Las Dominicales. Semanario librepensador
Madrid, viernes 24 de Enero de 1908
 
año IX, número 361
páginas 1-2

[Fernando Lozano Montes]

Veinticinco años de batalla

En un cuarto de siglo de batallas que vamos a cumplir, hemos hecho un periódico que es una fuerza de libertad mundial.

En el extranjero.

El lugar presidencial ofrecido a la representación española en los Congresos internacionales de Ginebra, de Roma, de París, que no alcanzaron potencias políticas de primer orden como los Estados Unidos, prueba que España ha venido a ser una de las primeras potencias en el mundo de la libertad.

En tal concepto, se otorgó a nuestra publicación, en el Congreso de Ginebra, la alta representación que ostenta de órgano de la Federación Internacional de Librepensadores en España, Portugal y América.

Producto inmediato de aquella delegación, fue la constitución del Comité nacional argentino, con tal fortuna y robustez, que a los tres años reúne un brillante Congreso Internacional en Buenos Aires.

Nuestro periódico organizó ya en 1892 un Congreso Internacional en Madrid que, según declaró Furnemont en el de Ginebra, fue el más importante de los reunidos hasta aquella fecha. Congreso que celebró sus sesiones en el mayor teatro de esta capital y ante cuyas proporciones crecientes el gobierno de Cánovas lo mandó clausurar.

Por su antigüedad, su renombre universal, su influjo en las masas populares, sus procesos ruidosos y la lluvia de excomuniones y sentencias caídas sobre su cabeza en su trágica historia, Las Dominicales es el primer periódico de su género en el mundo.

En América.

Desde el primer día de su aparición, Las Dominicales fue un periódico americanista. Nosotros dijimos parodiando a Luis XIV:

Ya no hay Océano.

Y lo hemos conseguido, ¡vive el cielo!

Al Congreso de 1892 enviaron sus adhesiones todos los pueblos hispano-americanos despiertos a la vida ideal.

Y por cierto que aquel hecho produjo una impresión de asombro y respeto en los congresistas europeos que vinieron a visitarnos. Creyeron asistir al despertar de una nación, y se encontraron con el despertar de una raza. Aquella dilatación de los horizontes del Librepensamiento por un vasto continente joven y repleto de esperanzas, les llenó de sorpresa y alegría. Allí arraiga nuestro crédito internacional.

Al recordar Furnemont esta impresión en el Congreso de Ginebra y decir que en aquel grandioso Congreso de Madrid había habido entre los delegados un embajador, el de México, el Congreso prorrumpió en un aplauso unánime en honor de España.

Cuando al año siguiente nosotros, desde la presidencia del Congreso de Roma, declaramos que llevábamos la delegación de la Masonería Argentina y de toda la América pensante que, si separada por el absolutismo, se volvía a juntar por el Librepensamiento, otro aplauso unánime estalló en el Congreso.

La llegada reciente a Madrid de un diputado americano lleno de prestigios y talentos para clavar sobre nuestras columnas la «bandera de Pelayo», asociada al «ideal de Bolívar», para afirmar la unificación de la raza hispana en el mundo, es la proclamación grande y ruidosa del triunfo de nuestra política americanista.

Otro triunfo alcanzado en esa misma dirección ha sido traer al Congreso, por la elección última, una representación especial americana.

¡Aspiramos a más! Aspiramos a traer al Congreso de Madrid representantes genuinamente americanos, naturalizados en América, como Vargas Vila, Madueño, el doctor Sainz, todos los que por la grandeza de su pensamiento nos pueden prestar algo. Es aquí sólo donde tienen teatro capaz para desarrollar y ostentar sus facultades geniales de propagandistas y de gobernantes, dado que en sus reducidos Congresos les falta ambiente para ello.

¿Que la Constitución se opone, por exigir que los diputados sean ciudadanos españoles? Pues se hace una ley previa declarándoles ciudadanos por gracia especial, se reforma la Constitución o se proclama a mano armada la República, que destruirá esos escrúpulos de monja. El interés de la raza está por encima de las rutinas legislativas. Si los fabricantes van a buscar sus máquinas a la nación que mejor las produce, no vemos la razón de no ir también nosotros a buscar nuestros legisladores a la mejor nación que los produzca.

Ya no hay que dudar. La ola de unificación hispano-americana, saludada con férvidos aplausos por el universo pensante en los Congresos librepensadores, crecerá y crecerá sin cesar. Los triunfos pasados, son prenda de los triunfos futuros.

