Filosofía en español 
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Editorial

Los intelectuales españoles en esta hora

Estamos viviendo los azares y los problemas de una hora llena de futuros destinos, una hora grave y difícil que puede sonar en este recodo de la Historia en que nos hallamos, con sombría pesadumbre de marcha fúnebre o con abierta y alegre llamada de victoria. Un síntoma, el más interesante para nuestra labor, del pulso dolorido y fecundo de esta hora transeúnte que pasa fugaz por los aires podridos, rasgados y trágicos de la España post-octubrista, es el trasiego, más o menos silencioso, el rebullir más o menos inquieto de nuestros intelectuales. Varias son las causas y fenómenos que actúan en ello. Unos más generales y mediatos se refieren a caracteres permanentes de nuestra época. Otros, se derivan de circunstancias más específicamente nacionales, actúan de un modo más inmediato, contienen una referencia más particular a la política española de estos últimos tiempos.

Entre los primeros cabe señalar, a nuestro juicio, cuatro principales.

Las victorias del socialismo en Rusia

El triunfo cada vez más voluminoso y evidente de la Unión Soviética, es el primero de ellos. No sólo en el terreno de la economía; en el crecimiento, desarrollo y dirección de las fuerzas materiales del Estado, triunfo importantísimo porque la Historia la deciden en primer término las potencias reales de la vida, de la riqueza y del poder, sino también en el terreno específico de la cultura, contrastando en su magna experiencia la “cientificidad” del socialismo; mostrando la posibilidad real, histórica, de libertar al hombre de su servidumbre a las cosas; dándole una perspectiva infinita de desarrollo; colocando las bases de un verdadera humanismo. El hombre es el verdadero protagonista del socialismo, y en último término, el socialismo tiene como objetivo final el hombre, ha dicho recientemente Manuilski, resumiendo el significado de los últimos acontecimientos de la U. R. S. S. En estas palabras del político ruso está condensado el sentido más profundo y de más largo alcance de la política del Estado soviético, que da al traste con todas las hipócritas “defensas de la civilización contra el peligro comunista” y cuyo éxito influye cada vez más poderosamente en la posición de los intelectuales frente a la realidad y a los problemas de la época.

La política del nacionalsocialismo alemán

En segundo lugar, la política torpe, feroz y sectaria del hitlerismo, que supedita a un dogma nacionalista, simple y anticientífico las libres, complejas y universales inspiraciones de la cultura; imponiendo a la ciencia del tercer Reich como un axioma fundamental el mito primitivo de la superioridad incontestable de la raza aria; persiguiendo de un modo implacable a los intelectuales de su país, ya por no ser almas dóciles que declinen la nueva confesión del “führer” divinizado, lo que ha provocado la oposición al régimen de hombres de la jerarquía espiritual de Tomas Mann; ya simplemente por ser de raza judía como, en el caso salvaje de Einstein, el genial físico cuya cabeza tuvo un precio en la bolsa de aquellos mercaderes políticos.

La invasión de Abisinia por el fascismo italiano

En tercer lugar, la guerra de Abisinia, en que ha desembocado la política del fascismo italiano, que ha puesto al desnudo su impotencia para resolver los problemas agobiantes de nuestro tiempo, mostrando con un brutal cinismo el destino esencial de su entraña reaccionaria: la guerra. La guerra que en las condiciones de nuestra época se previene terrible y destructora, aparece en las declaraciones y en los actos del “duce” como la inspiración última y radical del Estado fascista. Pero, tras la dolorosa y trágica experiencia de la última colisión europea es ya clara certidumbre en la conciencia de la mayoría de los intelectuales que una guerra no puede dar hoy vencedores y vencidos, porque forzosamente ha de hundir a todos en la misma catástrofe económica y en el mismo oprobio moral. Si la victoria, en una guerra contemporánea no constituye “un buen negocio” para la economía nacional, como ha demostrado irrefutablemente Keynes, aunque lo sea para una minoría de financieros; la conquista de un territorio o el vencimiento de otros Estados no constituye ciertamente una empresa de gran elevación espiritual. Las palabras de Marx: “No puede ser libre una nación que oprime a otra”, se han hecho en las circunstancias de nuestro mundo carne y sangre de la realidad histórica.

El Congreso de defensa de la Cultura

Y por último, la celebración en París de un Congreso internacional de la Cultura, en que ante los gravísimos peligros que entraña la situación presente para la cultura, en que la ola de barbarie y de reacción que cubre y ahoga como una negra marea las mejores y más libres inspiraciones del pensamiento y de la conducta, evocando las fuerzas más negativas y tenebrosas de la Edad Media y ante la inminencia de una nueva guerra que amenaza interrumpir y frustrar la continuidad de la cultura occidental en sus más puras, profundas y fundamentales corrientes: la ciencia libre, la cristiana espiritualidad, el humanismo; ha congregado a cuantos espíritus de fina sensibilidad, artistas, escritores, pensadores, poetas… comprenden la enorme responsabilidad que nuestra época les endosa. Malraux, Gide, Huxley, Ehremburg, Langevin, han discutido gravemente en medio de una Europa confusa, terrible, embriagada de terror y de odio, sobre los problemas de la inteligencia, del espíritu y de la vida y han llegado a una conclusión: la cultura está ante gravísimo peligro y hay que defenderla. Esta es la suprema consigna del momento presente para todo intelectual ante la política del fascismo que ha desatado sobre Europa las fuerzas del mal, los instintos más irracionales, más anticulturales del animal humano.

