Filosofía en español 
Filosofía en español


Pedro Ribas

El Congreso de Filósofos Jóvenes

El Congreso de Filósofos Jóvenes inicia su trayectoria en 1963, es decir, dentro ya de una década en que la España de la posguerra conoce, por fin, cierto despegue económico respecto del subdesarrollo de los años 40 y 50. Es en dicha década cuando se lanzan los “planes de desarrollo” y se produce una tímida, pero importante, apertura informativa con la Ley de Prensa del ministro Fraga Iribarne.

Desde su iniciación, el Congreso ha venido celebrándose anualmente en los primeros días de las vacaciones escolares de Pascua. Sólo en 1969 dejó de convocarse debido al estado de excepción. El nombre que se adoptó y que se ha mantenido hasta el X Congreso fue el de “Convivencias de Filósofos Jóvenes”.

Según Mercedes Torrevejano, incansable secretaria a lo largo de diez años, “nacieron las Convivencias por iniciativa de un grupo de graduados que trabajaban en torno a la cátedra de Metafísica de la Universidad Complutense de Madrid, regentada por el profesor Rábade, catedrático numerario de la misma asignatura de la Universidad de Valencia y agregado a la de Madrid, en ausencia del titular.

La I Convivencia, que convocó unos sesenta filósofos, tuvo un carácter agudamente crítico e inconformista. En ella se estudió el estado de la Filosofía en España; en la docencia, en la investigación, las publicaciones, la vida filosófica en general, concluyendo en la necesidad de iniciar nuevos caminos de puesta al día, diálogo, estudio y, sobre todo, mutuo conocimiento de todos los que en España se dedicaban más o menos profesionalmente a la Filosofía.

La convocatoria de aquella reunión fue firmada por M. Francisco Pérez, José Luis Franco y Mercedes Torrevejano” {(1) Hoja-informe con motivo del décimo aniversario del Congreso, enviada a los congresistas juntamente con el resumen correspondiente al celebrado en Salamanca en 1972.}

Tal como se desprende del texto de Mercedes Torrevejano, fue el II Congreso el que adoptó la forma que, con progresivas modificaciones, ha sido típica en los siguientes, es decir, desarrollo de un tema escogido por votación entre los congresistas y elección de las personas encargadas de organizar el Congreso del próximo año. Se trata, pues, de cargos rotativos y, por supuesto, no remunerados. El hecho de que alguna persona haya permanecido más de un año en un cargo se ha debido siempre a la propia decisión de la asamblea de congresistas. Este caso, que se ha dado en el cargo de secretario, revela la informalidad con que ha funcionado el Congreso. No existen unos estatutos. Existen simplemente unas normas generales que se han impuesto desde la práctica misma de los distintos Congresos. Pero sí existe una norma básica que, sin estar estipulada en ningún reglamento, constituye el supuesto fundamental del Congreso de Filósofos Jóvenes. Me refiero a la democracia en la organización (elección de temas y personas) y a la independencia respecto de lugares o grupos determinados.

Es cierto que, desde un punto de vista jurídico, el Congreso es una sección de la Sociedad Española de Filosofía. Varias veces se ha planteado la cuestión de formar una sociedad totalmente independiente, pero se ha preferido, hasta el presente, seguir siendo filial de la Sociedad Española de Filosofía por las dificultades observadas en el intento de independización de otros grupos profesionales y, sobre todo, por las dificultades gubernativas que progresivamente va encontrando la celebración del Congreso, aun siendo patrocinado por una sociedad de carácter oficial. Sin embargo, no se puede afirmar que el hecho de ser filial de la Sociedad Española de Filosofía determine en el Congreso de Filósofos Jóvenes una efectiva dependencia de ella en el funcionamiento, al menos en la actualidad. Bastaría, para probarlo, decir que el Comité organizador del Congreso es elegido por los congresistas sin intervención ni control de la directiva de la Sociedad Española de Filosofía.

