Filosofía en español 
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Nuestro Tiempo

La filosofía en el Tercer Reich, instrumento de guerra

Por Alfred Stern

Maudire est ma nature. Je ne peux me retenir d'insulter…
Je n'ai pris de la langue des Aryas que l'ordure et le blasphème.

(E. Renan, Caliban).

El malogrado gran sociólogo francés Lucién Lévy-Bruhl nos ha advertido que no debemos medir las manifestaciones de la mentalidad de los pueblos primitivos con el patrón de nuestra lógica y de nuestra psicología, pues el pensar de aquellos pueblos es prelógico y místico y no esta movido, como el nuestro, por representaciones individuales, sino por representaciones y sentimientos colectivos. La misma advertencia debe hacerse, a nuestro juicio, a los que se preocupan del pensamiento del tercer Reich y de su filosofía. “Nosotros no conocemos el yo y sí sólo el nosotros” ha dicho Oswald Spengler, que ha enseñado varios años antes de Hitler “el socialismo nacional alemán liberado de Marx”;{1} y el profesor nacional socialista Köllreuther le hace eco al decir: “La idea del nosotros como totalidad del pueblo constituye la fuerza política del Estado caudillesco” (Führerstaat).{2} Así pues, si la filosofía alemana “no se quiere divorciar de la comunidad alemana”, no ha de haber ya mas en ella un yo y sí sólo un nosotros. Por eso, a los diez años de régimen hitleriano apenas si encontramos en el tercer Reich más que una filosofía dominada por las representaciones colectivas del nacionalsocialismo, que necesariamente ha de ser prelógica y mística, ya que sociológicamente, todo lo lógico es exclusivamente el resultado del pensamiento individual, mientras que los productos de la sugestión colectiva excluyen toda crítica lógica como toda verificación empírica. La filosofía occidental es de procedencia individualista, lógica por su carácter, y por su finalidad es humanista y universalista. En cambio, la nueva filosofía alemana es de procedencia colectivista, de carácter prelógico y de finalidad nacional particularista. De ahí que esa filosofía sea incomprensible para un pensador occidental mientras la juzga con el patrón del pensamiento occidental. Pues esa filosofía no se apoya en categorías lógicas como la nuestra, desde la antigüedad, sino en categorías afectivas al modo de las primitivas sociedades dominadas por representaciones colectivas. Esto se revela con claridad en las siguientes palabras de uno de los paladines de la filosofía del tercer Reich, el profesor de Filosofía y Pedagogía de la universidad de Heidelberg, ex-rector de la universidad de Frankfurt, Dr. Ernst Krieck: “Ley vital, concepción del mundo, orden de valores y la correspondiente educación se fundan en la sangre y en la tierra y están en conexión con la misión total político popular que se nos ha impuesto por la necesidad y el destino. Cuando el Führer, con el Estado prosélito (Gefolgschatsstaat) abre el camino hacia este fin, quedan dados en estas condiciones el orden universal y la concepción obligatoria del mundo”.{3}

¿Que es una concepción obligatoria del mundo (verpflichtende Weltanschauung)?, se preguntará el hombre civilizado. Es un concepto necesariamente incomprensible, por lo extraño a nuestro modo de pensar occidental, pues para nosotros la concepción del mundo fue siempre cosa de la convicción individual, de la conciencia intelectual y de razones objetivas y nunca cosa de la coacción colectiva y de la obediencia militar. Solamente cuando hayamos comprendido que casi todas las categorías afectivas de la nueva filosofía alemana provienen de la esfera de un militarismo primitivo de rebaño y de horda, tendremos abierto el camino de su inteligencia. Para apoyar esta afirmación dejemos hablar nuevamente al profesor Krieck, filosofo de la nueva Alemania: “Al racismo nórdico y al Estado prosélito corresponden los valores militares en el brazo y en el espíritu, la glorificación de los muertos, la comunidad popular, la camaradería de sangre y destino, la entrega al pueblo, el adiestramiento (Ausrichtung){4} del pensamiento y la conducta con arreglo a la ley fundamental de nuestra raza, que abarca en cada miembro de la comunidad cuerpo, alma y espíritu y liga a los camaradas de pueblo y raza en una unidad de idea y de voluntad”.{5} La enseñanza y la literatura, subraya el autor en otro lugar, solo sirven en el tercer Reich “para aprestar (Ausrichtung) la comunidad popular, la unidad de pensamiento y de voluntad política por medio del Führer.{6}

Apenas hay una página en la voluminosa producción que nos ha obsequiado el profesor alemán de filosofía Krieck, en la cual no aparezca la palabra Ausrichtung referida a la Weltanschauung (concepción del mundo). Otros pensadores nacionalsocialistas (el Geheimrat Prof. Dr. Hermann Schwarz, el Prof. Dr. Köllreuther, el Prof. Dr. Petermann y muchos otros) emplean también constantemente el verbo ausrichten cuando tratan problemas de filosofía de la religión, del derecho, problemas psicológicos o cualesquiera otros relacionados con el pensamiento. Ausrichten es un vocablo y concepto tomado del acervo filológico del militarismo y quiere decir que cada soldado ha de alinearse en el punto fijado por el jefe de la tropa directamente o por algún subalterno.

Este concepto de adiestrar (Ausrichten) puede tener un sentido para los soldados prusianos, pero no para filósofos, dirá el pensador formado en la tradición occidental. Con ello revelará que no tiene la menor sospecha de hasta qué extremo se ha alejado la Alemania nacionalsocialista de la cultura occidental. Pues, para la nueva Alemania, el filósofo no es tampoco otra cosa que un soldado: un soldado del Führer o un soldado espiritual, para usar una expresión del profesor Otto Köllreuther. En el mismo sentido, el creyente es un soldado de Dios, según expresión de los filósofos de la religión nacionalsocialista George Pick y Hermann Schwarz.{7} Hasta soldados de la vida hemos de ser, según el Geheimrat Schwarz.{8} Los profesores alemanes de filosofía de hoy son incapaces de pensar si no es con las categorías del más primitivo militarismo de horda. El paroxismo del Prof. E. R. Jaensch, conocido psicólogo, tipologo y filósofo de la cultura de la universidad de Marburgo, llega al extremo de no poderse consolar, en su trabajo La lucha de la Psicología alemana y la lucha espiritual del movimiento publicado en 1939, de que “nosotros, profesores, no pudiéramos tomar parte en las refriegas en las que, antes de la toma del poder por Hitler, los ‘muchachos pardos’ abrían con sus vasos de cerveza las cabezas de los socialistas, demócratas, católicos y judíos.{9}

Si la nueva filosofía es “la filosofía obligatoria de los soldados espirituales” que, según las consignas del Führer, ha de marcar el paso de la “combatividad heroica”, es bien claro que ha de guiarse, en primera línea, por los principios filosóficos que decrete el dictador en cuestiones filosóficas, el dictador de Weltanschauung, nombrado por el Führer. Este hombre es, como todo el mundo sabe, Alfred Rosenberg. Su doctrina es, en efecto, aquella obligatoria concepción del mundo de que habla el citado profesor de filosofía alemán, y lo que hoy se enseña en las Facultades de Filosofía alemanas no es, en esencia, otra cosa que un desarrollo de las ideas rosenberguianas.

Echemos, pues, ante todo una ojeada a las ideas de Rosenberg. Con ello comprenderemos mucho mejor la filosofía de cátedra alemana.

El Reichskulturführer –caudillo cultural del Reich– Rosenberg da una definición altamente reveladora de lo que rige como filosofía en la Alemania de Hitler: “La concepción del mundo –dice– se hace ‘verdadera’ cuando cuentos, leyendas, epopeyas, mística, arte y filosofía son intercambiables y expresan lo mismo en formas diferentes”.{10} La filosofía ha de ser, pues, un equivalente de la leyenda y del mito, y leyenda es, mas o menos, todo lo que lucubran los profesores de filosofía alemanes en la actualidad… leyendas sangrientas… “La busca de la verdad absoluta y eterna –continua Rosenberg– se consideraba como puro patrimonio del saber. Esto era un profundo error. La máxima sabiduría de una raza se encierra ya en sus primeros mitos religiosos. La equiparación de los mitos de Baldur y de Sigfrido al soldado alemán de 1914 es ya el último límite de nuestra expansión espiritual”.{11} La preocupación principal del filósofo del tercer Reich consiste en la investigación de semejantes analogías.

