Filosofía en español 
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[ Emilio Gómez Nadal ]

América

El congreso de escritores revolucionarios de New York

El título ya lo dice. Y una encuesta sobre Nueva York, un reportaje de cualquiera de los múltiples aspectos, de esta ciudad de facetas innumerables, ha de tener siempre una larga sugestión sobre nosotros. El libro de Mancisidor la lleva en su seno, y ¡de qué clase!

¿Quién no ha sentido el deseo –íbamos a escribir la necesidad– de asomarse a la metrópoli americana, de dejarse vivir y aún digerir por ella, acercándose a su entraña más caliente? Todos, en la medida que un contacto directo nos estaba vedado, hemos buscado un sustitutivo a nuestra curiosidad exacerbada; y efectivamente, la más interesada y deformadora de las propagandas, no ha ahorrado esfuerzo ni sacrificio para enturbiar nuestra visión y deformarla, para la mayor gloria y exaltación del floreciente (así lo parecía al menos hasta el gran cataclismo de Wall Street en 1929), capitalismo americano. Su cinema nos dio, hasta la saciedad que avecina ya de la náusea, una imagen brillante, superficial y conformista de esa “octava maravilla del mundo”. Rascacielos, “prosperity”, Broadway, Central Park, 5ª Avenida. Por si dudábamos de nuestros sentidos, un escritor tan “documentado” y tan “respetable” como Paul Morand, llamaba a nuestra “razón” con un libro brillante lleno de “sprit”, mil veces más ameno que cualquier baedecker. Y, sin embargo, nuestras aprensiones subsistían.

¡Y eran fundadas! Porque el pueblo y sus angustias cuotidianas, con su hambre –de pan y de cultura–, no aparecía por ningún lado. Algo de esta honda crisis oculta había percibido Georges Duhamel en sus “Scènes de la vie future”, y nos había comunicado buena parte de su indignación humanísima, pero sólo con los libros de Michael Gold y sobre todo con ese robusto film escrito, que es el “Manhattan Transfer”, de John dos Passos, la Verdad encontraba cables suficientemente seguros para ser izada de su pozo.

De ese mundo auténtico que es Nueva York, con su East Side, su Harlem, su Brooklin, &c., todos sus barrios de miseria y de dolor humanos, tenemos ya un conocimiento exacto, y ahora sí que podemos llevar todo nuestro interés y toda nuestra adhesión, fraternalmente, a sus problemas. Por eso José Mancisidor ha podido ir en un vuelo desde México y darnos ahora su visión y sus experiencias sobre un mundo y sobre unas aspiraciones que suelen pasar desapercibidas de los “viajantes de ideas” que llegan por el “Ile-de-France” o el “Normandie”.

Fijaos en que Mancisidor no nos habla de los “beauty parlors” de la Quinta Avenida, ni de los “music-hall” de Broadway, y que cuando remonta hasta Harlem, no es para describirnos la música sincopada de Duke Ellington, sino para ponernos en contacto con el problema nacional y económico de la minoría negra. El camarada Mancisidor, “mexican delegate” al Congreso de los Escritores Norteamericanos, nos hablará de esta asamblea grávida de esperanzas renovadoras, del nuevo teatro proletario y de la regeneración de la danza como espectáculo de masa, de la espléndida manifestación del Primero de Mayo, que agrupó medio millón de hombres contra la guerra, contra el hambre y contra el fascismo.

El Congreso de Escritores Norteamericanos (que precederá de poco al gran Congreso de la América latina), ha tenido sus reuniones en los últimos días de abril de este año; en él intervinieron, junto a escritores de obra tan considerable como Waldo Frank, hombres del arraigo popular de Enri Browder, el ardiente secretario del Partido comunista de los Estados Unidos. Asamblea fecunda que ha dado vida a la “Liga de los escritores norteamericanos”, presidida por Waldo Frank, cuya incorporación al frente de lucha por una cultura revolucionaria cabe considerarla como uno de los hechos más trascendentales ocurridos en los últimos tiempos y que sitúa el movimiento intelectual de los EE. UU. de América en un punto crítico, de decantación ideológica y de reagrupamiento de valores, frente a la liquidación del pasado histórico americano.

