Filosofía en español 
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Pío XII

Características del film ideal

Discurso del papa a la industria cinematográfica italiana (21 de junio de 1955)
[ Sermo ad cultores artis cinematographicae ex Italia Romae congregatos d. 21 iun. a. 1955 ]

Nos es muy grato, señores, acoger en nuestra presencia a todos vosotros, distinguidos representantes del mundo cinematográfico, cuya extensión y prestigio ha alcanzado, a la vuelta de pocos años, proporciones extraordinarias y dando casi su propia impronta a nuestro siglo.

Aunque muchas otras veces, y en diferentes actos, hemos dirigido nuestra solícita atención a la actividad cinematográfica, nos alegramos de encontrarnos personalmente con quienes se dedican a ella de manera estable, para abrir nuestro corazón pastoral donde, junto al elogio de las grandes realizaciones logradas, se juntan las preocupaciones por la suerte de tantas almas sobre las que ejerce el cine una influencia tan profunda.

Con razón se puede hablar de un particular “mundo cinematográfico”, si se piensa en la vasta y dinámica actividad a la que el cine ha dado vida, ya sea en el campo estrictamente artístico, ya en el económico y técnico. A la cabeza de ese mundo marchan legiones de escritores, de productores, de directores artísticos, de actores, de músicos, de operadores, de técnicos y de tantos otros cuyos oficios se denominan con nombres nuevos que vienen a constituir una nomenclatura propia en la lingüística moderna. Piénsese si no en las numerosas y complicadas instalaciones industriales destinadas a la producción del material y de las máquinas o en los estudios donde se ruedan las películas y en las salas donde se dan los espectáculos, que, puestos con la imaginación en un solo sitio, ciertamente formarían una de las ciudades más extensas del mundo, a la manera de las que, con dimensiones más reducidas, ya existen en la periferia de muchas ciudades.

Por otra parte, la esfera de los intereses económicos creados por el cine y que alrededor de él gravitan, por concepto de la producción de las películas o por su utilización, encuentra muy poca competencia en la industria privada, sobre todo si se considera el cúmulo de los capitales empleados, la facilidad con que se aportan éstos, la rapidez con que vuelven a las manos de los mismos industriales, no sin pingües ganancias.

Pues bien, este mundo cinematográfico no puede menos de crear en torno a sí un campo de influencia extraordinariamente amplio y profundo en el pensamiento, en las costumbres y en la vida de los países donde despliega su poder, mayormente entre las clases más humildes, para las que el cine constituye con frecuencia la única diversión después del trabajo, y entre la juventud, que ve en el cine el medio rápido y deleitoso para saciar la natural sed de conocimiento y experiencia que su edad le promete.

Así, pues, al mundo cinematográfico de la producción, representado por vosotros, corresponde otro mundo muy especial y vasto de espectadores que con mayor o menor asiduidad y eficacia reciben de aquél una particular dirección en su cultura, en sus ideas y sentimientos y no raras veces en su misma conducta en la vida. De esta sencilla consideración se deduce con claridad la necesidad de que el arte cinematográfico sea estudiado en sus causas y efectos a fin de que, como cualquier otra actividad, vaya dirigida al perfeccionamiento del hombre y a la gloria de Dios.

I. La importancia del arte cinematográfico

El extraordinario poder que ejerce el cine en la sociedad moderna se demuestra por la sed creciente que en ella despierta y que, puesto en cifras, constituye un fenómeno por demás nuevo y asombroso. Según la rica documentación que tan cortésmente nos ha sido proporcionada, se dice, entre otras cosas, que durante 1954 el número de los espectadores, en todos los países del mundo, conjuntamente, fue de 12.000 millones, correspondiendo a los Estados Unidos 2.500 millones; a Inglaterra, 1.300 millones, y a Italia, 800 millones.

¿De dónde saca su fascinación este nuevo arte, que sesenta años después de su primera aparición ha alcanzado el poder casi mágico de atraer a los recintos oscuros de sus salas, no por cierto gratuitamente, a multitudes que se cuentan por miles de millones? ¿Cuál es el secreto del encanto que hace de estas multitudes sus más asiduos clientes? En la respuesta a tales preguntas residen las causas fundamentales de las que se derivan la importancia grande y la extensa popularidad de que goza el cine.