Pero, ¿en donde queda la verdad filosófica en esta filosofía del mito y de la leyenda? se preguntará. La respuesta de Rosenberg está pronta: de sus disquisiciones ha resultado suficientemente claro “que, para nosotros, verdad no significa lo lógicamente correcto o falso, sino que se busca una respuesta orgánica: fecundo o estéril”.{12}

Fecundo o estéril ¿para quién? Naturalmente, para el pueblo alemán. En este sentido resume Rosenberg la doctrina de la verdad del tercer Reich, decretada por el, en la siguiente formula: “La critica del conocimiento, es decir, la filosofía, el arte, el mito, la moral, la religión… todos están al servicio de la verdad orgánica, esto es: al servicio de la comunidad racial. De aquí proceden y aquí vuelven. Y el criterio decisivo de todos ellos reside en si refuerzan o no la estructura y el valor de la comunidad racial, haciéndola mas vital y dispuesta”.{13}

Con ello se decreta que el criterio de la verdad filosófica, moral y religiosa esta en función de que aproveche a la comunidad racial, que le sea adecuada. Con ello se crea un pragmatismo nacional y se proclama un concepto alemán de la verdad que, naturalmente, ha de chocar con el concepto de la verdad de todos los demás pueblos y solo persigue una finalidad a la que conscientemente se dirige toda la filosofía del tercer Reich: divorciar lo alemán del resto de la humanidad: contraponerlo a ella.

Es ocioso recordar las palabras proféticas del notable filósofo francés Andres Lalande, antes de la toma del poder por Hitler: “Une verité anglaise qui ne serait pas une verité allemande ne serait pas du tout une verité”.{14} Ocioso también observar que la conveniencia, la fecundidad o la utilidad no son criterios firmes de verdad, no solo porque, como puros conceptos de valor, no son determinables objetivamente, sino también porque fecundidad, utilidad o conveniencia solo pueden establecerse a base de juicios verdaderos. Si, pues, la verdad del juicio es el supuesto de la fijación de la utilidad, no puede recíprocamente la utilidad ser presupuesto de la verdad de un juicio. No obstante me doy claramente cuenta de que, con esas razones lógicas, soy impotente contra una filosofía que, como la del tercer Reich, rechaza razones en pro y en contra a limine, ya que rechaza la base de todas las razones: el racionalismo, que se apoya en la ficción de la razón humana. En su libro Das dritte Reich –El tercer Reich– dice el filósofo nacionalsocialista Möller von der Bruck que la desdicha del mundo empezó con el racionalismo, con el apotegma cartesiano pienso luego existo, y habla con desprecio de la razón podrida (págs. 268-69 de la edición francesa). Nada tan característico de la influencia de este pensador en la formación de la Alemania de Hitler como el hecho de que el tercer Reich ha tomado su nombre del título de este libro, que vio por primera vez la luz en Alemania en 1922.

Por ello nada más natural que el Pontífice de la filosofía del tercer Reich, Rosenberg, repudie secamente el racionalismo, la filosofía lógica de la razón y declare que verdad no significa para los alemanes “lo lógicamente correcto o falso”; para la concepción nacional del mundo el plano de lo lógico-racional no constituye la única plataforma del investigador, pues “hay otra”.{15} De acuerdo con ello, continua Rosenberg: “Incluso resultará que el error y aun el mismo pecado pueden ser eminentemente verdad si hacen fecundo al que yerra y aumentan su energía creadora al servicio de la raza y del pueblo”.{16}

Con este pragmatismo nacional de Rosenberg y su antirracionalismo tenemos ya dos elementos que encontramos repetidos en numerosas modalidades en toda la filosofía alemana actual. Otros elementos de esa nueva filosofía alemana han sido “alistados” según el antihumanismo de Rosenberg, su tabla nórdica de valores, su antiliberalismo, su antindividualismo y, al mismo tiempo, su antiuniversalismo. Bastaran algunas citas: “El alemán –dice Rosenberg– tiene una cualidad fatal como herencia del humanismo y del liberalismo: la manía de tratar la mayoría de los problemas, no en función de la sangre y la tierra, sino de un modo abstracto, como si los conceptos fuesen en sí algo concreto y cierto”.{17} O bien: “Hay que desplazar el predominio del esquematismo clásico humanista en favor de la concepción del mundo nacional, racial, orgánica”.{18}

Rosenberg refuta el individualismo mejorando y completando la teoría de las mónadas de Leibniz. Leibniz, dice Rosenberg, considera las personas humanas como mónadas que conviven sin ventanas, ignorándose mutuamente. La filosofía ha de rechazar rotundamente esa oclusión individual de la personalidad humana. Y cuando dice “hoy añadimos nosotros”, Rosenberg completa la filosofía de Leibniz en los siguientes términos: “Lo que las emparenta (a las mónadas), lo que las impulsó a una evolución análoga fue la comunidad de una sangre fundida con el alma, que constituía la corriente profunda de una vida total que todo lo unía. Esta sangre, determinante del parentesco de las personas, puede formar y criar otras especies; pero, en presencia de sangre completamente extraña, la mónada de la persona queda otra vez oclusa…, “sin ventanas”… falta el puente de una verdadera inteligencia entre ella y la de un chino y no digamos ya con la de un bastardo sirio o africano. La relación no es, pues, entre mónada y humanidad, sino entre persona y raza”.{19}

¿Habrá que decir hasta qué punto esta atrevida complementación de Leibniz contradice el espíritu de la teoría de las mónadas? La mónada de Leibniz está pensada como una sustancia metafísica. ¿Cómo es posible que un elemento físico, material: la sangre, pueda determinar su esencia y, además, establecer la unión entre las diversas mónadas desde un punto de vista racial, etnológico, o sea, psicofísico? Pero hay algo más importante: la teoría de las mónadas de Leibniz hizo época en la historia de la filosofía porque significaba una renovación del problema del conocimiento del racionalismo en el terreno del individualismo. ¿Que puede, pues, tener de común con el extremo irracionalismo y antindividualismo que Rosenberg eleva a la categoría de concepción obligatoria del mundo de la nueva Alemania? La mónada de Leibniz es una sustancia individualizada. Mas, “la substance –dice Leibniz– est un être capable d'action”.{20} ¿Como puede ser el individuo, en el tercer Reich, capaz de una acción humana? El no es otra cosa que un miembro del todo, movido por la “corriente sanguínea de la comunidad racial”, un órgano subordinado: todo lo contrario de una substancia independiente y autónoma. Tampoco la armonía preestablecida de Leibniz debe confundirse con la célebre sincronización (Gleichschaltung) hitleriana, pues, reducida a su verdadero contenido filosófico, no es otra cosa que aquella ley racional general operante en todas las mónadas, aquella ley racional universal que nadie niega tan rotundamente como el antirracionalista y antiuniversalista Rosenberg y los profesores de filosofía alemanes instruídos por él. Pues no sólo el individualismo, sino también el universalismo están en la lista de proscriptos de la filosofía del tercer Reich. “Ambos: individualismo y universalismo son intelectualistas, esto es: divorciados de la naturaleza” proclama Rosenberg y fulmina anatema contra el universalismo de un pensador que, en la lucha contra el individualismo, el atomismo y la moderna ciencia natural había conquistado lamentables laureles: el sociólogo y filosofo Othmar Spann, profesor de la universidad de Viena. En tiempos de la independencia austriaca era Spann considerado como el más reaccionario economista y filósofo de la cultura, que quería retrotraer la economía, como todas las manifestaciones de la vida social, a los cauces primitivos de la edad media. Además proclamaba en alta voz las tendencias antisemitas y nacionalistas de la gran Alemania. Pero esto no bastaba al señor Rosenberg, pues Spann se había mantenido fiel al principio de la lógica clásica de que “el género viene antes que la especie” y había construido el sistema espiritual escalonado de la sociedad humana que Rosenberg fustiga sangrientamente. El sistema escalonado de Spann es de arriba abajo, y reza: “Humanidad - Cultura - Pueblos emparentados - Nación - Patria chica - Miembro de la comunidad”. Indignado se revuelve Rosenberg contra Spann reprochándole haber rebajado la nación o pueblo (Volkstum), en su sistema intelectualista-universalista, a magnitud de tercer orden y no reconocer otra religión que la formada por la Iglesia. Al rechazar el esquema intelectualista, según el cual el género va antes que la especie, Rosenberg opone a la jerarquía de Spann la suya propia, cuyo reconocimiento es ahora obligatorio para la filosofía alemana. El sistema de Rosenberg es el siguiente: 1. Alma racial; 2. Pueblo o nación; 3. Persona; 4. Esfera cultural. Y Rosenberg advierte que no piensa esta jerarquía como una grada, sino como “una circulación palpitante.{21} La cúspide de la pirámide que es, en Spann, la humanidad, es en Rosenberg el alma de la raza. La esfera cultural es para él, naturalmente, lo último.

