Filosofía en español 
Filosofía en español


León Carbonero y Sol

Nuevos ataques dirigidos al dogma y a la moral en la Biblioteca del hombre libre

Con el título de Biblioteca del hombre libre, que más debiera llamarse del hombre libertino, ha circulado en Madrid, y circula con profusión en la provincia de Sevilla, en una de cuyas librerías se ostenta un lujoso anuncio, el prospecto de la colección de varias obras, que se llaman más selectas de los filósofos, publicistas, historiadores y oradores más eminentes de todas las escuelas y partidos en favor de la civilización. El título solo de la portada colocado en el frontispicio de la lámina que encabeza el prospecto, excitó nuestra curiosidad y nuestros temores por el abuso que se hace de las palabras hombre libre y libertad, que son casi sinónimo de libertinaje, y de las voces filósofos, publicistas, historiadores y oradores, nombres con que hoy se decoran los sofistas, los revolucionarios, los chismógrafos y biógrafos aduladores, y esa cáfila de tanto y tanto charlatán que con fórmulas y palabras vacías de sentido han aspirado a regenerar el mundo. Para convencernos de la excesiva ligereza, por no decir falta de respeto, con que se ha procedido en la formación de este prospecto, basta fijar la vista en ambos intercolumnios del gran arco que figura la entrada a una biblioteca, en que se hallan escritos los nombres de Moisés y de Jesucristo, juntos con los de Mahoma, Lutero, Rosseau y Voltaire, si bien no extrañamos tanto ver asociados a Bentham con Mazzini, a Llorente con Lamenais y a Proudhon con Fourier y Lamartine.

Es más que probable que los hombres libres que se proponen publicar la Biblioteca del hombre libre, no conozcan la diferencia de medios y la identidad de fines, que la mayor parte de los personajes tristemente célebres que decoran el frontispicio, emplearon en daño de la civilización. Y preferimos salvar así su intención, antes que hacerles reos o cómplices deliberados de la propagación de las doctrinas contenidas en muchos de esos escritos.

Creemos que entre aparecer ignorantes o depravados, preferirán nuestra primera calificación. ¿Y cómo no hemos de creer lo primero, cuando se hace aparecer a Jesucristo entre esa turba de filósofos, publicistas, historiadores y oradores? Solo ha podido ocurrirse a los hombres libres, la idea de asociar la luz con las tinieblas, el bien con el mal, la sabiduría con el error y la civilización con la barbarie. Jesucristo no es filósofo, porque es la misma sabiduría: Jesucristo no es publicista, porque es el Salvador de las gentes: Jesucristo no es historiador, porque es juez de los hombres: Jesucristo no es orador, porque es la palabra de la verdad y de la vida. Y si Jesucristo es filósofo no lo es con la filosofía de Kant, que creyéndose con la misión de reformar la filosofía, lanza a los hombres en el escepticismo: lo es con una sabiduría sobrehumana, enteramente divina, con que dió a la inteligencia de los hombres luces más puras y a su corazón sentimientos más sublimes y elevados.

Si Jesucristo es publicista, no es como Proudhon, que destruye la propiedad y roba a unos para enriquecer a muchos, sino para promulgar esa mueva ley que solo pudo formarse en los cielos, y para darnos esa caridad con la que todos somos unos en el Señor.

Si Jesucristo es historiador, no lo es como Mazzini que calumnia, sino como aquel juez compasivo que escribe en la arena los defectos de los acusadores.

Si Jesucristo es orador, no es con el lenguaje furibundo de los Lamennais, los Proudhon y otros que concitan a la insurrección, sino con el lenguaje divino del que enviaba lenguas de fuego y torrentes de misericordia.

La Esperanza, lamentando justamente está desatentada asociación, y estas absurdas calificaciones, se expresa en estos términos:

“Nada habría en todo esto que no se prestara al ridículo si cupiera ridiculizar únicamente el sacrilegio de mezclar el augusto y venerando nombre del Hijo de Dios con el de Mahoma; de Lutero y de Voltaire, con el de Kant, Fourier y Proudhon. Y ¿qué objeto tiene esa profanación inmunda? Si la Biblioteca que se anuncia ha de componerse de obras de filósofos, publicistas, historiadores y oradores, ¿bajo qué concepto presenta el editor a Jesucristo? ¿Qué concepto desea expresar acerca de la religión que nuestro adorable Salvador fundara? ¿Qué halla de común entre Jesús y Mahoma, entre las obras del Redentor del mundo y las de los alborotadores del mundo?

