Filosofía en español 
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Armando Bazán

El juego de los imperialismos en América Latina y Oriente

Las causas de que, en la actualidad, la independencia de las Repúblicas hispanoamericanas sea sólo una ficción, se encuentran en el momento y en la forma cómo dichas Repúblicas se separaron de la Metrópoli, y más allá todavía, en los factores que intervinieron en su descubrimiento y en su colonización.

La guerra de la Independencia no fue provocada por el crecimiento de una burguesía poderosa cuyas necesidades vitales hubieran exigido el aplastamiento de la monarquía y del feudalismo. La guerra de la Independencia, al fin de todo, no fue sino el desmembramiento de una rama feudal desarrollada al otro lado de los mares, la que, arrastrando a una burguesía en germen, a la clase media y a los campesinos, llevó a cabo su objetivo esencial: no seguir siendo tributaria de la Corona española.

Después de la guerra de la Independencia, el régimen de producción feudal continuaba siendo casi el mismo. El desarrollo efectivo del capitalismo tenía que llevarse a cabo en otra forma: con la invasión de una nueva potencia, que, por otra parte, no había sido completamente extraña a la empresa de la Independencia: la Gran Bretaña, en el cénit de su desarrollo industrial y financiero.

Fueron, pues, los capitales de la City y, en consecuencia, su influencia política, los que tomaron la tutela; los que comenzaron una nueva era de explotación en ese mundo del que acababa de ser desalojada España. El monopolio de la ingente riqueza de las flamantes Repúblicas fue, durante muchos años, exclusivo, de la Gran Bretaña, a pesar de que la expansión del capitalismo norteamericano comenzaba sus tímidos intentos de penetración.

La guerra de 1914 vino a cambiar profundamente la situación. Es, en ese período, cuando el empuje de Wall Street adquirió una fuerza irresistible, y la América del Sur quedó transformada en un vasto campo de lucha imperialista.

Durante todos estos últimos tiempos, Inglaterra no ha hecho más que ir perdiendo poco a poco sus posiciones. El monopolio del petróleo y de otros minerales, la explotación de empresas industriales, han pasado a las manos de los Estados Unidos en Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Chile; todo lo largo de la costa del Pacífico. Inglaterra ha tenido que replegarse a la del Atlántico. La Argentina y el Brasil son sus últimos baluartes.

Pero este abandono de posiciones no quiere decir, de ninguna manera, que Inglaterra haya renunciado definitivamente a sus privilegios. Lo ha hecho ante el empuje arrollador del capitalismo yanqui. Pero, en idéntica forma que los mismos Estados Unidos proceden respecto del Japón en Manchuria y en China, Inglaterra maniobra en secreto y sin descanso, esperando el momento propicio para tomar la ofensiva contra su enemigo mortal.

El forcejeo de estos dos grandes imperialismos disputándose el terreno en América, produce toda esa serie de fenómenos ante los cuales sonríe burlonamente Europa, pero que constituyen, en realidad, una tragedia inmensa: los semanales golpes militares, los cambios vertiginosos de gobiernos, el entronizamiento de verdaderos monstruos de ignorancia y de ferocidad --casos de Gómez, Machado y el bien desaparecido Sánchez Cerro-- y, por último, el desencadenamiento de odios y de guerras entre pueblos vecinos, tales como Bolivia y el Paraguay.

No es una simple casualidad el hecho de que en China y en América se hayan producido casi al mismo tiempo los chispazos que pueden originar el incendio de una conflagración mundial. Ellos no son sino el efecto inevitable de las mismas causas: la lucha encarnizada de los grandes invasores para sacar la mejor parte en dos regiones riquísimas del mundo.

En China, el Japón, aprovechando la coyuntura que le brinda el desastre económico y las contradicciones de sus rivales de Occidente, ha tomado la ofensiva y sigue persiguiendo al imperialismo yanqui en retirada; Manchuria, donde Wall Street tenía invertidos ingentes capitales, ha entrado de hecho a formar parte de las colonias del Gran Imperio de Oriente. China está en vísperas de hacerlo.

Bajo distinta forma, pero constituyendo un todo orgánico, el juego de los imperialismos se presenta claro tanto en Extremo Oriente como en América del Sur. El apoyo disimulado que Inglaterra presta al Japón en la invasión de Manchuria, es el desquite de los rudos golpes que va recibiendo del puño del Tío Sam en América.

Así no se va sino preparando el terreno y la hora de la gran batalla en América. Batalla mortal, no sólo por intereses puramente económicos, sino también estratégicos de primer orden. El Canal de Panamá representa para la potencia del Norte, la llave principal de su dominio en el Pacífico. Y este dominio se encuentra amenazado no sólo del lado de Inglaterra, sino también del lado del Japón, cuyas declaraciones por boca de sus primeros ministros y jefes de Estado Mayor, no han podido ser más explícitas a este respecto. De allí el afán frenético de los Estados Unidos para sentar bien sus plantas en todo lo largo de las repúblicas hispanoamericanas. Las colosales fortificaciones, las centenas de cañones apostados entre los árboles, las impresionantes escuadrillas de aviones de bombardeo que se ven a toda la extensión del Canal, no están allí solamente para aterrorizar espectacularmente a los viajeros que lo atraviesan. Están allí esperando el momento de la gran catástrofe.

De esa gran catástrofe que se prepara febrilmente no sólo en Europa y en el Extremo Oriente, sino también en toda la América. La prensa europea está allí para ilustrarnos copiosamente sobre el particular. Holanda, Bélgica y Suiza están materialmente abrumadas de pedidos de armas y municiones provenientes del Brasil y la Argentina. Todos sabemos que México acaba de firmar un contrato para la construcción de dieciséis acorazados en España. Colombia ha hecho ya varios empréstitos de millones de pesos destinados a armamentos; el Japón ha facilitado al Perú una suma de 20 millones de dólares, que irán a parar a las Arcas de Nueva York, a cambio de aeroplanos y fusiles. Y los Gobiernos de Bolivia y el Paraguay, movidos por las fuerzas ocultas de Londres y de Washington, van empeñando ya sus últimas riquezas a fin de que la carnicería humana continúe en esos campos vírgenes del trabajo del hombre.

En 1914, los contrachoques de los intereses de los grandes imperialismos europeos habían caldeado el polvorín de los Balcanes, en la misma forma que hoy van encendiendo chispazos en Oriente y América Latina. No tendría nada de extraño que en cualquiera de esos puntos comenzara el gran incendio que ha de extenderse a todos los continentes de la tierra y entre cuyas llamaradas tendrá que volverse ceniza, inevitablemente, el monstruo insaciable del capitalismo.

Armando Bazán