Con Portugal.

Las Dominicales convive con el pueblo portugués en una íntima confraternidad.

El propio interés que por la familia democrática española, hemos mostrado por la familia democrática portuguesa.

Por ello, tenemos el honor de ser la publicación española más odiada de los opresores del pueblo portugués, a punto de que recientemente Juan Franco pidió al gobierno español, mediante el embajador de Portugal en Madrid, que se nos denunciara y procesara.

Pero, por lo mismo, hemos conquistado el amor de todo el Portugal consciente. El tribuno que supo levantar el ánimo del pueblo portugués inspirándole pasión arrebatadora por los ideales republicanos y federalistas, Magalhaes Lima, está identificado absolutamente con nosotros y lleva su bello corazón palpitando al lado del nuestro.

El que hace en Portugal cabeza, por su incomparable talento entre la juventud madura, França Borges, que con su O Mundo ha sido el cerebro impulsor del grandioso movimiento republicano que lo va llenando todo en Portugal, llevando el terror al palacio y descomponiéndole hasta tener que acudir a la dictadura, França Borges declaraba en célebre acto que había aprendido el español en Las Dominicales.

Nuestro periódico ha roto el hielo que separaba a portugueses y españoles. Lo que falta que hacer lo hará el tiempo.

En España.

¿Quién había pronunciado aquí ni siquiera la palabra Librepensamiento al aparecer Las Dominicales?

Preocupaba a la democracia española la cuestión de República, de federalismo, de revolución, de socialismo. Las divisiones entre federales orgánicos y federales pactistas, entre revolucionarios y evolucionistas, entre partidarios de Ruiz Zorrilla y Castelar, entre los de Pí y Figueras; he ahí lo que llenaba toda la atención en el campo republicano.

—Todo eso es subordinado –vinimos nosotros a decir–; la cuestión batallona en España es la religiosa. ¡Abajo la Iglesia! ¡Viva el Librepensamiento!

¡Qué movimiento de escándalo y de horror!

Imposible narrar, ni aún las peripecias capitales de la lucha empeñada.

Rodeados de los enemigos más formidables que en cada pueblo cuentan con una o más fortalezas en sus iglesias y conventos, y con muchedumbres de mujeres y hombres fanatizados, nos metimos en el combate con el pecho abierto, no llevando en las manos otras armas que una pluma.

Los fiscales nos gritaban: –¡A la cárcel! Los clérigos: –¡Al infierno! El capitalismo: –¡A la miseria! Y cuando empujados por tantas manos sentíamos el cuerpo vacilar y buscábamos algún soporte en que apoyarnos, sólo encontrábamos el vacío.

Pero marchamos, marchamos sin vacilar siempre a lo alto.

Y vencimos.

Lo que quisimos es.

La cuestión que nosotros pusimos es la que al fin se ha puesto al país todo entero. El grito de Electra resuena por encima de todos. Los propios gobernantes que nos perseguían se han tenido que llamar anticlericales para representar algo en la opinión, llegando las cosas a punto de haberse declarado un ministro del rey, desde el banco azul, librepensador. Las dos crisis últimas han versado sobre esa cuestión, y ya los españoles están divididos fundamentalmente en dos bandos: clericales y anticlericales.

Esto es, que el tirón dado por Las Dominicales para traer la opinión hacia el terreno que señalara, lo ha vencido y arrollado todo.

Movimiento laico.

Y a la vez que impulsábamos las ideas impulsábamos los hechos.

El Librepensamiento se vive con creciente pujanza en España.

La enseñanza laica y los actos civiles se van generalizando por todo el país.

Los centros republicanos de las grandes ciudades fundan a su lado escuelas laicas de niños y niñas al modo que en la Reforma religiosa las capillas evangélicas ponían también a su lado la escuela.

Diariamente se celebran por todo el país registros de nacimiento, de matrimonio y de defunción, con independencia absoluta de la Iglesia, y esos actos suelen revestir, hasta en las aldeas, proporciones inusitadas, concurriendo a ellos el pueblo entero para demostrar su sed de emancipación y su protesta contra un sacerdocio, cada día más execrado.