El hecho de haber nacido el Congreso como iniciativa de graduados que trabajaban en torno a la cátedra de metafísica influyó, naturalmente, en los temas y en las personas elegidas para exponerlos. Sin embargo, dada la progresiva audiencia que adquirió y dada la misma dinámica interna que su funcionamiento conlleva, no tardó en convertirse en cauce de expresión de las inquietudes filosóficas de los nuevos graduados. Estas inquietudes se fueron mostrando cada vez menos ligadas a una cátedra determinada y menos circunscritas a una región concreta. Tal evolución puede verse en los temas sucesivamente elegidos para los distintos Congresos:

Congreso Año Lugar Tema
II1964ValenciaTrascendencia y libertad
III1965MadridLa temporalidad
IV1966MadridEl método en la filosofía
V1967AlcaláEl problema de Dios en la filosofía actual
VI1968El EscorialFilosofía y ciencias humanas
VII1970MontserratLa comunicación
VIII1971CastellónProblemas actuales de la moral
IX1972SalamancaFilosofía, ciencia, ideología
X1973SantiagoLa filosofía española en la actualidad
XI1974MadridEl estatuto epistemológico de las ciencias humanas

La evolución es también clara si se atiende a la proporción de catedráticos de universidad que intervienen activamente en cada Congreso como ponentes o como directores de seminario en relación con el número total:

Congreso Año Ponentes y directores de seminario Catedráticos
II196464
III196591
IV196641
V196761
VI1968132
VII197070
VIII197180
IX197270
X1973120
XI197492

En cuanto a los lugares de celebración del Congreso –elegidos por votación entre los asistentes–, se observa una absoluta predominancia de la provincia de Madrid. Esta predominancia, que varias veces se ha pretendido evitar, se ha debido a las facilidades de comunicación con esta ciudad y también a la misma situación geográfica de la provincia, punto intermedio entre los rincones más alejados de la península. De todas formas, en los últimos años disminuye la frecuencia de Madrid como sede del Congreso. En 1974 debía celebrarse en La Laguna, pero dificultades de última hora hicieron que tuviera lugar en Madrid, como más fácil solución de recambio.

El poder de convocatoria del Congreso ha sido creciente de año en año. Los asistentes han ido aumentando y es probable que aumenten mucho más, pues se es consciente de que constituye una tribuna espontánea y, por ello mismo, capaz tanto de reflejar los temas vivos como de tratarlos de acuerdo con las orientaciones consideradas más exentas de imposiciones académicas. Desde este punto de vista, el Congreso es un buen exponente de qué aires filosóficos soplan en el país y de cómo se combinan entre sí. Algunas de estas combinaciones llegan a originar tempestades, pero éstas son cada vez menos imprevistas, pues, gracias al mismo Congreso, los afiliados a las diversas tendencias se conocen mejor unos a otros.

Se puede decir que si al comienzo el Congreso reflejó en gran medida la filosofía oficial de la España de la posguerra, en la actualidad refleja la pluralidad de tendencias existentes entre las nuevas promociones de graduados, por una parte, y, por otra, el desprestigio absoluto en que ha caído aquella filosofía oficial. Tal desprestigio ha dado lugar a la esquizofrenia en que se ven obligados a moverse muchos profesores de filosofía de bachillerato –que forman buena parte de los asistentes al Congreso– al debatirse intelectualmente en unos problemas que poco tienen que ver con los programas de filosofía oficialmente vigentes. Claro que este divorcio es, de alguna forma, vivido por gran número de españoles de hoy, al moverse entre unos problemas que, al parecer, no tienen traducción en la España oficial. En cualquier caso, esta situación ha originado verdaderos debates. Estos no han conseguido todavía mucho más que cuatro días de intercambio de conocimientos más o menos académicos y de contacto entre graduados que, de otro modo, apenas tienen ocasión de verse ni de enterarse del quehacer de cada uno. Pero el mismo hecho de contar con una tribuna para exponer la situación y cobrar conciencia de ella es un paso nada desdeñable en el camino hacia etapas más eficaces. La eficacia, o al menos la eficacia renovadora, empieza en el momento en que se advierte la conexión entre las ideas y la práctica social y política. Esta etapa ha sido ya alcanzada plenamente.

