Filosofía en español 
Filosofía en español


Mauricio Iriarte, S. J.

“El Ingenioso Hidalgo” y el “Examen de ingenios”

Qué debe Cervantes al Dr. Huarte de San Juan

Cuando, hace ya tiempo, leí por vez primera El Examen de Ingenios, de Huarte de San Juan{1}, movió no poco mi curiosidad el parentesco que me parecía descubrir entre la doctrina de este singular libro y algunos pasajes del Quijote. Supuse, desde luego, que en los comentarios quijotescos se habrían tomado en cuenta aquellas coincidencias; por lo que hube de sorprenderme al no encontrar en ellos apenas una alusión, ni aun entre los fértiles glosarios de Rodríguez Marín.

Fue algún tiempo después cuando topé con el opúsculo de Salillas dedicado al mismo asunto{2}. Y quiero hacer notar que esta lectura fue posterior, no por afán de originalidad, sino por rechazar cualquier suposición de haber sido sugestionado por ella en mis apreciaciones. El capítulo que aquí publico forma parte de una amplia monografía en que estudio al insigne médico y sociólogo navarro y a su libro; y me he decidido a adelantarlo en la publicación precisamente por el silencio con que se ha preterido entre los cervantistas el citado opúsculo de Salillas{3}. Acaso han dado a ello pie las exageraciones del mismo autor, pues en ciertos casos despuntó de sutil y quebró el asunto por aguzarlo demasiado, y, en cambio, despistáronsele argumentos de gran fuerza; pero la tesis central no pierde por ello su real valor. Y si aspiramos a una perfecta noticia de nuestra historia cultural y de sus grandes figuras –como son las dos que aquí nos ocupan– no podemos pasar por alto cualquier rastro de sus dependencias o coincidencias.

Vamos, pues, a investigar si Cervantes utilizó en sus obras la del Dr. Huarte de San Juan, y en qué grado, y si lo fué no sólo episódicamente, sino en manera que toca al nervio mismo de sus creaciones, aunque sea accidentalmente. Nos atendremos más de propósito al análisis del Quijote; las varias huellas que descubramos en otros escritos del Príncipe de nuestros Ingenios corroborarán las conclusiones del estudio principal.

I

La boga que adquirió en su época el Examen de Ingenios es mucho mayor de lo que pueden juzgar, no ya cuantos ignoran la existencia de tan excepcional libro, sino hasta los mismos que lo conocen y aprecian. De mi mano tengo anotadas cerca de setenta ediciones, después de descartar algunas inexistentes que todavía se enumeran. Antes de salir a sus aventuras El ingenioso hidalgo, había obtenido el Examen de Ingenios diez ediciones en castellano y otras tantas en otros idiomas. No interesó, por desgracia, en los medios universitarios y gubernativos españoles cuanto hubiera sido de desear para bien de la cultura; pero se leyó bastante, y de su influjo en la literatura tenemos textos curiosos que nos entretendrán en otra ocasión. Cervantes, quien, por propia confesión, era «aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles»{4}, no pudo desconocer libro de tan raro éxito editorial en el campo filosófico, cuyo solo título era una golosina. Y una vez conocido, él, dotado de tan viva perspicacia psicológica, espíritu tan nuevo y tan abierto, se complació en el arrojo mental con que Huarte señalaba nuevos rumbos a la psicología y a la pedagogía, encontrándose con un alma que, aunque trabajaba en campo muy diverso, era muy afín a la suya.

Aquella obra brindaba no sólo materia de curiosidad al lector, sino mucha ciencia útil al novelista. Es un tópico, pasado ya, el hablar de adivinación del genio y de facultades creadoras. La historia de las ideas y la crítica moderna –aun a trueque de grotescas exageraciones–, han corregido ese vulgar concepto, dando a conocer en la mayoría de los casos los materiales de que se formaron las llamadas grandes creaciones. La facultad privativa del que llamamos genio es una típica facultad de coordinación, conjugación y elaboración de experiencias y conocimientos del autor, junto con un excepcional poder de forma y expresión sensible, sin lo que aquella primera facultad es baldía e inerte.