Lo chocante en este esquema de Rosenberg y que, sin embargo, ha sido poco advertido, es que no aparece el concepto de humanidad. En su antihumanismo llega la filosofía alemana actual al extremo de no negar solamente el valor sino la misma existencia de la humanidad. Rosenberg declara que, con su esquema, ha reintegrado al pueblo alemán a “sus orígenes psico-sanguíneos” y no a “esferas culturales sin consistencia ni a combinaciones humanas sin sangre”.{22}

He demostrado en otro lugar{23} que de la negación de los conceptos de hombre en sí y humanidad se sigue necesariamente el particularismo nacional de la ética, del derecho y de la ciencia en la nueva Alemania. Pues, si no existe el hombre, entonces no puede existir la razón humana que, desde los estoicos hasta los modernos humanistas, ha constituido la base del conocimiento humano y de la moral humana. En la filosofía del tercer Reich la razón humana es suplantada por el instinto particularista de la conservación de la raza y del pueblo. Este instinto de la conservación de la raza y del pueblo es pues el que, en lugar de la razón humana universal, constituye también la base de la definición de la moral, del derecho y de la verdad científica en la nueva Alemania y ello en las tres conocidas formulas: bien moral es lo que aprovecha al pueblo alemán; justo es lo que aprovecha al pueblo alemán; verdadero es lo que aprovecha al pueblo alemán. Este último concepto de la verdad alemana lo hemos encontrado en la ya citada fórmula orgánica de la verdad de Rosenberg y como ella se limita en el fondo a la utilidad del pueblo alemán y de la raza alemana y no ofrece ningún otro criterio lógico, el célebre profesor nacionalsocialista de Filosofía del Derecho, Carl Schmitt, en la universidad de Berlín, ha preferido declarar no obligatorio en Alemania el concepto de la verdad científica y sustituirlo por el simple utilitarismo. “En lo sucesivo –escribe Schmitt– no se preguntará ya más en Alemania si una opinión es verdadera, pues lo único decisivo para el valor de una producción científica será si fecunda el pensamiento del pueblo, si ha creado o no valores para la comunidad popular”.{24}

Si no hay una raza humana que a todos abarca, entonces el concepto de lo universal pierde su sentido, esto es, se convierte de una categoría universal en una categoría nacional particularista. Esto lo ha proclamado Rosenberg con un cinismo verdaderamente pasmoso, al escribir: “para el YO la raza y el pueblo constituyen los supuestos de su existencia, pero significan también la única posibilidad de su elevación. Al mismo tiempo, lo universal coincide con la raza y el pueblo”.{25} Concepto universal no significa ya un concepto que vale para la razón humana, sino tan solo un concepto que vale para el pueblo y la raza alemana. Esta tesis implica que la filosofía alemana abandona rotundamente el universalismo occidental en el cual se apoya toda nuestra cultura, y, por lo tanto, la declaración de la guerra filosófica a la humanidad.

Se cuenta que el profesor Hans Heyse, de Königsberg, acostumbraba a acudir a su cátedra de filosofía en camisa parda y al grito de ¡Heil Hitler! y que en ese uniforme de siervo moderno de la gleba se sentaba en la cátedra de Manuel Kant, de aquel Kant que enseñó la idea del Estado nacional universal y luchó por la paz perpetua. Por lo demás, la filosofía de Kant es falsificada y su amplio universalismo transformado en particularismo nacionalista. Así, por ejemplo, el Dr. Goebels afirma en su libro Signos de una nueva época que Kant formuló su imperativo categórico del modo siguiente: “Obra de tal modo que la máxima de tu vida pueda ser la máxima de la totalidad de tu pueblo.”{26} En realidad Kant no habla de tu pueblo, sino de “una ley universal”, de la “ley universal de la naturaleza”. “Obra según una máxima que tu puedas querer que se convierta en ley universal” “obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse por tu voluntad en ley natural universal”.{27} He ahí las palabras de Kant en su Metafísica de las Costumbres. Goebels equipara el concepto kantiano de lo universal y aun de la ley natural universal con el concepto nacional particularista del pueblo, en el sentido de la formula rosenberguiana “lo universal coincide con pueblo y raza”.

Esto significa que la filosofía alemana abandona también el criterio lógico de verdad, ya que este significa vigencia general en el sentido de universalidad. Una filosofía, en cambio, que haga coincidir el concepto de lo universal con el de raza y pueblo, ha de adoptar, en vez de un criterio lógico universal, un criterio racial particularista. Así lo hace el profesor Walter Schultze-Sölde, al introducir el concepto del prejuicio nacional (völkische Befangenheit) en la nueva filosofía alemana y definirlo del siguiente modo: “Tal prejuicio nacional lleva su certidumbre en sí mismo y no en criterios lógicos de verdad, pues estos no alcanzan a lo metalógico; símbolo, mito, destino, heroísmo o providencia”.{28}

Se trata, pues, de una especie de evidencia nacional con la cual la filosofía alemana actual da un paso más hacia la separación completa de Alemania de la humanidad. Ni siquiera los criterios científicos quieren los alemanes tener de común con la humanidad, pues la ciencia está, según Ernst Krieck, “totalmente condicionada por la raza”.{29} ¿Cómo hacer comprender a este llamémosle profesor de filosofía, que con ello suprime la idea de la ciencia, ya que ésta descansa en el supuesto de que hay juicios cuyo contenido y validez lógica son independientes de su génesis psíquica? Y proclamar que la ciencia está condicionada por la raza implica hacer depender la validez lógica objetiva de los juicios de su génesis psicológica, subjetiva, de una determinada conciencia de raza. La filosofía nacionalsocialista de la ciencia es, pues, extremo psicologismo y antropologismo, que anula la idea de una ciencia universal, objetiva, por la que labora la humanidad desde hace dos mil quinientos años.

Ni las ideas ni los valores del universalismo ni los del individualismo dan con la esencia y el hecho de la vida europea” decía el profesor Heyse en el congreso filosófico de París de 1937, traduciendo al lenguaje occidental, ante un auditorio docto, lo que Rosenberg había dicho en liso alemán. Ya sabemos que en punto a humanismo-universalismo, el profesor vienés Othmar Spann había provocado la crítica del Pontífice de la filosofía alemana Alfred Rosenberg. Mientras Austria fue independiente, esto podía importarle un comino. Pero, cuando, en marzo de 1938 las tropas alemanas anexionaron Austria por la fuerza y ocuparon Viena, el profesor Spann fue inmediatamente detenido y encarcelado. ¿Cuál había sido su delito? Lo sabemos por el libro de Rosenberg: Spann había afirmado la existencia de la humanidad y, con un criterio intelectualista de género y especie, la había puesto, con la esfera cultural, antes del Volkstum, relegando a este a una tercera categoría. Además Rosenberg imputa a Spann el haber reconocido una categoría humana superior a la nación, en la siguiente frase suya: “la Iglesia supranacional es antes que las Iglesias Nacionales”.{30} Spann hubo de purgar en la cárcel este delito contra el espíritu de la nueva filosofía alemana.