Progreso técnico

La primera fuerza de atracción de una película estriba en sus cualidades técnicas, que realizan el prodigio de trasladar al espectador a un mundo imaginario, o, como en el film documental, de hacer pasar ante sus ojos la realidad distante en tiempo y espacio. Corresponde, pues, a la técnica la primacía en el origen y la evolución del cine. La técnica ha precedido a la aparición del film y, desde luego, lo ha hecho posible, y cada día lo hace más deleitoso, fácil y vivo. Los principales elementos técnicos de un espectáculo cinematográfico existían ya antes de que el film naciese; después, poco a poco, el film se apoderó de ellos, llegando, por último, a impulsar a la técnica a crear nuevos medios en servicio suyo. Así, con mutuo influjo, la técnica y el film han logrado una rápida evolución perfectiva, empezando por filmar imprecisamente la llegada de un tren, para pasar a las películas animadas por ideas y sentimientos, con personajes primero mudos y después parlantes, moviéndose en ambientes sonorizados con ruidos y con música. Estimulado por el deseo de realizar la transposición perfecta del espectador al mundo irreal, ha solicitado el film a la técnica los colores de la naturaleza y después las tres dimensiones del espacio, y tiende siempre con atrevidas industrias a sumergir al espectador en medio de la escena viva.

Volviendo a ver una cinta de hace cuarenta años, se pueden notar los admirables progresos técnicos que se han logrado, y es preciso admitir que, gracias a ellos, una película de hoy, aunque sólo se trate de una sonora en blanco y negro, aparece como una representación espléndida.

Pero más que del acabado de la técnica, la fuerza de atracción y la importancia de una cinta dependen del perfeccionamiento del elemento artístico, que se viene afinando no sólo por la contribución prestada por autores, escritores y actores, seleccionados con criterios rigurosos, sino gracias también a la viva emulación que se ha creado entre ellos dentro de una mundial competición.

Partiendo del ingenuo relato visivo de un episodio cualquiera, se ha llegado a proyectar en la pantalla el correr de la vida humana en sus dramas multiformes, con el análisis sutil de los ideales, las culpas, las esperanzas y la mediocridad o elevación de uno o más personajes. El creciente dominio de inventiva y de formación del tema ha hecho que cada vez sea más palpitante el espectáculo, que ha aprovechado asimismo el poder tradicional del arte dramático de todos los tiempos y culturas, y aun lo ha aventajado notablemente por una mayor libertad de movimientos, por la amplitud de las escenas y por otros efectos propios del cine.

Psicología del film

Mas para penetrar en la profundidad de la eficacia del film y para obtener una valoración exacta de la cinematografía es preciso volver la atención a la amplia participación que tienen en ella las leyes psicológicas, ya para explicar cómo actúa el film en los ánimos o para aplicarlas conscientemente a fin de causar una impresión más viva en los espectadores. Con cuidadosas observaciones, los cultivadores de esta ciencia estudian el proceso de acción y reacción que despierta el contemplar una película, aplicando para ello el método de investigación, los análisis y los resultados de la psicología experimental y escudriñando también los estratos recónditos, del subconsciente o del inconsciente. Investigan el influjo del film no sólo en cuanto que el espectador lo recibe pasivamente, sino que analizan también la “activación” psíquica conexa, de acuerdo con las leyes inmanentes: a saber, su poder de subyugar los ánimos por el hechizo de la representación. Si mediante uno y otro influjo queda el espectador realmente cautivado por el mundo que pasa ante sus ojos, se ve impulsado, en cierta manera, a trasladar su yo, con sus disposiciones psíquicas, sus experiencias íntimas y sus deseos latentes y no bien definidos, a la persona del actor. Mientras dura esta suerte de encantamiento, debido en gran parte a la sugestión del protagonista, el espectador se mueve en el mundo de éste como si fuese el suyo propio; más aún, en cierto sentido y grado vive en lugar de él y como en él, en perfecta comunión de sentimientos, y aun a veces, arrastrado por la fuerza de la acción, le sugiere palabras y expresiones. Dicho procedimiento, que los directores del film moderno conocen muy bien y del que procuran servirse, se ha podido comparar con el estado onírico, con la diferencia de que las visiones y las imágenes en el sueño surgen solamente del mundo íntimo de quien sueña, mientras que al espectador se las da la pantalla; pero en tal forma, que éstas despiertan otras más vivas aún y más queridas en lo más íntimo de su conciencia. Sucede entonces, no raras veces, que el espectador ve realizado con imágenes de personas y cosas lo que nunca se ha verificado en la realidad, pero que, sin embargo, en su yo él ha pensado profundamente, deseado o temido muchas veces. Con razón, pues, el extraordinario poder del film encuentra su explicación más profunda en la íntima estructura del hecho psíquico y el espectáculo es tanto más subyugador cuánto más estimula el film dichos procesos.

