Filosofía en español 
Filosofía en español


Pedro Vicente Aja

La revolución científica y la libertad del hombre

De la anterior generación de físicos para acá, la intimidad del átomo se ha venido «revelando» –y rebelando– ante la ciencia. ¿Cómo está constituido el átomo, y qué sucede en su interior? Pues se compone de electrones, protones y neutrones en continuo movimiento y en varios estados de combinación. Y en un principio se supuso que tales partículas, tan excesivamente pequeñas –¡y qué consecuencias inmedibles las de su manejo, para el destino inmediato del hombre y de las culturas!– obedecerían a las mismas leyes que Newton y sus seguidores descubren que gobiernan los planetas y los proyectiles. Mas, al pronto, surgió la rebelión: no se sometían al causalismo rígido y predictivismo clásicos. Después de algunos años de confusión, de paciente sometimiento a pruebas y repruebas, apareció al fin un nuevo sistema de leyes del movimiento, leyes que, al parecer, recogían la nueva estructura y ritmo de la naturaleza en escala atómica. Basadas en el Principio de la incertidumbre, de Heisenberg, en síntesis, nos dicen lo siguiente: se mantienen idénticas a las de Newton siempre que se trate de eventos mayores, pero en el mundo diminuto de los electrones, los protones y neutrones, en lugar de las predicciones exactas de la microfísica sólo hallamos, ahora, leyes de probabilidad estadística.

La revolución de la microfísica

Vale la pena aclarar, insistir. Se había supuesto que los electrones giraban en órbitas dentro de los átomos, pero esta hipótesis fue desechada, y se llegó a la conclusión de que esas órbitas eran una suposición gratuita, que realmente no teníamos evidencia de que existieran. Aún más: fue sorprendente el hecho de que, cuando se trató de predecir dónde se encontraría un electrón en determinado momento futuro, se vino a saber que no importa cuánto podamos conocer al presente sobre su posición y movimientos pasados, pues nunca se podría predecir con exactitud cuál será su posición en un tiempo dado del futuro. Sí podríamos predecir cual será el resultado medio de varias pruebas, pero ningún experimento físico concebible nos podría decir precisamente dónde se hallaría un electrón particular en un momento futuro definido. Ahora bien: esa imprevisibilidad del evento particular, ¿de dónde procede? Pues simplemente de que al investigar la historia previa de la partícula, hemos afectado su movimiento en una proporción desconocida con el propio instrumento investigador. Aquí está, probablemente, [27] el punto esencial, esto es: que un fotón, cuyo movimiento se investiga, para ser observado es menester provocarle una colisión, por ejemplo, con un electrón; pero un encuentro de esta clase perturba de tal modo el movimiento del fotón que ya no nos ayuda a predecir su curso subsecuente. ¿Tal condición de la investigación, a lo que parece insalvable, implica que para el fotón ya no es válida la ley de la causalidad, a saber, que todas las cosas suceden con «una causa y por necesidad»? Al menos quiere decir que ningún experimento físico puede demostrar este principio en una escala atómica. Algunos físicos mantienen todavía dicho principio como un postulado, suponiendo, por un lado, que hay algunas cualidades de los fotones y de los electrones que nuestros experimentos no pueden revelar, pero que, sin embargo, determinarían cual de los muchos caminos posibles siguen las partículas, y, por otro lado, que la situación sólo es provisional, hasta tanto se perfeccionen los instrumentos de investigación. Pero los que trabajan en la nueva fórmula de la incertidumbre –y ésta es la respuesta de Arthur Compton, el eminente físico, premio Nóbel– sostienen que si dichas cualidades no pueden ser reveladas por el experimento en la actualidad, no tienen ninguna importancia para la física, esto es, para su fundamento experimental. Así, pues, la ley de causalidad debe abandonarse como principio de la microfísica.

Lo que ha ocurrido y está ocurriendo en el seno de la ciencia –en su sector de la microfísica, para nuestro examen– supone, dicho con la mayor mesura, una tremenda revolución.