Bien se ve cuan peligroso es, aun para un profesor ultrarreaccionario, el no marcar bien el paso en la filosofía obligatoria del tercer Reich. Afortunadamente la mayoría de los profesores de filosofía alemanes no se han expuesto a este riesgo, sino que se han puesto a marchar como soldados, según aconseja Rosenberg. Lo dudoso es que esta disciplina militar tenga algo en común con la idea del valor, en el sentido platónico.

En el curso del IX Congreso internacional de Filosofía, celebrado en París el verano de 1937 y dedicado precisamente a honrar la memoria de Descartes, el representante oficial de la filosofía alemana, profesor Heyse, en su comunicación antes mencionada, se esforzo por ganar el auditorio a las “autenticas ideas y valores” que patrocina la nueva Alemania, y nada menos que “para la salvación de Europa”.{31} Esa reverencia ante Descartes y el espíritu de Europa por parte de la nueva filosofía alemana era, naturalmente, mentida. Esto lo prueba la declaración de guerra a Descartes y a la cultura mediterránea inspiradora del occidente, proclamada recientemente por el profesor E. R. Jaensch en nombre de la filosofía y de la psicología alemanas. La filosofía y la psicología alemanas, escribe Jaensch “no pueden sostener más la vieja bandera científica, la bandera de Descartes, que fue nuevamente consagrada a la faz de Europa en París, el año 1937, con motivo del tercer centenario del Discours”{32} ¿Qué es lo que Jaensch reprocha a Descartes? Ante todo la siguiente confesión del Discours: “Luego escogí de entre las varias opiniones generalmente reconocidas, las más moderadas… pues las exageraciones son generalmente malas”. (Descartes, Discours sur la Méthode, II, pág. 26). Como representante del salvaje y desbordante desmedimiento de la nueva Alemania, que ofrece la más extrema antinomia con la “mesotes” aristotélica, rechaza Jaensch, en nombre de la filosofía del tercer Reich, la reforma científica europea de Descartes y dice: “Fue una reforma científica de visión mediterránea; no una reforma al mismo tiempo contemplativa y actuante en el sentido nórdico”.{33} Con esta interpretación axiológica de la antinomia entre lo mediterráneo y lo nórdico, Jaensch no hace tampoco otra cosa que variar un tema de su jefe Rosenberg, quien rechaza todas las formas del amor por anémicas y proclama en su lugar el honor como el valor supremo. A este leitmotiv rosenberguiano de la axiología hace coro a grandes voces toda la filosofía de cátedra del tercer Reich, sin que uno solo de los señores profesores se haya dado cuenta de que, con esa afirmación dogmática de todas las “formas vitales nórdicas” por el solo motivo de ser nórdicas, se convierten los grados de latitud geográfica en grados de valor filosófico. Johann Gotfried Herder, el gran humanista alemán, en sus Ideas para la Filosofía de la Historia de la Humanidad afirmó en 1784 que el hombre se diferencia principalmente del animal por el hecho de que sólo él no depende de un clima, de una región determinada de la tierra, sino que puede vivir sin modificaciones esenciales en todos los climas y regiones, mientras que cada especie animal está encadenada a un determinado terreno, a una determinada latitud. Herder lo atribuye a nuestra posición bípeda y añade: “Si, como el oso o el mono, anduviéramos de cuatro potas, no hay duda alguna de que también las razas humanas (si se nos permite la innoble expresión) tendrían sus patrias de las que no podrían separarse. El oso humano amaría una patria fría, el hombre-mono una patria caliente. Y por eso –continúa Herder– observamos que cuanto más animal es una nación, tanto más ligada está a su terruño y a su clima con lazos del cuerpo y del alma”.{34} Estas son las palabras de Herder. Encierran un terrible juicio del poeta sobre su propio pueblo. Siglo y medio después de su gran humanista, más que nunca ligada a su terruño con lazos del cuerpo y del alma, el pueblo alemán ha impuesto al mundo el innoble concepto de raza humana. Y, además, ha ligado lo más inmaterial, lo mas esencialmente espiritual: el pensamiento filosófico, al espacio y la materia, al terruño; lo ha hecho sedentario (bodenständig) y con ello –según el razonamiento de Herder– ha animalizado la filosofía.

Rosenberg habla del judaísmo como de la antirraza. En seguida aparece un profesor alemán de filosofía –nada menos que el celebre Jaensch– y escribe un voluminoso libro: El antitipo (Der Gegentyp), para probar científicamente la inferioridad del judío.{35} Pero el antitipo de Jaensch no es sólo el judío, sino el tipo psicológico de la llamada época del sistema, con lo cual el profesor de filosofía señala la época de la Republica de Weimar. En el citado libro, como en otro anterior (Die Lage und die Aufgaben der Psychologie –Situación y tareas de la Psicología– 1934) descubre el profesor Jaensch el llamado tipo S o tipo lítico que corresponde a la humanidad interiormente débil, desorientada, corrompida y disolvente. El tipo S es debido ante todo, según Jaensch, a la mezcla de razas, luego a la cultura moderna del llamado hombre del asfalto. El tipo S, según Jaensch, es el antitipo del movimiento alemán{36} que el nacionalsocialismo ha de combatir hasta aniquilarlo. Los “aspectos dominantes de la estructura S” son, según Jaensch, “el francesismo, el judaísmo y la humanidad del asfalto”. Con ello el profesor Jaensch aporta una llamada demostración científica a la tesis del comandante de las tropas de asalto filosóficas Rosenberg, de que hay “un sistema de pensamiento franco-judío” y que el llamado espíritu occidental no es “otra cosa que una mezcla del moderno francesismo con el pensamiento judeo-democratico”.{37}

Al maligno tipo S opone Jensch el virtuoso tipo J, el cual, como amalgama de J2 mas J3, forma el tipo nórdico. Pertenecen pues al tipo J aquellos que no tienen ninguna J en su pasaporte.

El más odiado enemigo, al que ha de destruir el movimiento nacionalsocialista, es, según Jaensch, el tipo S2, caracterizado por el hecho de “tener injertada una superestructura racional formada por el entendimiento”. A esa estructura S2 corresponde una cultura S2: la cultura de la época “liberal intelectualista” que el nacionalsocialismo ha superado. En la lucha contra ese tipo S2 liberal-intelectualista, escribe Jaensch, el nacionalsocialismo se manifiesta como “un movimiento de saneamiento y fortalecimiento corporal y anímico y consiguientemente, moral”.

Un método que trabaja con todos los medios de la moderna técnica experimental, que demuestra el valor ético del sistema político imperante en Alemania y al mismo tiempo prueba científicamente la baja calidad moral del régimen liberal del occidente de Europa y de América: esto se llama en Alemania exacta psicología universitaria, la cual, en cuanto ciencia y según su idea, escapa a toda valoración.{38}

La misma finalidad perseguida por la psicología y la filosofía de la cultura alemanas guía también a la filosofía del Derecho y del Estado en el tercer Reich: lucha contra el sistema liberal intelectualista, y justifica filosóficamente la bestialidad totalitaria. Abrió la danza el ya citado profesor Carl Schmitt de la universidad de Berlín, que actuó durante cierto tiempo como jurista de la corona del tercer Reich, legalizó los asesinatos de junio de 1934 y representó al gobierno en el proceso por el incendio del Reichstag. Schmitt ve la esencia de lo político en la oposición de amigo y enemigo, en la que encuentra una distinción categórica tan fundamental y autónoma como la que se da en la moral entre el bien y el mal o en la estética entre lo bello y lo feo. De ahí deriva él la absoluta independencia de la política de la moral: la autonomía de lo político y su independencia de cualquier vinculación moral, económica o de cualquier otro orden. Según Schmitt, la antinomia amigo-enemigo no implica una oposición normativa o espiritual, sino una oposición existencial que ha de implicar en sí “la posibilidad de la matanza física”.{39}El enemigo político no necesita ser moralmente malo: es sencillamente el otro, el extraño”:{40} basta con que “existencialmente sea algo diferente, extraño”. Una comunidad sólo es una comunidad política si puede decidir soberanamente a quien considera como amigo o enemigo y tiene el “poder sobre la vida física de los hombres”.{41} La esencia del Estado consiste, según Schmitt, en el jus belli, en el derecho de hacer la guerra,{42} del mismo modo que Spengler declaraba: “un Estado es el estar en forma de la unidad popular constituida por él para las guerras reales o posibles”.{43} Según la definición de lo político por Schmitt no hay fines culturales del Estado. Política cultural es un contrasentido, pues política significa solamente lucha contra el enemigo con la posibilidad de la matanza física: el derecho a la guerra. Entendiéndose, según Schmitt, que “una guerra no tiene su sentido en que se hace por altos ideales o normas jurídicas, sino simplemente contra el enemigo”.{44} Como quiera que para Schmitt la guerra no es la lucha por ideales ni por intereses, sino solamente la ventilación de la existencia del extraño, hace de ella el estado normal de la vida política. Pues los conflictos de ideales o de intereses pueden ser de carácter transitorio, mientras que la existencia del extraño es una situación permanente mientras no se le ha aniquilado. El bellum omnium contra omnes permanente; la paz como simple tregua pasajera; el Estado como medio para hacer la guerra: he ahí el resultado de la nueva filosofía política alemana. La separación categórica de la política de la moral conduce necesariamente al estado de naturaleza anterior a la civilización.