Posibilidades del cine

Por eso el director artístico se ve impulsado continuamente a afinar su propia sensibilidad psicológica y su perspicacia, esforzándose por encontrar la forma más eficaz para comunicar al film dicho poder, el cual puede obrar de acuerdo con una dirección moral buena o malsana. Porque los dinamismos íntimos del yo del espectador, en lo más hondo de su naturaleza, de su inconsciente y subconsciente, pueden llevarlo tanto al reino de la luz, de lo noble, de lo bello como al dominio de las tinieblas y de la depravación, a merced de ultrapotentes y desenfrenados instintos, según que el espectáculo ponga en evidencia o estimule los elementos de uno u otro campo, concentrando en él la atención y la avidez del impulso psíquico. De hecho, la naturaleza humana es de tal condición, que no siempre ni todos los espectadores poseen o conservan la energía espiritual, la reserva interna y muchas veces aun la voluntad de resistir a la sugestión cautivadora y consiguientemente la capacidad de dominarse y de regirse a sí mismos.

Otro elemento activo psíquico se ha esclarecido ampliamente, junto con las causas y explicaciones del atractivo y de la importancia que tiene el cinematógrafo. A saber, la interpretación personal y libre del espectador y cómo prevé el desarrollo futuro de la acción, procurándole, en cierta medida, el deleite propio de quien crea una situación. También de este elemento se aprovecha el director artístico, empleando detalles al parecer insignificantes, como, por ejemplo, el movimiento de una mano, un alzar de hombros, una puerta que se deja entreabierta.

Valiéndose de métodos propios, ha adoptado el film los cánones del arte tradicional de la narración –que se fundan también en las leyes de la psicología–, el primero de los cuales es mantener siempre despierta la atención del lector hasta el último episodio, suscitándole suposiciones, expectativas, esperanzas y temores; en una palabra: haciendo que se afane por lo que pueda suceder a los personajes, que, en cierta manera, han llegado a ser conocidos suyos. Por eso sería un error presentar ya desde el principio, clara y limpia, la trama del relato o de lo que se contempla. En cambio, el libro, y quizá con mayor razón el film, en virtud de los medios más variados y sutiles de que dispone, saca su típica fascinación del impulso que comunica al espectador para que dé una interpretación propia a la narración, poniéndolo en el hilo de una lógica apenas sugerida o con divertidos engaños lo induce a entrever lo que todavía no aparece muy determinado, o a anticipar acciones y sentimientos, o a resolver una situación. Así, pues, esta íntima unión del film con la actividad psíquica del espectador aumenta el encanto de la representación cinematográfica.

Vigilancia y reacción

Comprobada ya la fuerza íntima del film y teniendo en cuenta su amplio influjo en las filas del pueblo y aun en la conducta moral, el cinematógrafo ha llamado la atención tanto de las competentes autoridades civiles y eclesiásticas como de la colectividad y de todos cuantos están dotados de sereno juicio y de genuino sentido de responsabilidad.

Porque, ciertamente, ¿cómo podría dejarse a merced de sí mismo o condicionado solamente por ventajas económicas un medio de suyo nobilísimo pero tan eficaz para levantar como para rebajar los ánimos, un vehículo tan apropiado para proporcionar el bien, pero igualmente para difundir el mal?

