Filosofía en español 
Filosofía en español


Discursos y poesías pronunciadas en la solemne reinstalación de la Universidad de Quito, el 18 de febrero de 1883

El Señor Don Pacífico Villagómez, cursante de la Facultad de Jurisprudencia, leyó el siguiente discurso:

Señores:

No ha podido conferírseme honor más señalado, ni encargo más en armonía con mis sentimientos, que el confiado por la respetable Junta general de profesores, designándome para, como alumno de esta universidad, enderezaros mis mal concertados pensamientos en esta su solemne reinstalación. La escasez de títulos con que me presento en este recinto del saber me infunde temor; y cualquier arranque de modestia por ver de alcanzar vuestra benevolencia me serviría poco menos que para nada, ya que encarecer de aquella es hoy usanza generalmente seguida en escritos de este género. Allí en esos bancos descubro a mis maestros, y por donde quiera que vuelvo mis miradas encuentro amigos que verán en mi al discípulo, que después de larga ausencia, durante la cual se le había prohibido la entrada a este establecimiento, vuelve ahora [6] a recordad lo poco que antes estudió, y a escuchar de nuevo, diligente y afanoso, lecciones de sabiduría y de virtud.

Al través del alborozo con que semejante reflexión me regala, inspírame también confianza para continuar en mi labor; pero confieso francamente que siento pasar uno de los más agitados instantes de mi vida. Pues mi Patria engrandecida con el martirio de sus hijos, fiel conservadora de las glorias de Sucre y Bolívar, y que, a fuerza de reconquistar por fuerza sus derechos y libertad, se ha vuelto digna de las naciones civilizadas, me estremece de entusiasmo y me conmueve hasta el delirio.

Séame permitido, sin embargo, declarar que hago un grande esfuerzo ahogando en su cuna estos sentimientos de mi corazón, para discurrir, siquiera brevemente, acerca de las relaciones de esta Universidad con la sociedad y el poder público en estos últimos años. Fértil en variadas y célebres cuestiones la proposición enunciada, no se crea que trato de desenvolverla en toda su amplitud: mas bien que darle rigorosa solución, voy a consignar algunas ideas que valgan como ligerísimos apuntes históricos.

Para un célebre escritor de fines del siglo pasado y principios del actual, son las universidades una especie de eslabones que enlazan la civilización antigua con la ilustración moderna. Nacidas al calor del sol fecundante del catolicismo, y amparadas bajo la sombra protectora de la Iglesia, han seguido paso a paso a las generaciones que progresaban lentamente, pero con aplomo y lozanía. El transcurso del tiempo y de los sucesos políticos, el adelanto de las ciencias y otras causas han influido poderosamente en dar una organización adecuada tal cual de suyo exigen estos establecimientos literarios.

En los tiempos que corren las universidades, llenas de vida y de fuerza moral, imprimen cierto movimiento civilizador a la sociedad humana, que no puede sustraerse a su acción continuada, dándole uno como carácter especial y vario, según son la importancia y calidad de las doctrinas que en ellas imperan. Así, si en política una quimera es dogma, y una paradoja tiene el mérito de sistema, seducen a inteligencias escasas de luces y se hacen trascendentales a los pueblos conmoviéndolos profundamente. No nos maraville que entonces del error se siga la rebelión, y de esta se pase a la anarquía, despotismo insolente de muchos contra todos.

Pero la reunión de maestros y discípulos que, a la luz de discusiones filosóficas y detenido estudio de los diversos ramos del saber humano, extraen la verdad limpia y fecunda en hermosos resultados, y la manifiestan con evidencia, y la sostienen con fe, no cabe dudar que es vena prodigiosa de progreso y prosperidad. Un tal caudal de conocimientos se derrama sobre la sociedad como avenida de aguas frescas y saludables; y su aplicación a los diferentes usos de la vida trae consigo todo un bellísimo y armonioso conjunto de bienes que forman esto que suele llamarse civilización de un pueblo. Y por esto, sin duda, entre los grandes deberes que un [7] gobierno ilustrado realiza y cumple para con los que han confiado en sus manos el destino de la Patria, raya muy alto el de la protección a las letras. La Francia de Luis XIV, sin esta decidida protección, no pudiera gloriarse de un Mallebranche y Pascal en Filosofía, de Bossuet y Fenelon en Historia y Literatura, de Racine y Corneille en Poesía.

En mi sentir, el primer paso de la tiranía es matar toda ilustración. Pues ella es su impugnador más terrible que al fin y al cabo da al traste con quien conculca todo legítimo derecho.