En sus innumerables tentativas de dar un fundamento filosófico-jurídico a la autocracia del Führer, los profesores alemanes realizan verdaderas obras maestras de servilismo. Así, por ejemplo, el profesor Dr. Karl Larenz establece la “teoría de la encarnación” del derecho y la ley vital alemanes en la persona de Adolf Hitler.{45} De esta doctrina de la transubstanciación deduce Larenz que Hitler no puede querer otra cosa que el bien del pueblo alemán. Carl Schmitt acepta, en principio, la posibilidad de que, a falta de toda norma jurídica, el poder de un dictador degenere en tiranía; pero, según él, esto no puede decirse de Hitler. El argumento científico que Schmitt aduce en apoyo de ésta su afirmación vale la pena de ser reproducido literalmente. Dice así: “La uniformidad de raza hace imposible que el poder del Führer degenere en tiranía”. Es desconcertante bajeza tan vergonzosa de un profesor alemán, que después de todo, disfruta de un nombre prestigioso. ¿Por qué, se pregunta Hermann Rauschning, por qué ha de ser deseable un repugnante régimen de violencia, por el solo hecho de que el que lo ejerce pertenece a la misma raza que el pueblo que lo sufre?{46} Hay que reconocer que este es el secreto de la pandilla docente de la Alemania actual.

Es cierto que hubo tiempos en que un profesor de filosofía tenía el valor de defender apasionadamente la tesis contraria de la sostenida actualmente por Schmitt: era el profesor alemán de filosofía Johann Gottlieb Fichte. Dirigiéndose a los dictadores de su tiempo, a los monarcas absolutos, escribía Fichte: “Teméis vernos sojuzgados por una potencia extranjera y para defendernos de esta desdicha prefería sojuzgarnos vosotros mismos… Que vosotros creáis preferible sojuzgamos directamente en vez de vernos sojuzgados por otro, es comprensible. Lo que no comprendemos es por qué nosotros también lo hayamos de encontrar preferible. Vosotros amáis tan tiernamente nuestra libertad que la queréis tener para vosotros solos”.{47}

Desgraciadamente, en el día de hoy no es el espíritu de Fichte el que reina en Alemania sino la falta de espíritu de Carl Schmitt.

En la filosofía de la religión del tercer Reich se imponen los mismos principios que en las demás ramas del pensamiento. En su empeño de divorciar lo alemán del resto de la humanidad, la filosofía alemana ha declarado ya, como hemos visto, que no comparte con ella ni el concepto de la verdad científica, lógica y filosófica, ni su estructura psicológica, ni su moral, ni sus principios de Derecho. ¿Cómo ha de extrañarnos que la Alemania del tercer Reich rechace también toda relación con los principios filosófico-religiosos del resto de la humanidad? El Consejero secreto (Geheimrat) Prof. Dr. Schwarz reclama una filosofía específicamente alemana (artdeutscher Philosophie) y un concepto heroico de la Divinidad. El nacionalsocialismo, dice el Prof. Schwarz, “no sólo lo queremos vivir políticamente, sino también religiosamente. Lo vivimos como un movimiento de la eternidad en nuestra alma, con la que ésta adquiere su faz más divina”.{48} Y, más adelante, profiere este profesor de filosofía, que es al mismo tiempo uno de los puntales del movimiento de la nueva fe alemana, estas palabras ampulosas cuyo significado no se puede exagerar: “Volkstum wird uns Gottestum: el pueblo se convierte en nuestro Dios. En lo popular nuestras voluntades se encadenarán entre ellas con hermandad de sangre (blutsbrüderlich). Nuestra existencia vital gravita alrededor del eje del honor. Todo esto: el sentido de la eternidad, de la patria, del pueblo, del honor es sobrepersonal. No hay conexión alguna entre ello y el Dios personal del amor de los cristianos. Para quien vive en los valores eternos del pueblo, del honor y de la libertad (sic!), no hay problema del conocimiento de Dios. Su libertad religiosa encuentra su certidumbre en la comprensión de la eternidad”.{49}

Esas frases son un ejemplo del endiosamiento blasfemo, rayano en la locura, del nacionalismo y de su concepto del honor en el que los filósofos alemanes ponen la cúspide de todas las jerarquías. El profesor de filosofía nacionalsocialista Max Wundt, que no ha heredado de su padre, el gran Guillermo Wundt, más que el nombre famoso, llena libros enteros con sus lucubraciones sobre “el honor como fuente de la vida moral en el pueblo y el Estado{50} o “la lealtad como núcleo de la concepción alemana del mundo”. Honor y lealtad de los que la Alemania hitleriana ha dado patente ejemplo en una serie ininterrumpida de quebrantamientos de palabra y de rompimiento de convenios.

En la filosofía de los valores sostiene Schwarz una doctrina dinámica. Con ello aparece una segunda variedad del absolutismo alemán de los valores, al lado de la estática del fenomenólogo Nikolai Hartmann, que es acaso el más importante pensador del tercer Reich. Desarrollando las ideas de Max Scheler, Nikolai Hartmann, actualmente profesor ordinario de filosofía de la universidad de Berlín, enseña que los valores son esencias fenomenológicas en sí “que constituyen un imperio trascendente del ser absoluto, al modo de las ideas platónicas”. Por eso no hay modificaciones de los valores. Según Nicolai Hartmann, los valores son invariables y su esencia, independientemente de la historia, es intemporal y eterna. !Pero nuestra conciencia del valor es variable! Como un cono de luz que deambula sobre la inmensa llanura ideal de los valores absolutos, nuestra conciencia ilumina cada vez un sector nuevo del eterno reino de los valores, revelándolo así a nuestro conocimiento intuitivo del valor. Así explica Hartmann en forma ingeniosa el cambio temporal de nuestra conciencia del valor en el curso de la historia, sin perjuicio de la eternidad, invariabilidad y del carácter absoluto que, para él, tienen los valores. Constituyendo seres en sí mismos, los valores son, pues, para Hartmann independientes de nuestros deseos, de nuestra voluntad y de nuestra inventiva. No es nuestra conciencia del valor lo que decide lo que es valor, sino que son los valores, como seres en sí, los que determinan nuestra conciencia del valor. Los nuevos valores no son inventados, sino descubiertos y son los fundadores de las religiones y los caudillos éticos los que, según Hartmann, llevan a cabo esta labor de descubrimiento y dirigen la atención de las masas a regiones cada vez nuevas del reino absoluto de los valores. Aquellos caudillos éticos, dice Hartmann, revolucionan las masas. Pero también es posible, según Hartmann, que el caudillo no haga otra cosa que descubrir lo que dormita ya en la oscuridad de la conciencia del valor de la multitud.