La prensa republicana se puede decir que es en totalidad librepensadora, lo mismo que la socialista y libertaria; bien que por razones de prudencia explicables no se atreva en todas las comarcas a romper con la Iglesia. En cambio, se ha visto aparecer semanarios de carácter genuinamente librepensador, con bandera desplegada, aun en ciudades de vieja cepa católica, y algunos diarios de las grandes ciudades vienen haciendo ruidosas campañas demoledoras del catolicismo romano.

Oíd la última noticia en este orden:

Una docena de valientes hijos de un pueblo valenciano escriben a Guisasola, arzobispo de Valencia, anunciándole que se han separado de la Iglesia. Los clérigos del pueblo, metidos en furor, amenazan a las esposas de los separatistas con todas las penas del infierno, añadiendo que si los disidentes no vuelven al redil católico, publicarán sus nombres en el púlpito y después los pondrán de manifiesto en un cartel que se fijará a la puerta de la Iglesia para servir de mofa como impíos y herejes. –Pues pónganos usted a nosotros también, padre cura, contesta un grupo mayor de vecinos que ha formado otra lista y se dispone a enviarla al arzobispo.

—¡Y a nosotros! –añaden grupos nuevos formados en pueblos vecinos, como Alginet, que ya han enviado sus listas al palacio arzobispal de Valencia.

¡Esto es hecho!

España, descatolizada, se hará la nación más libre y más humana del mundo.

La obra republicana.

De par con la campaña librepensadora hemos llevado siempre la campaña política.

La República es la espada del Librepensamiento. Sin ella es imposible poner fin a la casta sacerdotal. A su vez la República necesita del Librepensamiento. Sin pensamientos emancipados no hay gobierno del pueblo por el pueblo. Un pueblo que dobla la rodilla al sacerdote reconociéndole su soberano, claro es que no gobernará por sí mismo sino que será el instrumento de la voluntad sacerdotal. Catolicismo y República son incompatibles.

Desde el día de su aparición, enarboló, por eso, nuestro periódico la bandera republicana.

¿Qué República? Todas con tal que fueran proclamadas por la voluntad soberana del pueblo.

¿Procedimientos? Uno previo, sobre todos: La unión.

Sin unión, no hay triunfos electorales ni hay triunfos revolucionarios.

Desde el primer número de nuestro periódico comenzamos a gritar: «Unión, unión entre la gran familia republicana.»

¡Qué de esfuerzos derrochados en esa empresa!

«Cuatro leones no tiran de un carro», había dicho Figueras con su lenguaje sintético.

No había medio de juntar a los cuatro viejos caudillos republicanos.

Nosotros no desesperábamos, empero.

Y a fuerza de paciencia y de labor conseguimos la unión de la prensa primero, luego la coalición de los jefes, después la fusión de una gran masa republicana. Finalmente, la absoluta unificación.

La gran Asamblea de Marzo representaba el triunfo de nuestra política unificadora, y se sabe la parte saliente que tomamos en su organización como delegados de la Asamblea de fusión que acordó convocarla, como se sabe también que fue a nuestras columnas a donde, como por instinto, acudió la masa general a expresar su júbilo y a ostentar sus adhesiones y delegaciones, que llenaron muchos números de nuestro semanario. De suerte que nuestra tenaz política de unificación republicana tuvo el coronamiento más feliz, y la opinión republicana toda entera aclamó con frenesí la bandera de unión izada por nuestro periódico en su primer número, como la opinión nacional, toda entera, ha venido a confesar que el problema cardinal de la vida española puesto en aquel número, es, en efecto, el que tiene la prioridad entre todos los que se disputan la atención nacional.

Resumiendo.

Resulta así, de toda evidencia, que Las Dominicales, después de veinticinco años de la más cruenta batalla, ha venido a ser una fuerza de libertad mundial; el órgano oficial de la emancipación de una gran raza repartida en dos mundos; el lazo más estrecho de la unificación de la América española con su vieja madre patria; el vínculo de aproximación más vivo y amado de las dos naciones peninsulares; la bandera de la emancipación de la conciencia nacional; la palanca del movimiento laico, y el cimiento firme o inquebrantable de la unificación republicana, al que acudirán imperiosamente cuantos con alma recta y honrada quieran reconstituir la unión perturbada, como acudieron la vez anterior, seguros allá en el fondo de su alma de que en ninguna otra dirección encontrarán apoyos más desinteresados y generosos, porque están contrastados con un cuarto de siglo de batallar incesante, sin sombra alguna de buscar en esa labor recompensa alguna personal.

Medios.

