Las Dominicales del Libre Pensamiento
Madrid, domingo 11 de febrero de 1883
 
año I, número 2
página 2

[Fernando Lozano Montes]

A la mujer

¡Oh mujer! ¡Cuánto no daríamos por verte al lado de nuestra causa! Cuando madre, con el arrullo de tu canto deslizas en nuestro corazón las suaves pasiones que nos hacen buenos y piadosos; cuando joven, deslumbras nuestros ojos al cruzar a nuestro lado, dejando una estela de pureza; cuando esposa, desarrugas con tus dulces manos el entrecejo que fruncen en nuestra frente las contrariedades de la vida. ¡Cuánto, cuánto no diéramos porque tu corazón se juntara al nuestro en el amor de las ideas modernas! Si fuera dado a nuestra pluma convertirse en buril y esculpir una estatua que irradiara los sentimientos de igualdad, fraternidad, justicia, amor, verdad de que está henchida nuestra Edad, si lográramos tocar tu corazón qué triunfo el ver tu cuerpo rendido de adoración ante esa estatua, enviándole, amorosas plegarias! La civilización estaría entonces asegurada; el fondo de cada hogar sería baluarte inexpugnable para defenderla.

Pero ¡ah! nuestro Dios no tiene estatuas ni símbolos que lo representen; nuestro Dios es impalpable como la luz, invisible como el espíritu.

Desde que hemos puesto la pluma sobre el papel, hemos pensado en ti: los labios enseñados a maldecir, te van a inspirar horror a Las Dominicales del Libre Pensador. No los creas, por lo más sagrado. No quiere mal el hijo a la madre, el esposo a la esposa, el padre a la hija, el amante a su amada; y nosotros, que vivimos en la tierra y estamos enlazados con vosotras bajo todos estos lazos, y no os apartamos de nuestro lado como si fuerais el genio del mal y de la impureza; nosotros, que os amamos, os respetamos y veneramos vuestra memoria, no es posible que queramos vuestro mal.

¡Queréis decir que somos ateos, materialistas, impíos, herejes, réprobos! ¡Ateos, cuando adoramos con todo nuestro ser a Dios y queremos que siempre impere su ley en el mundo! ¡Materialistas, cuando clamamos contra la vida regalada que sostienen en palacios Papas, obispos y cardenales! ¡Impíos y herejes, cuando clamamos contra la impiedad y herejía de los que invocan la representación del Cristo que predicó la humildad y la pobreza, viviendo en palacios suntuosos! ¡Réprobos, cuando predicamos la unión y confraternidad de todos los hombres, el que imperen la bondad, la justicia y el bien!

¿No es el límite de la impiedad abusar así de la palabra que todo hombre religioso ve tocadas de algo divino?

Leed, mujeres. No tengáis miedo a la verdad, no tengáis miedo a la razón; pensad en que es evidente que Dios os ha dado el pensamiento, y Dios, que es el bien, no puede dar el mal; No opongáis la palabra del sacerdote, que ha podido por error o interés engañarse, a la palabra de Dios, que no engaña. Leed, y os probaré, claro como el fondo de arroyo cristalino, que os engañan con verdadera impiedad, so color de religión.

Os han dicho los católicos que todas las religiones que no son la suya, son tejidos de absurdos; que los que las siguen se condenan, que sus doctrinas son perversas, que llevan al mal.

Ved lo que dice alguna de esas religiones de vosotros: «La boca de la mujer, el seno de una virgen, la oración de un niño, son siempre puros;» y también: «No hay nada más puro que la luz del sol, el agua, el viento, el fuego y el aliento de una virgen.» ¿Es esto malo, es perverso, conduce al mal? Pues leed lo que dice respecto a la mujer casada:

«Cuando la mujer es feliz, toda la familia lo es igualmente. Las familias en que las mujeres viven en el dolor, no tardan en extinguirse; pero aquéllas en que se las hace dichosas aumentan y prosperan cada día.» «En toda familia en que el marido se mira en la mujer y la mujer en el marido, la felicidad está asegurada siempre.» «Los medios violentos contra la mujer, están absolutamente prohibidos por la ley.» «Cuando se honra a las mujeres, todas las divinidades están satisfechas; pero cuando no se las honra, todos los actos de piedad son ineficaces.»

¿No es arrojar baba sobre perlas excomulgar a las personas que lean estas doctrinas en la religión de nuestros antiguos hermanos los indos?