Los más fervorosos cervantistas han emulado unos a otros en la indagación de los materiales empleados en sus obras por Cervantes: literatura precedente, sucesos de su propia vida, modelos vivos de sus personajes literarios, &c. Entre estos materiales aparece en puesto preferente El Examen de Ingenios. Nadie será tan atrevido que afirme haber tomado Cervantes de allí la idea y figura de su Ingenioso Hidalgo; pero que ellas se perfilasen, y adquiriesen consistencia y color, y gran parte de su nervio de vida, al cruzarse con la obra del Dr. Huarte, nadie habrá de dudarlo.

Observemos que el El Quijote es, ante todo, la manifestación de un carácter o modo de ser, del temperamento, natural, índole, ingenio o como quiera llamársele del héroe de la novela. Su concepción y desenvolvimiento requería en la mente de su creador cierto fondo de conocimientos más o menos vulgares de caracterología.

Era, además, el ingenioso hidalgo un ser psicopatológico, cuya realización artística había de basarse en un sabio trazado de los rasgos temperamentales; pues si en la interpretación de todo carácter se ha de atender al fondo constitucional biológico, en los casos mórbidos lo es de necesidad ineludible. Precisamente es una de las contribuciones más meritorias de Huarte de San Juan a la psicología y pedagogía el haber ponderado casi hasta el exceso la correlación que existe no solamente entre lo psíquico natural de un hombre y su complexión física, sino entre estas condiciones naturales y lo psíquico moral. Con este principio, como con una clave ideológica, va resolviendo los varios problemas del Examen; y Cervantes lo aceptó tan de buen grado que le bebió hasta sus palabras al maestro. Véase el siguiente paralelo de textos:

Texto de Huarte

«Porque todas las ánimas racionales y sus entendimientos, apartados del cuerpo, son de igual perfección y saber... Del temperamento de las cuatro calidades primeras nacen todas las habilidades del hombre, todas las virtudes y vicios, y esta gran variedad que vemos de ingenios... El ánima es la mesma por todo el discurso de las edades, y tan perfecta como Dios la crió al principio; sino que por los varios temperamentos que el cuerpo adquiere en cada edad, por esto obra el ánima con más dificultad las obras virtuosas y con más facilidad las viciosas»{5}.

Texto de Cervantes

«Porque las ánimas todas son iguales y de una misma masa en sus principios, criadas y formadas por su Hacedor: y según la caja y temperamento del cuerpo, donde las encierra, así parecen ella más o menos discretas, y atienden y se aficionan a saber las ciencias, artes y habilidades a que las estrellas más las inclinan.»{6}

 

No menos que este principio básico de caracterología asimiló Cervantes su desarrollo y las aplicaciones prácticas contenidas en El examen de ingenios: los signos anatómicos y fisiológicos de los temperamentos, sus conexiones con el ingenio, y del ingenio con la conducta; y gracias a la doctrina allí aprendida procedió con tan admirable destreza al dibujar la afección psíquica de su héroe, en consonancia con la constitución corporal y las condiciones de vida por él ideadas.

II

Salillas puso un gran empeño en demostrar que el apelativo de ingenioso impuesto por Cervantes a su hidalgo se deriva del Examen de ingenios, donde, en su sentir, ingenio tiene un sentido patológico, y en tal sentido ha sido llamado ingenioso aquel hidalgo. Yo tengo también por casi indubitable ese origen del calificativo; mas la razón dada la tengo por inadmisible. Para Huarte, ingenio es la disposición natural o conjunto de facultades psíquicas de un sujeto, contrapuesta a temperamento, que es la disposición anatómico-fisiológica. Cervantes mismo no podía haber empleado aquel término en la significación supuesta por Salillas, puesto que en otras ocasiones lo entiende diversamente, por ejemplo, en el prologo del Quijote, como talento vivaz y ansioso de ciencia. Aquí hay que buscar una explicación psicológica, en armonía con el modo de ser lingüístico de Cervantes. Era él un tipo auditivo, como lo puede verificar cualquier mediano lector de sus obras; por lo que en gran número de casos, con tendencia o no humorística, la fonía o cadencia determinan la formación, uso o situación de las palabras. Habituado, pues, su oído a la palabra ingenio, por la detenida lectura del examen de ellos, establecióse automáticamente en su imaginación esa eufónica asociación del apelativo ingenioso con el nombre de hidalgo; y sonándole bien, la estampó a la cabecera de su historia con la genial espontaneidad con que procedía su estilo.

