Filosofía en español 
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[ Antonio Guzmán ]

El cine y la política

Abatir el cine hasta convertirlo en muñidor de elecciones, es un atentado al arte y no merece siquiera el honor de la repulsa. El proselitismo político, igual que las tercerías de amor, no repara en medios. Su apetencia le guía, y cuanto toca resulta maculado. Ley fatal que periódicamente se cumple en todos los pueblos de la tierra y que se agudiza en los ocasos de la democracia.

Así ahora en la furibunda Alemania de los “nazis”.

Goebels, el ministro de Propaganda racista, uña y carne del “bello Adolfo”, ha caído sobre la excelsa producción cinematográfica alemana como un vándalo en un museo. Su primer providencia ha sido prohibir la proyección de “El testamento del doctor Mabuse”, film de Fritz Lang. No le ha valido al genial autor de “Los Nibelungos” la varita mágica de semidiós que resucita leyendas.

La “Ufa” se apresta, llorando lágrimas de sangre, a atravesar el desierto racista con un Agón de Troneque ministerial por guía. Crimilda y Sigfrido, el amor, la belleza y la heroicidad, se quedan amordazados en la otra orilla. No figurarán ellos en la triste y forzada caravana del arte sin arte.

Arena, arena, fuerte viento alisio que resopla caldeado en el furor nacionalista como el aliento irresistible de cien camellos en brama. Ese es el camino asfixiante y enervador que, por culpa del proselitismo político, emprende hoy la cinematografía alemana.

El egoísmo exacerbado de una facción triunfante, la estrechez de su horizonte ideológico se han convertido en numen de un arte exquisito, depurado y universal. ¿Culpa de la política? No. Culpa del sectarismo, cosa bien diferente.

La política, en su sentido más amplio y levantado, es aspiración a lo mejor y pugna por conseguirlo. Arte que no vaya informado y animado por esta aspiración suprema carecerá de fuerza ejemplar y transcendente. Será un escorzo y un desperezo de belleza, como fantástica luz de bengala que para nada sirve ni a nadie aprovecha.

Separar el cine de la política noble, de la política anhelosa de un orden social más urbano y elegante, más justo y espiritual, es un desatino que, por fortuna, jamás se le ocurrió ni ocurrirá a ningún gran forjador de sueños magníficos a lo Murnau, en “Pan nuestro de cada día”, a lo Eisenstein, en “Romanza sentimental”, a lo Pabst, en “Cuatro de infantería”.

En el fondo de estas creaciones, ¿quién lo duda?, late un ansia regeneradora capaz de sublimar cuanto alienta y que, en definitiva, es política, ensueño y forcejeo de superación moral, utopía fecunda de la que surgirá, más o menos tarde, el nuevo orden de cosas ético y estético.

En tal sentido, la política será siempre inseparable del buen cine como lo fue del arte en general. Ala gemela de la belleza –fondo y forma, contenido y expresión–, sin cuyos dos enunciados no puede mantenerse en equilibrio ninguna verdad artística de las que aspiran a permanecer, la política ha de prestar emoción, inquietud y anhelos al cinematógrafo; mientras este arte joven y popular no renuncie a su propia esencia y se niegue o reniegue a sí mismo.

Pero descender de la política señera a un partidismo tiránico e insultante, mantenido por cien puños crispados, es una desdicha que estaba reservada al cine alemán, guía y maestro ayer, inválido y tartamudo hoy, merced al celo partidista de los nacionalistas germanos, acaudillados, ¡oh, paradoja!, por un extranjero.

Se oscureció el sol y descendió como un nublado voraz sobre las siembras. Era la langosta, enemiga de los brotes tiernos; era el proselitismo devorador de libertades, mezquino, obtuso, antipolítico, precedido de un metálico zumbido de amenazas, que se venía encima de una producción fílmica floreciente para convertirla, en un dos por tres, en campo yermo donde arraigarán las malas hierbas de la propaganda electoral para elegir síndicos municipales.

¡Bonito porvenir el de un arte que, como el alemán, iba escalando alturas asombrosas en un noble pugilato de esfuerzos artísticos con sus rivales los rusos!

También éstos, los rusos, tienen censores. También el despotismo oficial ha destacado junto a cada realizador un Argós que le asaetea con cien miradas inquisitivas y pretende escudriñar el fondo de sus pensamientos; también en Rusia, antes que en Alemania, cada vuelta de manivela chirría con un quejido de opresión. Aunque no es lo mismo, en el fondo, siendo igual en procedimiento, como no es lo mismo el ocaso del sol que su salida, si bien en ambos casos se encuentra a igual distancia de su cenit, que es la libertad.

También en el sectarismo hay grados de dignidad, y no es justo confundir el despotismo de César con la tiranía abyecta de un Dionisio de Siracusa.

El comunismo lleva en su entraña un vigor y un apasionamiento que le hacen, a pesar de todo, compatible con las grandes concepciones, mientras que el espíritu rencoroso y limitado del partido hitleriano será la horma de hierro que aprisionará los pies del gigante.

No hay salvación para el cine alemán, si no emigra a otras latitudes hasta que la reacción ciudadana conjure el nubarrón de apetencias y fanatismo más policíaco que político, más agreste que urbano de los nazis.

¡Política! ¡Cuántos crímenes de lesa ciudadanía se cometen en su nombre!

Antonio Guzmán