Filosofía en español 
Filosofía en español


Editorial

Mientras la civilización sea lucha y combate de clases sociales en que se integre y exprese todo el trabajo y conquista por el hombre, de la naturaleza y de sí mismo, el perfil –o frontera– que vaya dibujando la batalla contraria de los dos elementos será la expresión del equilibrio histórico o el signo y guía de la dirección y del volumen de las nuevas fuerzas que empujan el futuro. Por eso es hoy el Estado la clave en que se cifra el desarrollo de la vida nacional. Porque lo político es síntesis total: vida y ciencia, religión y economía, literatura y deporte, todo queda fundido, sentenciado en última instancia por la estructura del Estado, por las decisiones del Poder. Si queremos, pues, ser una fuerza en el dramático destino de nuestro pueblo y no mero espejo callado en que se reflejen las melancólicas luces de nuestro ocaso, debemos sumergir nuestra conciencia en el tumultuoso río de la existencia nacional y conjugar nuestra obra y nuestro esfuerzo con la vida pública –política– en un estilo de auténtica crítica y de creación histórica.

Vivimos todavía de aquel momento en que sobre la incierta tormenta de la revolución nos fue anunciado que la historia de España (Reyes Católicos y conquista de América; Imperio de Felipe y arte universal) iba a ser continuada por el señor Lerroux García. Momento solemne de salvar la unidad nacional, la emoción única del peligro, fundió todas las voces en el encrespado asentimiento a la guerra santa. Radicales y cedistas, monárquicos y republicanos, masones y católicos, Lliga Catalana y Falange Española, sintieron temblar bajo sus pies el suelo unánime, y se agruparon en torno al viejo león, montando la guardia, única sincera, de la sociedad anónima. Unos creían en Dios y otros en el diablo; pero todos tenían propiedades que guardar, diferencias que sostener. Hora de España llena de ruido histórico, de sangre, de confusión; el nuevo paso de decisión en la reconquista de la Patria, fue gesto de trágicas paradojas. (Ironías del destino español: Covadonga era ganada a indígenas descendientes de Pelayo por los infieles expulsados en los antiguos siglos. Y la República se perdía definitivamente en manos del republicanismo histórico…). La burguesía había logrado, con una maniobra de alto estilo, encauzar la revolución popular en el 14 de Abril optimista, hacia un cambio de jerarquías que colocaba a las fuerzas feudales, Iglesia, señores de la Tierra, casta militar; en un segundo término. A una situación feudal-burguesa en la dirección de la nave del Estado sucedía una situación burguesa-feudal. Pero el pacto y la unión de las dos clases era demasiado estrecha después de más de un siglo de impotencia, derrota y sumisión del tercer estado para que éste pudiera destruir la monarquía feudal, y limpiando el suelo español de sus minas, abrir ancho campo a su empresa nacional. La República fue un estado de respetos, componendas y transacción. El estado llano estaba ya en los ministerios, pero el viejo armatoste del Estado seguía en pie. Las clases medias habitaban ya el Palacio; el Jefe del Gobierno era un buen burgués de chaqueta que tenía su tertulia de amigos en un café cualquiera. Pero sus intentos de reorganizar la vida pública española a su imagen y semejanza eran tímidos y notoriamente ineficaces. Se veía con claridad que llegaban tarde. Las circunstancias externas, demasiado difíciles y poco oportunas, cercaban su obra.

Débiles y sin tradición los partidos republicanos, entregaban su entusiasmo a la lírica banalidad de una Constitución efímera. Se separaba la Iglesia del Estado, pero quedaban sus hondas y firmes raíces sociales sin atacar. Se votaba la Reforma agraria, pero los terratenientes y los caciques seguían dueños de la tierra y de la población campesina. Se hacía una reforma militar que se reducía a que algunos jefes se fueran con sus sueldos a casa, y la dirección monárquica del Ejército quedase sin desarticular. Desde el Ministerio de Trabajo, el socialismo español, que no había aprendido aún la dura lección europea, intentaba poner diques al capitalismo y llegar a superarle por el camino lento y elevado de las conquistas parlamentarias y sindicales.

