El Castellano
Burgos, jueves 15 de abril de 1937
 

La sesión del miércoles de la Comisión Permanente Municipal

A las siete de la tarde abre la sesión el señor Cuesta. En los escaños los señores Martín Lostau, Echevarrieta, Plaza, Moliner y Domingo Monedero. (...)

Colocación de lápidas

El alcalde dio cuenta de que cumpliendo un acuerdo del Ayuntamiento de Burgos, se iba a instalar dos lápidas en el Arco de Santa María mirando a la Catedral, conmemorativas de dos hechos históricos.

La una en recuerdo del fusilamiento [fueron ahorcados] de la junta de Burgos en la ciudad de Soria por los franceses durante la guerra de la Independencia, y la otra para perpetuar el levantamiento en armas contra la invasión francesa por el pueblo de Burgos llevada a cabo el 18 de abril de 1808, a la que se ha denominado por los historiadores el Dos de Mayo burgalés.

Se pensaba descubrir las placas con gran solemnidad e invitar al acto al alcalde de Soria, pero debido a las circunstancias actuales se hará sin ninguna ceremonia. (...)

Se aprueban por unanimidad las propuestas de la Alcaldía


El Castellano
Burgos, sábado 17 de abril de 1937
 

Conmemoración gloriosa

Las víctimas burgalesas de la guerra de la Independencia

I

La Comisión Municipal Permanente, en su sesión del miércoles 14, tomó, a petición del señor Alcalde, el acuerdo de que, rápidamente, quede colocada en la fachada posterior de la torre histórica de Santa María, domicilio tantos siglos del Concejo burgalés, una lápida que recordando glorias olvidadas de la Ciudad, perpetúe los nombres de hijos de esta tierra, unos representantes de la alta autoridad provincial, otros, artesanos modestos que dieron, durante los heroicos y azarosos días de la guerra de la Independencia, sus vidas por la Patria.

Larga gestación lleva el proyecto. Hace ya muchos años, en 1908, cuando España entera vibraba al conmemorar el centenario de la gloriosa epopeya, un concejal, con certera visión, propuso al Ayuntamiento que en la plaza del Duque de la Victoria se colocara una placa o lápida recordando dos hechos señalados de aquella guerra; el llamado «Dos de Mayo burgalés», día aciago para Burgos en que las tropas francesas invasoras mataron a balazos en aquel sitio a unos pobres burgaleses, y la muerte ignominiosa dada en Soria, años después, a los Vocales de la Junta de Burgos.

Aquella moción, firmada por mi muy querido compañero don Tomás Alonso de Armiño, que él fue el concejal a quien me he referido, se acogió, inútil parece decirlo, con cariño y entusiasmo por la Corporación municipal.

Poco después se acordaba conforme a lo solicitado; se encargaba al cronista señor Salvá, de buena memoria, un proyecto de inscripción que él redactó; y luego, por cambios de Ayuntamientos, por inexplicable olvido, por dificultades que nadie procuró vencer, el proyecto quedó dormido, el expediente archivado.

No faltó quien, más de una vez en la prensa volviera sobre el caso recordando la noble iniciativa.

Cuando se cumplió el centenario de la afrentosa muerte de los Vocales de la Junta de Burgos, quien esto escribe logró fácilmente, con un artículo periodístico, enfervorizar el patriótico espíritu burgalés, y, por su iniciativa, el Ayuntamiento organizó en nuestra portentosa Catedral un funeral solemne con oración elocuente que pronunció el Canónigo señor Gómez Roji.

Y cuando años después, en 1913, se cumplieron los cien de la voladura del Castillo de Burgos por los franceses, al huir de España ya perdida la guerra, también quien esto firma, conmemoró en la prensa tal fecha, doliéndose de que aquel día no hubiese tronado el cañón ni sonado las campanas, en recuerdo de tantos patriotas muertos por la Santa Causa de la Libertad de la Patria; y aprovechó la ocasión para recordar que estaba incumplido el acuerdo municipal de que queda hecha mención.