Todas las especulaciones que hago a partir de ahora descansan en la posición de esta nueva física. De tales cambios en la concepción de los recónditos procesos naturales, así como de las actuales y posibles transformaciones que en un orden civilizatorio y de las relaciones entre los grandes centros de poder, la nueva ciencia y técnica del átomo operan, de estos hechos, repito, insurge para el hombre de hoy, hombre crítico, la necesidad y la posibilidad de una nueva visión del mundo. Toca a la filosofía, ante todo, precisamente tomar cuenta de los nuevos componentes que van ingresando en la conciencia de la realidad, ordenar e interpretar las relaciones nuevas, sacar las conclusiones pertinentes, y también –¿por qué no?– enunciar los postulados de un cambio tal vez posible de nuestra vida, de un cambio que tiene que salvarnos y esclarecer nuestra situación frente al mundo. Claro que en tal sumario programa para una filosofía vital, de salvación, única modalidad de este «saber a qué atenerme», que se me hace indispensable, la cuestión de las relaciones entre ciencia y libertad moral, asunto que vengo explorando, entra por implicación necesaria. ¿Cómo y en qué puntos la revolución de la microfísica afecta al planteamiento mismo del problema de la libertad del hombre? He ahí lo que nos da vuelta. Pero antes de intentar ventilarlo, no queda más remedio que hacer un alto y, con todo rigor, preguntarse: Si en el mundo espacio-temporal la causalidad no rige estrictamente, ¿quiere esto decir que hay algo que se sobrepone a la materia, o que en alguna forma la materia no es esclava de sí misma?

La irrupción del tiempo

Pero entonces hay que inquirir también si el problema de la libertad, no ya sólo en el orden moral (en el reino del hombre) es pertinente; quiero decir, que a lo mejor será preciso planteárselo, y no ya como cosa de ocio metafísico, porque afecta al orden mismo de la naturaleza. Y si así fuera, ¿en qué forma?

La búsqueda de ese algo que está ahí en la propia naturaleza, abre una línea de investigación nada sólita. Ciertamente, las bases enteramente nuevas de las actuales teorías científicas que, como se sabe, están operando una transformación básica en todos los dominios del saber, se fundan todas, a lo que parece, en un tener en cuenta un factor componente y constitutivo del universo, que viene a modificar un sistema que hasta el año mil novecientos fue rígido, materialista y espacial. Trátase, en efecto, del ingreso en la conciencia investigadora de un componente que estuvo ahí –ahí en la realidad– desde siempre, pero que sólo de poco para acá se ha venido a revelar en toda su alteradora significación. Me estoy refiriendo al tiempo y, en su aspecto físico, al tiempo entendido como «cuarta dimensión». [28]

Ha sido notoria, hasta escandalosa si se quiere, la tentativa de la inteligencia humana por rechazar este factor. Desde la cuna griega el tiempo fue puesto entre paréntesis por la filosofía. La pregunta por el ser era, ante todo, una indagación por lo que no cambia tras lo que deviene, y este no cambiar se resolvía dentro del marco de la intemporalidad. El tiempo era lo particular, lo contingente, lo contradictorio. Después, con la razón cartesiana y galileica, que Ortega ha venido llamando razón física, se impone la versión matemática de la realidad convertida en espacio. Trátase de una razón geométrica, espacialista y cuantificadora que, al pronto, desaloja dos ingredientes inerradicales de todo proceso real, sea el que fuere: el tiempo y la cualidad.

