La Censura. Revista mensual
Madrid, junio de 1845
año I, número 12
página 96

Libros impíos

69

Las ruinas

o meditación de las revoluciones de los imperios, por Volney.

Como que este libro es desgraciadamente conocido muchos años ha en España, donde se imprimió y propagó en la época de 1820 a 1823, no hablaríamos ahora de él a no haber observado que se expende aun públicamente en ciertas tiendas y tablas de libros. Así nuestro deber nos obliga a decir algo de una obra tan pestilencial, y para dar más fuerza a nuestras expresiones copiaremos un excelente pasaje publicado en el Memorial católico de Francia (año 1825) sobre este asunto.

«Las Ruinas de Volney. Volney murió impíamente el día 25 de abril de 1820; pero a pesar de eso el elogio de este impío se ha impreso al frente de todas las nuevas ediciones del libro de las Ruinas: de este modo se ha presentado a la juventud el ateísmo como escudado con la protección del primer cuerpo de la nación francesa. Pero aún más, Volney insultando al Dios en cuyas manos iba a caer, hasta en el borde del sepulcro, dejó en su testamento una suma de trescientos veinte y dos mil reales para propagar el libro de las Ruinas, y se asegura que una persona ilustre (el conde Daru, su albacea testamentario) ha cumplido la última voluntad de este ateo con una escrupulosa fidelidad. Desde el año 1817 se han regalado al público, mas bien que vendido, once ediciones de tan impía producción, que se ha traducido en idioma ingles y español.

«El autor no hizo mas que reducir a los límites de un libro en 18.º el mismo sistema que explanó Dupuis en nueve tomos de pesada erudición. El estilo de Volney ejerce un ascendiente seductivo en la imaginación de la juventud por su misma incorrección, por la afectación pueril de profundidad y por el tono pedantesco. Las Ruinas son uno de los libros más impíos y revolucionarios que se publicaron durante la época filosófica, y pocos han contribuido tanto como él a que se pervierta la juventud: en él se minan los fundamentos de todos los cultos, especialmente el de la religión católica, y no se guarda más respeto a los reyes que a los sacerdotes. Para formar una idea de los infinitos errores que contiene habría que analizarle todo. Volney dice en términos formales: «Que Dios no es sino un ente abstracto y quimérico, una sutileza escolástica, un verdadero delirio del entendimiento: que el temor y la esperanza fueron el principio de toda idea religiosa.... El Evangelio en sus preceptos y parábolas no representa jamás a Dios sino como un déspota sin regla alguna de equidad que todo él respira una moral misantrópica, antisocial... ¡Monarcas malvados, ministros que os burláis de la vida y bienes de los pueblos, ¿pensáis que no se levantarán algún día en la tierra hombres que venguen a los pueblos y castiguen a los tiranos? Pueblos envilecidos, conoced vuestros derechos. Toda autoridad dimana de vosotros: todo poder es vuestro. En vano os mandan los reyes en nombre de Dios y de sus lanzas: soldados, no os mováis.»

«Este escrito incendiario produjo el efecto que su autor se prometía; y el pueblo soberano, guiado por sus sanguinarios caudillos, se entregó a la matanza, cubrió a la Francia de luto, cometió los más horribles atentados, y probó lo que es su poder cuando se le deja obrar en su nombre (Dicc. de Feller, supl.) Tal es el libro de las Ruinas.»

La sagrada congregación del Índice le prohibió quocumque idiomate por decreto de 17 de diciembre de 1821. Ya el santo oficio de la inquisición de España le había prohibido por su edicto de 2 de setiembre de 1797. No sabemos cómo hay gobierno que aun prescindiendo de toda mira religiosa consienta la venta y propagación de un libro, en que se socavan los cimientos de toda sociedad civilizada, para venir a parar en la soñada y por fortuna impracticable utopía de una república de ateos sin Dios, sin religión, sin rey ni cabeza suprema.

 


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