Alférez
Madrid, septiembre de 1948
Año II, número 20
[páginas 1-2]

La imaginación en quiebra

por Tomás Ducay Fairen

Hoy todo está en crisis; por lo menos éstas son las voces que corren. Crisis literaria, artística, de la ciencia, del Derecho, del Estado, de la Historia.

Bien; al parecer el mundo en el que vivimos se viene abajo. El sistema de vida del hombre moderno ha fallado, y sólo es cosa de tiempo su desaparición. ¿Qué hacer en esta circunstancia? Para los viejos no hay más que refugiarse en la nostalgia de los dulces tiempos idos y tratar de revivirlos. Este es el sentido de los intentos de renacimiento de tantas cosas grandes y pequeñas a los que asistimos hoy. En vista de que esto no da más de sí, de que está agotada y conclusa toda una manera de entender la vida, volvamos a las formas puras y primitivas que, al parecer, dieron antaño tan buenos resultados.

Mas «en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño», y sin la bandada pajarera no será posible llenar otra vez de vida los viejos nidos abandonados.

Pero lo malo es que tampoco hay pájaros donde más falta hacen: en la cabeza de los hombres jóvenes ¡Ahí es nada! Con la desaparición de lo viejo se abren codiciosas perspectivas. Las rutas, en otro tiempo navegadas, ya no conducen a ninguna parte y se necesita aventurera vocación de Ulyses para trazar las nuevas. Creo que la empresa es para llenar de sueños las mejores fantasías. Sin embargo, nosotros estamos indecisos y no sabemos qué hacer. En medio de tanta crisis, y tal vez por seguir la corriente de los tiempos, hemos declarado una más: la crisis de nuestra propia imaginación:

*

Ha dicho Ortega que la vida es siempre faena poética, y hoy, sobre todo para nosotros, lo es más que nunca. Hay épocas en que la juventud es progresiva. Al aceptar orientaciones fundamentales, heredadas de sus padres, no tiene otra cosa que hacer sino ir perfeccionando el mismo sistema de vida que de ellos han recibido. Así las discrepancias con los viejos provienen de que éstos son «retrógrados», es decir, que no han avanzado por su propio camino todo lo que la gente joven desea avanzar.

Nuestra época es peor. Ahora hay que inventarlo todo. Y ¿cómo podremos hacerlo si tenemos empobrecida la fantasía? Hoy, decimos ¡no! rotundamente a muchas cosas; a otras nos adherimos, sin mucho entusiasmo y provisionalmente; muy pocas merecen nuestra decidida adhesión. Pero con estas pocas solas no podemos vivir; sin embargo, a partir de ellas podemos empezar a crear una nueva figura de vida.

La pobreza de nuestra imaginación afecta, sobre todo, a las tareas concretas, a esas que van dibujando, poco a poco, el perfil personal de la vida. Algunas veces sabemos de nuestra creencia, y casi nunca, de nuestro quehacer.

*

—Hay en España demasiadas cosas que no nos gustan –afirmamos con adusto gesto de Catón.

—¿Serían ustedes tan bondadosos que quisieran señalar esas cosas?

—Inmediatamente.

Y desenvainando un afilado dedo acusador, empezamos a decir:

—Vea usted esto, y esto, y aún esto otro.

—Bien, jóvenes amigos, ¿quieren decirme qué otras cosas les gustarían?

—¡Ah!, eso...

Pues «eso» es precisamente nuestro quehacer. Empecemos por coger todas esas cosas sucias y pobres, para purificarlas y enriquecerlas en nuestro pensamiento. Después hay que crear otras nuevas, soñarlas con intensidad, para que de la plenitud de nuestros sueños surja, algún día, una obra bien hecha.

Pero esto no hay que hacerlo soñando vagas perfecciones universales. Repito que se trata de tareas particulares y concretas; por eso, muchas veces, habrá que partir de lo que nos está dado. Así, si la novela está en crisis, aquel a quien Dios se la haya dado en herencia, debe intentar la nueva novela. Sin demasiada sujeción, por supuesto, a lo que ha sido hasta ahora una novela, pues, si bien es cierto que es forma literaria casi agotada, llegará, partiendo de ella, a un logro radicalmente nuevo.