Lo que él entendía por ingenioso era, sin duda, una índole de ánimo vivaz inclinada a singulares y raras (él diría descomunales) ocurrencias. Y también por este concepto depende de Huarte; el cual, aunque está muy lejos de identificar el ingenio con la psicosis, sostiene que apenas hay individuo que no padezca alguna desarmonía psíquica, por el predominio de alguna cualidad temperamental o deficiencia de otras. Tal acaece en modo especial a los intensamente dotados; «por donde dijo Platón, observa, que por maravilla se halla hombre de muy subido ingenio, que no pique algo en manía, que es una destemplanza caliente y seca del cerebro»{7}. Según esto, Alonso Quijano fué justamente apellidado ingenioso; porque era caliente y seco de temperamento, como luego veremos, y de subido ingenio, con su tanto de manía, primero por la caza, y después por la lectura; hasta que, recalentándosele y desecándosele el cerebro, vino a dar en la monomanía plenamente psicopática.

Un típico ejemplo de esta manera de ingenio, en su desenlace agudo, presenta Huarte en Demócrito, y fué, al igual que otros casos de demencia, motivo de inspiración para Cervantes:

«Demócrito Abderita fué uno de los mayores filósofos naturales y morales que hubo en su tiempo, aunque Platón dice que supo más de lo natural que de lo divino; el cual vino a tanta pujanza de entendimiento allá en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por la cual razón comenzó a hacer y decir dichos y sentencias tan fuera de términos que toda la ciudad de Abderas le tuvo por loco. Para cuyo remedio despacharon apriesa un correo a la isla de Coy, donde Hipócrates habitaba, pidiéndole con gran instancia, y ofreciéndole muchos dones, viniese con gran brevedad a curar a Demócrito que había perdido el juicio. Lo cual hizo Hipócrates de muy buena gana, porque tenía deseo de ver y comunicar un hombre de cuya sabiduría tantas grandezas se contaban. Y así se partió luego; y llegando al lugar donde habitaba –que era un yermo debajo de un plátano– comenzó a razonar con él. Y haciéndole las preguntas que convenían para descubrir la falta que tenía en la parte racional, halló que era el hombre más sabio que había en el mundo. Y así dijo a los que lo habían traído, que ellos eran los locos y desatinados, pues tal juicio habían hecho de un hombre tan prudente. Y fué la ventura de Demócrito que todo cuanto razonó con Hipócrates en aquel breve tiempo fueron discursos del entendimiento y no de la imaginativa, donde tenía la lesión.»{8}

Situación mental ambivalente en la que se movía Don Quijote y era el asombro de cuantos trataban con él seriamente. «Mirábalo el Canónigo, y admirábase de ver la extrañeza de su grande locura, y de que en cuanto hablaba y respondía mostraba tener bonísimo entendimiento; solamente venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, tratándole de caballería»… El noble don Diego de Miranda, preguntado por su hijo quién era el caballero que traía a su casa, contestaba: «No sé lo que te diga, hijo; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos: háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe, y pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo».

Y el licenciado Pero Pérez, que mejor que nadie le conocía, resume la común opinión asegurando a Cardenio, «que fuera de las simplicidades que este buen hidalgo dice tocante a su locura, si le tratan de otras cosas, discurre con bonísimas razones y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que como le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento»...

Las gentes de bondadoso corazón, y cuantos querían bien al buen hidalgo enfermo, lamentaban su locura y deseaban su curación. Mas no faltaban gentes egoístas, especialmente de alta condición, como los duques, y aquel don Antonio Moreno barcelonés, «caballero rico y discreto, amigo de holgarse a lo honesto y afable (?), el cual viendo en su casa a don Quijote, andaba buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a plaza sus locuras». Este maldijo la victoria obtenida por el Caballero de la Blanca Luna sobre el de los Leones, y echó en cara al Bachiller Carrasco las consecuencias de su triunfo: «¡Oh, señor, Dios os perdone el agravio que habéis hecho a todo el mundo en querer volver cuerdo al más gracioso loco que hay en él! ¿No véis, señor, que no podrá llegar el provecho que cause la cordura de Don Quijote a lo que llega el gusto que da con sus desvaríos?»{9}

De este tipo de reacción de las gentes ante los enfermos mentales encontró también Cervantes en El examen de ingenios un caso, del cual se sirvió sobre todo para la historia del Licenciado Vidriera. Helo aquí:

«Pero esto es cifra y caso de poco momento respecto de las delicadezas que dijo un paje de un Grande de estos reinos, estando maníaco. El cual era tenido en sanidad por mozo de poco ingenio; pero caído en la enfermedad, eran tantas las gracias que decía, los apodos, las respuestas que daba a lo que le preguntaban, las trazas que fingía para gobernar un reino, del cual se tenía por señor, que por maravilla le venían las gentes a ver y oír, y el propio señor jamás se quitaba de la cabecera rogando a Dios que no sanase. Lo cual se paresció después muy claro. Porque librado el paje de esta enfermedad, se fue el médico que le curaba a despedir del señor, con ánimo de recibir algún galardón o buenas palabras; pero él le dijo desta manera:

—Yo os doy mi palabra, señor doctor, que de ningún mal suceso he rescebido jamás tanta pena como de ver a este paje sano; porque tan avisada locura no era razón trocarla por un juicio tan torpe como a éste le queda en sanidad. Paréceme que de cuerdo y avisado lo habéis tornado necio, que es la mayor miseria que a un hombre puede acontecer.

El pobre médico, viendo cuán mal agradecida era su cura, se fue a despedir del paje; y en la última conclusión de muchas cosas que habían tratado, dijo el paje:

—Señor doctor, yo os beso las manos por tan gran merced como me habéis hecho en haberme vuelto mi juicio; pero yo os doy mi palabra, a fe de quien soy, que en alguna manera me pesa de haber sanado, porque estando en mi locura vivía en las más altas consideraciones del mundo, y me fingía tan gran señor, que no había rey en la tierra que no fuese mi feudatario. Y que fuese burla y mentira, ¿qué importaba, pues gustaba tanto de ello como si fuera verdad? ¡Harto peor es ahora, que me hallo de veras que soy un pobre paje y que mañana tengo de comenzar a servir a quien, estando en mi enfermedad, no le recibiera por mi lacayo!»{10}.

No me parece necesario detenerme en mostrar el paralelismo de la historia del paje huartino y la del paje cervantino Tomás Rodaja, después Licenciado Vidriera; tan evidente es. Aun citaré otro caso clínico de El examen de ingenios, a semejanza del cual hizo Cervantes que don Quijote, dominado por la calentura, viniese a recordar la razón, y pudiese testar, y recibir los santos sacramentos, y morir con tanta cordura suya y pasmo de los presentes.

«En confirmación de lo cual no puedo dejar de referir aquí lo que pasó en Córdoba el año 1570, estando la corte en esta ciudad, en la muerte de un loco cortesano que se llamaba Luis López; éste, en sanidad, tenía perdidas las obras del entendimiento, y de lo que tocaba a la imaginativa decía gracias y donaires de mucho contento; a éste le dio una calentura maligna de tabardillo, en medio de la cual vino de repente a tanto juicio y discreción, que espantó a toda la corte: por la cual razón le administraron los santos sacramentos, y testó con toda la cordura del mundo, y así murió invocando la misericordia de Dios, y pidiéndole perdón de sus pecados»{11}.

En el caso de don Quijote, como en éste el diagnostico del extremo trance de la enfermedad se funda en la vuelta a la normalidad mental. Los familiares y amigos del derrotado andante, oyéndole hablar, «miráronse unos a otros, admirados de las razones de Don Quijote, y, aunque en duda, le quisieron creer; y una de las señales por donde conjeturaron se moría fué el haber vuelto con tanta facilidad de loco a cuerdo; porque a las ya dichas razones añadió otras muchas tan bien dichas, tan cristianas y con tanto concierto, que del todo les vino a quitar la duda, y a hacer creer que estaba cuerdo»{12}. Idéntica opinión hallamos formulada en el Persiles, con las siguientes palabras: «Pasmóse a estas razones Villaseñor, y creyó, sin duda alguna, que el conde había perdido el juicio, y que la hora de su muerte era llegada, pues en tal punto, por la mayor parte, o se dicen grandes sentencias, o se hacen grandes disparates»{13}. En lo cual no se hace sino resumir una buena parte de un capítulo de El examen, donde con razones y ejemplos se demuestra «que si el hombre cae en alguna enfermedad por la cual el celebro de repente mude su temperatura, como es la manía, melancholía y frenesía, en un momento acontece perder, si es prudente, cuanto sabe, y dice mil disparates; y si es necio, adquiere más ingenio y habilidad que antes tenía»{14}.