Inútil fue el recordatorio. Parece que algo fatal e inevitable se oponía a que idea tan hermosa cristalizase en hechos.

Pasaron y pasaron los años, y hace muy pocos el entonces Alcalde don Manuel Santamaría resucitó la idea y pidió que se ejecutase el acuerdo.

Púsose ya en marcha otra vez el expediente; redactóse nueva inscripción; se encargó la lápida, y estaba todo dispuesto por el alcalde señor García Lozano para que en abril de 1936 se descubriese el monumento. Vinieron otra vez las dificultades: La situación política en que hace un año estábamos, inclinó al Ayuntamiento a aplazar tal acto.

Y al fin ahora, por acertada iniciativa de don Manuel de la Cuesta, vamos a ver muy pronto la lápida que hace tantos años debiera estar patente para glorificar la memoria de beneméritos burgaleses.

El propio señor alcalde me requiere, cumpliendo un acuerdo anterior, para que, como Cronista de la Ciudad, refresque la memoria de mis paisanos y, brevemente, recuerde los hechos que se van a conmemorar y que quizá muchos no conozcan bien, porque nosotros, acaso por tener en nuestra historia tantos sucesos memorables, por ser Burgos relicario de glorias y venero inextinguible de hazañas famosas, somos un poco olvidadizos, y no las celebramos, exaltamos y ponemos a la vista de todos según merecidamente deberíamos hacerlo.

No hay que decir el singular agrado con que tomo la pluma, por cumplir lo que se me ordena, y por emplearla una vez más, modesta y pobre como es ella, en honor de mi Patria y de mi pueblo que son mis eternos amores, como los de los burgaleses todos.

II

Dos fechas, según he dicho, van a perpetuarse.

La primera, la de 18 de Abril de 1808.

Para tal día hacía ya muchos que Burgos se veía invadido por los ejércitos de Napoleón sin que nadie supiese, a ciencia cierta, el motivo de su llegada a España.

En las altas esferas del Poder se creía que venían como amigos y que iban de paso para Portugal; que tal vez, pensaban algunos, traían el propósito de robustecer la autoridad del recién proclamado Fernando VII.

El pueblo, con instinto admirable, recelaba que algo se tramaba contra España; observaba que los extranjeros se portaban más como invasores que como huéspedes; veía sus peticiones crecientes, su conducta poco amistosa, y un malestar sordo y callado dominaba en las gentes.

Poco hacía que el nuevo monarca había pasado por Burgos dirigiéndose a buscar al que estimaba su gran amigo Napoleón Bonaparte.

Éste debía haberle esperado en Burgos, pero aquí no llegó.

Ciegos el monarca y cuantos le aconsejaban, siguieron a Vitoria desoyendo las prudentes advertencias del Ayuntamiento de Burgos que, al tener noticias de que el Rey había inopinadamente salido para la capital alavesa, aún extremó su patriótica actuación enviando a aquella ciudad comisionados que le advirtieran y suplicaran no seguir adelante, gestión que ningún resultado obtuvo.

Fernando dijo que había leído la carta del Ayuntamiento que los comisionados le llevaron, y que agradecía su celo... pero siguió para Bayona.

Parte de las tropas francesas en Burgos acantonadas, salieron hacia Vitoria el 17 de Abril, al encuentro según decían de Napoleón.

Parece, así lo dicen quienes entonces vivían, en documentos que están publicados, parece digo, que tales tropas encontraron en su camino a un correo español o a un Guardia de Corps que traía pliegos para Burgos o, no está ello bien averiguado, para la Junta de Gobierno de Madrid. Le detuvieron, le registraron, aún se dijo que se apoderaron de la correspondencia.

Los elementos populares de Burgos, enterados con indignación de este hecho, se reunieron en grupos el 18 de Abril y acudieron a protestar violentamente ante el Intendente de la Ciudad, Marqués de la Granja, quien les desatendió, «les hizo poco caso» dice un testigo presencial.

