Alférez
Madrid, mayo de 1948
Año II, número 16
[página 7]

Viejos y liberales

La noticia es curiosa. Un Comité del Partido Liberal Británico ha emitido un extenso informe en el que, bajo el título «Las Personas de Edad y la Nación», se revela que son muchos los hombres que, alcanzada la edad en que oficialmente se les retira de sus puestos de trabajo, siguen en perfectas condiciones de continuar durante varios años desempeñando una función útil a la sociedad.

Al parecer, hoy no sólo tenemos más sino mejores viejos que antes, lo que no sé hasta qué punto será consolador si resulta que, en cambio, no abundan los niños: pero es lo cierto, por lo visto, que los ancianos de estos tiempos no tienen demasiadas ganas de descansar.

Bueno, cualquiera sabe si son los viejos los que no quieren reposo, o si es el duro mundo de nuestros días el que no tiene lugar ni recursos para muchos descansadores.

Quizá sea cierto que la media cronológica humana se haya elevado en los últimos tiempos por obra de los progresos de la Medicina y la Higiene: es posible que la alimentación de nuestros días contribuya a alzar la eficacia vital del cuerpo humano, aunque cabría pensar si las novísimas técnicas médicas, sumamente agresivas para el organismo, y la agitación de la vida moderna no proporcionan una seria contrapartida a esos beneficios. Yo no estoy suficientemente enterado, pero presiento que la vida no se ha hecho más larga. Lo que quizá se haya prolongado sea únicamente la vida útil del hombre. Se ha suprimido la vejez porque, en general, se llega a los sesenta y cinco o setenta años con un ritmo vital más álgido que antes; pero, a lo mejor, la causa de que no haya senectud es que la gente se muere de angina de pecho antes de empezar a chochear.

Sea ello lo que quiera, lo que llama la atención en el asunto es que precisamente el Partido Liberal británico plantee la revisión de los actuales sistemas y edades de retiro. El Imperio británico es algo grandioso, creado tanto por el esfuerzo como por el premeditado descanso de los ingleses. A la India se iba porque a los veinticinco años un caballero debe cumplir en silencio y con humor el servicio de la patria y porque a los cincuenta y nueve años hay que hablar con experta brillantez de algo interesante en una sobremesa o alrededor de la chimenea de un Club; el mar atraía a los británicos por sus borrascas y por la recreada lentitud de encender una pipa en la vejez; tenía gracia cortar leña en el Canadá o tender ferrocarriles a tiros en El Cabo, para luego podar difíciles rosas y ordeñar húmedas vacas en cualquier rincón de un Condado; el peligroso bungalow colonial, asediado de mosquitos y de inquietudes, se sostenía, en parte, en la perspectiva de un retiro con sermón cada domingo y una corta travesía por mar cada primavera para lavar el spleen.

Nadie como los ingleses ha sabido agitarse para merecer su descanso. Eran como esos catadores de buenos vinos que preparan el paladar mordisqueando una almendra agria.

Esa parecía la perfecta fórmula liberal de la vejez.

Sin embargo, los liberales no se muestran ahora conformes con ella. ¿Es que temen que un régimen demasiado amplio de retiros, seguramente de acuerdo con los ideales y las exigencias de partido del laborismo, grave con exceso la economía del país? ¿Se duelen, acaso, de que un cielo vital rigurosamente previsto en rígidos escalafones sociales arruine el esfuerzo individual? ¿Se trata del delicado homenaje que consiste en negarle a los viejos que lo parezcan? No creo que la explicación sea esta última, porque eso se lo dicen solos todos los viejos sensatos del mundo.

Las razones serán esas y otras muchas. Entre ellas, y para nueva desdicha de un tiempo que va viendo perecer todo lo amable y discreto que heredó. ¿no pesará en el ánimo de los liberales ingleses la preocupación de que si no se amplía la edad de declarar oficialmente viejos a los hombres, sea el propio liberalismo puro el que reciba su retiro?

M. de la Quintana


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