“El es quien lee en los corazones humanos los valores nuevamente sentidos, los saca y les da expresión.”{51} Y Hartmann sigue literalmente: “Cuando el proclamador se encuentra solo, sin eco, entonces debe preguntarse a sí mismo: lo que proclama como un nuevo valor, ¿no es acaso una simple fantasía suya? Pero, si la chispa prende, la idea se vuelve innumerable, liberada por el verbo del proclamador, entonces no puede preguntarse eso, sino lo siguiente: ¿por qué todos los que sienten la misma miseria y el mismo anhelo en sus corazones caen en la misma idea? A ello no hay más que una respuesta: Porque no hay más que un valor allí hacia donde la misma miseria y el mismo anhelo les hace dirigir la mirada. Y esto demuestra precisamente que los valores tienen efectivamente una existencia propia, independiente de toda invención. Quiere decir que no es la conciencia del valor lo que determina los valores, sino que son éstos los que mueven la conciencia del valor”.{52} Peligrosa teoría, pues con ella hace Hartmann, del éxito agitatorio de un demagogo sin escrúpulos, un criterio axiológico para la existencia absoluta de determinados valores en aquel reino ideal de las esencias o ideas platónicas. Al mismo tiempo quita al individuo toda posibilidad de protestar fundadamente contra los valores descubiertos por el Führer, pues ello no sería la protesta contra la invención de un demagogo, sino la protesta contra una entidad metafísica, contra una cosa en sí, contra una idea platónica. Es un procedimiento muy sencillo el de presentar los valores que responden al interés del Estado autoritario sencillamente como entidades absolutas, trascendentes, para sustraerlas a la crítica individual. La filosofía de los valores del fenomenólogo Hartmann nos hace, pues, ver hasta qué punto el absolutismo axiológico responde a las necesidades del absolutismo político. Puede objetarse, es claro, que la filosofía de los valores de Hartmann deja en todo caso a la personalidad la libertad de no convertir en realidad aquellos valores ideales. Pero, como quiera que ellos representan una esencia absoluta e innegable, puede Hartmann tachar a tales individuos de ciegos y de administradores desleales de la tarea axiológica, con lo cual ellos mismos se habrían excluido de la comunidad popular alemana.

Así pues, los fenomenólogos alemanes cultivan la filosofía absolutista de los valores, al convertir simples sentimientos en esencias más o menos espectrales, dándoles substancia y declarándoles independientes de todo juicio, robando al individuo toda posibilidad de reconocer o rechazar y obligándole a aceptar ciegamente lo que el Führer ha descubierto y hecho visible del reino de los valores absolutos. Pero esos absolutistas devotos de la autoridad no se dan cuenta de que su absolutismo axiológico se relativiza a su vez por obra y gracia de la ideología racial. Hace veinticinco siglos que la filosofía dogmática absolutista no puede digerir la frase de Protágoras: el hombre es la medida de todas las cosas. Pero, ¡cuánto más cínica es la forma racional de este apotegma! tal como lo formula Rosenberg: “El alma popular condicionada por la raza es la medida de todos nuestros pensamientos, de nuestra voluntad y de nuestras acciones: la única medida de nuestros valores”.{53} Si el relativismo de Protágoras era humanista, el de Rosenberg es racista. Pero, como al mismo tiempo Rosenberg afirma que “lo universal coincide con la raza y el pueblo”,{54} el relativismo axiológico de raza se convierte otra vez en absolutismo. Se le podría calificar de absolutismo de lo relativo.

Hemos subrayado el antintelectualismo y el irracionalismo como una de las características fundamentales de la nueva filosofía alemana. Dentro de esta corriente irracionalista se ha prestado demasiado poca atención a la influencia del fenomenólogo Martin Heidegger, con su filosofía existencial. En vez de admitir que su arbitrario problema: ¿que es la nada? conduce lógicamente al absurdo, Heidegger llega a la conclusión inversa, o sea, que este problema lleva la lógica al absurdo y con ello la destrona. “Si el poder de la lógica –escribe Heidegger– fracasa ante el problema del ser o del no ser, la cuestión del predominio de la lógica en la filosofía queda resuelta por sí misma. La idea de la lógica misma se disuelve”.{55} Heidegger rebate luego todos los reparos del entendimiento y resuelve los problemas del ser y de la nada refiriéndose a estados de animo fundamentales (Grundstimmungen), al “modo como uno se siente dentro del ser en total” (”Sichbefinden inmitten des Seienden im Ganzen”), de manera que el aburrimiento descubre el ser y la angustia descubre la nada. Con ello la interpretación del mundo de Heidegger nos vuelve a un estado sentimental subjetivo, primitivo, prelógico y prefilosófico, ya que, a mi entender, la interpretación filosófica consiste precisamente en sustituir la primitiva posición subjetiva y sentimental ante el mundo por un sistema de conceptos de valor objetivo. Llegado al punto que acabo de exponer, nada más fácil para Heidegger que llegar al nacionalsocialismo. Según su doctrina no existe ningún imperativo moral valedero para todos los tiempos, si no que en cada momento hay que hacer lo que el momento manda. El individuo que, según la filosofía existencial de Heidegger, solo tiene existencia pero no esencia, es decir: carácter, debe situarse, según él, deliberadamente en cada situación histórica y hacer lo que ella le revele como su sentido y su imperativo. Consecuentemente con ello, el profesor Heidegger, poco después de haber dedicado su libro Sein und Zeit (El ser y el tiempo) a su maestro judío Edmund Husserl, con amistad y admiración, salta la barrera y pronuncia su celebre alocución rectoral, La autodefensa de la universidad alemana, en la que dice: “El mundo espiritual de un pueblo no es la superestructura de una cultura sino la fuerza de la conservación más profunda de su energía sanguínea” y seguidamente proclama que “el trabajo obligatorio, el servicio militar y la labor científica tienen el mismo rango”.{56}

Con ello se echa por tierra el orden platónico según el cual los portadores de la cultura espiritual tienen la primacía sobre los guerreros y los menestrales. Y eso que se ha hecho moda entre los profesores de la nueva Alemania el demostrar que el tercer Reich de Hitler es la realización del Estado ideal de Platón. “En Hitler –escribe el profesor de filosofía Krieck– se ha hecho carne y sangre la idea fundamental de Platón del educador fundador del Estado”.{57} La misma tesis defiende Carl Vering, que ha editado Platón en paráfrasis libre para el presente alemán, al objeto de “colaborar a la renovación de nuestro pueblo”. Y Joachim Bannes publica un libro intitulado La lucha de Hitler y el Estado de Platón (de Gruyter, Berlín). A los profesores de filosofía alemanes no les importa una blasfemia más o menos. En todo caso no está de más observar que, en la jerarquía de la República de Platón, el tercer Reich entraría en la categoría de la timocracia, en la que el espíritu guerrero triunfa sobre la cultura, si no en la de tiranía o sea el dominio extralegal de un individuo. A ambas formas opone Platón su estado ideal con el predominio de los hombres ilustrados. Recordemos además la clasificación tripartita del alma en Platón, aplicable también al Estado, en la cual la razón “logistikón” se compara al conductor que lleva las riendas y domina al valor “dumós” y al deseo “epidumetikón”. En el tercer Reich las cosas van al revés de como las quería Platón: allí el poder militar y la ambición apasionada tienen el predominio sobre la razón. Es, pues, la mentira y la falsificación más groseras lo que cometen los profesores de filosofía alemanes al presentar el tercer Reich de Hitler como la realización del Estado ideal de Platón.

