Cuadernos para el Diálogo
Madrid, octubre 1963
 
número 1
página 30

Libros

M. Aguilar Navarro, J. L. Aranguren, J. A. Carrillo, J. M. Diez-Alegría, E. Garcia de Enterría, M. Giménez Fernández, J. D. González Campos, P. Laín Entralgo, S. Martín-Retortillo, F. Sopeña

Comentarios civiles a la encíclica «Pacem in terris»
Editorial Taurus, Madrid 1963

Quizás por primera vez en la Historia una encíclica pontificia no ha encontrado buena acogida ni «buena Prensa» entre los sectores ultraconservadores del catolicismo; muchos católicos han recibido a la «Pacem in terris» con recelo y han montado en torno a ella una auténtica «conspiración del silencio»: se han limitado al mayor grado posible, intentando no despertar excesivas sospechas, las ediciones, los comentarios…, toda posible referencia. Quizás por primera vez en la Historia muchos católicos reaccionarios han comenzado a desconfiar políticamente del Papa, no logrando devolverles la tranquilidad quienes obstinadamente quieren hacer creer que en realidad las cosas siguen igual y que en el fondo «no se ha dicho lo que se ha dicho». Aunque algunos católicos se resistan a creerlo, la verdad es que de una lectura imparcial y objetiva de la encíclica lo que se deduce es una actitud claramente favorable a la democracia, y no a una democracia cualquiera, sino a una democracia que concuerda en sus rasgos fundamentales (separación de poderes, participación de ciudadanos en la vida política, elecciones, cambio de gobernantes, derechos y libertades fundamentales, pluralismo político, &c.) con la democracia occidental: decir otra cosa es negarse a leer la encíclica con buena voluntad.

La «Pacem in terris», vista en conexión con la orientación general de los Papas Juan XXIII y Pablo VI y con el sentido del Concilio Vaticano II, significa para la Iglesia, desde un punto de vista político, el claro y definitivo abandono de las interpretaciones reaccionarias y totalitarias del catolicismo. Como ha escrito el profesor Ruiz-Giménez, recuerda aquí Aguilar Navarro, la «Pacem in terris» es la encíclica de la libertad, tanto espiritual, religiosa (véanse los textos sobre la tolerancia, sobre el derecho a honrar a Dios según el dictamen de la recta conciencia de cada cual, &c.), como libertad políticosocial (véanse los textos sobre la institucionalización del Poder público en forma genuinamente democrática).

Estas son las directrices en que se mueve este importante grupo de trabajos publicados por Editorial Taurus en su colección «El futuro de la verdad»: «Sus autores –dice en la presentación de los mismos el padre Jesús Aguirre– han trabajado con la pasión de mostrarse en tan señalada ocasión como hombres de buena voluntad, que son católicos, y como católicos que se esfuerzan por ser hombres de buena voluntad.» La idea central es en todos ellos la afirmación de la democracia, la defensa de la plena conciliación del catolicismo con la democracia, según los principios expuestos por Juan XXIII. Como escribe acertadamente el profesor García de Enterría, la encíclica «supone una reconciliación definitiva e inequívoca de la Iglesia con la democracia actual en el sentido occidental del término».

Cabría hacer dos grandes grupos con estos diez comentarios a la «Pacem in terris»: En el primero, el tema central sería el del sentido general del documento pontificio y su relación con la situación actual de la Iglesia y del pensamiento católico: figurarían aquí los trabajos de Aranguren, Diez-Alegría, Giménez Fernández, Laín Entralgo y Sopeña; en el segundo, que sería el «grupo de los juristas», el tema es la estructuración e institucionalización de la democracia que se propugna en la encíclica, y ello desde dos puntos de vista: a escala nacional (García de Enterría y Martín-Retortillo) y a escala internacional (Aguilar Navarro, Carrillo y González Campos): el Estado social de derecho y la coexistencia y la paz internacional parecen ser las concreciones actuales más correctas de la democracia nacional y supranacional.

No se trata de «utilizar» políticamente la encíclica, no se trata, diríamos, de utilizar al Papa como «compañero de viaje». Distinguiendo entre católicos reaccionarios y católicos progresistas, hasta la fecha resulta evidente que son precisamente los primeros los únicos que han «utilizado» políticamente al Papa, sirviéndose de una interpretación, no siempre muy correcta, de su doctrina para la protección de sus privilegios económicos y políticos. Resulta por ello sorprendente e irónico que sean ahora estos católicos quienes proclamen que «el Papa no debe meterse en política»; parece como si de sus palabras hubiera que deducir que «el Papa no debe meterse en política… más que cuando es en favor de sus intereses de católicos reaccionarios». En cualquier caso lo que sí es cierto es que los católicos progresistas no quieren «utilizar» al Papa en favor de sus objetivos políticos. Aranguren lo afirma expresamente al declararse «poco simpatizante con ningún catolicismo político –ni de derecha ni de izquierda– porque no me gusta, dice, que se mezclen el orden de la acción temporal y el orden de la consagración cristiana».

Esta es, en resumen, la situación del tema: La Iglesia, es cierto, posee carácter espiritual, religioso, pero a la vez es algo temporal, humano; la Iglesia sólo debe tomar partido en lo político, en lo humano, desde un punto de vista y con un objetivo espiritual, religioso. Enterría aclara suficientemente este tema: «Resulta entonces –escribe– que esa valiente toma de posición de la encíclica sobre los problemas institucionales del poder no es algo gratuito y superabundante, a propósito de temas puramente seculares, sino que se adopta en servicio inmediato de la salvación de los hombres» (…). «Es éste –concluye Enterría– el juicio más profundo de la encíclica, el de que la libertad civil, siendo indudablemente un riesgo inmediato, es, sin embargo, «el camino (que lleva a los hombres) a conocer mejor al Dios verdadero.»

Elías Díaz

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