La indignación fue creciendo: «Muera, decían las gentes, ya no hay justicia en Burgos.»

Atemorizado el Intendente, corrió, acompañado de personas respetables que le protegían, a refugiarse en el Palacio Arzobispal, situado entonces, como es sabido, en la plaza que llamamos del Duque de la Victoria, porque allí creyó estar seguro ya que existía una guardia francesa, pues en tal edificio estaban preparadas las habitaciones para Napoleón.

El pueblo enfurecido arreciaba en sus «mueras»; gritaba «fuera esa guardia»; llegó a arrojar algunas piedras, pretendió desarmar a un centinela, y entonces el jefe de la guardia, bárbaramente, sin previo aviso, ordenó hacer fuego, y dice Palomar, artesano burgalés que anotó estas y otras noticias curiosas: «A la primera descarga, tres hombres quedaron muertos en el suelo.»

Nada más pasó; aterrados los burgaleses, incapaces de hacer frente a las fuerzas que de varios sitios acudieron, se retiraron dolidos, irritados, jurando venganza.

Allí puede decirse que empezó la Guerra de la Independencia; aquella fue la primera sangre española vertida, días antes de que la salida de las personas reales del palacio de Madrid diera lugar, el 2 de mayo siguiente, a los heroicos hechos y a las terribles matanzas de patriotas españoles que la Historia ha descrito y todos recordamos.

Aquellos tres hombres víctimas de la tropa extranjera por oponerse a los invasores, fueron los primeros españoles muertos por la independencia patria.

Sus nombres obscuros, eran pobres menestrales a cuyas familias el Ayuntamiento socorrió, han estado olvidados mucho tiempo. El propio don Anselmo Salvá, que acerca de «Burgos en la Guerra de la Independencia», escribió un libro, acaso el mejor de los suyos, no los conocía: eran Manuel de la Torre, Nicolás Gutiérrez y Tomás Gredilla.

Halló tales nombres en un documento de la época don Juan Albarellos y los publicó en su importante obra «Efemérides burgalesas».

Y ahora al fin –si la lápida se hubiera labrado en 1909 no figurarían en ella–, ahora van a quedar esculpidos en piedra para ejemplo de las generaciones venideras.

El hecho es sencillo; sencilla y toscamente le he relatado, acuciado por la urgencia de publicar este trabajo y por el miedo de hacerle demasiado largo. Pero dentro de su sencillez, significa tanto, vale tanto y sirvió para tanto, que bien merece ser conmemorado.

El sacrificio de estos burgaleses que apasionada, violentamente se alzaron contra los invasores, no fue perdido.

Estaba en Burgos entonces un gran patriota, personaje burgalés que había ocupado los más altos cargos: el Baylío, general de Marina, don Antonio Valdés, quien contribuyó en aquellos momentos azarosos a calmar algo los ánimos; con él se hallaban el general Cuesta, que ejercía el mando superior, y otro militar, el coronel don Manuel García del Barrio, quien se encontraba en Burgos preparando su viaje al Nuevo Mundo y dice en un libro que el acontecimiento del 18 de Abril «me ha decidido a abandonar mi viaje a mi casa y mis comodidades en América para sacrificarme todo a la Patria».

Y otro tanto le ocurrió al Baylío Valdés, quien en una Memoria que años después publicó declara paladinamente las resultas que para él tuvo aquel suceso.

Desde entonces los franceses le miraban, dice, «con sombrío semblante»; suponían y no se engañaban que algo se tramaba en su casa, acusaban a su sobrino don Vicente Eulate de que estaba a la cabeza de los que querían rebelarse.

En efecto, Eulate, precisamente a las veinticuatro horas de los sucesos escribía al Intendente de Soria haciéndole ver que era necesario prevenirse, «que se tomen providencias para que no nos sorprendan y podamos obrar con éxito», que en Burgos había representaciones de muchos pueblos, que se esperaban municiones y pólvora, y que en Soria, decía a su amigo, «tú con toda la cautela y sigilo posibles, tomes iguales medidas para acudir a donde convenga...»

