Alférez
Madrid, mayo de 1948
Año II, número 16
[página 3]

La biografía

Oh, leed los versos de los cargados azotes
Y lo que está escrito en sus terribles advertencias:
«La Sangre resbala por los muros de la ciudad de Cambridge.
Tan inútil como las aguas del angosto río.
Mientras el garito y la callejuela se juegan Su vestidura.»

Aunque mi vida está escrita en el Cuerpo de Cristo como un mapa,
Los clavos han impreso en aquellas manos abiertas
Más que los abstractos nombres de los pecados,
Más que los países y las ciudades:
Los nombres de las calles, los números de las casas,
El recuento de los días y las noches
En que yo Lo he asesinado en cada plaza y calle.

Lanza y espina, y azote y clavo
Han más que hecho Su carne mi crónica,
Mis jornadas, más que mordido Sus sangrantes pies.

Cristo, desde mi cuna, yo sabía que Tú estabas donde quiera,
Y aunque pecaba caminaba en Tí y sabía que Tú eras mi mundo:
Tú eras mi Francia y mi Inglaterra,
Mis mares y mi América:
Tú eras mi vida y aire y sin embargo no te confesaba.

¡Oh! Cuando yo te amaba, aun cuando yo te odiaba,
Amándote y no obstante rechazándote en todas las glorias de tu Universo,
Era Tu carne viva lo que rasgaba y pisoteaba, no el aire y la tierra:
No es que tú nos sientas en las cosas creadas,
Sino que el saberte a Tí en ellas hacía de cada pecado un sacrilegio
Y cada acto de concupiscencia se convertía en una profanación.
Te vejaba y deshonraba a Tí como en tu Eucaristía.

Y, con todo, por cada herida Tú me despojabas de un crimen,
Y, como cada golpe era pagado con Sangre,
Tú me pagabas cada gran pecado con más grandes gracias.
Pues aun cuando te mataba Tú te convertías en un ladrón mayor
Que los que te rodeaban,
Hurtándome mis pecados para Tu vida moribunda,
Robándome aun de mi muerte.

¿Dónde, en qué cruz mi agonía vendrá...?
No te lo pregunto:
Porque está escrita y consumada aquí, en cada crucifijo, en cada altar,
Es mi historia que se ahoga y es olvidada
En Tus cinco Jardanes abiertos,
Es Tu voz la que grita mi Consumatum est.

Si en Tu cruz, Tu vida y Tu muerte y las mías son una,
El amor me enseña a leer en Tí el resto de una nueva historia.
Yo hago retroceder mis días hasta otra infancia,
Cambiando, al caminar, Nueva York y Cuba por Tu Galilea,
Y Cambridge por Tu Nazareth
Hasta llegar de nuevo a mi principio,
Y encontrar un pesebre, estrella y paja,
Una pareja de animales, unos hombres sencillos,
Y así aprender que yo nací,
No ya en Francia, sino en Belén.

Thomas Merton

Thomas Merton es uno de los poetas jóvenes de mayor promesa en la nueva poesía norteamericana. De padres norteamericanos, nace casualmente en Francia y se educa en la Universidad de Harvard, en Cambridge. Combatiendo como soldado en la última guerra mundial, abraza la fe católica, y toma luego el hábito de trapense en el Monasterio de Nuestra Señora de Getsemaní, en Kentucky.

Él y Robert Lowell, otro converso al catolicismo, son considerados como los dos poetas jóvenes más importantes de los Estados Unidos. El poema que publicamos está tomado del libro «A Man in the divided Sea» y lo tradujo para Alférez el escritor nicaragüense José Coronel Urtecho, actualmente entre nosotros.


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