¿Medios para hacer esas ruidosas campañas que han conmovido los cimientos de la Iglesia nacional, arrastrando hacia orientaciones nuevas la política nacional y levantado el nombre de España en el inundo?

Cero.

En cualquier nación, en Francia, en Alemania, no digamos en Inglaterra, no digamos en los Estados Unidos, un periódico así hubiera tenido a montones los medios económicos para desenvolverse. Ahora mismo en Italia acaba de fundarse el primer periódico genuinamente librepensador, La Razón, de Roma. Pues bien; para comenzar se han reunido ya por suscripción privada entre italianos peninsulares y residentes en América, ciento setenta mil francos. Y la tierra está llana en Italia para estas campañas, mientras que en España estaba sembrada de escollos.

No hay nada más egoísta que el liberalismo español. Todas esas montañas de entusiasmo que produjo la Asamblea de Marzo, ¿a qué se redujeron al llegar la hora de la cotización? A menos de doscientas mil pesetas. Y eso lo dieron en general los pobres, los que se lo quitaban del pedazo de pan de cada día.

Una indicación de Don Carlos basta para que sus adeptos le entreguen millones. Ahora mismo una mujer española ofrece cerca de cinco millones de pesetas para fundar una Universidad católica. Nada parecido se ve en el liberalismo español. Pasarán de veinte los millonarios republicanos peninsulares y muchos más los residentes en América, y ninguno ha sido capaz de acercarse a Salmerón y decirle: –Ahí tiene usted un millón para el Tesoro de la República.

Imaginaos los sudores que en un país así habremos tenido que derramar para sostener Las Dominicales.

Todo lo que teníamos, sin reservarnos nada, lo hemos aplicado a esa obra.

Sobre nuestro patrimonio familiar, hemos ofrecido en holocausto al periódico las dos carreras que poseíamos.

La militar, en la que, número primero de una numerosa promoción, éramos el primero en el amor de nuestros compañeros a costa de actos y servicios desinteresados y puros en cerca de veinte años de profesión. ¿Qué hubiéramos pedido nosotros allí que no se nos hubiera otorgado?

Sólo por ese lado en sueldos dejados de percibir y derechos renunciados, nos deberá el periódico más que todo lo que han dado los republicanos peninsulares para el Tesoro de la República.

No hablemos de la carrera universitaria que, si menos retribuida, concertaba mejor con nuestros gustos, y se nos abrió desde el primer día por lo más alto a punto de que, aun antes de doctoramos, fuimos llamados a ocupar una de las clases más difíciles de la Universidad, donde fracasaron eminentes oradores, mientras nosotros la explicamos y gobernamos entre unánimes respetos e inalterable paz.

Sí; a todo hubimos de renunciar; a provechos y honores para entregarnos enteramente con alma y vida a esta batalla desigual, y ser sólo lo que hemos venido siendo y somos: un Demófilo.

¿Pero qué representaban los medios que nosotros hemos podido ofrecer para lo que exigía empresa de las proporciones colosales que ésta que perseguimos?

Estrechados de todas partes por enemigos poderosos y sin escrúpulos, que han opuesto por todo el país murallas y murallas a nuestras propagandas, el derroche de energías que hemos hecho ha tenido que reducirse a un círculo muy limitado de acción, cuando ayudados convenientemente y con manos libres para obrar, hubiéramos convertido el país en un incendio de entusiasmos libertadores que nadie podría apagar.

¡Torpes y ruínes que habéis sido!

Recompensas.

¿Recompensas ofrecidas a nuestro derroche de audacias, de trabajo y de sacrificios?:

El Dolor.

Dolor cruento, dolor angustioso, dolor exasperado.

Porque para que viviera el periódico han tenido que morir muchas cosas. Durante años y años ha estado cubierto con un manto de tristeza y cerrado a toda relación exterior un hogar que tenía conquistado su derecho a la vida. ¿Es que no se había cometido un abuso cruel al rasgar los títulos de propiedad de ese hogar que le aseguraban una existencia honorable y desahogada? Natural y humano es que en tales condiciones, al sentir la mordedura de las privaciones diarias, la protesta, subiendo a los labios, hiciera murmurar: –¡Tanto para los demás y para nosotros nada!

¿Es vida vivir en un medio donde los ojos que más amáis os dirigen miradas de reproche veladas de lágrimas?