Valdés, por poderosas razones, espero un poco aquí, pero al comenzar Mayo, «burlando, dice él, la vigilancia de 14.000 franceses», se fugó de Burgos, marchó a Palencia y de allí a León, organizando juntas que armaron al pueblo, presidiendo a la de León y logrando luego formar en La Coruña una, magna de los tres reinos de Castilla, León y Galicia, que por desgracia duró poco.

Pero la semilla estaba echada y germinó. Estas juntas y otras análogas fueron las que dieron los primeros pasos para la defensa nacional que dura, enconada, admirable, logró tras años de lucha arrojar del suelo patrio a los invasores.

Así la exaltación inconsciente si se quiere, pero santa, de unos pocos artesanos burgaleses, fue la chispa que hizo arder el patriotismo de muchos españoles.

No es, creo puede afirmarse, el Dos de Mayo ni la carta del alcalde de Móstoles lo que ha de contarse como iniciación del glorioso alzamiento. La fecha es la de 18 de Abril de 1808; la ciudad donde ocurre el hecho decisivo, Burgos; las víctimas primeras, los tres humildes burgaleses muertos por la guardia francesa.

¡Honor a ellos!

Eloy García de Quevedo
Cronista de Burgos

(Concluirá)


El Castellano
Burgos, lunes 19 de abril de 1937
tercera plana

Conmemoración gloriosa

Las víctimas burgalesas de la guerra de la Independencia

III

La segunda fecha en la lápida recordada, es la de 2 de Abril de 1812.

Se ha hablado antes de las Juntas, en distintas provincias establecidas después del 18 de Abril de 1808, para preparar, organizar y sostener la resistencia a los franceses invasores.

Formáronse tales Juntas, siempre que se pudo, en las capitales, pero a veces, según ocurría en Burgos, la capital estaba ocupada y fuertemente guarnecida por los extranjeros, y era inútil pensar en organizar allí nada.

Por eso para muchas Juntas, y entre ellas la de la Provincia de Burgos, en la cual más acaso que en otra alguna, se daban esas circunstancias adversas, fue difícil y peligrosa la organización, y la Junta actuó siempre huyendo de los lugares más populosos, ocultándose muchas veces en montes y sierras de difícil acceso, llevando sus Vocales una vida nómada y errante, que es un mérito más que tuvieron los esforzados varones que a ellas pertenecieron, los cuales, los de Burgos, sin reparar en dificultades, procuraron organizar la vida provincial, acopiar municiones y alimentos, alistar soldados y hasta tuvieron su órgano periodístico oficial, su «Gaceta», que sin duda se componía y tiraba en una pequeña imprenta ambulante.

Así el número prospecto en que se anuncia la salida de la «Gaceta de la Provincia de Burgos», dice que se publicará todos los viernes, a contar del 5 de Julio de 1811, y que «estará de venta en este lugar de Villacádima, o donde se halle la Junta; y en la otra sierra en Salas de los Infantes, o donde se halle la Intendencia», palabras bien elocuentes para demostrar la inestabilidad de aquel organismo que, hasta forzado de la necesidad, salía de sus términos jurisdiccionales ya que Villacádima es un pueblo de la provincia de Guadalajara, a cinco leguas de Atienza.

Como la actuación y vida de esta Junta apenas han sido estudiadas, he creído que no serán aquí inútiles estas noticias poco comunes, que recogí registrando la casi completa colección que conserva la Hemeroteca Municipal de Madrid, que estuvo expuesta en la Exposición Universal de Sevilla y que será la única acaso que exista de dicha «Gaceta» que cesó, o por lo menos la colección citada acaba, en 7 de Mayo de 1813, fecha, como se ve, ya muy cercana al término de la guerra.

