La Alhambra
Granada, domingo 21 de abril de 1839
número 1
páginas 1-3

José de Castro y Orozco

Fisonomía histórica de Granada

Apolo edificó a Delfos, Minerva a Atenas, un hijo de Marte a Roma y Liberia nieta de Hércules, biznieta de Noé y descendiente o enlazada con la familia de Atlante, fue la fundadora de Iliberia a la que dio su nombre poco tiempo después del diluvio. Su hija y sucesora la princesa Nata contrajo brillantes alianzas con los soberanos antiquísimos de Grecia y la varió el nombre primitivo, en el de Granada que hoy conserva. Estas y otras patrañas han sido creídas y sostenidas con la mejor buena fe por escritores respetables. La mentira, sin embargo, suele adornarse con las joyas de la verdad, y Argote y Echevarria citan dos inscripciones latinas, públicas en su tiempo, y hoy confundidas entre los escombros de la torre del Agua en la Alhambra, por cuyo contesto se infiere que hubo de existir en siglos remotísimos una Nata o Nataide, diosa, genio, población o memoria por cualquier concepto célebre en el país.

Entrando ya en el terreno de la historia, encontramos una Iliberia o Elíberi citada por Plinio con el dictado de celebérrima. Consérvanse también monedas y monumentos que deponen de su existencia, y las pruebas canónicas de un famoso concilio, el primero de nuestra España conocido por el Iliberitano. Dúdase por algunos si las actas eclesiásticas hablan de la Iliberia Bética o de otra ciudad del mismo o semejante nombre situada a la falda de los Pirineos. La opinión más comúnmente recibida, es que el sínodo se celebró en los muros de la primera y hoy no hay crítico que dispute a Granada este timbre religioso. La fecha del propio concilio la fijan Flórez y Baronio en los primeros años del siglo cuarto de la Iglesia. [2]

Pero ¿esa Iliberia citada por Plinio es la Granada que hoy habitamos, o fue una ciudad totalmente distinta? Vean aquí nuestros lectores una cuestión sobre la que se han escrito muchos volúmenes y en la que nosotros no entraremos de lleno, contentándonos con decirles, que nos inclinamos a creer con los historiadores árabes, que fueron en verdad dos diversas poblaciones situadas a solas cuatro millas de distancia y confundidas con el tiempo en una misma. Iliberia parece debió estar entre la ciudad del día y la sierva de Elvira que tiene a su frente, sin que sea posible determinar su posición de un manera completa y segura. Elvira es corrupción de Iliberia según pretenden algunos escritores.

Aben Raxis y el historiador árabe granadino Alkhatibi Alsalemi, dicen, que existían antiguos castillos, alquerías o suburbios en las inmediaciones del Darro y Genil (Salon y Singilo) hacia las colinas donde después se construyó la Alhambra, independientes al tiempo de la irrupción de los Moros de la primitiva Iliberia o Albira como la llaman corrompidamente. Una de estas poblaciones era conocida, según ellos, por Garanata que quiere decir en Fenicio o Hebreo colonia de peregrinos a causa de haberla edificado los cautivos de Israel bajo el imperio de Nabucodonosor segundo Rey de Babilonia, quinientos años antes de Jesucristo. Este cálculo es visiblemente exagerado: Mariana y otros autores presumen que la fortaleza o población en cuestión pertenece a la época de la invasión de los mismos árabes, derivando su nombre de la palabra Garb-nata y traduciéndola Cueva de Nata o Nata o Damasco occidental. Prescindimos de otra multitud de versiones en un punto tan dudoso de nuestra historia; pero recordemos aquí las inscripciones latinas de que hablamos al principio y reuniremos bajo un solo golpe de vista cuanto puede hallarse de probable sobre el origen y nombre de Granada.

Dejemos los wándalos señorearse tranquilamente de la Bética, pasar al África y ser despojados de aquella por los visigodos. Dejemos también a los árabes disputarles a la vez su presa, y establecer el imperio de los creyentes en Córdoba; excusándonos el lector decirle que Iliberia, Garanata y las restantes poblaciones contiguas fueron sucesivamente wándalas y visigodas sin dejar casi otros recuerdos que la serie de Obispos residentes al parecer en la primera, así como la dominación romana nos legó estatuas e inscripciones y el catolicismo un sínodo respetable.