Campo infinito, el que se abre al esfuerzo de los intelectuales norteamericanos y a todos los hombres de buena voluntad que sienten agudamente, en su dignidad humana, la imperiosa necesidad de servir a las grandes masas que se debaten doloridas en ese gran país. Junto a la U. R. S. S. y a la China, en los Estados Unidos, hay que intentar con el máximo coraje, con la intensidad y la amplitud que a tan gigantescos organismos corresponde, una refundición total de los principios y sistemas ya agotados, para hacer frente a la angustia radical que posee el hombre, en esta época de transición, que es la nuestra. Esta renovación entrañable de la sociedad norteamericana ha de ser llevada sobre todos los frentes, pero limitémonos aquí a señalar uno tan solo, por corresponder a un problema esencial y originalísimo de Norteamérica.

La “Liga de los Escritores Norteamericanos”, utilizando la magnífica resonancia del hebdomadario “New Masses”, y en contacto estrecho con el Partido Comunista, tiene una especial tarea a cumplir, de una trascendencia y una responsabilidad extraordinarias. La de luchar sin desmayos ni transacciones contra el imperialismo desenfrenado que se ejerce despiadadamente adentro y afuera de su área nacional. Los Estados Unidos son la encrucijada de todos los imperialismos, de todas las formas de opresión de los pueblos. Vecinos a una serie de países en pleno crecimiento nacional aún y que no pudieron liquidar todavía todas las debilidades de orden político y social heredadas de un régimen colonial de la víspera; guardando dentro de sus límites políticos, fuertes minorías de color, maltratadas y perseguidas con la última de las bestialidades, corresponde a nuestros camaradas americanos la labor de defensa de estas colectividades oprimidas, y de rechazo la de debilitamiento del imperialismo colonial y del fascismo capitalista que cada día, a medida que las contradicciones se agudizan en su seno, toma características feroces de persecución.

En este sentido, el Partido Comunista tiene en su haber éxitos y realizaciones muy estimables ya. Su clara visión política del problema “racial” americano, el apoyo sin reservas que aporta o la minoría negra (que se ha plasmado, entre otras muchas, actividades, en la presentación del leader negro James B. Ford, como a candidato a la vicepresidencia en las últimas elecciones presidenciales) muestra claramente que se está sobre la buena ruta. La coincidencia de que este libro que comentamos, abordando problemas actualísimos de los Estados Unidos, haya sido escrito por un camarada mexicano, nos lleva sin esfuerzo a asociar a las dos repúblicas de Norteamérica a una misma lucha. También en la más septentrional de las repúblicas de habla española esta cuestión de la fraternización de las razas ha de pasar a un primer plano de acción. La gran originalidad y la gran fuerza de México saldrá de esa vuelta hacia la entraña palpitante del pueblo, de una fusión sin grietas entre la masa aborigen y la minoría cultural blanca. Luchando enérgicamente para desenmascarar la gran farsa demagógica del “New Deal” o del “Callismo”, ejerciendo una vigilancia acrecida sobre las bandas fascistas del “Ku-Klux-Klan” o de las “camisas doradas”, poniendo al desnudo la gran estafa popular y el freno descarado que son la pretendida “revolución” mexicana o las “evangélicas” predicaciones de Coughlin, “el padre de la radio”, nunca ha de ser subestimado el papel que juega en ese rincón del mundo el problema de las nacionalidades, y que la más profunda de las revoluciones a realizar en él, será la de repetir la gran experiencia que la U. R. S. S. llevó a cabo bajo la dirección clarividente de Lenin y Stalin. Para que llegue pronto el día en que se cumpla la profecía del gran poeta negro Laugston Hughes, cuando decía:

“Yo también canto, América.
Yo soy el hermano más atezado.
Se me envía a comer a la cocina
cuando hay gente.
Pero yo río,
y como bien,
y mi fuerza se acrecienta.
Mañana,
me sentaré en la mesa
cuando habrá gente,
nadie osará ya
decirme, entonces:
¡Vete a comer a la cocina!
Ellos verán cómo yo soy hermoso
y tendrán vergüenza.
Yo también soy América.”

NADAL

Valencia, diciembre, 1935.