Las Dominicales. Semanario librepensador
Madrid, viernes 10 de octubre de 1902
 
año II, número 85
página 1

[Fernando Lozano Montes]

¡Gloria al Librepensamiento!

No os hemos engañado.

Os dijimos desde el primer anuncio del Congreso de Ginebra: ese Congreso revestirá excepcional importancia.

Los hechos lo han confirmado.

Se ha llegado aún más allá del deseo.

El Librepensamiento ha dado allí un estirón. Era hasta aquí un niño. Es ya un mozo pletórico de energías y de fuerza.

Nuestra aspiración tantas veces aquí manifestada de levantar un poder de libertad frente a Roma, contra Roma, para contrarrestar la guerra incesante que a la libertad viene haciendo Roma, está ya cumplida.

Por primera vez en la historia va a funcionar un poder internacional, resumen y condensación de todas las fuerzas revolucionarias del mundo, organizándolas, disciplinándolas y disponiéndolas a dar la última, definitiva batalla al poder tradicional.

Sí, todas las fuerzas de la revolución, todas, sin faltar una sola, han tenido su representación en el Congreso de Ginebra, y tendrán, por tanto, su participación y su influjo vital en el poder federal internacional allí instituido.

Allí ha estado representada la masonería por delegados de los grandes Orientes de Francia, Bélgica, Italia, España, &c.

Allí ha estado representado el radicalismo republicano, por sus apóstoles más reputados.

Allí ha estado representado el socialismo, por numerosos delegados, algunos de los cuales son parte en la dirección del socialismo universal.

Allí ha estado representado el anarquismo amoroso, el anarquismo ideal por su apóstol más afamado, Sebastián Faure.

¿Veis bien toda la grandeza del librepensamiento? ¿Qué ideal pudiera en el estado presente de la historia haber reunido en comunión estrecha a hombres y partidos que luchan con tanto encarnizamiento entre sí al tratar de resolver los problemas momentáneos de la vida?

La fórmula, pues, de juntar todas las fuerzas de libertad existentes en el mundo, con respeto pleno y absoluto al particularismo de cada escuela o partido, está hallada, esa fórmula es el Librepensamiento.

¡Como que es el generador de la Revolución!

La Revolución fue por el Librepensamiento, fue por la Enciclopedia, y el Librepensamiento es en sí mismo toda la Revolución.

No hay más que estos dos factores opuestos de la vida: Librepensamiento y Roma, Revolución y Tradición.

Roma es el dogma que se impone a los espíritus. Librepensamiento es el espíritu emancipado que rechaza todo dogma, toda imposición.

Por eso todos los revolucionarios que quieren establecer un nuevo régimen político y social conforme a los datos de su razón libremente consultada, son librepensadores, bien que algunos no lo sepan.

El republicano que quiere establecer un régimen político conforme al voto libre de la mayoría de sus conciudadanos, y no presidido por el rey ungido de óleo santo por Roma, es un librepensador.

El socialista que aspira a cambiar del fondo al colmo esta podrida sociedad, engendro del derecho divino, es un librepensador.

El anarquista, que rechaza todas las leyes que excedan del fuero íntimo de su conciencia, es la nota extrema en la gama del Librepensamiento.

La Masonería, depositaria del pensamiento de la Enciclopedia, conservadora de las tradiciones filosóficas que demolieron el dogma, es esencialmente librepensadora.

Por eso los republicanos conscientes, los socialistas conscientes, los anarquistas conscientes, los masones conscientes, al reunirse en el Congreso de Ginebra han dicho: –Todos en la esfera del pensamiento somos unos; todos queremos sacar de dentro de nosotros mismos un mundo nuevo repleto de justicia y de humanismo, bien que cada cual elija el camino que crea más firme para conseguirlo; todos además, tenemos el mismo enemigo: Roma.

He ahí la grande, la inmensa, la colosal obra realizada por el Congreso de Ginebra.

Las fuerzas de libertad estaban dispersas. Ya están unidas.

La conciencia de la democracia internacional está hecha. Ella va a iluminar con su plena luz en lo sucesivo los pasos de loa pueblos.

* * *

Por primera vez, va a hacer una vida internacional en el mundo.

Cada nación tendrá su Comité librepensador compuesto de diez miembros. Esos Comités, además de estar en comunicación constante, se reunirán periódicamente en las principales ciudades de Europa para resolver las cuestiones del día o imprimir la dirección conveniente en cada hora a las fuerzas liberales del mundo. Cada tres meses se celebrará un almuerzo internacional, ya en París, ya en Bruselas, ya en Francfort, Milán, Barcelona, Madrid, &c., al que acudirán los miembros del Comité de cada nación.

Esos Comités nacionales tendrán en sí mismos la mayor representación posible de fuerzas populares para que, al condensarse todas en las reuniones, asuman una fuerza popular internacional, cuya magnitud y cuyo peso justiciero exceda a todo lo conocido en la Historia.