Así, pues, el mundo de nuestros padres era un mundo que podemos calificar de espacial, un mundo de tres dimensiones que hubo de asumir su forma definitiva en el Renacimiento. Conviene insistir, sobre todo notar las consecuencias principales. Galileo decía: «medir todo cuanto es mensurable y hacer mensurable todo lo que todavía no lo es». De ahí que fenómenos como el tiempo, en virtud de tales mediciones, hubieron de ser convertidos en componentes de naturaleza espacial. El tiempo venía a ser desposeído de todo carácter cualitativo, se le daba exclusivamente un sentido material y cuantitativo. Dentro de la representación de este mundo tridimensional se pensaba que el tiempo no era sino un innocuo accidente, fácil de dominar y al que impunemente podía tratársele como mero tiempo horario. Detrás de esas consecuencias hay un criterio rector, de donde nacen: se entiende que en la realidad, el tiempo y el espacio están divididos. Eran cosas distintas: un Espacio absoluto y un Tiempo absoluto.

La conciencia del presente conoce que esto ya no puede ser así. Y a explorar eso –probablemente un algo que libera a la materia misma de sí propia, por lo menos de aquel causalismo rígido– invita. Pero antes indico que, justamente, el hecho de que durante tantos siglos se haya excluido de su verdadera significación a este componente constitutivo y comprensivo del universo; es más, el hecho de que se lo haya mantenido, por decirlo así, reprimido, o se lo haya falseado, tuvo, tiene la grave consecuencia de que hoy luchamos con dificultades no sólo para aprehender la extraordinaria significación que yace en este fenómeno, sino también para entender nuestro mundo, esto es, para situarnos en un «nuevo mundo». Y esto caracteriza también nuestra condición, este ser un hombre crítico, porque vivimos en un mundo de dimensiones distintas y ese carácter distinto, esa estructuración fundamentalmente nueva de nuestra conciencia y de nuestra existencia, con la que contamos desde hace muy poco tiempo, no ha sido todavía suficientemente comprendida, y menos aun asimilada a nuestra vida. Por eso se explica que ese carácter nuevo, es decir, la irrupción del tiempo en nuestra conciencia, hubo de ser considerado al principio como una molestia, o mejor dicho, como algo difícil de trabajar, pese a que facilitaba la comprensión de muchas cosas que no habían tenido respuesta en el sistema newtoniano. Pero, ¿cómo y por qué vías se ha producido ingreso del nuevo componente en nuestra conciencia? Y ¿qué podemos decir de esa un poco misteriosa «cuarta dimensión»?

Un intento de respuesta completa, satisfactoria, exigiría escrutar tres vías de encuentro auténtico, de acercamiento ontológico con el tiempo, a saber: la revelatoria, la filosófica, y la propiamente científica. Claro que transitar todas esas pistas en sus larguras pide otro espacio. Además, interesa a nuestra exploración especialmente la última. Mas algo diré acerca de las dos primeras. Pues bien: un primer acceso al tiempo mismo, y el acceso más íntimo posible, sólo tiene lugar realmente en el cristianismo, cosa que sucede precisamente a través de San Agustín; de modo que la filosofía, por decirlo así, no llega a descubrir lo temporal, ni lo histórico, sino que el tiempo esencial y concreto se le revela a la filosofía, del mismo modo que por pareja economía y misterio del espíritu se le han ido iluminando al hombre otras profundidades del ser. Efectivamente, en la ontología del hombre cristiano el tiempo ya no es ese mero accidente a que la razón griega lo había relegado, sino que se presenta como algo fundamental, algo que tiene categoría y esencia de ser: pertenece verdaderamente a un alma que es propiamente [29] una continua trascendencia hacia lo eterno.