III

Ya dije más arriba que la gran inspiración que Cervantes debe al Dr. Huarte es el haber sabido fingir y conducir el carácter de su héroe con armónica correspondencia de las dos estructuras, la psicológica y la temperamental. El Quijote nació y vivió en este respecto bajo el signo de El examen de ingenios. Y su autor tuvo de ello plena conciencia, persuadido por aquella lectura de que por las cualidades corporales era posible llegar a noticia de las del alma, y de éstas, a su vez, deducir las exteriores y físicas. Hízolo así afirmar a Don Quijote, cuando éste, en la convalecencia de su enfermedad, describía ante sus amigos la índole e ingenio de diversos caballeros antiguos, por él venerados y seguidos. «Del mismo modo –dice– que he delineado a Amadís, pudiera, a mi parecer, pintar y describir todos cuantos caballeros andantes andan en las historias en el orbe, que por la aprehensión que tengo de que fueron como sus historias cuentan, y por las hazañas que hicieron y condiciones que tuvieron, se pueden sacar por buena filosofía sus facciones, sus colores y estaturas»{15}. Esta buena filosofía es la de nuestro sin par psicólogo, y es la que presta sustancia a la cervantina.

Si no pródigo, tampoco fué parco Cervantes en señalar los rasgos morfológicos humorales y fisiológicos del Caballero de la Triste Figura. He aquí los más relevantes:

Frisaba la edad de nuestro hidalgo en los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. (I, 1).

Las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello, y no nada limpias. (I, 35).

Suspendió a don Fernando y a los demás la extraña presencia de don Quijote, viendo su rostro de media legua de andadura, seco y amarillo, la desigualdad de sus armas y su mesurado continente (I, 87).

Tomad, señora, esa mano... No os la doy para que la beséis, sino para que miréis la contextura de sus nervios, la trabazón de sus músculos, la anchura y espaciosidad de sus venas, de donde sacaréis qué tal debe de ser la fuerza del brazo que tal mano tiene. (I, 48).

Por el cielo que nos cubre que peleé con don Quijote, y le vencí y le rendí; y es un hombre alto de cuerpo, seco de rostro, estirado y avellanado de miembros, entrecano, la nariz aguileña y algo corva, de bigotes grandes, negros y caídos. (II, 14).

Admiróle la longura de su cuello, la grandeza de su cuerpo, la flaqueza y amarillez de su rostro. (II, 16).

Quedó Don Quijote, después de desarmado, en sus estrechos gregüescos y en su jubón de gamuza, seco, alto, tendido, con las quijadas, que por de dentro se besaba la una con la otra. (II, 31).

Púsose Don Quijote de mil colores, que sobre lo moreno le jaspeaban. (II, 31).

Habiendo recogido los trastes de la vihuela, y afinándola lo mejor que supo, escupió y remondóse el pecho, y luego, con una voz ronquilla, aunque entonada, cantó el siguiente romance. (II, 46).

En verdad en verdad, que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo más cosas para espantar que para enamorar, y habiendo yo también oído decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre. (II, 58).

Tenemos, pues, en resumen , la fisionomía general de Don Quijote, como un hombre alto de talla, largo de miembros, flaco pero recio; seco de carnes, huesudo y musculoso, rostro estirado y enjuto, el color moreno y amarillo, la nariz aguileña, lacio el cabello que antes fué negro y ahora entrecano; abundante vellosidad, venas abultadas, voz ronca; y en conjunto feo y mal entallado. Veamos ahora la doctrina de Huarte sobre complexiones, y qué temperamento e ingenio atribuye a una constitución corporal como la descrita, para compararla con la que Cervantes ha fingido:

«El hombre que es caliente y seco en el tercer grado tiene muy pocas carnes, duras y ásperas, hechas de nervios y murecillos (músculos), y las venas muy anchas.

El color del cuero, si es moreno, tostado, verdinegro y cenizoso, es indicio de estar el hombre en el tercer grado de calor y sequedad.

La voz que fuere abultada y un poco áspera es indicio de ser el hombre caliente y seco en el tercer grado.

Los hombres calientes y secos por maravilla aciertan a salir muy hermosos, antes feos y mal tallados»{16}.

