Alférez
Madrid, 31 de marzo de 1947
Año I, número 2
[página 3]

La realidad provinciana

D'Ors ha predicado reiteradamente la urgencia de la vindicación del término «provincia» para que salga de la desconsideración en que le ha venido envolviendo desde hace más de un siglo, el nacionalismo romántico, con su doble secuencia de absolutismo democrático y uniformista centralización.

Si este juicio lo centramos en nuestra realidad española, cobra un vigor nuevo: el siglo XIX fue políticamente aquel que consagró el absurdo de despreciar nuestras provincias porque eran incómodas e ineptas y esperarlo todo de Madrid. El mal venía de atrás, quizá del mismo hecho de que España ha carecido a lo largo de su historia de una verdadera vida regional o provincial de líneas definidas. En la última centuria el defecto se agravó: las gentes llegaban a la capital huyendo de sus tristes y apagadas ciudades, a sabiendas de la sorda y difícil lucha que les esperaba en sus deseos de medrar o en sus empeños de subir por la cucaña de tal o cual empleo oficial o cargo público. Ante aquella afluencia también Madrid iba perdiendo solera y quedándole como fruto de la invasión provinciana nuevas maneras de chabacanería. Ortega, que ha visto el tema con clara mirada, dice que lejos de influir las clases abstractas de Madrid –burocracia, intelectuales, industriales– sobre la periferia, aconteció lo inverso. Lo que ocurría es que Madrid iba dimitiendo de hecho, poco a poco, su capitalidad, cuya misión era mejorar las provincias nutriéndolas de vitalidad, incitándolas a un continuo refinamiento y perfección, señalándolas empresas creadoras. La consecuencia es que la vida ciudadana va perdiendo perfiles de su personalidad, a la vez que abandonándose en adocenados modos. Nuestras ciudades se van reduciendo al recuerdo histórico, al valor artístico, a la ruina arqueológica, a determinado tipismo popular. El hecho apuntado, quizá haya cobrado hoy características nuevas. Sería iluso entregarse a fáciles optimismos ante determinados crecimientos, por ejemplo, industriales. Lo cierto es que continúa el empobrecimiento de nuestras realidades provinciales. Persiste la deserción de todo cuanto significa allí vida. Abandonan nuestras ciudades hacia Madrid aquellos elementos que podrían conformar su clima social: la familia arraigada, el joven con futuro, el médico, el abogado, el ingeniero que promete... A los que quedan se les priva de las posibilidades de mantener un tono medianamente exigente.

Tan sólo por apuntar un hecho –el que nos es más próximo– podríamos señalar esas universidades de cuyas cátedras huyen o no comparecen sus titulares. El mal causado no se limita al peor aprendizaje y formación de los estudiantes. Lo cierto es que esas ausencias restan eficacia y viabilidad a ese centro de vitalización espiritual, de irradiación intelectual que debe ser la Universidad.

El problema es total. Y la solución que venga a evitar este lento y continuo desmoronamiento ha de ser completa. El futuro nacional depende en buena medida de la atención con que sea abordado este problema. No hay política eficaz si no va dedicada al bien de la comunidad, de la comunidad integrada por hombres concretos. Y el hombre concreto español tiene un tipo medio, cuyo nivel de vida (y no nos referimos solamente a los aspectos materiales, sino, y sobre todo, a los espirituales) exige una reforma y elevación. Y en el planteamiento de esta empresa, urgente e ineludible, es preciso tener presente aquella sencilla lección de nuestra Geografía escolar que comenzaba: «España es una nación que tiene cincuenta provincias...»

Ángel-Antonio Lago Carballo.


www.filosofia.org Proyecto filosofía en español
© 2001 www.filosofia.org
La revista Alférez
índice general · índice de autores
1940-1949
Hemeroteca