Filosofía en español 
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[ César E. Pico ]

Derechas e izquierdas

La mentalidad moderna acentúa, con el andar del tiempo, el proceso de auto-destrucción originado por las filosofías relativistas del parecer individual. No es extraño que los conceptos clásicos –expresiones de las esencias reales de las cosas, y por lo tanto, absolutos e inmutables– vayan perdiendo paulatinamente su significado y sean substituidos por pseudo-conceptos, es decir, representaciones relativas y contingentes desprovistas de todo valor intelectual. La historia de muchos vocablos modernos podría servir de ejemplo demostrativo. Se trata de simples imágenes –producto de la fantasía más simplista– que pretenden hacer las veces de las ideas abstractas y universales, hasta el punto de ser hoy un hecho casi general, no sólo en el vulgo, sino también en los hombres de ciencia, la incomprensión de lo inteligible cuando no se traduce en imágenes fácilmente accesibles y concretas. “No entiendo”, cuando debería decirse “no imagino claramente”, es una frase que oímos repetir con desoladora frecuencia y que testimonia una profunda degradación del entendimiento.

La teoría tomista de la individuación por la materia nos ofrece una explicación luminosa –desde el vértice metafísico– de este descenso vertiginoso hacia lo concreto, como tal, hacia lo individual, hacia el número y la multiplicidad desordenada, que caracteriza la mentalidad contemporánea en Occidente. Es una consecuencia natural de las tendencias materialistas de la civilización moderna. En el orden intelectual, la imagen –representación concreta de lo individual y sensible– ha negado a prevalecer sobre la idea – representación abstracta de lo universal e inteligible–; la materia que ofrece los elementos constitutivos de la primera, ha triunfado sobre el espíritu, elemento determinante de la segunda.

Sería interesantísimo desarrollar estos pensamientos a la luz de la formidable síntesis tomista; pero, aparte de que esto nos llevaría demasiado lejos al exponerlo en un simple ensayo periodístico, nos apartaría del tema que nos hemos propuesto tratar especialmente. Con todo, la distinción imaginaria entre las derechas y las izquierdas, nos ofrece un ejemplo característico de uno de esos conceptos-mitos, donde la contraposición meramente relativa de términos contingentes revela una ausencia completa de un contenido verdaderamente inteligible y positivo.

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Derecha e izquierda. He ahí dos vocablos que ofrecen la imagen de una ubicación contrapuesta con respecto a un centro. Nada habría que objetar si se nos diese, acerca de ese término invariable, el centro, una definición precisa y permanente. Sin embargo, cuando tratamos de averiguar qué cosa sea ese centro, al punto comprobamos su índole oportunista y equidistante. Es el producto de una transacción ecléctica entre tendencias extremas, mejor dicho, opuestas. Término medio adoptado por compromisos, orientado hacia la acción práctica, merece sin duda el apelativo de mediocre.

Renunciemos, pues, a comprender nada siguiendo este camino. Derecha e izquierda, a pesar de la aparente claridad de la imagen, no expresan un concepto relativo respecto al centro exigido por la imagen; por el contrario, este centro es, más bien, una fusión ecléctica de dos tendencias contrarias. Llamar derecha a la una, e izquierda a la otra no es sino el resultado de una convención. Podría haberse convenido en la designación inversa sin que se alterase la substancialidad del concepto.