Era, según esto, Don Quijote de temperamento caliente y seco. A los tales, ¿qué ingenio dice corresponderles el Examen? En cuanto al talento, los hace ricos en inteligencia y en imaginación; en cuanto al carácter, coléricos y melancólicos; y, además, en su modo de ser, picando en manías. Lo expone y lo repite en frecuentes pasajes; y aduciendo, como a veces suele, un ejemplo bíblico en comprobación de su doctrina, analiza el temperamento e ingenio del Apóstol de las gentes, escogido providencialmente para tan honda transformación del mundo; «en el cual hallaremos –dice– que haciéndole Dios de grande entendimiento y mucha imaginativa, forzosamente, guardando el orden natural, le sacó colérico y adusto»{17}.

Y esta es la misma diferencia de ingenio con que su creador sacó al ingenioso hidalgo, al cual tan alta y jamás vista misión le confiaba; y así le hizo inteligente, imaginativo, melancólico y colérico. Hemos recordado arriba la impresión que sus dotes intelectuales producían en cuantos le trataban; no será por demás añadir el testimonio del ama, que le reputaba por «el más delicado entendimiento que había en toda la Mancha». De su fértil y volandera imaginación, aunque perturbada, ¿qué muestras no nos dió en hechos y en palabras? Su melancolía era tan profunda y continuada, que apenas podían sacar a plaza su risa las gracias y simplicidades de su escudero; y, al verle rendido a la última enfermedad, «fué el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan». De su naturaleza irritable y colérica pueden contar las espaldas de Sancho, los arrieros de las ventas, su misma sobrina, y los duques, quienes «recibían tanto gusto de ver que, con la dilación y pausas con que Sancho contaba su cuento, don Quijote se estaba consumiendo en cólera y rabia», y delante de los cuales «sin guardar respeto, con semblante airado y alborotado rostro, se puso en pie», para dar respuesta a su reprehensor. En ésta y en otras ocasiones la ira le arrebató más de lo que convenía a tan digno caballero. Tal sucedió cuando Sancho se permitió cierta alusión menos respetuosa para la Princesa Micomicona: «Oh válame Dios, y cuán grande fué el enojo que recibió don Quijote oyendo las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fué tanto, que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando vivo fuego por los ojos, dijo... Y diciendo esto, enarcó las cejas, hinchó los carrillos, miró a todas partes, y dió con el pie derecho una gran patada en el suelo, señales todas de la ira que encerraba en sus entrañas»{18}. Para estas descripciones de observación vulgar no necesitaba lecciones el gran observador que era Cervantes; mas ciertamente, sobre el entorpecimiento de la lengua por causa de la ira, había leído en Huarte, «que el no acertar a hablar puede nacer de tener la lengua mucho calor y sequedad, como acaece a los coléricos, los cuales, enojados, no aciertan a hablar: ... los coléricos, estando en paz, aciertan muy bien a hablar, pero enojados; sube el calor más de lo que conviene, y desbarata la imaginativa»{19}.

Calor y sequedad acentuada del temperamento, subido entendimiento e imaginativa fecunda, cólera y melancolía: he aquí una serie concatenada de notas del complejo psíquico-somático, lo mismo en la teoría de Huarte que en las aplicaciones cervantinas. Mas esa serie, si no hay contrapeso de otras cualidades temperamentales, fácilmente desemboca en la psicosis. Que es lo que le avino al ingenioso hidalgo, cuya enfermedad nos va a dar ocasión de verificar nuevamente la concordancia que venimos descubriendo.

Mauricio Iriarte, S. J.

(Continuará.)

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{1} Portada de la edición príncipe de 1575: EXAMEN | De ingenios, Para las sciencias. | Donde se muestra la diferencia de ha | bilidades que ay en los hombres, y | el género de letras que a cada uno res | ponde en particular. | Es obra donde el que leyere con atención hallará la manera de su ingenio, y sabrá escoger la scien | cia en que más ha de aprovechar: y si por ven | tura viere ya professado, entendera si atinó a la que pedía su habilidad | natural. | Compuesta por el doctor Iuan huarte de sant juan, natural de sant Iuan del | pie del puerto. | Va dirigida a la Magestad del Rey don Philippe | nuestro señor Cuyo ingenio se declara, exen | plificando las reglas, y preceptos desta | doctrina. | Con previlegio Real de Castilla, y de Aragon: | Con licencia impresso en Baeça, en casa de Iuan baptista de montoya.