Las continuas revueltas del Califato de occidente produjeron Regulos en muchas de sus provincias y Suar Acaisi fue el primer caudillo árabe que se proclamó en las sierras de la Alpujarra independiente del Emperador supremo de los fieles, muy cerca del siglo décimo. Vencido y muerto en la demanda, otros más afortunados reprodujeron su empresa y a principios del siglo trece se descubre ya dentro de Granada la corte estable de un soberano sobrenombrado Elgaleb Almanzor, según las costumbres del Islamismo; corte espléndida y poderosa sostenida por una sucesión de príncipes, la mayor parte de la ilustre familia de los Alhamares. La serie dinástica de estos mismos soberanos, entresacada con exactitud y esmero de crónicas curiosas [3] y poco conocidas, cotejadas con las célebres compilaciones de los Sres. Conde y Casisi será objeto de un artículo por separado que trabaja actualmente uno de nuestros apreciables colaboradores.

Probablemente hacia estos mismos tiempos quedaría de un todo despoblada la antigua Iliberia, pues los nuevos Reyes prefirieron residir de continuo en los castillos o villas inmediatas al Darro y Genil, ya fuese consultando, a su situación más pintoresca, ya a la mayor seguridad que ofrecían por su aspereza y altura a una corte suspicaz y despótica. Lo cierto es que Iliberia no suena en adelante en nuestra historia y Graranata o Granada es la constante metrópoli de la nueva monarquía.

Una sucesión de Reyes poderosos la condujo en pocos años al más alto grado de esplendor. La Alhambra descuella entre las magníficas obras orientales que la ennoblecen, como una creación prodigiosa destinada para mansión real, sin que sea fácil averiguar el origen de su nombre ni la época precisa de su fundación. Dícese que fue construida por un príncipe de la familia de los Alhamares, con cuyo apellido se percibe una marcada analogía. Dícese también que el mismo Elgaleb, cabeza de ella y famoso por todos conceptos en los fastos árabes de Granada, fue el soberano que abrió sus cimientos; y el laborioso D. Diego Hurtado de Mendoza atribuye esta gloria a su sucesor Abil Hagez o Abul Haxix, de quien hay fama (añade el mismo autor con referencia a los moriscos) que halló el secreto de la alquimia y con tal auxilio emprendió obra tan portentosa.

Los Reyes de Granada después de un largo periodo de triunfos y de gloria, sintieron retemblar su trono ante el espíritu conquistador de Fernando tercero de Castilla de quien llegaron a reconocerse por tributarios. Consta de la historia que asistieron como tales con quinientos jinetes en el porfiado sitio de Sevilla. Consta también que obtuvieron voz y voto en cortes como Ricohomes notorios del Reino. Fernando quinto e Isabel primera de Castilla, concluyeron la obra de Pelayo conquistando la ciudad de Granada después de una guerra de diez años. La entrega de sus llaves se hizo por Abi abdeli o Boabdil último de sus Reyes el 2 de Enero de 1492. La ocupación de los sarracenos había durado cerca de ochocientos años.

Después de este memorable suceso el único notable que nos resta indicar es la rebelión de los moriscos en favor de su nacionalidad, acaecida bajo el reinado de Felipe segundo. Dos escritores granadinos (Mármol y Mendoza) se ocuparon detenidamente en trasmitirla a la posteridad como historiadores, como políticos y como filósofos y remitimos al lector que quisiese mayores explicaciones a las apreciables obras de estos ilustres compatricios. De entonces acá Granada ha sido una hermosa pero simple capital del antiguo reino a que daba su nombre, tercera de voto en cortes y distinguida además por los Reyes católicos con el título heráldico de muy grande y muy nombrada. Chateaubriand dice que sus monumentos deben ser visitados, aún después de haber visto las reliquias de las ciudades griegas, uno de sus templos conserva los restos del gran capitán y la Europa entera resuena con la celebridad de su nombre.

José de Castro y Orozco


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José Castro Orozco
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1830-1839
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