Los factores nacionales

Dentro de la influencia que estos cuatro grandes fenómenos de nuestro tiempo han ejercido sobre la posición de nuestros intelectuales ante los problemas de la realidad nacional, a veces de un modo directo, como por ejemplo en los comentarios al Congreso de Defensa de la Cultura y en la bella y profunda contestación de Bergamín a la carta abierta de A. Serrano Plaja; o en la prisión, libertad y gloria del inteligente, fino, sutil y enérgico escritor Antonio Espina; han obrado de una forma más inmediata y concreta hechos y circunstancias de la política nacional.

La huella de Octubre

Ante todo ese aliento de grandeza que viene del octubre revolucionario, el heroísmo épico, la generosidad humana, el éxito y el sacrificio de aquellas gentes del pueblo que se levantaron contra la sórdida y oscura maquinación de encerrar a su patria en una inmensa cárcel, han impreso su huella perdurable en lo hondo del ánimo de los españoles y han llegado a conmover la fría inteligencia de algunos intelectuales, haciéndoles sensibles en el tremendo drama de aquella sangre, el calor y la elevación de las grandes causas humanas, históricas.

La anti-justicia y el anti-humanismo de la reacción

Y en íntima relación con ello, como la otra cara de esa medalla fundida en los fragorosos combates de octubre, la anti-justicia y el anti-humanismo de la reacción. La conducta del Estado español agonizante y de sus fuerzas mercenarias ha sido tan cruel, tan desmesurada, tan espantosa, que ha iluminado violentamente muchas inteligencias mostrándoles abiertamente de qué lado de la barricada está la salvación del hombre hispánico. No son sólo las atrocidades de Asturias denunciadas en el Parlamento y garantizadas por hombre de tan elevada y escrupulosa conciencia como don Fernando de los Ríos; sino el gesto sañudo, enconado, rabioso con que se ha “administrado justicia”. La persecución torpe, zafia y sin el más mínimo escrúpulo legal llevada a cabo contra tan eminente artesano de las letras españolas y hombre público don Manuel Azaña y la monstruosidad jurídica del “caso Sirval” son dos exponentes –¡hay tantos!– de la absoluta carencia de espíritu justiciero en la reacción y en el fascismo españoles. Ambos exponentes han suscitado sendos manifiestos, el uno firmado por una larguísima lista de los más eminentes hombres de ciencias, de letras y de artes españoles, en defensa del ilustre español; el otro en protesta del impunismo con que ha sido sancionada la muerte alevosa del joven periodista inocente y honesto firmada por quienes como Miguel de Unamuno, a la autoridad de su figura unía en este caso la que le daban sus últimas benevolencias para la situación “radical-agraria-popular”.

La pequeñez de la política actual y la inmoralidad pública

Y por último, ese digno remate de la política minúscula del bloque gubernamental, sin horizontes ni perspectivas, política de viejo estilo propio de caciques rurales, sin grandeza alguna creadora: toda esa serie de “affaires” que como un oleaje de cieno brota cada día del fondo de estos años y meses en que fue condenada al silencio la voz acusadora del pueblo bajo el pretexto de la salvación nacional y que ha puesto al desnudo la turbia intimidad, el bajo estilo ético de toda esa gente pública que no cesa de hablarnos de sus sacrificios por la patria. El contraste entre los hombres del pueblo, que, inspirados por un ideal de renovación histórica se subleva arrostrando el peligro y la muerte y los gobernantes que desencadenan contra aquéllos todas las fuerzas del Estado, toda la rabia de sus insultos, tachando a aquellos limpios héroes de la libertad popular de criminales, ladrones y facinerosos, mientras por la espalda echan en el silencio las redes de sus granjerías donde queda prendida la riqueza pública extraída del trabajo y del dolor del pueblo, es tan rotundo que ha sublevado incluso a quienes hasta hoy vivían en una gris y apacible neutralidad. El último manifiesto firmado por intelectuales no sólo de izquierda, sino también por quienes como Unamuno o Bergamín no pueden ser así calificados, y en donde se afirma no quedar satisfecho cumplidamente el deseo y derecho popular de justicia contra los políticos inmorales, acusando a la C. E. D. A. más o menos veladamente de maniobrar sin escrúpulos para salvar a Salazar Alonso es otro claro síntoma del desplazamiento y viraje que se produce en nuestros medios intelectuales, a consecuencia de los fenómenos de la vida pública española que hemos señalado.