A pesar de que el complejo de inferioridad del filósofo respecto de quienes se dedican a alguna disciplina más “científica” es un hecho cada vez más palpable, se encuentra cierta compensación al descubrir que la pretendida ciencia, cualquiera que sea, está llena de supuestos inexplicados o, al menos, no justificados, pero, sobre todo, nada exentos de contenido ideológico, ya que el científico se hace una representación tanto de su trabajo como de los contenidos de su ciencia. Es decir, la ciencia es también cuestión de ideas que, en cuanto ligadas a una práctica, pueden comportar las mismas deformaciones que cualesquiera otras ideas. Este problema aflora constantemente, desde distintos ángulos, en los últimos Congresos: ciencia, ideología, estatuto epistemológico de las ciencias humanas, &c. En torno a él se polarizan las orientaciones dominantes, las cuales creo que podrían dividirse –aún a riesgo de incurrir en las simplificaciones que siempre conllevan las etiquetas– en marxistas y partidarios de la filosofía analítica. Hay, por supuesto, otras tendencias, pero si se toma como criterio el interés que despiertan los temas de los seminarios habidos en los últimos Congresos y se juzga tal interés por el número de participantes, creo que puede sacarse correctamente esta deducción. Sin embargo, habría que insistir, una vez más, en que la filosofía analítica abarcaría posiciones bastante dispares, cuyo único punto de contacto sería el interés por el lenguaje. Lo mismo puede decirse del marxismo. Hay una serie de posiciones cuyo punto de contacto “marxista” consistiría simplemente en la pretensión de tratar las diversas realidades –el mismo lenguaje, por ejemplo– como ligadas a un todo y como dependientes de él. Teóricamente, pues, marxismo y filosofía analítica no tendrían por qué oponerse. Pero, de hecho, y a pesar de algunos intentos de mediación, ambas posturas aparecen enfrentadas.

No se ha conseguido, hasta la fecha, publicar un boletín o una revista que sirviera de órgano de expresión y de comunicación permanente, donde las controversias del Congreso tuvieran una continuidad tras los escasos días en que se desarrolla. De momento, existe el proyecto de publicar las actas de los dos últimos Congresos, cosa que representa un paso de cierta importancia y que revela, en cualquier caso, que no se trata de meras reuniones de confraternización, como parecía indicar el nombre de “Convivencias”.

Dada la sencillez y agilidad en la renovación de cargos, la burocracia del Congreso es mínima y la parte financiera insignificante: gastos originados por las circulares, pago de ponentes y directores de seminarios, alquiler del local donde se celebra, &c. El citado informe de Mercedes Torrevejano dice a este respecto: “El régimen económico de las Convivencias ha sido elemental. La I, II y IV Convivencias se hicieron en pobreza absoluta, sin posibilidad de retribución de ninguna clase a los ponentes. Para la III, V y VI, se logró una subvención de la Escuela de Formación del Profesorado, con la que se pudo dar a los que actuaban la retribución simbólica de 1.000 ó 2.000 pesetas. La VII, VIII y IX Convivencias se han sufragado gracias a una subvención del C.S.I.C. de 25, 30 y 35.000 pesetas, sucesivamente.” {(2) Ibidem.} En el X Congreso se recibieron 25.000 pesetas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. En el XI, la Sociedad Española de Filosofía ha ofrecido 20.000 pesetas, y se han obtenido otras 100.000 de la Fundación “Juan March”, lo cual ha permitido, por primera vez, pagar algo más holgadamente a los autores de ponencias o a quienes dirigen seminarios.

El punto más oscuro del Congreso es el de las dificultades de orden gubernativo que han afectado a su celebración últimamente. Espero equivocarme al suponer que tales dificultades irán en aumento. Convendría ir pensando, por si acaso, en algún convento religioso que, como el de los franciscanos en Santiago de Compostela, sirviera de refugio a los congresistas.

Pedro Ribas