Alférez
Madrid, 31 de enero de 1948
Año II, número 12
[página 6]

La vida de perfil

Que el perfil se quede para las medallas, para las monedas, para las lápidas. Que nadie abuse de él como gesto permanente. La cara nos la dio Dios rica en músculos para que cambie y se ajuste en mil actitudes, ante las mil situaciones que la vida nos presenta. Aquel que haga hábito de cualquier postura se pone en trance de cansar, aburrir, no interesar a los demás. Caerá en la rutina del hombre de oficio único y limitado. Aprendamos aquella lección de Dante explicada por Papini, según la cual no es lícito ver sólo en el florentino al hombre de garnacha puesta y de faz austera, siempre absorto en pensamientos más altos que las torres y que las nubes. Hay que ver en él también al humano afincado en una realidad terrena, entregado, a veces, a las cosas sencillas de la vida cotidiana. Pensar en un Dante con seria y única cara de solemne abstracción, es creerle comediante. Y ello, porque no es posible, al hombre ser siempre, en todo momento del día y de la noche, lo que es verdaderamente en lo más íntimo de su ser, sino solamente en ciertos instantes o períodos de su existencia.

Los que exigen el perfil, olvidando la humanísima lección que han podido dar las grandes figuras con su riqueza vital, no lo reclaman solamente para el rostro, sino que gustan recorrer de perfil los caminos varios: para la religión, la cultura, la política, reclaman también la unicidad del gesto. Al obrar así no se dan cuenta del empobrecimiento progresivo en que se van hundiendo. No está falto de moraleja aquello del exagerado andaluz que bromeaba diciendo:

–Soy tan delgado que para que me vean tengo que andar de perfil.

La moraleja anda en la idea contraria: porque puede ocurrir también que a fuerza de andar de perfil se vaya uno quedando delgado, como si anduviese buscando adecuación al breve grosor de la medalla, la moneda a la lápida...

La vida, individual o colectiva, nos ha sido dada por Dios para que la vivamos cumplidamente, usando de todas las cosas que nos ha dado para servicio y bien. Por ello no podemos prescindir del repertorio de gestos, y hemos de dejar el perfil –perfil o dogma o norma o número– para los momentos necesarios. De lo contrario, la cara se irá quedando en acartonada careta que, por su limitado gesto, ni usada como máscara podría engañar ni disfrazar a nadie.

A. L. C.


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