La lucha está planteada en torno al hombre y su destino

Todas estas causas y hechos que hemos apuntado sumariamente influyen y demuestran el corrimiento que se nota en los terrenos de la intelectualidad española, y señalan su sentido y dirección. En efecto, los intelectuales españoles se van definiendo cada vez más claramente, van despejando la frontera que los divide, limita y enfrenta. Por un lado, las jóvenes generaciones empiezan a situarse en una posición reflexiva, consciente, objetiva, independiente respecto de sus progenitores; empiezan a hacer la crítica de los maestros acatados hasta hoy espontánea y sumisamente, y a destacar su perfil revolucionario. Es un rasgo significativo la serie de críticas que en estos últimos tiempos vienen apareciendo, y en donde la nueva inteligencia incipiente intenta liquidar sus cuentas cerrando un balance de conciencia con quienes han forjado su espiritualidad. Las críticas de Unamuno, de la generación del 98 (Baroja, Azorín, Maeztu…), de Ortega y Gasset, menudean en los nuevos medios intelectuales. Y en dialéctica relación con esto, “los viejos”, los consagrados se dividen también, se reagrupan. Asistimos en nuestros días a una polarización creciente de los hombres de la cultura, de la ciencia y del arte en el mundo y en España. Ya en torno de la defensa de la cultura, amenazada seriamente por el movimiento fascista que ataca las bases más esenciales de la conciencia occidental y exalta el mito sangriento y destructor de la guerra; ya en torno de la defensa y de la conservación de los más groseros, materiales y entorpecedores intereses: gran propiedad ociosa y degenerada, Iglesia autoritaria, inquisitorial, castas y jerarquías militares… En una palabra, la lucha está planteada en torno al hombre y su destino. O logramos salvar su vida y su libertad como bases primarias de la cultura, derrotando las fuerzas negras del fascismo, o el triunfo de éste hundirá la nación en una etapa de fanatismo, de masas embriagadas, de corrupción, de terror, de aniquilamiento de la libertad espiritual, que habrá de conducir al final escondido en su criminal voluntad: la guerra y la muerte en pos de un pretendido Imperio anti-histórico, monstruoso e inhumano, absurdo e imposible.

Nuestros deberes actuales

El viraje más o menos acentuado que se opera en los intelectuales españoles, demuestra que todas las experiencias que hemos reseñado, obran con su resplandor vivísimo en la conciencia de éstos, inclinándoles hacia la causa del progreso histórico. La hora presente exige de todos nosotros que sabemos todo lo que se juega en estos años decisivos, y que ya hemos encontrado el camino de salvación, una tensión máxima de nuestras energías y de nuestros esfuerzos. Es preciso salvar al hombre como ser de cultura. “Queremos –decíamos en nuestras hojas primogénitas– que nuestras páginas se abran hasta la más amplia inspiración humana. En la obra de nueva cultura, que ha de recoger, salvándola, toda noble herencia histórica, esperamos y deseamos la compañía de cuanto suponga una fuerza viva y fecunda. Todo lo que signifique una lucha contra la reacción del fascismo que niega al hombre con una filosofía de guerra y muerte, puede y debe estar con nosotros.” Pero, hoy que las nuevas circunstancias y el nuevo ánimo de los hombres de la cultura española abren ante nosotros una amplia perspectiva de trabajo y eficacia, no podemos limitarnos a repetirlo. Es preciso que pongamos toda nuestra voluntad en lograr que todo este ambiente difuso y disperso que late en los intelectuales españoles se precipite orgánicamente en un Comité de Vigilancia parejo al de París, que sea permanente centinela de la Cultura y de la Paz ante el peligro creciente del fascismo y la guerra. Hay en España quienes por su autoridad y prestigio deben ponerse en su dirección. Nosotros esperamos que a ello se vaya prontamente, por quienes pueden y deben hacerlo. Nosotros hacemos pública nuestra más fervorosa, absoluta y sincera entrega a esta apremiante labor. nueva cultura inicia una nueva etapa de su existencia con la promesa –que ya en este mismo número empieza a ser realidad de concentrar más aún su atención en los problemas de la lucha ideológica contra el fascismo, y de la organización de los intelectuales. En torno a un Comité nacional de Vigilancia que abarque con la mayor amplitud a cuantos crean que deben defender la Paz y la Cultura españolas como parte de la Paz y de la Cultura universales, del fascismo y de la guerra. Nuestras páginas están abiertas –para esta labor de desarrollo y fundamentación de cuanto en estas líneas queda por fuerza de la brevedad esbozado un tanto dogmáticamente– a todos los intelectuales liberales, demócratas, socialistas, anarquistas…, quienes deben considerarlas como suyas.

nueva cultura quiere contribuir así a la lucha por una cultura, una política y una historia de viva comunión con el pueblo.