Alférez
Madrid, 31 de mayo de 1947
Año I, número 4
[página 7]

Sentido y ubicación de Mexico

Si América ha de ser la sede de una nueva y original expresión de la cultura de Occidente, entender a México es acercarse lo más posible a esa novedad cultural americana germinación.

América no es un mundo nuevo –como dice Vasconcelos– ni geológica ni culturalmente. Es tan viejo o más que Europa. ¿En qué consiste, pues, la novedad de América? América es nueva dentro de Occidente, dentro de la civilización cristiana occidental a la que fue incorporada por España. No se trata, pues, de una incorporación geográfica del territorio, sino de la tierra, y la tierra quiere decir también todo lo que en el territorio vive, y lo que vive es primordialmente el hombre.

La colonización española tiene así una dimensión de profundidad histórica y espiritual que no tiene la anglosajona. La incorporación por el mestizaje del elemento humano (étnico y espiritual) de América al mundo occidental significó, junto con llevar a la cultura de Occidente a su máximo grado de universalización, el echar las bases para una futura revitalización y transformación de esta cultura, significó incorporar al Occidente reservas étnicas y espirituales que estarían destinadas a salvar su humanidad y su verdad cuando los pueblos de Europa hubieran llegado, en un proceso de descomposición espiritual, al caos y a la impotencia.

Y España se salva, antes que nadie, por esto, por haber puesto el pie en América, o mejor dicho el alma. Cuando se afirma que España no es Europa, se afirma verdad en parte. España no es Europa, porque Europa no es Europa. Europa no existe ya como unidad de historia y de cultura. Pero España, cuando Europa era aún Europa, tomó la semilla europea y se fue a América y la plantó allá en tierras americanas. Y en Hispanoamérica se conservan elementos de unidad cultural europea que ya no existen en Europa.

España tiene, pues, una raíz en América, de la cual se ha nutrido y se nutre cada día más su historia, que ya no tiene nada que recibir de la historia europea, sino que, por el contrario, debe convertirse (¿hasta dónde será esto posible?) en raíz nutricia de Europa para salvarla.

Las crisis de la civilización determinan en los pueblos que las sufren un desgastamiento o cansancio físico y espiritual, un debilitamiento de las energías primordiales creadoras del hombre, una pérdida de los impulsos vitales primarios de la humanidad, que los pueblos primitivos conservan aún en todo su vigor natural. El hombre supercivilizado, en un proceso agudo de intelectualización, se va encerrando en sí mismo, convirtiéndolo todo a sí mismo, perdiendo el contacto animal con la naturaleza y el sentido elemental de las cosas sobre el que descansa la vida de toda criatura y su relación natural con el Creador.

Estas crisis de la civilización se resuelven, por esto, mediante una irrupción de los bárbaros que traen las virtudes primordiales perdidas y el desaparecido impulso vital.

En la dolorosa crisis actual del Occidente, ¿dónde está esa posible barbarie operante? Walter Schubart, el alemán, cree encontrarla en Rusia.

España conserva en sí misma, más que ningún otro pueblo europeo, esas virtudes primordiales, esa saludable dosis de primitivismo. Y ello se debe, a mi juicio, en gran parte, al encuentro con América, a su contacto telúrico y étnico con América, que dejaría una huella profunda en la historia de España y en el alma del pueblo español.

La épica conquista de América, con su complejo mítico y leyendario, su secuela de sangre y de violencia, su poderoso impacto de barbarie, contribuiría a arraigar en el español un cierto sentido primitivista, individual y colectivo, de la vida y de la historia.

Pero, sobre todo, España tiene en su raíz americana (mestizaje espiritual, hispanidad) la reserva de vitalidad primitiva necesaria para operar en la solución de la crisis de Occidente. Y esta reserva de primitivismo está en mucho orientada e incorporada dentro de la civilización cristiana occidental.

El bárbaro está ya bautizado. Occidente no necesita ahora, como la antigua Roma decadente, ser invadido y pisoteado por los bárbaros y esperar después a cristianizarlos, que esto significaría la irrupción del comunismo ruso en toda Europa. Por eso, frente a Rusia se alza España, y su verdad católica es escudo de Occidente contra el comunismo,

La solución de esta crisis de la civilización cristiana viene, pues, por Rusia o por España. Por Rusia, sólo en la medida en que los bárbaros orientales puedan luego ser bautizados. Por España, en cuanto ésta tiene su raíz en América, porque es de esta raíz de donde nace el impulso vital primario capaz de transformar la cultura occidental, de renovarla y de salvarla. No es otro el auténtico sentido funcional de lo hispánico.