La Junta de Burgos que se titulaba Superior de la Provincia, se constituyó en Salas de los Infantes, villa a la que algunos documentos de la época califican de nueva Covadonga para la reconquista de Castilla, el 13 de Junio de 1808, presidida por un noble burgalés, el marqués de Barriolucio, que se había echado al campo a guerrear mandando una partida de voluntarios de Burgos, llegando a alcanzar luego alta y bien ganada jerarquía militar.

Largo, difícil por falta de datos, e inadecuado al momento, sería el relato de cuanto la benemérita Junta hizo; basta para demostrar que fue mucho, saber el odio que la tenían los enemigos; el tenaz empeño con que la perseguían y la crueldad con que al fin dieron muerte a algunos de sus Vocales, cuyos nombres perpetuará la lápida del Arco de Santa María.

Vengamos ya al hecho conmemorado.

En Marzo de 1812, la Junta, siempre errante y acosada, se hallaba en el pueblo de Grado, provincia de Segovia; un español traidor denunció a los franceses dónde se cobijaba, y una columna de caballería, salida de Aranda de Duero, llegó a marcha forzada al pueblo en la madrugada del 21 de dicho mes, cercando fácilmente el lugar antes que nadie pudiera prevenirse, y apresó al Vicepresidente y dos Vocales de la Junta, al Intendente, empleados y militares de escolta, apoderándose también de documentos y fondos; otros Vocales lograron escapar.

Fueron los presos conducidos a Soria y allí, dice un documento oficial: «El Tribunal Criminal Extraordinario de esta ciudad y su provincia, en virtud de comisión y mandato especial del Excelentísimo Sr. General de División Wandermausein, procedió a la formación de causa en el término y sitio que se les prescribió, contra don José Ortiz Covarrubias, don Pedro Gordo, don Eulogio José Muro, don José Gregorio Navas y don Santiago Estefanía, individuos de la Junta insurreccional titulada de Burgos y Segovia, presos.., y conducidos a ésta, y habiéndola sustanciado, con audiencia del fiscal de S. M. y la que se proporcionó a los reos, convictos y confesos de los delitos de conspiración y demás de que fueron acusados, los citados Covarrubias, Gordo, Muro y Navas, por sentencia dada en el día 2 de los corrientes, se les declaró comprendidos en el Real Decreto de 15 de Abril de 1810, y en consecuencia sufrieron el mismo día la pena de muerte... imponiendo al citado Estefanía la de conducción a Francia, y encierro en un Castillo de su Imperio, hasta la pacificación...»

Inútil parece encarecer la consternación que en el patriótico vecindario de Soria produjo esa sentencia y su inmediata ejecución; ni cabe entrar en detalles, que no dejarían de ser conmovedores, de la terrible ceremonia.

A súplicas de los sorianos, permitieron las autoridades francesas se celebrase un funeral, pero, y sigo copiando documentos de la época, porque ellos, mejor que yo pueda hacerlo, pintan el horror del suceso, aunque los cuatro cadáveres, «con permiso que solicitaron y consiguieron los Hermanos de la Caridad, se bajaron del patíbulo al siguiente día y condujeron a la Iglesia Parroquial de San Salvador con pompa fúnebre y asistencia del Clero y crecido concurso de este piadoso vecindario para darles sepultura eclesiástica, estando celebrando sus exequias, fueron interrumpidas repentina y violentamente por la tropa que el Gobernador francés envió, arrepentido de la buena obra que hizo en conceder el permiso, entrando con la mayor irreverencia y profanación del templo, espada en mano, sorprendiendo y llenando de terror y espanto a los concurrentes, obligándoles a cargar con los cadáveres y llevarles y colgarles de nuevo en la horca, en que permanecieron muchos días, a discreción de las aves y perros, que los devoraron en gran parte, hasta que aquel diamantino corazón permitió o toleró que se les enterrase en el propio campo, a las inmediaciones del suplicio.»

Ese fue el desventurado final que tuvieron las víctimas burgalesas inmoladas en Soria; digo mal, no puede ello considerarse como fin, pues desde entonces para ellas comenzó la glorificación y el triunfo.