Y luego, ¿qué culpa ha cometido el inofensivo Franklin, que no escribió más, si no nos equivocamos, que una Memoria para dar a conocer la teoría del rayo, tal como él la comprendió, para verse confundido con Proudhon y con Lutero?”

Tan fácil es responder a estas interrogaciones como hallar una contestación cumplida a la última en el siguiente atrevido epitafio que la demagogia americana puso sobre la tumba de Franklin: Eripuit coelo fulmen sceptrunque tirannis.

No es desconocida tampoco la influencia y participación que tuvo Franklin en la emancipación proclamada en julio de 1776 ni su célebre proyecto titulado Albany plan con que inauguró su carrera política. Además de esto Franklin escribió algo más que su Memoria sobre la teoría del rayo, pues sus obras impresas en Londres en tres tomos en cuarto en 1806 y en dos en París en 1773 contienen otros tratados sobre la electricidad, el modo de calmar las olas derramando aceite sobre el agua, su chimenea de Pensilvania &c. No es fácil que en estos tratados hallen los editores del hombre libre cosa que favorezca a su libertad; pero creemos que pueden hallar algo en su Almanaque del honrado Ricardo, o en sus artículos publicados en Amberes o en su vida privada escrita en memorias dirigidas a su hijo o en sus Negocios de Inglaterra y de América.

No es necesario reflexionar mucho para comprender que la Biblioteca es altamente demagógica, eminentemente antisocial, irreligiosa y revolucionaria pudiendo salvarse muy pocas obras de esta calificación. En ella esta representada la impiedad por Voltaire; el fatalismo por Mahoma; el libre examen por Lutero; el socialismo y comunismo por Proudhon y Fourier; la barbarie por Robespierre; la depravación por Rousseau; la inmoralidad por Holbach; el escepticismo por Kant; el jansenismo por Llorente; la falsa política por Maquiavelo; el panteísmo por Cousin, antes de corregir sus obras; la pertinacia en Lamennais; la osadía en Lamartine; la demagogia en Mazzini y la impiedad en muchos más.

Este es el espíritu que domina en casi todas las obras de la Biblioteca del hombre libre, recomendadas en el prospecto con todo encarecimiento, llegando hasta el delirio de calificar con elogios que solo convienen a la virtud, la conducta de hombres, que como Lamennais, están por sus extravíos fuera de la comunión católica.

¿Qué entenderán por civilización los editores de esa Biblioteca, muchas de cuyas obras han sido la tea incendiaria que ha sembrado la desolación, el espanto y la amargura? ¿Qué llamarán ilustración cuando vemos en ese funesto catálogo el arsenal de todos los errores y el muladar de todas las inmundicias?

Preciso es repetirlo, la Biblioteca del hombre libre es la Biblioteca del hombre depravado y derecho tenemos para decir, que esa ilustración que tanto se encomia es la ilustración de la iniquidad, que esa civilización es el refinamiento de la barbarie.

Hay en el prospecto una confesión que nos obliga a ser enérgicos en nuestro juicio: tal es la de asegurar que no se publica esta Biblioteca como especulación mercantil, sino como medio de crear esa opinión pública ilustrada y poderosa que tanto echan de menos en España los que aman de veras las instituciones liberales. Aunque estamos muy acostumbrados a oír esta clase de protestas, que son ya un reclamo con que no puede cogerse ni un solo gorrión; no conviene dejar pasar desapercibida la idea, porque son muchos y ya muy conocidos los esfuerzos de la propaganda revolucionaria y anti-religiosa.

Hace muy pocos meses que por efecto de una tolerancia escandalosa y hasta perjudicial en sentido puramente político, está siendo la España víctima de los abusos y del libertinaje de la prensa.

Como si esta nación no fuera eminente y exclusivamente católica, como si no estuvieran garantizadas la religión y la moral por tratados solemnes, como si no existieran leyes prohibitivas y penales, se tolera la circulación de libros, de folletos y periódicos que atacan al dogma en su base, al trono en sus cimientos, al derecho público en su organización fundamental, a la moral, a las costumbres, y a cuanto hay de reservado en el corazón de la humanidad y de sagrado en los arcanos de los cielos. La historia de la Pintura, Los Jesuitas al Daguerrotipo; El Cura de la Aldea, delirio de aquel célebre autor que se permitió decir había prelados españoles que aprobaban las herejías condenadas por los prelados de la provincia eclesiástica de Tarragona; La Eloisa y Abelardo, producto de un hombre encargado de la enseñanza de la juventud; La Píldora y La Actualidad, La Nación y El Clamor, El Tribuno y cien y cien otras obras y papeluchos se han sucedido en menos de un año, haciéndose cada vez más notables por el mayor descaro y desenfreno de sus invasiones y hasta de sus porquerías.