Pero fuera de esta minúscula política, que irritaba, molestaba y enloquecía, a las derechas sin destruirlas, iba quedando el pueblo, la pequeña burguesía, los labradores, el proletariado, cuyas últimas aspiraciones eran incapaces de satisfacer los gobiernos de la República. Así llegó ésta a verse pronto bloqueada por ambos lados. La libertad política –su expresión máxima, formal y esencial instrumento– sólo servía para levantar y acrecentar las fuerzas enemigas y presentar más clara la lucha. Las masas populares se agitaban, y un reguero de huelgas y explosiones aumentaban el paro violento y tempestuoso hacia su liberación. Las fuerzas feudales y monárquicas, por su parte, trataban de explotar el desengaño, las desilusiones del pueblo devolviéndole la jugada a su adversario político y reponiendo las cosas en su primitivo estado. Y en estas circunstancias, planteada la lucha en el blanco papel de la igualdad formal, pero con una evidente desigualdad económica y social en el terreno concreto de la vida, mantenida por un Estado, al fin defensor de la sociedad tradicional, vino el 19 de Noviembre: revés y respuesta del 14 de Abril.

El 19 de Noviembre triunfaba la Unión antimarxista. El Parlamento era ya también otra vez suyo.

El año 1934 transcurre bajo el signo de los gobiernos “minoritarios” y la política de “centro”. Etapa de revancha patronal, se va limpiando de obstáculos el camino de la conquista del Estado.

Pero la crisis se resuelve entre ellos con un Gobierno de mayoría parlamentaria. Nada importa que la Ceda no sea republicana. Las puertas del Estado son abiertas al jefe infalible del vaticanismo fascista, del catolicismo español. Es un paso en firme hacia un Estado corporativo y cristiano como el de Dollfuss o Schunning.

Acompañados por “manos históricas”, van los jesuitas de El Debate tomando posesión de los ministerios. Sobre ellos construirán nuevamente un Estado dogmático, autoritario, indiscutible.

Y la tormenta estalla. Las minorías republicanas, hasta Maura el conservador, intentan salvarse sin responsabilidad, con notas en que se rompe la solidaridad con las instituciones que han entregado la República a sus enemigos.

Se constituye el Bloque Nacional, exigiendo más rapidez en la marcha, más abreviación en los trámites. En pleno Parlamento, el catastrófico gestor de la Hacienda dictatorial es escuchado respetuosamente por el Gobierno ¡Se elabora una “ley de prensa” y se preparan unas elecciones que sirvan de ratificación de poderes! Los roces políticos, la contradicción de intereses, las pugnas personales, pueden originar, originan disputas y altercados entre sus fracciones. Pero todos, cada uno por su camino, van a lo suyo, que es lo de todos. En el horizonte ya se anuncia la revisión constitucional. El Papa espera tranquilamente el Concordato. La Ceda tiene un programa y lo va realizando. El señor Lerroux ha dicho que empieza a cansarse. Esto es que va, seguramente, a comenzar la tercera etapa de Gil Robles. Sustituir al caudillo radical, tomar el mando único. Eso supondría el sostenimiento en el campo y en la sociedad de una jerarquía de rango divino. El infortunio de los obreros, que habrían de soportar las duras inclemencias de una economía decadente y descompuesta en los cristianos sindicatos domésticos. El crucifijo en las escuelas y el cura en las aldeas. En la Universidad, en la Prensa, sólo cabrían almas dóciles, cabezas que declinaran la nueva confesión.

Nuestra vida y nuestra cultura, cerradas en el dogma religioso, cobrarían un tono sombrío de Edad Media. España iría, fatalmente, como los demás fascismos y nacionalismos que han pretendido inútilmente salvar al capitalismo de su catástrofe, a perderse en la sima de la muerte Pero todavía no ha llegado la noche a cerrarse en torno a nosotros. “Aún hay sol en las bordas.” Muchas cabezas se han despejado, muchos ojos se han abierto en estos días de tan dolorosas, pero claras y profundas lecciones históricas. El pueblo aún no ha dicho su última palabra. Y hay en él todavía tanta vitalidad, tanto anónimo y latente heroísmo, que aún tiemblan las cadenas, las paredes de su cautiverio.

El día en que suenen sus voces de justicia caerán todos los ídolos, se abrirán las puertas y saltarán hechas pedazos todas las limitaciones forzadas. Y sobre las piedras desplomadas, ruinas de la gran prisión, amanecerá la alegría de un ciclo luminoso y de una tierra fecunda y agradecida. Tarde o temprano su voz en la Historia ha de sonar. Porque los Estados y los Imperios del mundo son efímeros, pero el pueblo y la Humanidad son eternos. Por eso hoy, sobre el dolor de España, trágica y confusa, ponemos nuestra fe en el pensamiento y en la vida.