Cuadernos para el Diálogo
Madrid, octubre 1963
 
número 1
página 21

Juan Luis Cebrián

Diálogo para la acción

Ante la necesidad ineludible del diálogo y el apasionante deber de comunicarse con los demás hombres, un peligro acecha al intelectual de hoy: el quedarse precisamente ahí, en hablar solo. Porque una nueva revista, con ambiciones, algunas inéditas en España desde hace muchos siglos, viene en nombre del diálogo, queremos dejar bien sentado que no hay diálogo fructífero que no esté orientado hacia la acción.

El hablar por hablar es un entretenimiento peligroso que se nos puede ofrecer como válvula de escape a un compromiso serio en el medio de convivencia de los hombres. Lamentablemente, este juego, que no es más interesante a la larga que las palabras cruzadas o los silogismos que aprenden los niños en la escuela, se da con inusitada frecuencia entre los medios intelectuales españoles. Casi podríamos decir que no hay un grupo de este tipo que a la hora de demostrar su unión lo haga en términos más inteligibles que los estratosféricos. Se encuentran inmersos en una labor común, ciertamente, pero allí, en las nubes, donde el ser del hombre y de su convivencia se diluyen en un nirvana absurdo y placentero. El diálogo, entonces, que es en principio el instrumento más fiel al servicio de la sociabilidad humana, se convierte en un pasatiempo infantil o, lo que es peor, en una morfina de la mente y de la conciencia. Al fin y al cabo, ahí reside el gran cáncer que aqueja a la mayoría de los intelectuales españoles. Un cáncer de falta de sinceridad consigo mismos y con los demás hombres.

Es preciso que el diálogo sea la antesala fructífera a una colaboración estrecha en el campo de la acción. No es posible eludir la responsabilidad del comprometimiento: ser como el perro que ladra sin morder jamás, aunque ladre acorde o en abierto diálogo con los demás canes. Se trata, en una palabra, de hablar para hacer. Escucharse todos a todos para actuar todos con todos. Comunicarse, pero no en las nubes, sino aquí en la tierra. Sentar las bases ideológicas de un serio «engagement».

Todo esto puede sonar ingenuo y quizá lo sea. La acusación de ingenuidad provendrá, por otra parte, de los cobardes, los conformistas o los que huyen de su responsabilidad de auténticos intelectuales. Es fácil dedicarse a la pura especulación. Pero ésta no es ciertamente tan pura, ni siquiera se trata de una especulación auténtica, cuando elude el plasmarse en la realidad cotidiana. Tampoco será sincera si no quiere aceptar que esa misma realidad cotidiana debe influir y conformar en parte su abstracto pensamiento. Hacia la verdadera «praxis» –aparte toda otra determinación de la misma, al menos en principio– es adonde se debe ir. Al diálogo hecho acción. A la comprensión convertida en colaboración mutua.

El «diálogo que hace», posterior y simultáneo al «diálogo que dice», es el que importa y el que conforma de veras la convivencia humana. No se puede jugar –menos en las circunstancias actuales– a comunicarse con los demás hombres. Los trucos dialécticos, los jeroglíficos y los crucigramas, las divagaciones metafísicas –menos meta y menos físicas de lo que sus artífices piensan– y las polémicas de café no pueden tener sitio entre hombres que buscan la verdad. Es preciso hablar con los demás, pero de forma vital y auténtica. Sólo así se establecerá un real contacto interhumano, al nivel de esta bendita tierra que nos abraza y no al de la estratosfera.

Juan Luis Cebrián

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2013 filosofia.org
 
1960-1969
Hemeroteca