No debo buscar lejos de mi Patria, ni en remotos tiempos, ejemplos de lo que acabo de afirmar. Sobre el sepulcro de García Moreno se ha levantado la usurpación primero, la dictadura después y la tiranía de siempre, la de un oscuro militar, como se alzó sobre el cadáver ensangrentado de Julio Cesar el trono en que se asentaron los tiranos del imperio romano. Aunque no cosa rara, pero contraste digno de notarse, y que deslinda y caracteriza el genio peculiar de esos dos hombres providenciales: las escuelas de enseñanza primaria difundidas por el mártir del 6 de agosto, hasta en las más insignificantes aldeas, desaparecieron al golpe destructor del infausto caudillo del 8 de setiembre.

El valor y el poderío, si es que su existencia y apoyo no les deben, han contemplado con respeto, en todas épocas, los establecimientos literarios: este es el miramiento rendido a la razón, huésped, que, como dice un filósofo francés, nos trae nuevas de un mundo desconocido. Cordura del político, especulaciones científicas, lealtad del soldado, honradez del ciudadano tienen casi siempre su cuna en universidades y colegios; y las más veces el austero silencio de sus claustros ha inspirado a muchos poetas cantares rebosando en vida y sentimiento. Por consiguiente, los ingenios que, altivos y bulliciosos, pululan en su seno, para alzar el vuelo del pensamiento a las regiones de la sabiduría, han menester de estímulos del gobernante, no de su ojeriza; de protección, no de guerra a muerte. Pero es el caso que odio y propensión marcada a destruir esta Universidad manifestó el gobierno del General Veintemilla. Quiso adelantarse al porvenir con el ruin designio de que desapareciesen en el Ecuador toda huella ilustradora, toda instrucción pública que deja en pos de sí una estela de luz, y que, cual centinela atenta, pasa gritando a los pueblos: ¡adelante, camino de la civilización!

La Universidad de 1878 se organizó con profesores, que adquirieron sus cátedras en propiedad, mediante oposición, conforme al decreto legislativo expedido por la Asamblea Constituyente, en 11 de mayo del mismo año. Ciencias físicas y naturales, Jurisprudencia y Medicina en todos sus variados ramos, Literatura, Idiomas francés e inglés contaban sus dignos representantes en los mas idóneos y sabios conocedores de sus respectivas materias. El gobierno se negó a satisfacer las rentas que la ley había asignado para este plantel de filósofos, legisladores, estadistas y poetas del porvenir, [8] con el premeditado fin de que sus profesores le abandonasen, y de que la numerosa juventud agrupada en torno de ellos siguiese sendas oscuras, preparadas por la tiranía para la ignorancia y la inmoralidad. Mas un acto de subido patriotismo, nunca bastante bien encomiado, les hizo sostener la Universidad de Quito con gloria y esplendor admirables; y esta conducta magnánima, jóvenes estudiantes, debe despertar en nosotros afectos de imperecedera gratitud.

Dejando a un lado la superficialidad de otros tiempos, que se entretenía más con bellezas de estilo y sutilezas de ardientes imaginaciones, los nuevos maestros aplicaron la crítica al estudio de las ciencias. No un vano prurito de disputa invadió luego las aulas: fue el espíritu de examen rigoroso, de análisis filosófico el que se apoderó bien pronto de los ánimos. Contempladas así las más graves cuestiones de las ciencias públicas desde las alturas de la Metafísica, y estudiadas en sus relaciones con la Iglesia y la Historia, hemos visto desvanecerse errores que, con el carácter de dogmas sociales, habían largo tiempo subyugado el pensamiento. Ciertas opiniones que corrían muy validas, y que con apariencias de verdaderas y católicas envolvían lastimosísimos absurdos, fueron impugnadas y reducidas a polvo por el triple poder de la razón, de la autoridad histórica y de la revelación. Alzóse sobre sus ruinas la verdad pura, revestida de esplendores celestiales; y aunque reñida con antiguas y por lo mismo arraigadas preocupaciones, fue sostenida dentro y fuera de la Universidad, en sus certámenes y exámenes, con toda la fe y vigor que produce en el alma el convencimiento de la evidencia.

