Alférez
Madrid, 28 de febrero de 1947
Año I, número 1
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Misión de la inteligencia

Rerum metaphysicarum
juvenis est bonus auditor.

Alférez En yuxtaposición a la proverbial exigencia con que Aristóteles alejaba la mente de los jóvenes de los problemas difíciles de la política –difíciles porque requieren el consejo de la vida ya vivida–, pongo también yo mi exigencia en invitar a los jóvenes que comienzan hoy con Alférez, para una decidida conversión de sus mentes hacia la vida especulativa. Para ser eficaz, en verdad, hay que estar en la verdad. En el camino del error, cuanto más y más velozmente se corre tanto peor.

El eterno problema. Desde que los hombres han puesto el signo del conocimiento racional sobre sus experiencias, se viene discutiendo –por épocas y en trágicas circunstancias renace la polémica–, a quién corresponde la supremacía: al verbo o a la acción. Hoy mismo tenemos agazapada detrás del novedoso existencialismo una reivindicación de la acción contra el verbo o fruto de la inteligencia. La quiebra de ciertos frutos inmaturos y bastardos de la inteligencia europea –Reforma, Renacimiento, Liberalismo– llevan a las gentes a reclamar para la acción una primacía y dirección que no le corresponde. Se la quiere justificar alegando el fracaso del pensamiento especulativo para dirigir la vida y la historia. El lema «Política ante todo» es también una versión del mismo tópico. Y los jóvenes que hoy asisten al crepitante caer de los fastuosos edificios liberales pueden verse llevados y arrastrados inconsultamente a tomar posición en la trinchera en la cual no quisieran luchar si supieran a quién pertenece.

El verbo de la Reforma, del Renacimiento y del Liberalismo ha causado esta dispersión atomizante del mundo, material, política y espiritual. Sea, pues, sustituido por el verbo de la Tradición, de la Cristiandad y del Catolicismo integral, en lo sobrenatural, en lo político, en la historia. Pero no se sustituya jamás en la dirección de la vida, a la inteligencia por la voluntad.

Lo que sirve para orientar a un caminante es la brújula, porque señala los rumbos o la meta. En la vida individual y en la comunidad política, el orden con que se usarán los medios para alcanzar la meta lo estructura la meta o fin hacia el cual se quiere ir. Quien pretenda ordenar la vida ejecutiva mediante las causas eficientes, es decir, únicamente en función de la eficacia, presto tendrá sobre sí la funesta y poderosa eficacia de todos los medios desconectados del fin, la cual gravitará sobre la vida en forma terrible.

La tarea de la inteligencia. El Universo pende como de un hilo de su fin último, que es también su Primer Principio.

El Universo llega hasta su Primer Principio conscientemente sólo en el hombre, y en el hombre, sólo por su inteligencia.

La inteligencia es la fuerza del hombre para remontarle hacia los primeros principios de todas las cosas, y de esas, al Primer Principio de todas ellas. Con una visión del Primer Principio, que es también el último fin, puede ordenar su paso por el mundo y el paso de las cosas a cuyo gobierno está el hombre consagrado y destinado.

El orden –incluso el orden político inmediato– se perfilará desde esta perspectiva; en teniendo el fin, se conoce el medio, que es camino; como sabiendo la meta se escoge el rumbo para alcanzarla.

Y la altísima y profundísima tarea de sondear los principios primeros de todas las cosas, y por ellos ascender al Primer Principio de todas ellas, es la tarea arquitectónica fundamental para toda vida que deba ser humana, es decir, dotada de nivel espiritual consciente. A esta ciencia arquitectónica han de consagrarse los mejores esfuerzos de las mejores inteligencias, porque de ahí ha de venir la luz para la maraña de los acontecimientos concretos.

Esa tarea de la inteligencia funda el acierto de la prudencia, la dirección de las ciencias y la paz de la convivencia. Sin ella no hay más que eficacia destructiva y librada al azar. El voluntarismo –aun con la mejor intención– no subsana el defecto de una vida (individual o colectiva) en que la dirección para construir no está iluminada por este saber arquitectónico de los principios y del Principio.

La ocupación metafísica. Mas todo esto no es otra cosa que ocupación de la metafísica. Para iniciarse y para adelantar en ella no se requiere previamente la experiencia de la vida vivida. Por lo cual «el joven es buen oyente de las cosas metafísicas», que no requieren otro clima que una inteligencia sin manoseos que la hayan deslustrado. Así como es poco buen oyente de las cosas Políticas que exigen experiencia.

Para poder ascender en el área de los principios basta con los principios. Entre los cuales se cuenta la inteligencia, que es principio constitutivo y diferencial del hombre. El cobrar altura en la ocupación metafísica da luz, amplitud y horizonte. El joven aprende a mirar y ver las cosas en su legítimo perfil y a la luz, no «a bulto» y en la penumbra. Compensa su inexperiencia con su inteligencia, pues ésta hace fecunda aquélla. Que la experiencia sin inteligencia de lo que se experimenta es rutinario acontecer sin validez.

La conversión de la inteligencia juvenil a la tarea metafísica es el principio de la ordenación que pide a gritos este mundo regido y ordenado –mejor diríamos desordenado– en función de las causas eficientes. Volver la juventud al clima de los principios y los fines será el signo de la resurrección.

La misión de la inteligencia es ver los principios en el Principio. Y toda cultura que no arraigue en las disciplinas más universales –Metafísica y Teología– no es cultura, sino información. En lugar de aumentar la vida del espíritu, la dificulta ensombreciéndola. Y al oscurecerla, anochece ya sobre toda otra actividad, especialmente la política. «Si tu ojo fuere tenebroso, todo tu cuerpo será tinieblas», se lee en el Evangelio.

Y el ojo del espíritu es la inteligencia, cuya misión es verlo todo en su Principio.

Juan R. Sepich, Pbro.

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