La noticia de estos bárbaros sucesos produjo en la nación entera impresión enorme. Las Cortes de Cádiz promulgan el 19 de Mayo siguiente, un Decreto en el que se dice: «No pudiendo las Cortes Generales y Extraordinarias recordar, sin el más amargo dolor, el desgraciado fin que han tenido los Vocales de la Junta de la Provincia de Burgos, D.... terminando en un patíbulo, a impulsos de la barbarie francesa, la gloriosa carrera de sus heroicos servicios, y queriendo eternizar la memoria de tan ilustres víctimas sacrificadas por su lealtad y patriotismo, los declara Beneméritos de la Patria.»

Se dio este Decreto tan honorífico, pues homenajes semejantes no se prodigaban, a petición de los Diputados de Burgos, uno de los cuales era el Obispo de Calahorra, acordándose además socorrer a las familias de los muertos y celebrar solemnísimo funeral en la Iglesia del Carmen de Cádiz.

Otro no menos solemne, más conmovedor sin duda, hubo en la señalada fecha de 2 de Mayo, el propio año, en la Iglesia de Santa María de Salas de los Infantes, presidido por la Junta Superior de Burgos, mejor diríamos por la nueva Junta, y pronunció la oración fúnebre, dos veces impresa, el P. Domingo de Silos Moreno, monje del monasterio de su nombre, obispo de Cádiz más tarde, quien por lo próximo de los sucesos que de ciencia propia conocía, por su relación con las personas inmoladas, por su adhesión entusiasta a la causa por la cual murieron, y sin duda también por la calidad de su auditorio, tan íntimamente unido a los muertos, hizo un sermón patético y admirable, lleno de datos curiosos que bien hubiera querido recoger aquí, pero que aquí no caben.

Y muy poco después, así que en Soria hubo autoridades legítimas, aquel Ayuntamiento, el 13 de Octubre de 1812, «deseando que a estos gloriosos mártires de la Patria se les presten aquellos homenajes debidos, acordó que... se saquen sus huesos del paraje en que se hallan..., se coloquen en un decente ataúd, y sean conducidos con solemnidad al sagrario de la insigne Iglesia Colegial de San Pedro, donde a su entierro precedan las exequias con misa y oración fúnebre por sus almas... Que a seguida se demuela y quite la referida horca y que en su lugar se coloque una pirámide en que se lean los nombres de los que allí han sido sacrificados por defensores de la Patria.»

Para el 8 de Noviembre ya se acordó señalar la conmemoración, dice el documento, celebrando solemne ceremonia; una concurrencia inmensa de la ciudad y pueblos comarcanos, todas las autoridades, el coronel Marqués de Barriolucio, que era segundo Comandante de la provincia, con la oficialidad, formando todos fúnebre procesión, se encaminó al campo de Santa Bárbara, donde «se encontró con una sencilla pero elegante pirámide levantada en el mismo lugar que había ocupado antiguamente la horca con la inscripción siguiente: "Los héroes beneméritos de la Patria don Pedro Gordo, cura de Santibáñez; don Eulogio José Muro y don José Ortiz Covarrubias, intendente de la provincia de Burgos, y Vocales todos de la Junta Superior de la misma, y don José Navas, Secretario de aquella Intendencia, fieles a Dios, al Rey y a su Nación, fueron aquí alevosamente asesinados por los bárbaros satélites del vil Napoleón el 2 de Abril de 1812, cuyas reliquias se trasladaron a la insigne Colegial Iglesia de esta ciudad... Y para su eterna memoria erigió este glorioso monumento la M. N. y Leal Ciudad de Soria."»

Trasladados los restos a la Iglesia Colegial, allí quedaron depositados y al día siguiente, previas solemnes honras y patética oración fúnebre que dijo don Juan Narciso de Torres, Vicepresidente de la Junta de la Provincia, fueron sepultados en el panteón de los Sotomayores dentro del propio Templo.

