Cuba contemporánea Revista mensual
La Habana, marzo 1926
 
año XIV, tomo XL
número 159, páginas 169-173

El proyecto de un Congreso Iberoamericano de Intelectuales

I · II · III · IV · V · VI · VII

VII
Carta abierta al señor Leopoldo Lugones

Edwin Elmore

(A propósito del proyectado
Congreso Libre Iberoamericano de Intelectuales{1})

Distinguido señor:

Después de la indirecta pero clara réplica que opuse a las objeciones hechas por Ud. a mi proyecto de reunir en una asamblea espontánea y libre a los más connotados pensadores hispanoamericanos, en mi carta abierta a D. Enrique José Varona{2}, he creído innecesario insistir en la refutación de algunas de sus afirmaciones al respecto. Mi reciente viaje a su país confirmó ampliamente mis sospechas en cuanto al aislamiento intelectual en que Ud. vive. Y su «caso» aunque perjudicial a los planes que me son tan queridos como consciente y celoso ciudadano que soy de Iberoamérica, más que un sentimiento de animadversión contra Ud. –que fuera legítimo por circunstancias que ahora no deseo mencionar– me ha producido tristeza. Aunque su combativa persistencia invitaba a ello, me pareció inútil crueldad aumentar el número de las piedras que se han arrojado a su paso con iras más o menos santas. Apostasías más evidentes y menos explicables que la suya hemos perdonado en estas tierras...

Pero ahora que Ud. hace directa referencia a mi persona en su carta dirigida a don Nicolás María de Urgoiti, me creo obligado, [170] por ese deber de lealtad que Ud. reclama para las relaciones entre quienes escriben, a manifestarle con toda sencillez mi opinión –modesta si se la respeta, pero siempre pronta a hacerse respetar– acerca de su actitud como pensador en estos días en que al paso que se expatria a Unamuno se rinden hipócritas homenajes a los restos de Ganivet...

Ante todo debo decirle que para las nuevas generaciones es Ud. gran decepción. Si Ud. lo sabe y sigue adelante por la oscura senda que parece llevar... allá Ud.! Nosotros, al hacerle algunas obligadas reflexiones no buscamos ya su acogimiento ni tememos su desdén. Más que a Ud., dicho sea en verdad y con todo respeto, nos dirigimos a un público ideal que en torno nuestro, y al calor de luchas a veces nada honrosas, está formándose en el Continente.

A quienes propugnan los planes ya trazados para llevar por buenos caminos la idea de una práctica cooperación entre los intelectuales de habla española y en especial los hispanoamericanos, les interesa no dejar subsistir las erróneas apreciaciones que, primero de un modo indirecto{3} y ahora prolija precisión ha hecho sobre ellos. Veamos en qué consisten esas apreciaciones.

La primera observación que hace Ud. se refiere a cierta falta de comprensión, por mi parte, a sus reparos, incomprensión que, no sin ironía, atribuye Ud. a su «incompetencia» para explicarse. Nadie tendrá la ingenuidad de creer en su modestia. Se explicó Ud. demasiado bien en esa conversación –para mí penosamente reveladora– del Hotel Regina. Y le entendí mucho mejor de lo que Ud. parece imaginar. Lo prueba la misma carta a Roig de Leuchsenring{4} que motivó el comentario inteligentísimo de Araquistain. No cabe duda, por otra parte, que el perspicaz autor de El peligro yankee –obra que debe Ud. leer– no anduvo descaminado al atribuir la actitud de Ud. a la muy conocida y demasiado comentada, desviación de su pensamiento. Si es cierto que Ud. nada habló conmigo sobre «dictaduras blancas y rojas» ni yo me referí a cosas semejantes en mi carta; también es verdad que Ud. [171] no trató de ocultarme el distanciamiento ideológico que hacían imposible su cooperación con hombres como Unamuno o Vasconcelos, por ejemplo. Lo que sí me ocultó Ud. –y alguna razón tuvo para ello, pues dada la conexión íntima del tema sería ingenuo atribuir su silencio a un olvido– fue su anterior iniciativa, que conocí después, para la creación de un instituto de cultura hispánica en Madrid.

Tan ha puesto el dedo en la llaga D. Luis Araquistain al atribuir la incomprensión de Ud. a «preocupaciones internas de su país», que Ud., al pretender negarlo, no puede con todo su talento dialéctico, evitar la contradicción. «Los argentinos –afirma Ud. rotundamente– jamás subordinaremos la patria a ninguna preocupación internacional o económica.» Y, no contento con la énfasis puesta en esa declaración, agrega Ud. después de bosquejar su fe nacionalista-regional, con cierto dejo de diplomático, cauto, enérgico y responsable en conferencia europea: «No renunciaremos, pues a ninguna ventaja que honradamente hayamos logrado, ni dejaremos de procuramos lo bueno donde se encuentre. Así hemos formado la patria y así seguiremos formándola.» No evidencia Ud. paladinamente en esas palabras su preocupación de nacionalista a ou-trance? En su primera frase citada ¿no descubre Ud. una contradicción lógica? pues ¿qué otra cosa que expresar una preocupación implica decir que no se subordinará «la patria» a ninguna preocupación internacional o económica?

Pero, aparte de estas «preocupaciones internas», adivinadas o conocidas por Araquistain, pues aunque en efecto Ud. me habló de ellas, no las reflejé en mi carta, deseo hacer referencia aquí a otros puntos importantes tocados por Ud., prescindiendo de algunas rectificaciones de detalle.