Ahora bien: el triunfo del racionalismo postrrenacentista prescindió de todo esto, y el esfuerzo para pensar el tiempo se encaminó de un modo sistemático a reducirlo a las mismas categorías que determinan el espacio. Desde Nicolás de Cusa hasta Kant esa línea se mantiene inflexible. La filosofía tuvo que esperar hasta Bergson para conseguir una forma de acceso auténtico al tiempo. Por eso fue tan grande la obra de este pensador. Hay que tener en cuenta que el filósofo francés necesitó romper con toda una tradición de veinticinco siglos para obtener una cabal reivindicación metafísica del tiempo. Nadie como el propio Bergson se encarga de esclarecer que la novedosa «intuición bergsoniana» es cosa referida al tiempo, que su intuicionismo estaba condicionado por su tesis de la duración, que se trataba, ante todo, de «una intuición de la duración en el tiempo». Bergson que profundizó en la vía psicológica, encontró como caracteres de la psique la duración, la cualidad y la libertad. Y el tiempo de que está hecha la duración bergsoniana era a la vez como el ingrediente, irreductible a lo cuantitativo y mecánico, de una creación perpetua, que era la forma que adoptaba la libertad en Bergson. De ahí que la vida fuera siempre imprevisible. Así pues, a la filosofía se le abren vías de encuentro auténtico con el tiempo. Incluyo, desde luego, las filosofías llamadas temporalistas, el irracionalismo, los existencialismos, la escuela historicista. Lo interesante en todo esto es que la filosofía, al ir penetrando en la hondura del tiempo, se ha venido a encontrar precisamente con la vida humana, y por eso la filosofía actual ha tenido que ir a parar inevitablemente a una metafísica de la existencia. Claro que de este acceso ontológico al tiempo se ha venido a parar en ciertos extremismos. Nos encontramos con que el tiempo amenaza la conciencia y parece a punto de destruir la estructura del pensamiento racional, amén de que se pretende disolver la realidad en un devenir irrestañable, en la pura sucesividad. Mas todo esto nos llevaría muy lejos.

Vuelvo a lo que nos ocupa. Encuentro que el tiempo como realidad, como elemento constitutivo del Universo, sólo hubo de irrumpir verdaderamente en nuestra conciencia, alterando nuestra visión del mundo apoyada en las ciencias naturales, cuando a principios de este siglo hizo su ingreso en la conciencia investigadora, precisamente por vía de la propia ciencia. Me estoy refiriendo al momento en que Einstein formuló su concepto conjunto cuatridimensional espacio-tiempo. En ese momento, en virtud de la formulación de la teoría de la relatividad de Einstein el sistema copernicano del universo se desplomó y, como consecuencia de ello, no sólo tuvimos que concebir un universo enteramente nuevo, diametralmente opuesto al que hasta entonces se había pensado, sino que además nos vimos forzados a reconocer el nuevo elemento componente, el tiempo, como cuarta dimensión. Y el nuevo componente, ahí, en el reino de la física, va a significar también libertad.

Sobre la cuarta dimensión

Claro que, en un principio, la nueva noción pareció necesaria únicamente en el terreno de la física. Pero ocurrió que de un modo creciente se fueron uniendo distintas ramas de la ciencia en la nueva estimación del factor tiempo y en todas se lograban los más positivos resultados trabajando con las nociones cuatridimensionales. Así el caso del arte: ahí por ejemplo, en la pintura, donde el tiempo invade a veces todo el contenido del cuadro; la literatura, donde por ejemplo, en el drama, en lo que toca a su desarrollo, sujeto antes al mero tiempo reloj, se abren hoy posibilidades sorprendentes para expresar el auténtico tiempo cuatridimensional. Y así...

Pero conviene ceñirse a los puntos iluminadores. La teoría de los quanta de Plank nace casi simultáneamente con la formulación de la teoría de la relatividad y como consecuencia de ella, se va a abandonar el punto de vista del curso lineal del tiempo, hasta entonces imperante, a favor de un concepto cualitativo del tiempo como impulso. Como se sabe en estos trabajos sobresalen los grandes genios de la microfísica actual: Heisenberg, De Broglie, Schrondiger, Dirac. Y este tiempo entendido como impulso, como concepto cualitativo, ¿qué implica? Pues sencillamente que la nueva física ha hallado necesario abolir la [30] explicación materialista de que las partículas fueran empujadas y arrastradas en el espacio y en el tiempo, reemplazando los cambios graduales de sus movimientos por saltos súbitos e imprevistos. Y aquí está lo esencial: que se ha tenido que arrojar del plan de la naturaleza a la causalidad y a la continuidad del acaecer temporal, substituyéndose las leyes exactas de la mecánica clásica por un grupo de leyes estadísticas.