Al problema de la vida familiar se unía el de la vida del periódico, renovado invariablemente cada semana. ¿Sé podrá imprimir? ¿Dónde? ¿Cómo?

Entretanto la noticia fatal de que se ha denunciado el número anterior secuestrando la edición, lo que representaba la ruina; la campanilla anunciando la llegada del alguacil con la cita para el juzgado; el aviso de la prisión próxima o de la emigración inevitable.

¡Otras subidas al Calvario duraron un día, y a su fin se descansó! ¡Esta se ha renovado todos los días durante años, sin ver llegar nunca la hora del descanso!

* * *

Lo que falta que hacer.

La obra del Librepensamiento Internacional se encuentra en plena gestación.

El éxito creciente de sus Congresos Internacionales acredita que el mundo está preparado para recibir nuestro ideal.

Un sólo congresista italiano va a Ginebra en 1903 y la chispa de entusiasmo que lleva a su país al regresar, es bastante para producir el incendio del Congreso de Roma y el movimiento arrollador anticlerical que ha elevado a un masón y librepensador a la alcaldía de Roma.

Un sólo congresista bohemio va al Congreso de Roma y basta para traer ese otro incendio de entusiasmos representado por el Congreso de Praga, que se está propagando por toda la Europa central y oriental.

El Congreso de Bruselas en 1910 debe ser algo de condiciones jamás vistas por su grandeza y por su influjo bienhechor en la tierra.

* * *

La obra de amor, de intimación, de unificación fraternal de las Repúblicas americanas, necesita imperiosamente de nuestro concurso. Nuestro periódico es su bandera. Ya hemos juntado a todos los espíritus despiertos a la vida ideal en el Librepensamiento. Nadie puede influir como nosotros para juntarlos en un derecho común, en una patria federativa común.

* * *

Y para traer la República, ¿dónde encontraréis una fuerza que supere a la nuestra?

¿Es que si nuestro periódico hubiera contado con medios no tendríamos ya la República?

Lo que hay es que nosotros no queremos contratos con la derrota.

Pero allí donde se han presentado clarezas de victoria, ¿no nos habéis visto marchar con pie rápido y seguro al triunfo?

La iniciativa sería de otros, pero la organización de la obra de la Asamblea de Marzo, aquel golpe de efecto, aquel exitazo, increíble aún el día antes de la reunión de la Asamblea, ¿quién lo dirigió? Preguntadlo a nuestros compañeros de Comisión. Todos se portaron admirablemente, todos trabajaron con fe insuperable, ¿pero quién dio la fórmula? ¿Quién redactó los Manifiestos? ¿Quién preparó la unanimidad absoluta, plena, y desvaneció las nubes que el día antes de la reunión se ofrecieron para presentar ante el país aquella montaña de pensamientos, opiniones y voluntades unánimes?

Había desaparecido en la discordia y el fracaso la Junta municipal republicana madrileña; pusimos la mano en ella y se levantó prestigiosa como nunca.

¿Creéis que esa mano que sacó de su rincón a Galdós diciéndole: –Usted será diputado, y que, alargándose sobre el Océano trajo desde Buenos Aires a Calzada, no puede en circunstancias dadas sacar de un tirón esa República que palpita en el corazón del pueblo?

No; no podéis prescindir de nosotros, porque somos una fuerza popular irreemplazable. Es que somos la Cenicienta del republicanismo español. Para nosotros, el trabajo; para los demás, la recompensa. ¡Y el pueblo ama las Cenicientas!

Lo habéis leído en el número anterior: los campesinos extremeños declaran que se han dejado guiar siempre de nuestro consejo, con el cual han marchado por el camino del honor y del triunfo. ¿Qué desorientación general si falta ese consejo sano y puro al sencillo pueblo tan fácilmente sugestionable? Conocedores por nuestra larga experiencia de hombres y cosas, y colocando nuestro cuerpo fuera de todo roce interesado en las luchas por conquistar poderes y honores, nuestro voto es decisivo para la masa general.

El artífice.

Y, sin embargo, siendo ingenuos, a vueltas de todo, lo peor en esa inmensa obra del Librepensamiento español, es lo que nosotros hemos puesto; lo esencial, lo bello, lo grande, lo has puesto tú, ¡oh pueblo del Romancero y del descubrimiento de América!