La vigilancia y la reacción de los poderes públicos, que encuentran su plena justificación en el derecho de salvaguardar el común patrimonio civil y moral, se manifiestan en diversas formas: ya con la censura civil y eclesiástica de las películas y, si es del caso, con su prohibición; ya también, con listas de películas a cargo de competentes comisiones examinadoras que las califican según su mérito, para información y orientación del público. Bien es cierto que el espíritu de nuestra época, que no soporta, como es razón, la intervención de los poderes públicos, querría más bien una defensa que proviniese directamente de la colectividad. Muy de desear sería, ciertamente, que se lograra la concordia unánime de los buenos contra el film corruptor, dondequiera que se encuentre, a fin de combatirlo con los medios jurídicos y morales a su alcance; pero una acción de tal naturaleza no bastaría por sí sola.

El entusiasmo y el celo privado muy pronto pueden entibiarse, como lo demuestra la experiencia. Mas no se entibia la agresiva propaganda opuesta, que con frecuencia saca pingües provechos del cine y que frecuentemente encuentra en el interior mismo del hombre un aliado fácil, que es su instinto ciego juntamente con sus halagos y sus brutales y bajos impulsos.

Si, pues, debe ser tutelado el patrimonio civil y moral del pueblo y de las familias, con efecto seguro, está más que justificada la intervención de la autoridad pública, para que impida como es debido y tenga a raya los influjos más peligrosos.

Permitid ahora que os dirijamos a vosotros, que estáis tan animados de buena voluntad, una palabra que querríamos fuese en cierta manera confidencial y paterna. ¿No sería quizá oportuno que estuviese desde el principio en vuestras manos y de manera especial el poder honradamente valorar o rechazar todo lo que sea indigno o bajo? Entonces sí que no se os podría tachar de incompetencia o de prevención si, con madurez de juicio, basado en sanos principios morales y con propósito serio, reprobaseis lo que acarrea daño a la dignidad humana, al bien de los particulares y de la sociedad y en especial a la juventud.

Ningún espíritu sensato podría entonces ignorar o hacer burla de vuestro veredicto concienzudo y ponderado en materia que concierne a vuestra propia profesión. Usad ampliamente de la preeminencia y autoridad que vuestro saber, vuestra experiencia y la dignidad de vuestra obra os confieren. Presentad, en lugar de espectáculos inconvenientes o perversos, visiones sanas, nobles y bellas, que sin duda alguna pueden ser avasalladoras sin ser turbias, y aun llegar al ápice del arte. Tendréis en este caso a vuestro lado el consentimiento y el aplauso de todos los que tienen mente sana y voluntad recta y, más que todo, el de vuestra propia conciencia.

II. El film ideal

Hasta aquí hemos dedicado una parte de nuestra exposición al film tal cual de hecho es al presente; ahora quisiéramos en la segunda parte expresar nuestro pensamiento sobre el film cual quisiéramos que fuese, es decir, hablaros del film ideal.

Y ante todo una premisa: ¿se puede hablar de un film ideal? El uso llama ideal a aquello a lo que nada le falta de lo que le es propio, más aún, lo posee en grado perfecto. ¿Se da en este sentido un film simplemente ideal? Algunos suelen negar la posibilidad de la existencia de un ideal absoluto; en otros términos, se afirma la relatividad de un ideal, es decir, se asegura que el ideal indica siempre algo solamente con relación a algo o alguna cosa determinada. La divergencia de opiniones proviene en gran parte del distinto criterio empleado en distinguir los elementos esenciales de los accesorios. En efecto, no obstante la indicada relatividad, al ideal no le falta nunca un núcleo absoluto, que tiene lugar en todo caso aun en la multiplicidad y variedad de los elementos secundarios requeridos con relación a un determinado caso.

Puesta esta premisa, nos parece deber considerar el film ideal bajo tres aspectos:

Primero. En relación al sujeto, es decir, a los espectadores a quienes va destinado el film.

Segundo. En relación al objeto, es decir, al contenido del film mismo.

Tercero. En relación a la comunidad, sobre la cual, como decíamos, el film ejerce especial influjo.

Como deseamos detenernos algo en esta importante materia, nos limitaremos hoy a tratar del primer aspecto, reservando el segundo y tercero para otra audiencia si se nos presenta ocasión.

1. El film ideal considerado con relación al espectador

Respeto al hombre

a) La primera característica que en este punto debe distinguir el film ideal es el respeto hacia el hombre. En efecto, no hay motivo alguno que le exima de la norma general, según la cual quien trata con hombres debe estar lleno de respeto al hombre.