Oíd, oíd ahora, de un poeta inspirado por esa religión tildada de absurda, que expresa el ideal de su pueblo, como el Dante expresa el del cristianismo en la Edad Media, las palabras que pone en los labios de una mujer casada.

Se trata de la esposa de un príncipe que ha sido desterrado, y quiere seguirle a las selvas donde ha de cumplir su destierro. Él la ruega que no le acompañe para que no se exponga a los peligros cruentos a que ha de estar expuesto; ella le contesta:

«Un padre, una madre, un hermano, un pariente cualquiera, recoge sólo ¡oh noble esposo mío! en esta vida y en la otra, el fruto de sus obras, y no pertenecen a nadie más que a él. Un padre no tiene la recompensa o castigo por los actos del padre; cada uno engendra sus propios hechos, el bien o el mal para sí mismo, sin compartirlos con otro. Sólo la esposa devota a su marido obtiene la gracia de participar de la felicidad de su esposo. Te seguiré, pues, a todos los lugares a donde vayas. Separada de ti, no querría habitar ni en el cielo: te lo juro, noble hijo de Raghú, por tu amor y tu vida. Tú eres mi señor, mi maestro, mi guía, mi Dios mismo, iré contigo: tal es mi resolución última. Si tienes tanta prisa de ir a la espinosa e implacable selva, yo iré a ella delante de ti aplastando con mis pies las altas hierbas, y las espinas, a fin de abrirte un camino.

»Para una mujer honrada, no es un padre, un hijo, ni una madre, ni un amigo, ni su alma misma, quien debe trazarle el camino que debe seguir: su esposo es su voz suprema. No me prives de la felicidad de seguirte; arroja de ti ese pensamiento, como se arroja el agua que resta en el fondo de un vaso después de haber bebido. Llévame, héroe, llévame sin desconfianza; no hay en mis palabras engaño. El asilo inaccesible a tus pies, mi señor, es a mis ojos preferible a los palacios, a los castillos, a la corte de los reyes, a las carrozas de los dioses: ¡qué digo! al cielo mismo.

»Concédeme este favor: déjame acompañarte a esas selvas frecuentadas sólo por leones, elefantes, tigres, panteras y osos. Yo habitaré feliz en medio de los bosques, satisfecha de encontrar allí un asilo a tus pies; tan feliz de ver en aquellos lugares correr los días contigo, como si estuviera en los palacios del dios bienaventurado Indra.

»Tendré, como tú, por solo alimento, frutas y raíces; no seré en modo alguno para ti una carga pesada en las selvas. Deseo habitar con alegría a tu lado en esas regiones umbrosas, embalsamadas por el perfume de flores diversas. Allí, varios millares de años cerca de ti parecerían a mi alma no haber durado más que un solo día. El paraíso, sin ti, sería una morada odiosa; el infierno, contigo, un cielo ambicionado.»

Si esto, que está inspirado en los Vedas y en el Código de Manú, a no dudar, es impuro; si el clero encuentra condenable aquel Código donde se leen, sobre el mismo tema, estas palabras: «Un hombre no está completo sino cuando tiene mujer e hijo; los santos brahmas lo han dicho: el esposo y la esposa no forman más que una sola persona;» ¿qué de extraño es que se la diga que no puede leer Las Dominicales, porque se condenará también?

¿Y no percibes, mujer española que hayas leído lo que he trascrito, que hay en ello algo de lo que tú sientes y amas en el corazón? ¿No sientes que tú conocías eso antes de leerlo? Pues claro que sí: como que hoy se te puede probar que esas doctrinas, por lo mismo de ser tan puras y ser muy anteriores al cristianismo y a las escuelas filosóficas de Grecia, fueron aceptadas por los partidarios de la religión judaica y cristiana, como por otras varias. De modo que después de haberlas copiado la Iglesia católica, excomulga a los que quieren enterarse de ellas.

Esto se explica perfectamente, y no es achaque sólo de esta religión: lo es de todas las llamadas positivas.

Nuestra religión es otra: la religión del siglo XIX es confesar la verdad por todas partes, reconocerla do quier se encuentre, ya en libros de religión, de filosofía, en las obras de arte, en el fondo de la naturaleza o en la intimidad, de la conciencia y esparcirla como esparce el viento el polen de las flores, para convertir la tierra en una primavera eterna.

Madres, esposas, amantes hijas, sed amigas nuestras; inclinad vuestra frente a la verdad, mejor que rendir vuestra rodilla ante altares de materia.

Demófilo.

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