Pocos días ha, admirando en el taller de Benlliure, delante de un bloque de mármol, las formas esculturales que iban apareciendo en relieve sobre la superficie, radiantes de belleza, como la Venus que surge en las aguas, de rodillas sobre la concha nacarada, nos decía el artista con sonrisa sencilla:

—No; yo no hago nada; todo eso estaba hecho en el fondo del mármol; me limito a sacarlo fuera.

Pues eso hemos hecho nosotros; devastar, pulir, toscamente, es verdad, el inmenso bloque popular para que fueran revelándose y ofreciéndose a los ojos las infinitas, soberanas bellezas que encierra.

Ese ha sido el secreto del éxito de nuestro periódico. No hemos hecho una copia, hemos dado forma a una creación original.

Ni francesa, ni alemana, ni inglesa, ha sido la obra de la revolución de la conciencia nacional, sino pura, genuinamente española. Para hacerla, hemos encerrado con llave en el armario a Lutero, a Calvino, a los enciclopedistas y a Voltaire, como Lope de Vega encerraba a los clásicos griegos y romanos para sacar del fondo del «vulgo necio» el primer teatro del mundo moderno.

Los amores, los odios, las rebeldías, las cóleras, los ayes de derrota, los gritos de victoria del pueblo español, su pasión sublime ideal, su sed de justicia y de bien, sus ensueños de grandeza, todo ese inmenso tesoro de cualidades insuperables que la Historia ha ido depositando en el bloque hispano; he ahí la materia sobre que constantemente ha ido ejercitándose nuestro tosco cincel, modelándola, perfilándola, pulimentándola, conforme brotaba virginalmente del bloque, y dándole enlace y cohesión para que formaran un todo unido.

Lo bello es tuyo; lo incorrecto y desmanado, nuestro.

Influjo internacional.

Y no sólo has hecho tú, pueblo, la obra del Librepensamiento nacional, sino que has contribuido en primera línea a la obra del Librepensamiento internacional.

El cerebro impulsor de esa obra, Furnemont, no ha quitado los ojos de tí, no se ha cansado de mirar hacia tí, no ha tenido inspiración superior a la tuya.

¿Luchar en Francia contra la Iglesia? ¡Cuán fácil! Y, sin embargo, han tenido que dar allí tregua a todas sus luchas los partidos populares para poder, dirigidos por el Gobierno, hacer la Separación.

¿Luchar en Italia, en la Italia de Garibaldi, en la Italia donde acaba de caer en pedazos el trono temporal entre salvas de aplausos del pueblo, donde ha regido en lo alto un rey excomulgado? ¡Qué fácil también!

¿Pero aquí en España? ¡En la España de las guerras civiles y de la unidad católica, bajo un trono restaurado que abría las fronteras a los frailes de todos los disfraces y se amurallaba entre líneas concéntricas de conventos!

Todo esto, desde su posición estratégica que le permitía abarcar el campo entero de la lucha, lo veía bien claro Furnemont, en cuya bella y fuerte alma se despertó un intenso amor hacia España, repleto de ternuras.

Testigo de ello fue el Congreso de Ginebra.

Yo llegué allí con los ojos turbios y el alma traspasada de dolor por la pérdida de una mitad de mi corazón, que acababa de experimentar.

Era el primer Congreso Internacional a que asistía, y salvo dos rostros, los demás me eran desconocidos. Estábamos en un salón de comisiones lleno de congresistas. En el ardor de la batalla comenzada por la República vecina, numerosos diputados franceses habían invadido el Congreso, buscando en el Librepensamiento internacional un apoyo a su obra. Yo me mantenía silencioso y atento oyendo a todos. Hubbard, otro amante de España, diputado francés, que presidía, dijo antes de terminar: –Lozano, háblenos usted de España.

Deferente y respetuoso, hablé de nuestras batallas entre un movimiento de curiosidad silenciosa y creciente. No hacía un discurso, relataba hechos: la furia desesperada del sacerdocio al ver erguirse nuestro periódico que cubre de excomuniones y expone a la excitación universal desde todos los pulpitos de España. El estallido de alegría delirante del pueblo que en adhesiones que llegan sin cesar, por espacio de años y años a nuestra redacción, dice: –Ese es mi ideal; eso es lo que yo pensaba; eso lo que quería y no sabía expresar; eso lo que amaba. La dilatación de ese movimiento por toda la América española. Algunas peripecias salientes del combate. El triunfo, en fin, asegurado del Librepensamiento en España.