*

Una manifestación de esta crisis imaginativa la tenemos en el llamado problema de las «salidas» a las carreras universitarias. Los españoles hemos ido lastrando de antiguo al Estado con cargas que no le pertenecen y con las cuales no sabe que hacer. Ahora parece que la juventud piensa entregarle su imaginación. En lugar de inventar cada uno de nosotros su propia «salida» y lanzarse a realizarla con alegre audacia, pedimos al Estado, con voces angustiosas, que se devane los sesos ideando artificiosas funciones burocráticas que puedan acoger al «excedente» de jóvenes universitarios. Pero ¿es que en España sobran hombres y, sobre todo, hombres jóvenes? Si es así, lo que debemos pedir es puerta abierta para la emigración. Sin embargo, hay en España muchas cosas por hacer que ni siquiera se han intentado.

La realidad es que somos demasiados para las funciones tradicionales de la sociedad o del Estado: pues bien, hagamos cosas nuevas. Se nos dirá: no estamos preparados para ellas. Cierto; pero esto no es excusa suficiente. En primer lugar, en España se termina la carrera a muy temprana edad, alrededor de los veintitrés años, y a esta edad no se es tan viejo como para no ser capaz de asimilar nuevos conocimientos. Además, la formación universitaria, poca o mucha, es siempre, humanamente, útil. Por otra parte no se trata tanto de iniciar nuevos estudios, como de lanzarse a la acción. No se diga que esto supone pérdida de tiempo. Mucho más tiempo se pierde, por lo regular, tratando años tras año de ingresar en uno cualquiera de los escalafones del Estado, Provincia o Municipio.

Con todo, no vamos a negar que existe el problema. Está bien que se le busque solución. Pero que ésta trate de ayudar, de impulsar a los hombres jóvenes a realizar cosas por cuenta propia. Tal vez esto sea difícil. Pero las cosas arriesgadas son las que merece la pena intentar. Todo antes que pedir la apertura de nuevos asilos administrativos donde pueda recluirse la juventud inútil.

*

Podemos citar otras muchas consecuencias de nuestra cobardía. Ahí está el miedo a la provincia. Unos temen aburrirse: ¡como si en Madrid nos divirtiéramos tanto! Otros, más ambiciosos, no quieren adocenarse. Pero esto depende sólo de lo que se lleva dentro. Unamuno escribió muchos de sus libros en Salamanca, una Universidad de provincias, y Antonio Machado algunos de sus mejores versos siendo profesor del Instituto de Soria.

En provincias se pueden hacer cosas tan interesantes o más que en Madrid. Lo que hace falta es tener imaginación para verlas. Desde la creación de un buen centro de enseñanza media hasta la transformación económica de una comarca, las provincias españolas ofrecen muchas posibilidades para la juventud.

De ahí también nuestro egoísmo y nuestra falta de moral de peldaño. «¿Para qué quiero la vida si no es para regalarla?», ha escrito Eugenio de Nora. Y nosotros no estamos dispuestos a regalarla a las tareas que requieren muchos años para ser cumplidas, ni tampoco a otros hombres para que, subiendo sobre nosotros, coronen la cima que nos propusimos alcanzar. No hemos proyectado obras tan grandes que merezcan nuestro sacrificio.

Si fuera así, nos importaría que las cosas se hicieran, no de quién alcanzara la gloria de hacerlas.

*

«Vivir no es necesario; navegar sí», rezaba la divisa de los navegantes griegos. Hace falta tener muy tensos los sueños para pensar así. Y es que el mar era a la vez para los griegos un gran riesgo y el gozo posible de ver salir el sol en playas desconocidas.

Hagamos un esfuerzo, amigos, para que no desaparezca de entre nosotros la noble raza de los utopistas. Planeemos juntos nuevas y grandes cosas, y hagámoslas. Con toda la serenidad que sea preciso, pero con decisión. Creo que estamos todos hartos de tanto ñoñez circundante. Hemos dicho demasiadas veces ¡no! Avivemos nuestra imaginación para poder decir, alguna vez siquiera, apasionadamente, ¡sí!

Tomás Ducay Fairén


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