Por más que las diferencias de edad, de condición, de sexo puedan sugerir diversa actitud o adaptación, persiste siempre en el hombre la dignidad y alteza que le dio el Creador cuando lo hizo a su imagen y semejanza (Gen. 1,26). En el hombre está el alma espiritual e inmortal: el microcosmo con su multiplicidad y su polimorfismo, con la ordenación maravillosa de todas sus partes; el pensamiento y la voluntad con la plenitud y extensión del campo de su actividad; la vida afectiva con sus elevaciones y sus profundidades; el mundo de los sentidos con sus multiformes facultades de obrar, de percibir y de sentir; el cuerpo, formado hasta en sus últimas fibras según una teología aún no explorada del todo. El hombre se halla constituido señor en este microcosmo; debe libremente guiarse a sí mismo según las leyes de la verdad, del bien y de lo bello, como le muestran la naturaleza, la convivencia con otros semejantes suyos y la divina revelación.

Puesto que el espectáculo cinematográfico tiene el poder, como se ha observado, de atraer el ánimo del espectador hacia el bien o el mal, sólo llamaremos ideal al film que no sólo no ofende a lo que acabamos de indicar, sino que, además, lo trata con respeto. Ni basta esto solo. Hemos de exigir más: únicamente será ideal el film que afianza y eleva al hombre en la conciencia de su dignidad; que le hace conocer y amar mejor el alto grado en que el Criador le puso en la naturaleza; que le habla de la posibilidad de acrecentar en sí las dotes de energía y virtud de que dispone; que le confirma en la persuasión de que puede vencer los obstáculos y evitar resoluciones equivocadas; que puede siempre levantarse de nuevo de sus caídas y volver al buen camino; que puede, en fin, progresar de bien en mejor mediante el uso de su libertad y de sus facultades.

Comprensión afectuosa

b) Un tal film desempeñaría ya de hecho la función fundamental del film ideal; pero aún se le puede pedir algo más: que al respeto hacia el hombre añada una comprensión afectuosa. Recordad la conmovedora palabra del Señor: “Tengo compasión de este pueblo.” (Marc. 8,2).

La vida humana aquí abajo tiene sus elevaciones y sus abismos, sus ascensiones y sus depresiones; se mueve entre virtudes y vicios, entre conflictos, laberintos y treguas; sabe de victorias y derrotas. Todo esto lo experimenta cada uno a su modo, según sus condiciones internas y externas y según las diferentes edades que a modo de río le llevan de paisajes montañosos a colinas cubiertas de árboles, a llanuras inmensas abrasadas por el sol.

Así, diversas son las condiciones de movimiento y de lucha: en el niño, en la aurora del despertar de su espíritu; en el adolescente, en la primera posesión plena del uso y dominio de la razón; en el joven, durante los años del desarrollo, cuando grandes tempestades alternan con maravillosas bonanzas; en el hombre maduro, absorto con frecuencia totalmente en la lucha por la vida, con sus inevitables sacudidas; en el anciano, que, retrocediendo con la mirada a examinar el pasado entre lamentos, nostalgias y arrepentimientos, se interroga a sí mismo y considera las cosas como sólo puede hacerlo quien ha navegado mucho.

El film ideal debe mostrar al espectador que conoce, comprende y aprecia rectamente todas estas cosas; pero debe mostrarlo al niño como conviene al niño; al joven, con lenguaje adaptado al mismo; al hombre maduro, como le corresponde, esto es, asimilando su manera propia de conocer y de mirar los cosas.

Pero no basta la comprensión del hombre en general cuando el film se dirige a una profesión o categoría determinada; se requiere además la comprensión específica de los caracteres particulares de cada uno de los estados sociales. El film debe comunicar al que lo ve y escucha el sentido de la realidad, pero de una realidad vista con los ojos de quien sabe más que él y tratada con la voluntad de quien fraternalmente se pone como al lado del espectador para poder ayudarle y animarle si fuere preciso.

