La Censura. Revista mensual
Madrid, agosto de 1845
año II, número 14
páginas 107-108

Filosofía

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El evangelio civil

de la ciudadanía propietaria y de la comunal: un cuaderno en 4.º

¿Qué dirán ustedes que necesita hacer España para ser feliz, no así como quiera, sino con aquella felicidad pura, completa e inalterable de nuestros primeros padres en el Edén? Pues, señor, necesita teocratizarse y hacerse puerto franco. ¡Virgen Santísima! ¡Teocratizarse! Medrados estamos a fe. ¿Con que ahora que es crimen de lesa nación aludir ni remotamente a la máxima sagrada: Per me reges regnant, se viene La Censura con la panacea del gobierno teocrático? Esto es altamente subversivo, y huele a jesuitismo, obscurantismo y… Alto ahí: bueno o malo, sabio o desatinado el remedio no es de nuestra cosecha. Débese a las profundas y detenidas meditaciones de N. de L. C., autor del cuaderno en cuestión, quien con la mayor formalidad del mundo y bajo su responsabilidad dice que si no se establece, y muy pronto, el gobierno teocrático, estamos perdidos. Pero no hay que asustarse: si tal vez cree alguno que el escritor L. C. es un emisario de los jesuitas, y nos va a hacer vasallos de la iglesia, se lleva un solemne chasco, y le rogamos que se tranquilice por su vida. No se trata de resucitar la antigua forma de gobierno de los hebreos bajo la conducta de Moisés, el cual no supo hacer estable su ingenioso proyecto porque no le teocratizó: tampoco es el ánimo del nuevo político teócrata volver a los tiempos en que la iglesia católica preponderaba en el sistema político de Europa y el gubernativo de cada nación, ni menos sujetar los pueblos al gobierno de una congregación religiosa. Su sistema es enteramente nuevo (a lo menos así lo dice), y se epiloga en los dos cánones siguientes: 1.º Ninguna contribución forzosa directa ni indirecta contra los productos de la agricultura, ni contra las artes, ni contra el comercio. 2.º única directa obligatoria en fuerza del pacto civil contra los poseedores exclusivos de la tierra y productos de esta espontáneos o nacidos sin cultivo, incluso el metal dinero. A esto se reduce el Evangelio civil de la santa iglesia teocrática, que por lo menos tiene la ventaja de poderse aprender en un daca allá esas pajas y grabarse fácilmente en la memoria. En la nueva sociedad teocrática viviremos según las leyes de la naturaleza que son las de Dios, sin que obsten las diferencias accidentales de gobierno ni de creencia, porque el orden teocrático lejos de chocar contra las sectas religiosas ni las fórmulas arbitrarias de gobierno actuales las pone en contacto íntimo concentrándolas en una moral universal, una misma legislación general, uniformándolas todas con esta divisa: AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO (p. 13).

El autor como próvido legislador tiene muy buen cuidado de mandar que la juventud de ambos sexos aprenda de memoria el Evangelio civil por principios de buena moral, y dice (ibid.):

«No hagas mal, y si puede ser haz bien: este es el principio de la moral. No desagrades con feos modales, y si puede ser agrada con maneras complacientes sin adulación: este es el de la fina educación.» [108]

Ya tenemos aquí educada a la juventud de la sociedad teocrática, la cual queda arreglada con la misma facilidad y concisión en el sistema del moderno evangelizante, que nos ha dado un rato sabroso con la lectura de su proyecto. Pero a vuelta de los graciosos dislates de un celebro enfermo se hallan ciertas máximas que revelan haberse empapado el autor en las ideas de pretendida tolerancia de las sectas y aversión hacia la única religión verdadera y sus preceptos y prácticas más santas. Lo probaremos con algunas citas.

«No hacemos alto (dice) sobre la otra tercera ley o canon natural, cual es: Creced y multiplicaos, porque esta ley se ha metodizado racionalmente por el matrimonio bígamo o polígamo sin contradecirla directamente.» (p. 11)

Opónese a la facultad de disponer el testador de sus bienes bajo tales o cuales condiciones; pero lo que más le irrita es que los destinen a fundar obras pías o impías (así las llama); y aconseja a la ciudadanía teocrática que las extinga. Mas ha habido ya otra ciudadanía que sin esperar a la teocrática ha realizado los deseos del teocratizante: bueno es empezar.

En la pág. 15 se expresa de este modo:

«Ambas (la religión y la teocracia) en consonancia entonan este himno: Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena inclinación (teocrática). Sea pues cual fuese el culto externo rendido a la divinidad, y adóptese cualquiera de las formas arbitrarias gobernativas, la teocracia es compatible con todas, con tal que vayan uniformes en la moral universal y en un mismo sistema, cual es la teocracia o gobierno de Dios.
La teocracia (así habla en la p. 30) hemos dicho que prescribe la tolerancia de opiniones de las sectas políticas y religiosas e igualmente de las fragilidades humanas; pero reprueba el escándalo, los desórdenes y todo abuso, mayormente si es con perjuicio de tercero: repugna el falso dogma de algunos moralistas malum quia prohibitum, es decir, que por la sola razón de prohibirse una cosa el ejecutarla es malo: abunda sí en la idea de que se castigue o corrija lo que se prohíbe por ser malo &c.»

Por manera que en el sistema de este teócrata de nuevo cuño si las fragilidades humanas (expresión elástica que puede comprender hasta los crímenes mas monstruosos) se cometen con recato y sin dar escándalo, son toleradas; y todos los preceptos de la iglesia santa de Jesucristo, depositaria única del dogma y de la moral, quedan ilusorios por la falsa y perniciosa máxima de que no es malo ejecutar aquello que es malum quia prohibitum. Y aun abriendo la mano a interpretaciones tan comunes cuando una vez se traspasa el límite de lo lícito, pudieran sujetarse a controversia los preceptos divinos diciendo: tal cosa no es mala en sí sino porque está prohibida.

Resulta de aquí que bajo el especioso y disparatado pretexto de echar a volar un sistema social zurcido de mal digeridas teorías de comunistas, sansimonianos y otros soñadores descreídos quizá se ha intentado sembrar como al descuido ciertas máximas contrarias formalmente a nuestra creencia y moral para seducir a jóvenes e ignorantes. En tiempos que no se publicaran con libertad los desatinos de mayor trascendencia, o que no leyeran con facilidad las personas que no entienden lo que leen, y van dispuestas a creer todo lo malo y absurdo, hubiéramos dejado en el olvido el presunto Evangelio civil: hoy no podemos ni debemos guardar silencio por la antedicha razón, y porque hasta la misma forma breve del escrito como que facilita mas su adquisición y lectura.

 


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La Censura 1840-1849
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