propios de estas naciones unidas.

Garantir la libertad

La fuerza de América es el pueblo. Su dispersión en sectas, partidos, oficios o parcialidades sobre la crisis europea, es crimen contra la existencia de nuestras naciones.

La unidad del espíritu del pueblo es el común amor a la libertad, que es el ambiente de la dignidad del hombre y el medio de alcanzar su elevación moral. Pero las bases legales de nuestras repúblicas no son perfectas garantías de la libertad, porque no contienen las previsiones de conservación de las sociedades nacionales, que son el ámbito de la libertad. Si las leyes y los gobiernos no privan las actividades encauzadas a turbar nuestras sociedades y a dominarlas para beneficio de ajenos poderes o de facciones interiores, nuestras sociedades son factorías, no naciones.

Las constituciones americanas, dadas sobre la afirmación de la voluntad popular de ser independientes de toda dominación extranjera y con clara definición de la soberanía de los pueblos para regir sus propios destinos, han sido dictadas después de que el sistema político del gobierno del pueblo por sus elegidos, había sido socavado por la creación de instrumentos aptos para cercenar los poderes de los gobiernos populares, dejando a los representantes como inertes figuras en el drama del mundo. Tales las sociedades anónimas y los títulos al portador, que concentran potencias de acción económica y de corrupción en las manos de los verdaderos y embozados rectores de la vida de las naciones. Cuyas potencias creadas por los países colonizadores como herramientas de su acción, operan en ellos como parte dependiente del estado, sirviendo sus fines de dominación exterior.

Y entre nosotros, sobre el estado y contra las naciones, incontrolables por su escuela anónima y por su origen extranacional. Desarrollan aquí su acción en el dominio del Estado mismo, por delegación de sus facultades, invistiéndose de una potestad de exacción que es su único capital, a diferencia de su acción los sitios de origen, donde han podido representar agrupación de medios de creación material.

Los estatutos básicos de nuestros pueblos, formulados promediando el siglo pasado, padecen ignorancia del peligro cierto que esos modos de operar comportaban a la clase de gobiernos que se quería instituir y éstos quedaron en la desprevención, y aún en la pendiente de fomentar el crecimiento y la consolidación de los poderes ocultos que, así, han venido a regir, sin contralor, sobre el trabajo y la tierra de América.

De donde el sufragio popular queda como fuente de representación no de poder. El régimen de la economía no se inspira sino en los amorales dictados de ocultas potestades; la seguridad de la subsistencia de los hombres se anula, acorralando al americano en cada vez más estrechos y miserables terrenos de refugio.

Esto es la negación de toda libertad por el quebrantamiento de todo resguardo del espíritu libre en que se inspiraron las constituciones, cuya vivificación, sobre la experiencia del doloroso vivir contemporáneo, se presenta en nuestras conciencias como un imperativo de primada urgencia.

La libertad de comercio, que se dice base de estas organizaciones, no necesita para subsistir amparar la formación de ocultas concentraciones ni puede subsistir sin la eminencia y soberanía efectiva del pueblo, que repugna a la creación de poderes autárquicos obrando según sus particulares intereses. Pues que esta libertad es el medio para fomentar la vida y el desarrollo material de las sociedades y de cada uno de sus componentes, no ha de generarse a su sombra la fuerza de obstrucción de la actividad del hombre americano, y de destrucción del ser moral de sus naciones.

También en la formación del carácter de nuestros pueblos vemos la falencia del ideal constituyente, pues que al amparo de la libertad de enseñanza se ha introducido la más siniestra conjura disociadora por la suministración de los venenos mentales de las parcialidades, falsas doctrinas y oposiciones de Europa, a las mentes infantiles y juveniles en las escuelas que con rara uniformidad rivalizan en fundar y dotar las sectas, las naciones, los imperios, y aún las simples empresas comerciales de Europa, tratando de traer entre nosotros la absoluta incomprensión mutua y la perenne disgregación de nuestras acciones.

Nuestro gran programa

Así queda formulado el gran programa de reparación fundamental de la Unión Cívica Radical, que es el movimiento que afirma en nosotros la unidad espiritual indeclinable de la nacionalidad argentina, y que, a desemejanza de los partidos políticos no tiene pequeñas cartillas que definan ciertos objetos circunscriptos como meta de su obra, o como base de su existencia. No es un pacto expreso de unos cuantos individuos lo que nos une; ni nos mueve la idea de ciertas reformas cuyo alcance fuera el destino elegido de una transitoria asociación.

Consideramos que políticos particularistas pueden arrogarse la atribución de establecer series de soluciones, para ciertos problemas que atañan circunstancialmente a ciertos intereses, que ellos erigen en fin real o supuesto de sus partidos, actuando en oposición a otros partidos que sirvan a intereses contrarios; pero que los pueblos no tienen formulaciones detallistas, tarifadas, pues no deliberan sobre abstractas hipótesis, ni son representados en su unidad por los partidos, organizaciones que sólo existen para lo utilitariamente parcial. Y que los fines propios de nuestras naciones, se definen por el origen y formación de ellas, como por el examen de las angustias de la vida general de sus componentes, para deducir de sus ensueños y desfallecimientos, aflicciones y carencias, la necesidad de obrar con las fuerzas totales de su colectividad, en el sentido de su conservación y perfeccionamiento, tan pronto como se pueda remover las influencias agresivas que las oprimen, y tan ampliamente como lo consienten, cada día, la magnitud y eficacia de sus medios de acción.

El señalamiento de un plan determinado de cosas a realizar en un momento incierto, y en circunstancias de infinita variación, establecida como regla básica de acción colectiva, deja en la indefensión a hombres y naciones en las variantes circunstancias y contingencias de su rebelión contra la servidumbre; quienes sólo pueden hallar en todo momento apoyo mental en su fuerza moral, en el venero inagotable de las convicciones de una justicia anterior y superior a las creaciones concretas de una política precaria.

Creemos hallarnos, como naciones, en situación tan distinta a la que demandan las más elementales exigencias de la organización de entidades de hombres libres, que no discernimos reforma parcial alguna que sea útil ni legítima sin la previa promoción de la conciencia continental activa. Hecha la cual, la grande e inmediata mutación de cosas, tendrá su mejor guía en el espíritu de justicia y de libertad que es su contenido y fundamento.

Por eso sostenemos que basta a las fuerzas reivindicatorias de la libertad de las naciones americanas, la voluntad de restaurar las bases de igualdad y de libertad en que se formaron, y de robustecer los resguardos de esta libertad de sus componentes, no sólo actuales, sino para todos los hombres del mundo que quieran habitar su suelo.

Que en esta fe, no desvirtuada por parcialidades, y esclarecida en la fuerza de nuestra gran reunión, los hombres y mujeres de América hallarán iluminaciones y certezas para proveer a cada necesidad de amparo, a cada necesidad de defensa; a toda necesidad de creación.

Buenos Aires, noviembre de 1939.