Pero, ¿qué más podemos decir sobre la «cuarta dimensión»? Es muy difícil siquiera acercase a una comprensión cabal de este factor un poco misterioso. Hay un estudio serio sobre el problema, y muy lúcido, realizado por el profesor de la Universidad de Berna, Jean Gebser. Me refiero a su ensayo titulado La cuarta dimensión como signo de la nueva visión del mundo. ¿Y qué nos dice Gebser? Pues, por lo pronto, algo contradictorio y extraño, esto es: que considerado estrictamente, el tiempo en sí no es ninguna dimensión. Sólo el tiempo horario, como tiempo que se mide, puede ser caracterizado desde un punto de vista físico y geométrico, como dimensión. Trátase de un fenómeno fundamental que no tiene ningún carácter espacial y ello significa que el tiempo es una cualidad en tanto las dimensiones del espacio, en virtud de su mensurabilidad, se manifiestan como cantidades. Y otra nota: frente a la extensión de lo espacial, es el tiempo una intensidad. Y este ser una cualidad, y este ser una intensidad le da un carácter fundamentalmente no gráfico. Pues, efectivamente, toda representación está ligada al espacio, lo que significa que con nuestra representación sólo podemos aprehender realidades que puedan pensarse y representarse en un mundo tridimensional, y de ahí que si en tal mundo irrumpe un elemento que es de naturaleza distinta, ese nuevo mundo –en este caso el mundo espacio-tiempo– será irrepresentable. Ello explica porque, desde el punto de vista de la ciencia física, el mundo puede ser aprehendido ahora en sistemas de relaciones matemáticas de naturaleza no gráfica. Pero hay más: esta «intensidad», que, por decirlo así, traspasa a toda la realidad, tiene un valor integral, un valor transparente, y nos está imponiendo una visión de sístasis, es decir, nos fuerza a comprender que la mera representación racional no tiene la capacidad de alcanzar a comprender lo cuatridimensional. Lo que tiene carácter mensurable y puede representarse deja de tener aquella validez exclusiva que encuentra su expresión en el sistema –en la estructura–, de manera que adquiere validez la sístasis que expresa una integración de las partes en el todo.

Para Gebser, pues, la cuarta dimensión es de naturaleza cualitativa, integral, transparente, nos eleva por encima del mundo representado especialmente, esto es, del mundo tridimensional, y, de un modo arracional, nos abre al todo. Ahora bien, este modo arracional de ser, no debe significar un juzgar a la cuarta dimensión como un valor irracional. No es algo menos, sino algo más que racionalidad. Y sólo podemos percibir lo arracional en el mundo témporoespacial de la aperspectiva, y ello, en última instancia, como espacio-tiempo libre.

Mas ¿qué significa en Gebser libertad del tiempo? Pues precisamente en el nuevo concepto de la causalidad, admitido en la física como consecuencia de la mecánica de los quanta de Plank, hay una consecuencia donde se manifiesta de un modo potencial la libertad del tiempo. Por eso Gebser afirma: «Allí donde la cadena causal racional ya no tiene validez plena y exclusiva, se derrumba nuestro mundo de representaciones y logramos liberarnos de la coacción material del espacio haciéndonos libres el decurso de lo temporoespacial. Y concluye: «El siglo XIX pensaba con un pensamiento aún puramente causal. Su determinismo era al propio tiempo falta de libertad. La nueva física nos obliga ahora a reconocer hechos que tienen lugar de un modo acausal, no determinado, mas esto significa también libertad». ¿En qué sentido, y con qué proyección a la libertad metafísica, y, desde luego, al mundo histórico-social? Eso lo veremos en un próximo y último artículo de esta serie.

Pedro Vicente Aja

* Véase los dos artículos anteriores del mismo autor, publicados en los números 16 y 20 con los títulos «Problemas entre ciencia y libertad moral» y «La tiranía del determinismo científico», respectivamente.