{2} Rafael Salillas, Un gran inspirador de Cervantes. El doctor Juan Huarte y su Examen de Ingenios, Madrid, 1905

{3} En Bonilla y San Martin encuentro las siguientes líneas: «En 1905 el ilustre criminalista D. Rafael Salillas publicó un interesantísimo libro acerca de las relaciones que median entre el insigne autor del Quijote y el eximio doctor Juan Huarte de San Juan, a quien se debe el curioso tratado “Examen de ingenios para las sciencias”. Estas relaciones de Cervantes con Huarte fueron ya vislumbradas por Federico de Castro en su folleto: “Cervantes y la filosofía española”, pág. 24-29, y por D. Miguel de Unamuno, en las jaculatorias que constituyen su “Vida de Don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra”, Madrid, 1905, pág. 11-15 y 299. Aprovecho la oportunidad para advertir que la variación de estilo que observa el Sr. Salillas en los discursos sobre el amor, contenidos en el libro cuarto de la Galatea, no obedece por completo a que Cervantes estuviese influido por Huarte, sino a que copia, a veces con las mismas palabras, la doctrina expuesta en los “Diálogos de amor”, de León Hebreo, a quien cita, juntamente con Cristóbal de Fonseca, “Del amor de Dios”,en el Prólogo de la primera parte del “Quijote”. Cfr. nuestro “Luis Vives”, pág. 684-685.»

{4} El Quijote, I, 9. En las citas del Quijote, la cifra romana se referirá a la parte, y la arábiga al capítulo; no citaré páginas.

{5} Examen, passim; cfr. cap. 6 (9), pág. 160, cap. 5 (0), pág. 92, cap. 2 (4), pág. 76. Las citas del Examen de Ingenios, en cuanto a la paginación, las haré por la última edición, publicada por D. RODRIGO SANZ en la Biblioteca de filósofos españoles, dirigida por Eduardo Ovejero y Mauri: Juan Huarte de San Juan (o el doctor Juan de San Juan), Examen de Ingenios para las ciencias. Edición comparada de la príncipe (Baeza, 1575) y sub-príncipe (Baeza, 1594). Prólogo, sumarios, notas y preparación por Rodrigo Sanz, Madrid, 1930. Es la única que poseemos completa, aunque todavía no perfecta, pero que contribuirá notablemente a la divulgación de la obra de Huarte, por las facilidades que ofrece a la lectura y al trabajo. Del Examen apareció en 1594 una edición refundida y aumentada; en las citas, el número que va incluído entre paréntesis se refiere a los capítulos de esta edición, mientras que el otro, a los de la de 1575; y las páginas, como queda dicho, ala edición de Madrid, 1930.

{6} Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional, libro I, cap. 18.

{7} Examen, segundo proemio al lector (exclusivo de la edición de 1594); pág. 36.

{8} Examen, cap. primero de la edición de 1594 (no existe en la anterior), pág. 50.

{9} Los lugares aquí aducidos del Quijote, son, por su orden: I, 49; II, 18; I, 30; II, 62; II, 65.

{10} Examen, cap. 4 (7); pág. 119-120. Véase cómo versificó esta historia Lope de Vega :

«Que me pasa en este amor
lo que a un page, que un Doctor
sanó de un gran frenesí:
no le agradeció la cura,
porque alegaba, que, sano,
era un pobre cortesano,
siendo un Rey en la locura.»

La adversa fortuna de Don Bernardo de Cabrera, jornada 1.ª Doce comedias de Lope de Vega, Huesca, 1643. Casos similares no es raro ver narrados en la antigüedad; así Horacio, Epist., libr. II. epist. 2.ª, quien a su vez lo había tomado de Aristóteles.

{11} Examen, cap. 4 (7), pág. 128; ejemplo adicionado en la edición de 1594.

{12} El Quijote, II, 64.

{13} Persiles, libr. III, cap. 9.

{14} Examen, cap. 4 (7), pág. 118.

{15} El Quijote, II, 1

{16} Examen, cap. 15, párrafo 1 (18), pág. 379.

{17} Examen, cap. 6 (9), pág. 164; cap. 10 (12), pág. 243; ideas similares passim.

{18} Las citas del Quijote que a este párrafo corresponden son, por su orden: I, 5; II, 16; II, 64; I, 20; I, 30; I, 7; II, 30; I, 46.

{19} Examen, cap. 10 (12), pág. 235.