Filosofía en español 
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“Cuadernos”

Un nuevo jalón para la democracia

El proceso democrático que está conociendo Hispanoamérica empezó con la caída de Perón, continuó con las de Odría, Rojas Pinilla y Pérez Jiménez y alcanza ahora, con la de Batista, una espléndida culminación. (Las que quedan tienen una importancia menor –si bien no son menos odiosas– y parecen asimismo condenadas.)

¿Se trata, como ha venido ocurriendo en el pasado, de un simple proceso cíclico? Sabido es que, durante cerca de siglo y medio, Hispanoamérica ha conocido múltiples alternativas de gobiernos más o menos institucionales y democráticos y de casi permanentes retornos a regímenes oligárquico-caudillistas, colaborando con los inversionistas extranjeros en la tranquila explotación de sus riquezas naturales y, por ende, de sus masas populares, que sólo parecían tener derecho a la miseria y a la ignorancia. Ahora, estamos firmemente convencidos de ello, se trata de algo más decisivo y sólido –y de importancia y arrastre continentales–: el actual proceso responde a la vez a una necesidad insoslayable y a una aspiración general y profunda no sólo de los pueblos iberoamericanos, sino de todos los pueblos del mundo mantenidos hasta el presente en una condición colonial o semicolonial impropia de nuestro tiempo.

Esta democratización es indispensable para el desarrollo económico de los pueblos iberoamericanos y para la elevación del nivel de vida de sus masas, para su avance decidido hacia la construcción de un destino común –responde éste a una aspiración histórica de los Libertadores y traduce una necesidad proclamada actualmente por la mayoría de sus líderes intelectuales y políticos–, para la verdadera consolidación y el auténtico desarrollo de sus libertades culturales y humanas y, en fin, para que esa importantísima región del mundo pueda llenar el papel universal que le corresponde. Hay que tener presente este simple hecho: según cálculos objetivos y responsables, Hispanoamérica tendrá al final de este siglo 600 millones de habitantes. Semejante contingente humano, rico de posibilidades apenas exploradas, ¿puede seguir como hasta ahora? Estúpido sería creerlo.

La gloria principal de esta revolución pertenece a las vanguardias juveniles. Obsérvese que en todos los países hispanoamericanos han sido principalmente los jóvenes universitarios –conquistando a la intelectualidad adulta– los que han venido atizando la lucha antidictatorial. Y en casi todos han acabado arrastrando a los jóvenes oficiales y a importantes fracciones –a las más liberales– del clero católico. Las masas populares, a través de sus sindicatos y de sus nuevos partidos –no obstante la corrupción, como en Cuba, de no pocos de sus líderes–, han acabado determinando el triunfo. Por encima de las luengas y aciagas décadas caudillistas y semicolonialistas, esos jóvenes han sabido restablecer el puente entre los grandes próceres de la Independencia y las plasmaciones presentes y futuras. El ejemplo más acabado nos lo ofrece Cuba: el intelectual y guerrillero de treinta y dos años, triunfante hoy, resulta a la vez el hijo espiritual y la culminación de José Martí.

En lo económico-financiero como en lo moral, las dictaduras han dejado una terrible herencia. Particularmente espantosa es la de Cuba, tras dos largos años de costosas crueldades y de sangre. ¿Puede permitirse que esos pueblos –y el cubano en primer lugar– sucumban bajo el peso de unas dificultades de las que no son responsables? Representaría ello una gran responsabilidad para el mundo libre. Tienen esos pueblos el más legítimo de los derechos a la solidaridad interamericana y universal. No les ha faltado la nuestra en el pasado y no les faltará ahora.