Filosofía en español 
Filosofía en español


Gonzalo Fernández de la Mora

El Ser y la Muerte, de José Ferrater Mora

Ed. Aguilar, Madrid 1962, 294 págs.

José Ferrater Mora

Nómada de una a otra orilla del Atlántico, hoy enraizado en Pensilvania, Ferrater Mora, es un auténtico profesional de la filosofía. La seriedad es la nota predominante de su vasta obra. Entre sus muy numerosos estudios destacan los breves volúmenes, consagrados a Unamuno y Ortega. De los manuales, el principal versa sobre lógica matemática. Pero su gran libro didáctico es el Diccionario de Filosofía, cuatro veces revisado y uno de los mejores que existen. Por su gran erudición especulativa y por su capacidad de interpretación y de síntesis, Ferrater Mora está, desde hace años, a la cabeza de la hispánica pedagogía filosófica. Pero su obra original y creadora era más bien exigua. Tan llamativa laguna vienen a colmarla estas meditaciones sobre el ser y la muerte: «si por filosofía propia –escribe– se entiende una concepción inteligente y razonada de la realidad, no tengo otra mejor que ofrecer, por ahora, que la que se despliega en el presente libro». Hay, pues, que aproximarse a él respetuosamente, porque no es gesto baladí la publicación del saldo positivo de una larga vida teorética.

El punto de partida es nada menos que una ontología muy esquemática, pero nueva bautizada con la voz no demasiado feliz de «integracionismo». ¿En qué consiste esa fórmula? Consiste en afirmar que los absolutos son conceptos límites, polos entre los que se insertan las realidades, pero no más. «Nada es pura materia o puro espíritu; nada es puramente mecánico o puramente orgánico. Pero hay entidades que son más materiales que otras, o más orgánicas que otras». Esto supuesto, lo que se opone al ser, es el fallecimiento en el hombre, la muerte en los vivientes y la disolución de los minerales; en suma, tres modos de cesar. Pero hay una gradación: el zafiro muere menos que el árbol, y éste, menos que el poeta.

Ferrater Mora dedica una parte de su libro a cada uno de los tres órdenes clásicos de la naturaleza: lo inorgánico, lo orgánico y lo humano. En las realidades inorgánicas distingue los elementos y la estructura. Un cambio relativo de esta última es la cesación o desintegración. Los elementos últimos e imperecederos se hallan fuera de lo real, porque todo lo real es en mayor o menor medida mortal. «Ser –escribe– es ser cesable.» En el orden orgánico el panorama no es muy diferente. El autor niega el vitalismo radical (todo vive), el moderado (la vida es ónticamente distinta de lo inerte), el organismo (sólo hay diferencias estructurales entre lo inerte y lo vivo) y el mecanismo (todo se reduce a lo inerte). Y afirma que hay una complementariedad y continuidad en la naturaleza desde lo biológico hasta lo mineral. Reconoce que lo orgánico tiene caracteres que lo distinguen de lo inorgánico, pero que se reducen a un mayor grado de mortalidad, hecho que también se registra en la propia área de los seres vivos, puesto que los organismos primarios y simples son menos mortales que los complejos y superiores. La verdadera distinción entre lo vivo y lo inerte no es la muerte, puesto que ambos acaban: tampoco es que los seres vivos mueran necesariamente; es que al vivir se van constituyendo como mortales.

Finalmente, lo propio del hombre –y el autor cita a Zubiri– no es que está viviendo, sino que «está haciendo su vida»: es la menos hecha de todas las realidades. Pero esto no significa que no tenga naturaleza, como han sostenido los historicistas; es una realidad que oscila entre la invariabilidad y la maleabilidad, o sea, entre el ser y el hacerse. El autor, glosando la vieja fórmula escolástica, define al hombre como «una sustancia individual de naturaleza histórica», a la cual ni la muerte le da todo sentido, como quiere Heidegger, ni se lo quita como pretende Sartre. El hombre llega a ser sí mismo por medio de su propia muerte; pero esta muerte «propia» es un límite ideal al que nunca se llega. Es más, el hombre, tenso entre lo espiritual y lo material, puede llegar a morir psicológicamente antes que vitalmente. La obra concluye con un capítulo sobre la supervivencia, básicamente informativo, porque el autor hace suya la agnóstica tesis de que no se puede responder afirmativamente ni negativamente a la pregunta de si el hombre es inmortal.

Sugestiva es esta antología, casi monista, que se reduce a un «todo muere» muy próximo a la idea escolástica de la contingencia, y que coloca en una línea continua y procesual todo lo mundano, desde el protón al hombre, pasando por el vegetal y el animal. Pero este integracionismo metafísico plantea dificultades gravísimas, entre las que sólo apuntaré algunas de las principales. La primera es que la posición del autor resulta incompatible con la existencia de los espíritus puros: Dios, los ángeles y el alma. La segunda es que se reduce toda la ontología a un realismo empírico y se margina el decisivo ámbito de los entes de razón. En tercer lugar, se deja entre paréntesis lo eterno o intemporal, lo mismo en el orden ideal que en el real. La filosofía de Ferrater Mora se ciñe a un área bastante restringida de la realidad, concretamente a la experimentable. Por eso, a la postre, resulta empírica y positiva.

La obra está nítida y, en ocasiones, bellamente escrita. Muy claras son la ordenación de las materias y la técnica expositiva. De brillante amenidad son los escolios sobre temas biológicos. La información filosófica, la científica y la literaria son copiosas y rara es la página en la que una observación inteligente o una crítica perspicaz no inviten a pensar. Aunque muy influenciado por los movimientos más modernos, el talante mental del autor está bastante condicionado por la filosofía tradicional. Ferrater Mora ha huido de los patetismos tan al uso y ha liberado el tema, no de su grandeza, pero si de teatralidad, lirismo y énfasis. No ha hecho una autobiografía teorizada, sino una investigación rigurosamente especulativa. Es ésta, en suma, una obra importante y valiosa, aunque sus cimientos metafísicos me parezcan extraordinariamente problemáticos.

G. F. M.