El sentimiento de amor al orden público bastaba para proceder a imponer y hacer efectivas las penas en que incurren los que atentan contra la sociedad, y como si no bastaran aun los torrentes de lava que han penetrado en el hogar doméstico, se aspira a hacer de cada casa un volcán y a convertir a cada español en un demonio.

Hay también en el prospecto una indicación que es testimonio irrecusable de la ignorancia de los editores de la Biblioteca. Dice así:

“Las obras que en virtud de la ley deban ser antes de su publicación sometidas a la censura de las autoridades civil y eclesiástica, saldrán con este requisito; y si su dictamen nos obligase a desistir o a hacer alguna supresión, la advertiremos oportunamente &c.” Los editores ignoran sin duda que muchas de esas obras están puestas en el índice que muchos de esos autores están condenados por herejes y que no es necesario acudir a la autoridad eclesiástica para saber que no pueden no solo publicarse, sino ni aun leerse.

Esto en cuanto a la censura eclesiástica, de que estamos seguros se opondrá con energía a tales atentados, y en cuanto a la censura civil, no extrañaremos cualquier descuido cuando ha permitido la publicación de la novela Abelardo y Eloísa, la más infame, la más inmoral y escandalosa de cuantas hasta hoy habían sido inspiradas por el averno; novela que aun se sigue publicando a pesar de los gritos de la prensa religiosa y de las prohibiciones de los Sres. obispos, y de las sentidas representaciones que se han dirigido al Gobierno ¿y cómo lo hemos de extrañar cuando ya se están publicando en Madrid las ¿Palabras de un Creyente?

Pero no es necesario esperar a que se publique la Biblioteca para comprender todo el mal que ya se ha causado con la libre circulación de ese prospecto, que según lo dispuesto en el decreto vigente sobre la prensa ha debido ser presentado antes a la autoridad. El prospecto por sí es altamente censurable. En él se presentan como escogidas, obras ya reprobadas, en él se recomiendan con elogios que pueden fascinar a los incautos, obras que son atentatorias del dogma, en él se encarecen y ofrecen como medio de formar y rectificar la opinión, los delirios del socialismo y la barbarie demagógica, en ese prospecto en fin, vemos un ataque directo a la religión y al trono, a la sociedad y a las leyes que nos rigen. Es subversivo, es sedicioso, es impío, es inmoral, es injurioso y ofensivo.

Muy atrasados están en noticias esas pobres editores de la Biblioteca cuando ignoran que los pueblos cultos han condenado al desprecio la mayor parte de esas obras que se consideran como elementos de civilización; cuando en realidad lo son de la disolución social. No estarnos tan atrasados que nos arrastren en su marcha retrógrada los hombres libres de la Biblioteca, ni somos los católicos tan ignorantes o descuidados que no conozcamos los peligros que nos rodean, ni los lugares de donde salen venenos tan mortíferos.

Abrigamos la confianza de que no verán la luz pública esas obras infernales; pero si lo que no es de esperar, nos engañásemos en nuestro juicio, entonces pondremos en práctica los medios que hoy nos reservamos.

León Carbonero y Sol

Nota importante. Después de escrito el artículo anterior y entregado a la Caja, vemos con satisfacción la siguiente noticia que nos comunica La Esperanza en su número de 4 del corriente.

“Estamos autorizados para manifestar que, en el momento en que se anunció la publicación de la biblioteca titulada del Hombre Libre, compuesta de varias obras, algunas de las cuales están reprobadas por la Santa Sede, y otras por la autoridad eclesiástica ordinaria, el Emmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo acudió al Gobierno, suplicándole en una enérgica comunicación se sirviese adoptar las disposiciones convenientes a fin de impedir semejante publicación. Sabemos también que el Sr. Vicario eclesiástico de esta corte ha pasado un atento oficio al Sr. Gobernador civil, para que se sirva prohibir la circulación de las referidas obras, y en particular la titulada Palabras de un Creyente, reprobada expresamente por el Sumo Pontífice Gregorio XVI, y que se publica en un periódico de esta corte.”

Estamos íntimamente persuadidos de que nuestro Eminentísimo Prelado dictará también disposiciones que pongan a su diócesis a cubierto de los males que la amenazan, máxime cuando acabamos de saber que ya han llegado algunas entregas.

L. C. y Sol