Creo con esto relatado, como cabe hacerlo en un artículo periodístico, el suceso glorioso que ahora conmemora Burgos y que Soria, nuestra Capital hermana, glorificó elevando un monumento sencillo y sobrio aún conservado y en el cual, permítase recordar ese hecho por haber tomado parte en él, la Diputación de Burgos, a la que me honraba en pertenecer entonces, colocó una corona en 1924, cuando fue allí una Comisión de su seno.

Más de un siglo se adelantó Soria a nosotros; pero al fin también Burgos glorifica a hijos cuya memoria debe ser, es y será mucho más ahora que sus nombres se hallan aquí grabados en piedra, inmortal e imperecedera.

¡Honor a ellos!

IV

Terminado este trabajo, creo un deber hacer constar que la mayor parte de las noticias que contiene las he tomado de las «Efemérides burgalesas» de Albarellos; el libro «Burgos en la guerra de la Independencia», de Salvá; los volúmenes dedicados por García Rámila al Baylío Valdés; las «Memorias de Palomar», que imprimí hace años, anotadas, en la obra «Libros burgaleses de Memorias y noticias», y el sermón fúnebre del Padre Moreno, de Salas de los Infantes, que tiene largas y documentadas notas.

Y sirva esta declaración no sólo para que consten las fuentes de que me he servido, sino para que quienes quieran, y no serán pocos, estudiar más despacio y conocer mejor los importantes sucesos relatados, puedan acudir a aquellas obras donde hallarán nuevas y amplias noticias que no caben en el presente trabajo, de pura divulgación.

Trabajo que, quiero y espero sirva también, si es que tal cosa fuere necesaria, para enfervorizar y animar a la valiente juventud burgalesa, a las nobles gentes castellanas, que ahora, como en los días trágicos de la guerra contra Napoleón, luchan recia y heroicamente por la salvación e independencia de la Patria.

Eloy García de Quevedo
Cronista de Burgos


El Castellano
Burgos, lunes 19 de abril de 1937
 

La lápida conmemorativa de burgaleses gloriosos

Sin ninguna ostentación quedó ayer por la mañana descubierta la lápida colocada en la fachada del Arco de Santa María en la parte de la Plaza del Duque de la Victoria, para perpetuar la memoria de los burgaleses que murieron en dicha Plaza bajo las balas del ejército de Napoleón, cuando la ciudad de Burgos se levantó en armas contra el invasor francés y la ejecución de la Junta Superior de Burgos, llevado a cabo en Soria el año 1808. [fue en 1812]

La lápida es de piedra de Hontoria y en su parte superior está esculpido el escudo de Burgos, leyéndose la siguiente inscripción:

«Al pueblo de Burgos, que antes que ninguno de España se alzó contra los franceses invasores en esta plaza, donde murieron por la Patria, Manuel de la Torre, Nicolás Gutiérrez y Tomás Gredilla, 18 de abril de 1808

A los heroicos vocales de la Junta Superior de Burgos, José Ortiz de Covarrubias, Pedro Gordo, Eulogio José Muro y José Gregorio Navas, mártires de la Independencia Patria, ahorcados el 2 de abril de 1812. El Ayuntamiento de Burgos 1937.»

Cuando se tomó el acuerdo por el Ayuntamiento de colocar esta lápida se acordó también invitar al descubrimiento de la misma al alcalde de Soria, acto al que se le iba a revestir de gran solemnidad, pero por las circunstancias actuales se ha prescindido de la ostentación que se tenía proyectada.

Y así ayer mañana, día del aniversario de los sucesos ocurridos en la plaza del Duque de la Victoria, quedó colocada la lápida.

Cuanto público pasaba ayer por la indicada plaza se paraba a leer la inscripción conmemorativa.

La placa es obra del escultor burgalés Valeriano Martínez.


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Lápida conmemorativa a las víctimas burgalesas
de la guerra de la Independencia
1930-1939
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