Una prueba del entusiasmo con que los inteligentes y discretos delegados franceses han tomado el asunto es que, apenas llegados a París, ha constituido su Comité francés, ilustrado con estos nombres:

M. Charles ARNOULD, alcalde de Reims; Víctor CHARBONNEL, director de La Raison; DELPECH, senador del Ariége; Gustavo HUBBARD, diputado de los Bajos Alpes; MESLIER, diputado del Sena; E. PASQUIER, antiguo secretario general de la Federación francesa, PETITJEAN, senador de la Niévre; ZEVAÉS, exdiputado de Grenoble.

Señoras Suzanne PELLONTIER, del Consejo central de la Federación francesa; ROCHE, del Librepensamiento de Lyon.

En Bélgica se formará un Comité de igual altura.

En el de España entrarán los diputados radicales y alcanzará la mayor suma de representación popular.

Y bien; henos ya en camino de resolver el más vital y apremiante de los problemas, el problema de la paz del mundo.

Mañana, los Gobiernos caducos y podridos por saciar infames egoísmos nacionales, dirán: «Queremos la guerra».

Y apenas el rumor de esa resolución haya llegado a nuestros oídos, la Federación internacional, reuniéndose de súbito, gritará a los pueblos: «Desobedeced a vuestros gobiernos, arrojad las armas homicidas y abrazaos gritando: ¡Viva la paz!»

¿Cómo podrán resistir los Gobiernos nacionales la fuerza de ese poder internacional que representará las fuerzas populares de todas las naciones, fuerzas que son las mismas que han de llevar sobre los hombros cargado el fusil?

¡Hombres de la paz: alegraos, vuestro día se acerca!

Las Sociedades de la paz han sido impotentes, porque carecían de fuerza popular. El Librepensamiento impondrá la paz porque asumirá para este objeto la dirección de todas las fuerzas populares del mundo.

Y sucederá así lo que suceder debía: los siglos religiosos han sido siglos de guerra. Los siglos librepensadores, donde toda imposición de la fuerza será rechazada, serán siglos de paz.

Sabios, industriales, Sociedades de la paz, hombres pacíficos de todas las escuelas y todos los ideales: venid a nosotros; agrupaos en torno de la Federación librepensadora; esa federación llena de humanismo y de tolerancia es la paz.

* * *

Todo ha sido hecho allí conforme a nuestras previsiones, de acuerdo con nuestras palabras.

Decíamos en Las Dominicales del 8 de Agosto:

«Sobre la cabeza de ese ejército innúmero flotará una bandera, no más que una bandera, la bandera de la humanidad izada por la gran Revolución. Queremos, quiere el Congreso de Ginebra, la libertad para todos, la igualdad para todos, la seguridad para todos, la prosperidad para todos.
No más castas, no más privilegios, no más reyes, no más clérigos, no más opresión cesarista y capitalista.
Así, el Congreso de Ginebra va a levantar en su mano la bandera francesa y no más que la bandera francesa. El espíritu del pueblo francés consciente, ese que ha traído y sostiene la República está allí.
Y, por tanto, el poder republicano francés, ese poder que lucha a muerte con el clericalismo, está también allí.
Una íntima, una secreta simpatía enlazará así el Congreso con un poder organizado que cada día adquiere más vastas proporciones, y si bastó a Lutero la protección de un sólo señor alemán para hacer triunfar la Reforma, ¿qué no puede esperar el Congreso ginebrino, protegido como estará por la potente República francesa?
No es ya por eso una opinión flotante ni una masa inorgánica lo que el Congreso va a representar. Su alma está encarnada en una potencia viva y efectiva del mundo: la República francesa. Y prueba viva y prueba efectiva de esta verdad es que, por primera vez y por una suerte de instinto van a ir a un Congreso librepensador representaciones de la mayoría gubernamental de la República francesa, esto es, órganos esenciales del Gobierno francés.»

Y ahí lo tenéis comprobado por los hechos: al calor del Congreso de Ginebra se ha formado un grupo de diputados franceses, de esos diputados que entran en la mayoría gubernamental, agrupación que llevará el título de grupo librepensador de la Cámara.

¡Qué inmensa conquista del librepensamiento!

Eso es algo nuevo en los fastos parlamentarios; pero que tenía lógicamente que suceder.

Al fin, el Gobierno actual francés no es más que eso, un Gobierno librepensador. Su batalla contra las congregaciones no tiene otro fundamento, otro sustentáculo que el librepensamiento.

Lo acabamos de decir: no hay más que dos ideales opuestos, revolución y tradición, librepensamiento y dogma.