Lo hispánico no es sólo salvación de América en cuanto occidentalización y cristianización del hombre americano, del indio y su mestizaje. Es también salvación del mundo occidental en cuanto revitalización por lo indígena americano de lo español, y en lo español de lo europeo. Lo hispánico no es lo español, sino lo mestizo, dándole una acepción amplia a esta palabra. Quiero decir que lo indio fue incorporado a lo español, no sólo en el sentido racial, sino y sobre todo, en el sentido cultural y espiritual. Y en esta conjunción espiritual, lo español no sólo fue transformador y sublimador, sino que, aun siéndolo preponderantemente, fue a su vez transformado y sublimado por lo indio, en cuanto que a través de lo indio encontró lo español un nuevo y más completo sentido de su universalidad cristiana, y, además, una reafirmación de su vitalidad primitiva, de sus virtudes primordiales que daría al pueblo español una salud física y espiritual de que carecerían los otros pueblos de Europa para resistir al proceso patológico de disolución de la cristiandad occidental.

Con estos breves antecedentes podemos entender el sentido de México y su ubicación histórica. Porque México es la más completa realización de esa conjunción espiritual entre el primitivismo indígena y la cultura occidental que realizó España en América. En ninguna parte como en México el indio y su mestizaje han sido incorporados al alma de Occidente, en lo sustantivo de ella, es decir, en lo católico. Atribúyase esto, si se quiere, a una predilección divina, al milagro indiano de Santa María de Guadalupe; pero la religiosidad del pueblo mexicano es sin disputa un hecho de indestructible valor histórico y cultural y que no tiene paralelo en los otros pueblos mestizos del continente. No pueden compararse a este respecto las masas mexicanas con las masas de indios y cholos peruanos y bolivianos que en su estratificación moral y religiosa conservan aún un ineludible y áspero sedimento de paganismo.

Y esta incorporación sustantiva del alma de México al alma de Occidente, existe con toda la pureza de ambas; con la pureza religiosa del Catolicismo hispánico, libre de las taras intelectualistas y racionalistas europeas, y con la pureza primitiva del alma indiana recién nacida a la historia propiamente tal, alma telúrica y primordial que no ha perdido su contacto vital con la naturaleza, que conserva el sentido colectivo elemental de la realidad y del misterio sobre que descansa la comunidad creadora de la fe y de la cultura.

No estoy, con esto que digo, propiciando un indigenismo absurdo que trate de supervalorizar al indio, de creer que el indio por sí mismo va a recrear y a transformar nuestra cultura. Se trata de valorar lo que significa la presencia del indio, su valor de influencia ambiental acaso tanto o más que su valor de influencia racial. Es este el sentido de la frase del poeta Elliot que cita Cuadra en su ensayo sobre México: «Tenemos que aprender a mirar el mundo con los ojos de un indio mexicano.»

Sobre todo es necesario hacer hincapié en que esta mirada del indio mexicano es una mirada cristiana. Este indio mexicano ha sabido luchar y morir a través de toda su historia en defensa de los valores superiores de Occidente. Defensa de la Fe, siempre y antes que nada. Defensa del ser hispánico, primero contra el liberalismo español, que eso y no otra cosa fue la guerra de Independencia de México sin que mediaran en ella, como en la de otras regiones de Hispano-américa, motivos de orden económico o intereses de privilegios sociales. Contra el imperialismo yanqui después, que si logró mutilar su territorio no pudo nada, sin embargo, contra su autenticidad espiritual y cultural, contra la esencia católica de la libertad atacada por la predestinación puritana de la anti-Europa protestante. Y esto a pesar de la traición política de las clases dirigentes. Contra el socialismo y el comunismo, por último, que han logrado únicamente un cruento testimonio de martirio, el acrecentamiento de la fe en una purificación de catacumbas y la reacción vital y honda que apunta ya en movimientos sociales y políticos como el Sinarquismo, de maravillosa profundidad espiritual unida admirablemente a un vigoroso arraigo histórico y popular.

He aquí, pues, cómo bajo el signo de los tiempos actuales y bajo el signo de su Historia, México encuentra su sentido y su ubicación en el mundo. Y a nosotros, hispanos, nos interesa descubrir ese sentido que es el nuestro, así como es necesario que conozcamos con exactitud esa ubicación de México, «nación de frontera», como la llama Esquivel y Obregón, no sólo por su posición geográfica en la lucha contra la anti-Europa protestante y su imperialismo, sino por su posición histórica y espiritual entre el Occidente que fenece y el Occidente que puede renacer si los pueblos hispánicos tienen una misión de Historia y de Cultura que cumplir y si son capaces de cumplir esa misión.

Julio Ycaza Tigerino


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