Pero ¿realmente subyace bajo esas palabras un concepto? Si reservamos este nombre para designar la esencia de un cuerpo de doctrina definido, es evidente que no se trata aquí de verdaderos conceptos. Doctrinas entre sí muy diferentes se cobijan bajo las respectivas banderas de la izquierda y la derecha. Al menos si se diera entre dichas doctrinas un elemento, fijo y permanente, pero común entre ellas, que permitiese su oposición bajo designaciones diversas, todavía podríamos hablar con propiedad y decir que representan conceptos diferentes. Nada de fijo y permanente caracteriza, sin embargo, a las derechas y a las izquierdas. Al cristianismo primitivo podría llamársele hoy día izquierdista con respecto al orden reinante en la antigüedad pagana; ese mismo cristianismo sería derechista frente a la rebelión de la Reforma y del humanismo que alboreó en los comienzos de la historia moderna. El liberalismo revolucionario e izquierdista del 89, es hoy una actitud burguesa y derechista si se la enfrenta con los movimientos epilépticos del comunismo bolchevique. Podríamos multiplicar los ejemplos del pasado y hasta demostrar cómo, en una misma época de la historia, una doctrina puede ser considerada derechista o izquierdista según el término de comparación que se adopte para clasificarla. Y así, llevado el análisis hasta sus últimos extremos, llegaremos a esta conclusión inesperada. La izquierda representa una reacción contra todo intento de estabilidad o de fijeza; una renovación de las formas que pretenden mantenerse contra la corriente destructora del tiempo. Por contraposición, entenderemos qué sentido tiene la palabra derecha.

La vaguedad de estos vocablos consuena muy bien con la decadencia intelectual de la vida presente. Ni el menor intento de valoración se adivina detrás de ambas actitudes, la del hombre de la derecha y la del hombre de la izquierda. El primero se afirma al presente o al pasado próximo, en tanto es presente o pasado próximo; el segundo juzga bueno el porvenir por el simple motivo de ser nuevo. Actitud instintiva o sentimental, mera expresión de un temperamento primario, se decora posteriormente con la apariencia de doctrinas razonadas que sellan la diferenciación doctrinaria del instinto. Pero el juicio acerca de dichas escuelas diferentes, se basa más en el apetito o la inclinación del sujeto, que en la adhesión desinteresada al objeto. No se advierte, en efecto, ni el menor asomo de valoración de acuerdo con un criterio objetivo de la verdad. Y es que se ha perdido hasta la noción misma de la verdad. Aquel personaje del “Uomo selvático”, el Prof. Mediani, podría representar la turbamulta de cretinos que exclaman en coro: “Las verdades de hoy son los errores de mañana.” He aquí el sentido relativista que se asigna a estos vocablos. La verdad ya no es la adecuación del entendimiento con el ser; estamos en plena filosofía del parecer. Si se hablase con mayor precisión, nada habría de reprobable al decir: “Muchas cosas que hoy se tienen por verdades, mañana se mostrarán como errores evidentes.” La historia, en efecto, se encargaría de patentizar esta aseveración. Pero para nuestros filósofos del relativismo, la demostración ulterior acerca de la falsedad de aquello que se consideró un día verdadero (es claro que subjetivamente) no podría fundarse en una comprobación objetiva. Porque si tal criterio admitiese, habría dado con una verdad objetiva y, por consiguiente, irrectificable: dicha verdad no podría convertirse jamás en un error.

Desear lo nuevo por el sólo hecho de su novedad; fijar el presente renunciando a toda superación futura: he ahí dos actitudes optimistas sin discernimiento que caracterizan la psicología del revolucionario y la del conservador. Ambos se mueven en el torrente veleidoso del tiempo indefinido. Ambos desconocen el criterio objetivo e invariable de lo verdadero y de lo eterno. Y como no existe un relativismo puro sin la afirmación implícita de un absoluto, llegamos finalmente a esta desconsoladora comprobación. El dogma fundamental de las izquierdas es el progreso ineludible en función del tiempo. El porvenir es, para estos optimistas, una superación necesaria del pasado en todos los sentidos en que se lo considere. Filósofos del movimiento y de la acción, hallan en el tiempo, duración sucesiva de las cosas mudables, su mayor aliado. Precisamente porque es un aliado ciego.

El optimista de la derecha, por el contrario, adopta la filosofía práctica de la propia comodidad. Es una filosofía de satisfechos. Dramática situación la de estos ingenuos conservadores. Pretenden combatir al tiempo sin salir de la línea del tiempo. Por eso son necesariamente vencidos: no se puede fijar el instante, por la sencilla razón de que el instante es movible y transitorio por naturaleza.

Derechas e izquierdas ignoran lo eterno porque ignoran la verdad. Sólo la eternidad vence al tiempo. Sólo la verdad produce frutos de acción eficaz y de contemplación.

César E. PICO