Con mal precedente dio principio la de este día, pues que hallándose la mesa casi desierta, pero muy animado el salón por el mucho concurso de académicos y del público, un socio preguntó el motivo que había para que aun no se hubiese publicado el número 2.º del impreso que da la academia con el título de Crónicas de la misma. La mesa contestó por boca del presidente accidental, García Ruiz, que ya se hallaba en poder del repartidor, y que si antes no había visto la luz pública, consistió en las solemnidades pasadas, que así a la comisión como a los impresores habían privado del tiempo necesario al efecto. El académico Alonso Pérez siguió luego en el uso de la palabra, y tras revelaciones y reticencias y aun cargos a no sabemos o no queremos decir quién, y alentado por el presidente, leyó una bien escrita y sentida disertación sobre «La influencia del cristianismo en la civilización de los pueblos.» Su exordio corto, pero brillante, abarcaba la idea en general y con naturalidad bastante descendía al asunto que se propusiera, e hizo ver el caos, la sima insondable de creencias de los antiguos pueblos, su ceguedad y delirio en sus vanas divinidades, lo absurdo de sus tituladas perfecciones, amalgamadas unas veces y decoradas otras con grandes vicios aclamados como virtudes y santificados por un frenesí incalificable de la razón humana y la perversión consiguiente del corazón humano. Después de presentar extensamente este horrible cuadro, descendía al aparecimiento del cristianismo, a sus rápidos progresos y a sus portentosas conquistas, y cómo mudara la faz de los pueblos haciéndolos santamente sabios y nobles, y guiándolos por la verdad y la justicia triunfando por todas partes la cruz, y a su sombra desarrollándose los grandes genios que llevan hasta el último término la cultura, las ciencias y las artes. Hacia observar con cuantas creces aventajaban los ingenios del cristianismo a los de la filosofía así antigua como moderna, y llamaba nuestra atención hacia los monumentos gloriosos que un día viera en Roma, y concluía presentando cómo los pueblos más civilizados, aquellos en que el cristianismo ejercía con más esplendor su benéfico a la par que civilizador indujo.
Durante esta lectura salieron muchos académicos y no pocos del público, llamados por las acaloradas disputas que había en las piezas de entrada y sala de comisiones, las voces y murmullos no cedían y interrumpieron no poco el acto público, perdiéndose muchas de las palabras del disertante, y aun los avisos de silencio repetidos por el que presidía, los ánimos acalorábanse más y más, y de aquí sin duda el que no habiendo quien siguiera al anterior, dijo cuatro palabras el presidente accidental acerca del tema, sin añadir cosa alguna nueva, y manifestar cuan real y verdadera había sido y sería siempre la influencia del cristianismo en la civilización del mundo; civilización, decía, que no consiste en la adquisición o conservación de los bienes materiales, sino en la buena moralidad de los pueblos, pues que el genio a bien alto había llegado en la antigua Atenas, Egipto y Roma, y con todo corrompido la primera en las creencias llegando su delirio hasta consagrar ara al dios desconocido como sino hubiera forjado bastantes, y de sus costumbres hasta la obscenidad inmunda de Priapo y Venus.
Diferentes veces se ha dedicado nuestro periódico a examinar esa celestial influencia, ¿qué añadiríamos hoy que no lo tengamos ya dicho y que nuevo sea ante tantas obras escritas por varones eminentes, no solo del gremio de la Iglesia católica, sino también de otras comuniones que se llaman cristianas? Bien poco o nada: así nos contentaremos solo con aconsejar a los medianamente pensadores mediten la diferencia inmensa que hay del mundo antiguo al ilustrado por el Evangelio, la que hay de aquellos pueblos donde se deja sentir su benéfico influjo, a la de los en que o desconociéndole o desvirtuándole no se siente. Las creencias puras de nuestros dogmas católicos, las virtudes sublimes, su alta y lata moral dan a los pueblos cuantos dones pueden apetecer, mientras que otros donde no es así presentan una civilización que nosotros nos atrevemos a calificar de efímera, aparente y egoísta que producirá en su día amargos frutos, que se temen, que se quieren atajar, pero que no habrá fuerza humana que pueda evitarlos. Por nosotros habla la historia de lo pasado y la nuestra contemporánea, y avanzamos, que lo que es, es lo mismo que ha sido, y el porvenir lo que ha sido y es.
La sesión fue corta: esperaba otra en la que no nos es dado penetrar con nuestros escritos, y de la que solo podemos decir fue bastante acalorada, y que duró quizá mas de tres horas, y de sus resultas parece se ha suspendido el reparto del número 2.º de las Crónicas. Procuraremos informarnos y poner al corriente a nuestros lectores de cuanto podamos saber y comunicar. ¡Cuándo veremos a la Academia ser solo un reflejo de sí misma y nada mas!.– A. Z.