Cuando acabé, Furnemont, levantándose de su asiento, vino a mí, tambaleándose de emoción, me abrazó, me besó, y con voz enternecida por las lágrimas, dijo:

—Este es mi padre, y Odón de Buen es mi hermano.

Si el pueblo español había luchado así, bajo una monarquía teocrática, ¿qué no correspondía hacer al pueblo francés bajo una República?

En aquel incendio creciente de entusiasmos que caracterizó al bello, inefable Congreso de Ginebra, de donde brotó la hueste parlamentaria francesa que impuso la Separación y se fraguó el golpe de audacia del histórico Congreso de Roma, tuviste tú, sin duda, pueblo español, tan tildado de reaccionario por los que no te conocen, parte principal.

Lección de hechos.

Cierto, resta un mundo que hacer.

Pero la parte aguda del problema está resuelta.

Uno de los nuestros puede ir al Senado y hablar entre un movimiento de simpatía general y los apretones de manos del obispo que ayer le excomulgaba.

Evitad en todo lo posible la violencia.

No os manchéis las manos de sangre, porque la sangre pide sangre. Nuestra arma es la Razón. A ella debemos todos nuestros triunfos. Nos hemos cargado de Razón. Mil veces, nuestros enemigos, por su sed de perseguirnos, han saltado sobre las leyes. Nosotros, sin perder jamás la serenidad y la calma, nos hemos limitado a demostrar su sin razón, eso sí, con evidencias tales, que las verían los ciegos. Y ellos perdían en la opinión y nosotros ganábamos. Así hemos ido poco a poco conquistando trincheras.

¿Que es largo ese camino? Pero no hay otro seguro. Volved la vista a todos los periódicos que han nacido por ahí alborotando y anunciando que iban a asaltar el cielo: todos han muerto. Ha vivido el nuestro, por su infinita prudencia y por su paciencia infinita. Ni los ultrajes de los enemigos, ni las difamaciones torpes de los correligionarios, han conseguido jamás descomponernos ni faltar a los respetos que debemos al público y a nosotros mismos. Nuestra eterna máxima es y será: Vale más sufrir la injusticia que hacerla.

Gracias.

Para acabar:

Gracias a todos: a amigos y adversarios.

Los adversarios estaban en su derecho defendiéndose. Una religión secular que ha visto brillar bajo su patronato tantos días de gloria nacional, no es extraño que esté desvanecida atribuyendo a virtudes de su Dios lo que eran virtudes de su raza. Después de todo, sus cóleras y sus furores han contribuido a dar más relieve y más brillo a nuestra victoria.

Gracias a la prensa liberal que callando otorgaba. Sin su mudo asentimiento, nuestra campaña hubiera sido imposible.

Gracias al Jurado que tantas veces nos ha absuelto, a la curia que con tantas consideraciones nos ha tratado, a los Tribunales de derecho que obraron excitados por impulsos de lo alto, pero con una marcada repugnancia a poner límites a nuestro derecho de escritores;, y con un respeto a nuestra conciencia que ha llegado hasta absolvernos cuando nos hemos negado a jurar, hecho que ha constituido un acontecimiento jurídico mundial.

Gracias, sobre todo, a vosotros, queridos amigos, lectores amados, que nos habéis sostenido con vuestro apoyo inconmovible, sacrificando algunos, amistades, lazos de parentesco, intereses, y arrostrando todos las iras de la hipocresía y del fanatismo imperantes.

Para los que nos venís acompañando desde la primera hora, sin cansaros, sin fatigaros, respondiendo a todos nuestros llamamientos y prestándonos vuestra generosa, inalterable cooperación, ¿qué decir? Que a estar en nuestra mano os levantaríamos a cada uno en vuestro pueblo natal una columna de bronce, símbolo de la fortaleza de vuestras almas.

Ahora a continuar la batalla con redoblado ardor.

En la región del hielo no impera más que la muerte.

Sólo a favor del fuego se desprende el metal dorado de la vil escoria en el horno candente.

De este horno de pasiones en que se entremezclan las llamaradas ardientes de unos y otros bandos políticos y religiosos, saldrán hechas, no lo dudéis, una patria nueva y una humanidad nueva, brillantes como cúpula de oro herida por lluvia de rayos del sol.

Imprima esta pagina Informa de esta pagina por correo

www.filosofia.org
Proyecto Filosofía en español
© 2010 www.filosofia.org
Las Dominicales del Libre Pensamiento
1900-1909
Hemeroteca