La Censura. Revista mensual
Madrid, noviembre de 1844
año I, número 5
páginas 39-40

Novelas

22

Las cuatro edades,

seguidas de las Cartas de un cartujo, por Carlos Pougens, traducidas al castellano.

Estas dos composiciones se contienen en un mismo volumen, y por eso vamos a examinarlas al mismo tiempo. La lectura del poema de las Cuatro edades, dividido en otros tantos cantos, es peligrosa, porque los dos primeros (especialmente el de la edad juvenil) abundan en situaciones y pinturas lúbricas y hasta obscenas, y sientan máximas libres y principios contrarios a la buena moral. En los otros dos cantos, aunque no tan abiertamente impúdicos, resbala de vez en cuando el autor, que pertenecía a la escuela filosófica del siglo XVIII, y con esto está dicho todo.

Siguiendo el sistema de la misma forjó la novelita de las Cartas de un cartujo, en que finge que habiendo entrado un día la reina de Francia María Lezinska a visitar el monasterio [40] de la cartuja de París, un monje que se hallaba al paso, quedó locamente prendado de una dama joven y sobremanera bella de la reina, y escribió las supuestas cartas no con ánimo de remitirlas a la señora cuyo nombre ignoraba, sino por aliviar su dolor. El objeto del autor está conocido: introducir un monje dominado de una pasión violenta, que le hace olvidar sus deberes religiosos, y al mismo tiempo profesando doctrinas y opiniones anticristianas. Así de un golpe tira a conseguir dos fines: primero mantener viva la preocupación de ciertas gentes contra los institutos religiosos, achacando a sus individuos vicios y pasiones vituperables, y en segundo lugar con la capa de que salen de boca de un monje, sembrar romo al descuido ciertas máximas, a ver si de ese modo se autorizan y van infundiéndose en los ánimos de la juventud incauta y de las personas faltas de instrucción. El traductor anónimo dice en su prólogo para dorar la píldora:

«...El amor, esta pasión dominante y necesaria al hombre, combate a un virtuoso penitente, y sin desviarlo de su vida austera y de su carácter justo, no le deja exento de las flaquezas que son inevitables mientras se alimenta una pasión tan vehemente.»

Nótese lo de virtuoso penitente, porque la táctica de los enemigos de nuestra religión es denostar y calumniar los institutos religiosos y sus miembros cuando corresponden al fin de su institución, observan sus reglas y se mantienen fieles a la doctrina ortodoxa: pero si algún individuo ya en realidad, ya por la ficción del escritor profesa doctrinas y opiniones, y abriga sentimientos contrarios al dogma y a la moral del catolicismo, entonces se le prodigan los epítetos de virtuoso, severo en el cumplimiento de sus deberes religiosos, hasta santo y poco menos que divino.

Para saber si el virtuoso cartujo se desviaba de su vida austera, basta saber que el autor le pinta como absolutamente embebecido en contemplar el lugar donde vio a la dama de la reina, el sauce junto al cual le hizo esta una pregunta indiferente, y una rama del mismo árbol que él había cortado y tenía en su celda. Veamos ahora una muestra de ciertas opiniones del austero y virtuoso solitario forjado por Pougens.

«¡Mujer celeste! ¿por qué no te dirigiré igualmente mis oraciones? Yo he invocado a menudo a los ángeles.»

«La invocación de los amigos muertos ofrece a la desgracia y a la flaqueza, digamos mejor, a los corazones sensibles, esperanzas menos vagas y mas íntimas que los votos dirigidos a los seres desconocidos, con quienes no hay otra relación sino la de una fe ordinariamente inquieta e incierta.»

«Pero, gran Dios, ¿hay necesidad de ser admitido en la morada de la gloria eterna cuando en la tierra se halla uno absorbido por el objeto que se ama? Al punto que dos almas están mezcladas y confundidas, al punto que se las ha, yo no diré cambiado la una por la otra, pero sí doblado la una con la otra, ¿no se lleva ya el cielo consigo mismo?»

«Seguro de que mi alma es inmortal, yo muero dichoso y consolado, porque de este modo tengo la certeza de conservar mi amor.»

«...Nacido en la religión católica, apostólica, romana la he seguido porque ella era la de mis padres.»

«Así es que los castigos que él (Dios) inflige, no son sino purificaciones necesariamente proporcionadas y siempre temporales, porque siendo el mal una imperfección de la naturaleza pasa y se modifica como ella, mientras que el bien es inherente y coeterno a la divinidad, origen de dicha y de vida. El Dios fuerte es el Dios de la justicia y no el Dios de las venganzas.»

Ya saben los entendidos que en el sistema de la escuela filosófica y anticristiana esto quiere decir en plata que no hay infierno.

Por fin el virtuoso, el austero, el justo P. Anatolio acaba su vida diciendo:

«Yo me siento morir; pero muero adorándote.»

Nos parecen suficientes estas citas y lo que dejamos dicho para que conozca toda persona timorata que semejante libro no debe tomarse en las manos.

 


www.filosofia.org Proyecto Filosofía en español
© 2012 www.filosofia.org
La Censura 1840-1849
Hemeroteca