Filosofía en español 
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Santiago Galindo Herrero

La bandera de España

Entre los errores cometidos por los dirigentes responsables de la Segunda República, uno de los mayores, fundamental con el de la legislación en materia religiosa, fue el cambio de bandera.

La bandera de una patria, de una nación, no es patrimonio exclusivo, ni como tal puede tomarse, de un grupo, partido, clase o régimen. La bandera es de todos, y no sólo de las generaciones que conviven en un momento histórico, sino también de las que han sido y serán.

La bandera de España responde perfectamente a tal afirmación, y su nacimiento no se debe a que fuera impuesta por los vencedores de una contienda, sino el hecho mismo de estar arraigada en nuestra entraña histórica. Por otra parte, el hecho de que haya presidido nuestro común quehacer diario durante dos siglos la hace acreedora a nuestro respeto y devoción. No sólo en los campos de batalla, sino también en las escuelas y talleres, ha sido mudo testigo, alentador, de esfuerzos, sacrificios, éxitos y dificultades.

No es una bandera de división, sino de unión. La bandera que se levantó para suplantarla era ya, de por sí, y sólo por el hecho de esgrimirla, «bandería de unos». Por eso la gran mayoría, que sólo quieren ser españoles, sin más objetivos –aunque cada momento exprese su deseo circunstancial sobre cómo debe ser gobernada la nación– se sintieron proclives a rehusarla, y hasta a considerarla extraña, con todo lo que ello lleva consigo.

No sólo ha sido en manifestaciones políticas concretas en las que se ha esgrimido recientemente la bandera «republicana», del grupo de republicanos que la tienen como tal, sino que la he visto ahora, en el centro de Madrid, capital de España, en el bolsillo de la camisa de unos jóvenes, que, con toda seguridad, no han medido sobre la carga dé división, de enfrentamiento, de excitación, que llevó consigo respecto a la comunidad nacional.

Tras el fascismo de Mussolini cambió el régimen monárquico en Italia, tras el golpe militar cambió el sistema salazarista en Portugal. En ambas naciones, y con gran acierto, la bandera ha permanecido la misma, como prueba inequívoca de que, por encima de los sistemas, las regiones, las circunstancias, las posturas y los grupos, lo que permanece, lo que se quiere que permanezca, y aun se supere, es la patria, personificada en la bandera, cuyos colores han acompañado los avatares históricos, superándolos, porque ha de perdurar –como la patria misma– por encima de todos ellos.

Bien están las banderas, que verdaderamente lo son, de las regiones, de las provincias, de los municipios y de las villas. Si verdaderamente lo son, si no han sido inventadas para ser levantadas como guión de enfrentamientos, son reconocidas por todos los pertenecientes a la misma comunidad, que la mantienen, enalteciéndola. Bien están, como tales, las banderas de los partidos y grupos políticos, que las tienen y esgrimen en buena hora. Hasta está bien que empiezan a ponerse de moda las banderas y distintivos de los clubs y de las empresas, cuyos componentes aportan su esfuerzo para lograr frutos y éxitos que a todos corresponden. Pero todas estas banderas deben de estar presididas por una que no pasa, que ha de ser permanente, inalterable, que une a todos, que es la de la patria, que es la de España.

Será difícil que pueda reconocerse como bandera de España otra que aquella que lo es por encima de todas las divisiones y que ha de servir para superarlas y reunir a todos en el esfuerzo común para levantarla.

Mal hacen quienes levantan contra la bandera de España, que no debe utilizarse como usufructo único de unos pocos, sean quienes sean, porque es de todos. Pero en algunos momentos la bandera de España ha tenido que ser defendida y ensalzada por unos, ante el olvido o menosprecio de otros.

Aprender de los demás es importante, en muchos templos de lugares ultrademocráticos y liberales la bandera de la patria está junto al lugar de oración. En los países escandinavos la bandera se iza cada día de fiesta en los mástiles de las casas privadas de campo. Las calles de las ciudades de muchas naciones, poco propicias a patriotismos, se esmaltan con los colores de la bandera. No podemos olvidar la emoción cuando en un bosque de banderas, fuera de la patria, descubrimos los colores de la nuestra.

La bandera de España, de los españoles, debe ser motivo de orgullo, devoción y respeto por todos. S. G. H.