Unas palabras sobre la pedagogía en el tercer Reich. Aquí da el tono, al lado del filosofo Alfred Baumler, el repetidamente citado Prof. Krieck. Según él, Hitler, con su programa escolar publicado en Mein Kampf ha elevado el pensamiento pedagógico a una altura hasta entonces nunca igualada.{58} Se trata del programa escolar que Hitler, en una conversación con Rauschning, resumió en estas breves palabras: “No deseo la formación del espíritu. El saber corrompería mi juventud alemana”.{59} Ante el hecho de que la juventud se había adaptado mucho más de prisa que el hombre maduro al ideal anticultural selvático del nacionalsocialismo, el profesor de filosofía y pedagogía Dr. Krieck no pudo menos que declarar que la relación pedagógica entre jóvenes y viejos se había tenido que invertir necesariamente. Es decir, que en el tercer Reich son los jóvenes los que han de educar a sus padres y a sus maestros. El profesor Krieck censura duramente el hecho de que “el siglo XIX haya dedicado a la cultura un culto idolátrico” y culpa de ello ante todo al idealismo aleman.{60} Afortunadamente el nacionalsocialismo ha expulsado de Alemania cultura e idealismo, pues ellos hubieran “destrozado el cuerpo del pueblo alemán”, cuando es así que el tercer Reich hace de “la integridad nacional la meta y la medida de todas las cosas”. La antigua escuela alemana era liberal-pacifista y en ella “celebraba sus orgias educativas el intelectualismo tradicional”.{61} Como ideal de la pedagogía nacionalsocialista establece Krieck “la superación del enciclopedismo educativo y de especialidades (sic) por una enseñanza total progresiva disciplinada con arreglo a la idea y la concepción del mundo nacionalsocialista.{62} La finalidad de ese “amaestramiento en el pensamiento y la conducta según nuestra ley racial fundamental” es, como afirma Krieck sin ruborizarse, “unir a los camaradas de pueblo y de raza en unidad de voluntad y de concepción del mundo”, realizar la “unidad en la dirección de la voluntad” del pueblo alemán, constituir una “voluntad política compacta y presta a la acción”.{63} Sólo así, sólo convirtiendo al pueblo alemán en un rebaño uniforme (así se expresa Hitler textualmente en Mein Kampf) será un instrumento útil en las manos del Führer para “conquistar el dominio del mundo”.{64} Y fueron los profesores alemanes de filosofía los que crearon a Hitler este instrumento de guerra, amaestrando al pueblo en la unidad de pensamiento y de voluntad… contra la humanidad. ¡Noble tarea la que tomó a su cargo la filosofía alemana! “Quiero liberar a la humanidad de la esclavitud del intelecto” dice Hitler en sus conversaciones con Rauschning. Y para ello ha encontrado precisamente la colaboración entusiasta de los que tenían que salir por los fueros del intelecto: los profesores de filosofía. Se diría que esos profesores han hecho suyo el principio que Mussolini estableció en su Dottrina del Fascismo: que todas las obras científicas y artísticas solo son sucedáneas de la única ocupación digna del hombre: la guerra.

Al que dude aún de que la filosofía del tercer Reich esta amaestrada contra todo lo que es caro y precioso a la humanidad culta, le ofrecemos las siguientes palabras del profesor Krieck: “Con esta revolución (la nacionalsocialista) se levanta la sangre contra el entendimiento formal, la raza contra la actividad racional, la sujeción contra la arbitrariedad llamada libertad, la totalidad orgánica contra la desintegración individualista, la combatividad contra la seguridad burguesa, la política contra el primado de la economía, el estado contra la sociedad, el pueblo contra el individuo y la masa”. Todas estas antítesis se reducen en realidad a una sola: ¡el tercer Reich contra la Humanidad!

Lo que hoy se llama en Alemania filosofía no tiene ya ninguna aspiración científica. Ha renunciado totalmente al fin del conocimiento. Con ello la filosofía del tercer Reich ha abandonado de tal modo la tradición filosófica que se hace difícil descubrir sus fuentes. Desde la muerte de Hermann Cohen y el triunfo de la fenomenología en las universidades alemanas estaba ya en decadencia en las cátedras del Reich el espíritu del criticismo kantiano y todo rigorismo científico. La fenomenología luchaba contra el idealismo, el criticismo, el normativismo, la abstracción y por todo lo que llama “totalidad concreta”. En su escrito Philosophie als strenge Wissenschaft (Filosofía como ciencia rigurosa) escribía el fundador de la escuela fenomenológica Edmund Husserl las palabras, en mi concepto fatales, de que a la filosofía se le abre por el camino “de la intuición, de la captación fenomenológica esencial, un campo de actividad inmenso y una ciencia que, sin métodos indirectamente simbolizantes y sin el aparato de las conclusiones y las demostraciones, gana una multitud de conocimientos rigurosos y decisivos para el desarrollo de la filosofía”.{65} Es verdad que el mismo Husserl fue fiel al verdadero y riguroso espíritu científico; pero sus discípulos y seguidores sacaron de las palabras que preceden las más desastrosas consecuencias. Ya su discípulo Max Scheler protestaba de que la filosofía fuese una ancilla scienciae, una criada de la ciencia y Nikolai Hartmann, discípulo de Husserl y de Scheler, después de haber renegado de su primer maestro Cohen, predicaba antes de Hitler lo que llamaba “anticienticismo sano”.{66} Partiendo de la captación intuitiva inmediata, fenomenológica, “de evidentes leyes selectivas” ha producido Max Scheler, entre otros, su vergonzoso libro Der Genius des Krieges und der deutsche Krieg, un adefesio aparecido en 1915 en el que, a excepción del racismo, se hallan en germen todos los absurdos del nacionalsocialismo. Y, después de todo, los filósofos del tercer Reich tampoco hacen otra cosa que afirmar “sin el aparato de conclusiones y demostraciones”, basándose solo en la evidencia inmediata introducida en la filosofía por Franz Brentano y desarrollada por los fenomenólogos.

El presente trabajo sería incompleto sin una breve referencia a la tendencia fundamentalmente nihilista de toda la filosofía del tercer Reich. El espíritu del nihilismo se manifiesta especialmente puro en los escritos de Jünger y Niekisch, dos escritores que, sin ser filósofos de cátedra, ejercen una gran influencia en la educación filosófica de la juventud del tercer Reich, como ha hecho notar Hermann Rauschning en su agudo libro La Revolución del Nihilismo. Pero el Dr. Rauschning comete a mi juicio el error de hacer a Federico Nietzsche responsable de los excesos nihilistas de los Jünger y Niekisch. En mi concepto es patente que Nietzsche no inventó el nihilismo y sí sólo lo descubrió intentando superarlo e intento superar procurando dar una nueva base a los valores, despojados de su substrato metafísico: en la voluntad creadora del individuo. En cambio Jünger y Niekisch no intentan superar el nihilismo de los valores, sino que al contrario, con un placer verdaderamente demoniaco, lo desarrollan hasta sus últimas consecuencias. El liberalismo, según ellos, abusó de la técnica, empleándola para el progreso. Pero la técnica no ha de servir al progreso, sino sólo a la lucha por el poder, por medio de la guerra total mecanizada y la destrucción gigantesca. !La guerra mecanizada total, como forma y sentido permanentes de la vida del pueblo alemán! Frente a esto, escribe literalmente Jünger, “todas las obras pierden su esencia y todos los conceptos su valor”.{67} ¿Es que para Jünger no hay ya valores? Sí: uno solo. Jünger lo proclama con estas palabras: El único valor, “la única perfección en el mundo consiste en el arte de manejar explosivos”. Jünger reconoce, pues, un solo valor: aquel por el cual todos los demás valores desaparecen en la nada. Nunca el nihilismo había recibido una expresión tan brutal y descarada. En su libro Der Arbeiter, Form und Herrschaft procuraba Jünger preparar al pueblo alemán para la guerra mecanizada total como forma de vida permanente y, como podemos ver, con éxito. Disolución del individuo era literalmente el lema de ese libro. En lugar del contrato social un reglamento militar; los lazos sociales y jurídicos del trabajador han de ser sustituidos por la disciplina militar. “Se trata –escribe Jünger– de educar una clase de hombre que tenga la convicción desesperada de que todo esfuerzo hacia una justicia abstracta, hacia la investigación libre y hacia una conciencia artística ha de comparecer ante un tribunal que está muy por encima de todo lo que existe en la esfera de la libertad civil”. Lo que no sirve a la idea de la guerra total no tiene derecho a la vida. Según el programa de la disolución del individuo, en el interés de la guerra técnica total como forma permanente de vida, no hay ya derecho a una actuación individual científica o artística ni a la felicidad individual. Ludwig Klages ha dicho que “el espíritu es el enemigo de la vida”, el “demonio malo” de la existencia que impone al mundo su ley lógica y crea “una vida intelectual parasitaria”. Ernst Jünger va más lejos cuando escribe: “La mejor respuesta a la traición del espíritu para con la vida es la traición del espíritu contra el espíritu”. Jünger desea, pues, la destrucción del espíritu y de todos los valores espirituales por el producto más potente del espíritu: la técnica. Así el espíritu ha de vengarse de sí mismo, por haberse hecho soberano y humanista. ¡Idea verdaderamente diabólica de un alemán! Jünger cierra ese razonamiento escribiendo: “Uno de los placeres más crueles y maravillosos de nuestro tiempo es participar en este trabajo de zapa” que ha de hacer saltar la cultura occidental. “Nuestra nueva filosofía es antioccidental” escribe Niekisch y observa que, desde que los valores de la cultura occidental se han desanclado de sustancias metafísicas y doctrinas religiosas, flotan en el vacío. De ello derivan Jünger y Niekisch el nihilismo de todos los valores; los de la moral, del derecho, de la verdad, de la libertad, de la religión, de la ciencia, del arte, de la individualidad, de la vida privada, de la felicidad personal. El vacío producido por el nihilismo neoalemán es llenado por una vida peligrosa, que juega con la muerte, empeñada al servicio de la matanza, de la destrucción y de la lucha por el poder como fin en sí. Mas para nosotros, que no nos hemos elevado hasta el nihilismo axiológico, la lucha por el poder como fin en sí es sólo una prueba de la carencia de valer del que lucha. Pues el que vale no necesita el poder para imponerse. Pero de valores no quieren saber nada los nihilistas neoalemanes, ni siquiera en lo que les concierne personalmente. “Uno de los medios de preparar esa vida peligrosa –escribe textualmente Jünger– consiste en la aniquilación de las valoraciones del espíritu soberano, en la destrucción de toda la labor pedagógica que ha creado la época burguesa”. El mismo Hitler comento este principio nihilista en sus conversaciones con Rauschning con esta profesión de fe, más nihilista aún si cabe: “Somos bárbaros y queremos ser bárbaros: es un título de honor. Hemos venido para rejuvenecer el mundo. El mundo actual está en sus postrimerías. Nuestra tarea está en saquearlo”.{68} ¡He aquí el espíritu alemán que ha de sanar al mundo! El mundo habrá de curarse de este espíritu si no quiere perecer. Y sobre los filósofos que han contribuido a oscurecer aún más esa terrible noche del espíritu alemán recaerá un día la maldición de la humanidad. Diríase que el genial Nietzsche previó este tipo del filósofo nihilista del tercer Reich cuando, en su Zarathustra exclamó lleno de horror: “Derrocar –esto es para él demostrar; enloquecer: esto es para él convencer. Y, para él también, la sangre es el mejor de los argumentos”.

