Filosofía en español 
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De nuestro corresponsal en Berlín

La liturgia del nacionalsocialismo

Vamos a bosquejar rápidamente la “mise en scène” de las manifestaciones nazis.

El Sport Palace, estadio situado en el centro de la ciudad, dedicado a todos los deportes, es el lugar predilecto de los grandes partidos para ponerse en contacto con las masas. Tiene una capacidad de 15.000 personas. Altavoces de formidable potencia permiten oír a al orador desde los más apartados rincones, y éste, sin necesidad de esforzarse, puede dominar cualquier tumulto, suponiendo que alguno pudiera producirse.

Ayer inauguraba Hitler la campaña electoral del partido. Lleno completo. Lo que pasaba en el Sport Palace era transmitido a diez grandes salas de Berlín por medio de la radio.

Para entretener la impaciencia, una gran orquesta tocaba las canciones del partido, acompañadas a coro por la multitud.

Los nazis no son excesivamente amables con los periodistas. Nos han colocado en el primer piso, detrás de un enrejado metálico, a espaldas del orador, sin asiento alguno y en medio de gentes que comen salchichas y beben cerveza.

Muchas veces hemos oído que las mujeres alemanas han sido seducidas por la prestancia de D. Adolfo. Las walkyrias que circulan por la sala muestran que el convencimiento político está en razón inversa con la belleza. Pero en un país donde los dos sexos votan, desdichado del partido que tenga en contra suya las mujeres feas.

Alrededor de la sala, y en letras muy grandes, esta inscripción: “Por la nación contra la Internacional. Alemania, libre del marxismo.”

Un hombre enérgico ordena. Toda la sala se pone en pie; la orquesta ataca el himno del partido. De los subterráneos empiezan a salir banderas, que por cada lado de la pista van a colocarse alrededor de la tribuna. Más de cien.

Nueva orden. Todos los brazos se tienden hacia la entrada. Por entre una triple fila de uniformes caquis, algunos de una real elegancia, aparecen los brillantes uniformes negros con la calavera simbólica en la gorra. Separado unos metros de su escolta, Hitler, saludando a la romana. Lleva simple camisa y pantalón caquis; por toda insignia, la Cruz de Hierro.

Entrada espectacular. “Heil, Heil...” Diez proyectores de 5 kw. iluminan la escena. Quince tomavistas ruedan. El canciller, recién afeitado, un corte de pelo impecable, tipo de hombre fuerte, bien constituido, porta gallardamente sus cuarenta años. Con un real dominio fotogénico sigue saludando mientras cien fotógrafos se contorsionan para conseguir la mejor placa.

La ovación se repite cuando Goebels, diminuto, vestido de gris, haciendo esfuerzos para disimular su pierna inválida, estrecha la mano del jefe. Goering llega poco después, enigmático, relleno, también sin uniforme, embozado en una trinchera caqui.

Goebels se transforma en la tribuna. Es uno de los oradores más formidables que conozco. Las masas ríen, se emocionan y rompen las manos a aplaudir. Los proyectores escrutan entre el público algún comunista perdido.

Un niño ofrece un ramo de flores a Hitler, que agradece levantando el brazo. Acto seguido sube a la tribuna. Ocho micrófonos recogen su voz. Gesto sobrio, ademanes justos, el accionar sustituido por el acento, por la expresión. Voz potente que a veces aplasta por su volumen. Un orador de esta naturaleza se impone al público desde el primer momento y a nadie se le ocurrirá analizar el contenido de su discurso. Hay períodos de elocuencia. Las promesas llueven. Alemania volverá a su antiguo esplendor. Todos tendrán trabajo; se recuperará lo perdido; cuestión de tiempo, años más o menos. El baldón marxista desaparecerá. Exaltación nacionalista. Y como “leit motiv” la amenaza a los Sindicatos, transparentando una inquietud bien natural.

Al público nazi le basta con verle y oírle. Lo demás es secundario.

Cuando se retira el “fuhrer”, de nuevo orquesta, canciones vivas militares con los talones juntos; brazos tendidos.

Prosigue la ceremonia. Silencio para los muertos y una canción muy triste. Luego, pasodoble y desfile.

A la puerta la juventud solicita, en troncos precintados, el óbolo de los asistentes. La Policía ha interrumpido la circulación en todas las calles vecinas. El público, embriagado, grita hasta enronquecer. Milagro si algún comunista no es cazado durante la noche.

Un primer acto de la campaña electoral, que se repetirá decenas de veces en las distintas ciudades de Alemania.

ALVAR