Bien así como la palabra es signo de la idea, así los discursos y actos literarios de la Universidad son las expresiones del pensamiento dominante en sus aulas. Punto poco menos que imposible es conocer su naturaleza y tendencias, si no las buscamos en el desenvolvimiento y manifestación de los hechos, últimas consecuencias de ese casi secreto y desconocido pensamiento. Habíanse encarnado en el gobierno de Veintemilla los vicios de un poder usurpado e impopular, los defectos de un despotismo perverso y los crímenes de una tiranía brutal. Sus actos administrativos grabados con sello de ilegitimidad y barbarie cayeron bajo el dominio público, mereciendo las censuras más razonadas y valientes de los jóvenes universitarios. De aquí su famoso decreto expedido el 4 de noviembre de 1880, y la sanción y la ejecución consiguientes que, despojando a los profesores de sus cátedras, violaban el derecho de propiedad escudado de la justicia, amparado por leyes preexistentes. Semejante decreto, que no era ley por el turbio origen de donde procedía, como por ser en sí injusto, indigno a los alumnos de esta Universidad, quienes, a la vez que tributaron un testimonio de agradecimiento a sus maestros, manifestaron su alarma y profundo disgusto en la Protesta publicada el 1º de diciembre de 1880.

¡Quien lo creyera!; esa exposición mesurada y digna de jóvenes [9] cultos, esa queja amarga de nuestro justo resentimiento, inspiró recelos y temores a la tiranía asustadiza, sirviendo de pretexto para desplegar cruda persecución contra sus autores. Los pocos que cayeron en poder del perseguidor fueron reducidos al Panóptico, donde endulzaban el rigor y la amargura de inmerecidos castigos con alegres cantos de libertad. Toda una sociedad tenía fijas sus miradas en esos héroes a quienes ni el favor sedujo, ni el tormento debilitó su constancia. Cruelmente mofáronse de las iras del tirano sufriendo con entereza y serenidad martirios indecibles; y por eso inventó para los otros jóvenes que eludieron la persecución el castigo de cerrarles las puertas de universidades y colegios. El Dictador nos impuso, pues, pena de ignorancia; pero esta para él ignominia no fue para nosotros sino un incentivo que encendió en el corazón el divino aliento de morir o libertar la Patria. Las cinco mil bayonetas con las cuales llevó a cabo su barbarie, arrancadas de manos de sus esclavos, nos han servido para abrirnos paso y penetrar en el santuario de las letras.

Las ideas tienden a convertirse en hechos, dice un escritor español que hoy está abrumando a los sabios del antiguo y nuevo continente con su vasta erudición y notable ingenio. En toda transformación civilizadora, en todo grande acontecimiento se descubre un pensamiento que concibe, y un brazo que lo ejecuta, aun cuando la ejecución del concepto se prolongue en la serie de los tiempos. Primero fueron la filosofía y escritos políticos de Platón y Aristóteles, con prioridad de naturaleza y tiempo, que la extensión y magnificencia del imperio de Alejandro; y la Revolución Francesa no puede estudiarse, si antes no se tiene noticia de las doctrinas de enciclopedistas y filósofos del siglo XVIII.

La Universidad de 1878 en sus dos años de existencia, tan sistemáticamente oposicionista a un gobierno ilegítimo, tan juiciosa y valiente en sus censuras, tan comunicativa y propagadora de sus principios salvadores, según hemos acabado de verla, contribuyó poderosamente a formar el pensamiento nacional de arrancar la República de los brazos de un corrompido militarismo: pensamiento elevado que germinó en la juventud, vida y corazón de nuestra Patria, y que, difundiéndose como corriente eléctrica en todas las clases de la sociedad, armó ciudadanos libres, preparó una heroica guerra civil y apareció en la gloriosa forma de una santa, legítima, patriótica insurrección. Además, la sangre de jóvenes ilustres derramada en las calles de la capital y en los combates de norte, centro y sur de la República, dando está testimonio de que fueron ellos los ejecutores de una idea, iniciada por nuestros escritores públicos, robustecida por nuestros maestros, acogida y sostenida por aquéllos en todas partes. La historia del Ecuador recogerá estos hechos que constituyen uno de los muchos timbres de su gloria, tributando a la juventud ecuatoriana en nombre de la civilización y de la justicia un homenaje de agradecimiento y admiración. [10]

¡Jóvenes! la nación en donde aparece una juventud que combate los errores y los crímenes con la palabra y con la espada es feliz, porque anuncia una era de grandeza para la Patria. El porvenir es nuestro, y tened presente que los laureles que se recogen a la sombra de la paz con el cultivo de las letras son tan gloriosos como los que se conquistan en los campos de batalla. Hagamos, pues, fervientes votos al Cielo porque esta Universidad, dirigida por su ilustre Rector y nuestros sabios maestros, manifieste siempre que es estudiosa y amante de la verdad, enemiga de los tiranos, libre y católica.

He dicho.