Afirma Ud. y aquí incurre en otra contradicción sólo explicable en personas de su talento por el afán de negar lo incuestionable –que «organización del pensamiento hispanoamericano» es una frase perfectamente vacía. Lo que no encuentra Ud. vacío y desprovisto de sentido es sostener que es grande la influencia de un «puñado de hechos» (que Ud. enumera y cuya inexactitud, por [172] otra parte, le ha demostrado ya irrebatiblemente Olariaga){5} sobre «la organización de nuestro pensamiento» (el argentino). Además, yo empleé la frase: «organización hacia la práctica» y no creí necesario ser más lato –como en efecto no lo era– para que se me comprendiese. ¿Y no es también incurrir en flagrante contradicción sostener por una parte la dispersión de los países hispanoamericanos, mientras por otro lado se defiende la tesis panamericana? ¿no es por lo menos extraño sostener que la geografía influye por sí sola más que todos los otros factores que determinan las formas y tendencias de la civilización y la cultura de los pueblos? La verdadera quimera, la verdadera monstruosidad, es el fementido ideal panamericano, con todo su aparato y toda su mecánica progresista y mercantil. En cuanto a la separación entre América y Europa, que lo diga Dawes con su «plan» y que lo diga Morgan con sus empréstitos.

En cuanto a la presencia de los Estados Unidos y su «inevitable influencia» de la que tan entusiasta partidario se manifiesta Ud., le remito a las críticas actualísimas del dignísimo ciudadano norteamericano que se llama Waldo Frank, autor de un libro que en el día debe traducirse al castellano para curar la nordomanía de que hablaba Rodó. En lo concerniente a los métodos educativos de «la mejor democracia existente» podrán desengañar a Ud. de su ya envejecido modelo las recientísimas críticas de H. M. Kallen{6}, Upton Sinclair{7} y el clamor de los estudiantes con órganos tan admirablemente orientados como The New Student. Como Matthew Arnold a mediados del siglo pasado, cuando ya había empezado la monstruosa desviación y corrupción de las instituciones y de las costumbres en Norteamérica; hoy constatan Chesterton, Body, Russell, Keyserling, todos los visitantes ilustres, el desastre de la verdadera cultura y de la verdadera civilización norteamericanas en medio de la orgía del imperialismo bélico-industrial que lógicamente acaba de sancionar por medio de Coolidge el derecho de conquista en nuestro Continente... [173]

¡No, señor Lugones! por más que quiera Ud. oponer a los iberizantes comunistas y utópicos algún ejemplo práctico que los disuada de sus extraviados ensueños, no recurra Ud. a este de Norteamérica... En boca de un sudamericano las palabras de Ud. son sarcasmos ardientes, y por añadidura el ejemplo es falso.

Por lo demás, dejando de lado muchas otras observaciones que me sugiere su carta, la misma manifiesta desorientación y el mismo aturdimiento lastimoso de su pensamiento están demostrando cómo en nuestra época de ambición, de miedo, de deportemanía y de espada no suele bastar la cabeza de cada pensador, como Ud. pretende, con excesiva confianza en la capacidad individual, para organizar un pensamiento real y efectivamente articulado. Ya que es Ud. tan aficionado a los yanquis, sobre este punto le recomiendo la notabilísima obra de James Harvey Robinson, The Mind in The Making{8}; sólo temo que en vano buscará Ud. ahí una devoción tan grande como la suya por los «freebooters» y los «babbits» de Panamá, Nicaragua, Santo Domingo, &c. y hay tanto en este et caetera!...

Con la mayor consideración, soy de Ud. atento y seguro servidor

Edwin Elmore.

Lima, junio 12 de 1925.

 
——

{1} V. El Comercio, junio 12 de 1925. Lima.

{2} Repertorio Americano, enero 26 de 1925, San José de Costa Rica; Mercurio Peruano, núms. 77 a 79. Nosotros, Buenos Aires, febrero 1925.

{3} La Nación, febrero 19 de 1925: Información del Pacífico.

{4} Mercurio Peruano, número de septiembre y octubre de 1924.

{5} El Sol, mayo 1 de 1925, Madrid.

{6} Education, the Machine and the worker. Edición de The New Republic, 1925, New York.

{7} The Goose-Step, Mammonari y otra obras de este recio polemista.

{8} Harper & Brothers, New York and London, 1921. Por lo demás, la disconformidad de las mejores inteligencias norteamericanas en cuanto a los métodos políticos y procedimientos diplomáticos del oficialismo yanqui es ya bastante conocida para que pretenda ignorarla el señor Lugones. Además de la citada obra de Waldo Frank podemos recomendar, a quienes interese el estudio –tan necesario a los iberoamericanos– de lo que hemos llamado el Fenómeno del Norte, el libro de Matthew Arnold Civilization in the United States, Boston 1885, y su gemelo reciente del mismo título y que por subtítulo tiene: An inquiry by thirty Americans, Harcourt, New York 1922; Culture and Democracy in the United States, por H. M. Kallen, Boni & Liveright; la famosa y típica novela de Sinclair Lewis Babbitt, Harcourt 1922. Del mismo autor –que con H. L. Mencken forma una recia pareja dedicada a enérgica y aguda crítica social y literaria– acaba de aparecer Arrowsmith, otra obra llamada a obtener un gran éxito de librería. Como índices de la formación política reciente también sería útil recomendar American problems de William E. Borah y la Autobiografía de La Follette, cuya sexta edición acaba de hacer The Robert M. La Follette C., de Madison, Wisconsin.

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Congreso Iberoamericano de Intelectuales · Edwin Elmore
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