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{1} O. Spengler, Preussentum und Sozialismus, 1921, pág. 321.

{2} O. Köllreuther, Der Deutsche Führerstaat, 1934, pág. 13.

{3} E. Krieck, Nationalsozialistische Erziehung, Berlín, pág. 6

{4} Ausrichtung, ausrichten, tienen, principalmente, el sentido militar de “alinear” y también el de realizar algo. Ambos sentidos juegan en el uso preferente del vocablo por los teorizantes nazis. En el texto se vierte diversamente según el contexto, pero sin traicionar la intención. El concepto castellano de “instrucción” militar, de hacer la instrucción, &c., podría permitirnos el uso de la palabra “instruir” en este sentido estricto y doble.

{5} Ibíd., pág. 6.

{6} Ibíd., pág. 23.

{7} G. Pick, Die Religion des freien Deutschen –La religión del alemán libre–, Berlín, 1937; H. Schwarz, Die Gläubige Freiheit deutscher Menschen –La libertad creyente de los hombres alemanes– en las Bältter für deutsche Philosophie –Hojas de filosofía alemana– editada por Heimsoeth, Berlín, 1939, págs. 372, 388, &c.

{8} Ibíd., pág. 388.

{9} Zeitschr. für Psychologie –Revista de Psicología– Leipzig, 1939, vol. 143, pág. 273.

{10} A. R. Rosenberg, Der Mythus des XX Jahrhunderts –El mito del siglo XX– Munich, 1934, pág. 687.

{11} Ibíd., pág. 685.

{12} Ibíd., pág. 690.

{13} Ibíd., pág. 684.

{14} A. Lalande, La psychologie des jugements de valeur, El Cairo, 1929, pág. 11.

{15} Rosenberg, Mythus, pág. 682.

{16} Ibíd., pág. 636.

{17} Ibíd., pág. 580-81.

{18} Ibíd., pág. 693.

{19} Ibíd., pág. 694.

{20} Principes de la nature et de la grace, 1718, párrafo 1.

{21} Ibíd., pág. 696.

{22} Ibíd., pág. 696.

{23} Stern, Reflexions sur la Philosophie de la Politique, Bruselas, 1939.

{24} Uber die drei Arten rechtswissenschaftlichen Denkens –Acerca de los tres tipos de ciencia jurídica–, 1934, pág. 26.

{25} Rosenberg, ibid. pág. 321.

{26} J. G. Goebels, Signale einer neuen Zeit, Eher, Munich, 1934, pág. 31.

{27} Kant, Grundlegung der Metapbysik der Sitten, Ges. Werke, vol. 4, pág. 421.

{28} Politik uttd Wissenschaft –Política y Ciencia–, 1934.

{29} E. Kriek, Nat. soz. Erziebung –Educación Nacionalsocialista–, pág. 13.

{30} Spann, Gesellschaftspbilosophie, Munich, 1928.

{31} Trav. du IV Congrès int. de Phil., París, Hermann & Co., 1937, vol. X, pág. 79.

{32} E. R. Jaensch, Der Kampf deutschen Psychologie und der Geisteskampf der Bewegung en la Zeischr. f. Psychologie, 1939, vol. 145, pág. 173.

{33} Ibíd., pág. 277.

{34} J. G. Herder, Ideen zur Pbil. des Gesch. der Menscheit, cuarto libro, V. pág. 164.

{35} Barth, Leipzig, 1938.

{36} Ibíd., pág. 43.

{37} Rosenberg, Mythus,pág. 642-43.

{38} Pág. 186, 18c.

{39} C. Schmitt, Der Begriff des Politischen –Concepto de lo político–, Berlín, pág.

{40} Ibíd., pág. 4.

{41} Ibíd., pág. 16.

{42} Ibíd., pág. 15.

{43} Spengler, Jahre der Entscheidung, 1933, pág. 24.

{44} Schmitt, Uber den Begriff des Politiscben, pág. 18.

{45} K. Larenz, Deutsche Rechtsphilosophie –Filosofía jurídica alemana–, pág. 14.

{46} Die Revolution des Nihilismus, Zurich, 1938, pág. 152.

{47} J. G. Fitche, Beiträge zur Berichtigung der Urteile des Publikums über die französische Revolution, Winterthur, 1844, pág. 62.

{48} H. Schwarz, Die gläubige Freiheit deutscher Menschen en las Blütter für deutsche Philosophie, Berlin, 1939, vol. 12, cuaderno 4, pág. 381

{49} Ibíd., pág. 386.

{50} Die Ehre als Quelle sittlichen Lebens in Volk und Staat, Beyer, Langensalza, 1937.

{51} Hartmann, Ethik, Berlín, 1935, pág. 46.

{52} Ibíd., pág. 52.

{53} Rosenberg, Mythus, pág. 698.

{54} Ibíd., pág. 321.

{55} M. Heidegger, Was ist Metaphysik? Fr. Cohn, Bonn, 1929, pág. 21.

{56} M. Heidegger, Selbsbehauptung, Cottl. Korn, Breslau, 1933.

{57} E. Krieck, Nationalsozialistische Erziehung, pág. 11.

{58} Nationalsozialistische Erziehung, págs. 4-5.

{59} Rauschning, Hitler m'a dit, págs. 278-9.

{60} Ibíd., págs. 17-18.

{61} Ibíd., pág. 20.

{62} Ibíd., pág. 20.

{63} Ibíd., pág. 23.

{64} Hitler, Mein Kampf, vol. 2, págs. 27-28.

{65} H. Husserl, Philosophie als strenge Wissenschaft en Logos, vol. 8, págs. 340-41: 1910, II.

{66} Hartmann, Grundzüge einer Metaphysik der Erkenntniss, Berlín, 1925, pág. 39.

{67} Jünger, La Guerre notre Mçere, pág. 247.

{68} Rauschning, Hitler m'a dit, Paris, Cooperation, 1939, pág. 100.