Por eso la parte más consciente de la Cámara francesa, la que sabe mejor, de donde viene y a donde va, la que se constituye en guardián más legítimo del principio de la revolución, no ha dudado en aceptar el nombre más propio y genuino que le corresponde, y más en estos momentos de lucha contra Roma, y por eso se va a llamar sin distingos femeniles grupo librepensador.

¡Y qué grupo! Desde la primera hora en la lista formada en el mismo Ginebra contaba ya más de 40 diputados y varios senadores.

¡Honor a esos diputados conscientes! Ellos, y no esos nacionalistas atávicos, ellos sí que han comenzado a trabajar por la gloria de la Francia.

El mundo pensante reunido en Ginebra ha dicho: «Francia, tú eres mi madre». Pero no la odiosa Francia del imperio y del catolicismo, no la odiosa Francia de los nacionalistas, de los cesaristas y de la Virgen de Lourdes, sino la Francia de los derechos del hombre.

Así, al declararse francamente librepensadores los diputados de la Cámara francesa, se han colocado a la cabeza del movimiento del humanismo universal; han aportado a su Gobierno las fuerzas de libertad de todos los países en la terrible lucha que sostiene contra el clericalismo, y han identificado como lo quiso la revolución, los destinos de Francia con los destinos de la humanidad.

El acto realizado por los discretísimos y elocuentes diputados franceses en el Congreso de Ginebra, ha sido así de la más alta y delicada política. Sin duda, van a prestar inmensas fuerzas a la libertad del mundo; pero van a recibir muchas más, porque todo el movimiento liberal de la tierra va a afluir hacia París, que de una vez y para siempre, vamos a levantar frente a Roma como la Sede intangible del nuevo mundo humano que va a sustituir al caduco mundo cristiano.

Que no teman en Francia, los que confunden el miedo con la prudencia, que ese matiz de radicalismo que van a tomar fuerzas esenciales del gobierno republicano francés ponga en peligro la República. De haber el menor asomo de peligro, de mermarse en lo más mínimo el poder republicano, nosotros hubiéramos sido los primeros en aconsejar la abstención a los promotores de la luminosa idea de formar el Congreso librepensador de la cámara, porque la República no sólo es necesaria a la Francia, es necesaria a Europa, es necesaria al mundo, como que es la columna sobre que se sostiene la democracia universal.

Pero es ese, de la lucha contra Roma, un terreno que excita las simpatías de los más fuertes poderes reinantes. No solo acompañan a Francia en esa lucha todas las fuerzas democráticas de las naciones latinas, que ya van imperando, sino por ley natural, y aunque no se muestren en lo externo, las secretas simpatías de las potencias del Norte, incluyendo sus gobiernos, que sienten allá en lo más íntimo de su ser odio inextinguible hacia el lobo romano. La República francesa se verá así asistida secretamente por todas las fuerzas vivas del mundo y los diputados librepensadores y los senadores librepensadores, podrán por tanto, con libertad plena de acción, dar tajos y mandobles contra el Vaticano, sin temor a complicaciones exteriores, diciendo:

«Aquí que no peco.»

Ese hecho parlamentario que, al consumarse, va a tener una resonancia inmensa determinará hechos análogos en todos los parlamentos de las naciones latinas, y Francia va a ver una cosa con que ni siquiera sueña, Francia va a ver que los parlamentos de más de veinte naciones, respondiendo a su voz, van a formar también sus grupos parlamentarios librepensadores, estableciéndose en un día una vida parlamentarla internacional de la que han de sacarse los más grandes frutos para la libertad de los pueblos y para el apoyo de la República francesa.

Tal va a suceder de hecho con los parlamentos de nuestras Repúblicas hispano-americanas donde se formarán bien pronto grupos librepensadores, mediante los cuales aquellos países, saliendo de su aislamiento mortal, van a fecundarse con la savia de la civilización europea, a la vez que a contribuir como es su deber a la evolución general humana que se está cumpliendo en la Historia. Sin duda, la grande obra del Congreso de Ginebra va a proporcionar a las Repúblicas ibero-americanas el bien fecundo de apartarlas de la política de campanario en que consumen y resuelven estérilmente sus fuerzas para entrar en la comunión universal del pensamiento y la vida internacional moderna.

* * *

¿Queréis más frutos de la Asamblea celebrada en Ginebra? ¿Queréis más frutos que haber echado el primer germen efectivo de una vida internacional, haber hecho surgir nuevos grupos en la historia parlamentaria, haber arrojado los sillares más firmes y seguros de la paz futura y haber de despertar a la vida internacional a pueblos enteros que hoy vegetan en la inacción y en la impotencia humana?

Pues todavía hay más que enumerar.

Pero sería aumentar inconsiderablemente vuestra fatiga, el tratar de ellos hoy.

Lo haremos el día siguiente.

Entre tanto, comprenderéis bien que nos sobra justicia para gritar:

¡Gloria al Librepensamiento!

Demófilo.

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