Con este espíritu, la realidad reproducida por el film se presenta en una visión artística, porque es propio del artista no el reproducir mecánicamente lo real ni sujetarse a las solas posibilidades técnicas de los instrumentos, sino, sirviéndose de ellos, elevar y dominar la materia sin alterarla ni sustraerla a la realidad. Un magnífico ejemplo puede verse en las encantadoras parábolas de la Sagrada Escritura, cuyos argumentos se toman de la vida ordinaria y de las profesiones de los oyentes con una fidelidad diríamos casi fotográfica, pero dominados y elevados de tal manera que la realidad y el ideal se hallan fundidos en una perfecta forma artística.

Satisfacción espiritual

c) Al respeto y a la comprensión debe unirse el cumplimiento de las promesas y la satisfacción de los deseos, tal vez ofrecidos y suscitados desde el principio; tanto más que, en general, los millones de personas que acuden al cine van atraídos por la vaga esperanza de hallar en él la satisfacción de sus ansias secretas e imprecisas, de sus aspiraciones íntimas; en la aridez de su vida se refugian en el cine como junto a un mago que al golpe de su varita lo puede transformar todo.

El film ideal, por tanto, debe responder a la expectativa y ofrecer una satisfacción no de cualquier clase, sino completa; no ya de todas las ansias, aun las falsas e irracionales (las indignas y amorales están aquí fuera de cuestión), sino de las que el espectador justamente alimenta.

De una forma o de otra, lo que más o menos profundamente se busca en el cine suele ser: unas veces, descanso; otras, instrucción o alegría, aliento o emoción; unas, más profundas; otras, superficiales. Y el film responde ya a una, ya a otra de estas aspiraciones, y hasta da una respuesta que podrá satisfacer a varias de ellas a la vez.

Dejando, por tanto, a vuestro criterio de especialistas, lo que pertenece a la parte técnica y estética, Nos preferimos considerar el elemento psíquico personal para ver también confirmado que, a pesar de todo relativismo, queda siempre aquel núcleo de absoluto que dicta las normas para responder positiva o negativamente a los anhelos del espectador.

Para formarse una idea de la cuestión no es necesario volver a las consideraciones de filmología y de psicología de que nos hemos ya ocupado; basta dejarse guiar, también en esto, por el sentido común. En el hombre normal, en efecto, hay también una psicología, por decirlo así, no erudita, que se deriva de su misma naturaleza y que le dispone a regirse rectamente en los casos ordinarios de la vida cotidiana, con tal de que siga su recta facultad de pensar, su sentido de lo real y los consejos de su experiencia; pero, sobre todo, con tal de que el elemento afectivo esté en él ordenado y regulado, ya que lo último que determina al hombre a juzgar y a obrar es su actual disposición afectiva.

Basándose en esta sencilla psicología, es claro que el que va a ver un film serio e instructivo tiene derecho a la enseñanza prometida; el que se dirige a una representación histórica, quiere que le muestren los acontecimientos como fueron, aunque las exigencias técnicas y artísticas los modifiquen y eleven en la forma; aquel a quien se ha prometido la visión de un romance o de una novela no debe quedar desilusionado por no haber visto desarrollarse su contenido.

Pero hay quien, por el contrario, cansado de la monotonía de su vida y debilitado por sus luchas, busca, en primer lugar, en el film el alivio, el olvido, la distensión; tal vez también la evasión a un mundo ilusorio. ¿Son legitimas estas exigencias? ¿Puede el film ideal adaptarse a tales expectativas y tratar de satisfacerlas?

El hombre moderno –se afirma–, al finalizar su jornada, agitada o monótona, siente la necesidad de cambiar de circunstancias, de personas y de horizontes; por eso desea representaciones que, por la multiplicidad de imágenes apenas ligadas entre sí por tenue hilo conductor, calmen su espíritu, aunque permanezcan en la superficie y no penetren en lo profundo, con tal de que reaviven su enervante cansancio y alejen el tedio.

Puede ser que sea así y aun frecuentemente. En este caso, el film debe procurar acomodarse en forma ideal a tal situación, pero evitando el caer en la vulgaridad o en indignas sensaciones.

No se niega que una representación más bien superficial pueda también lograr formas artísticas elevadas y hasta ser calificada como ideal, ya que el hombre es también superficialidad y no sólo profundidad; necio, sin embargo, es el que únicamente es superficialidad y no logra profundizar pensamientos y sentimientos.

Se concede, sin duda, al film ideal el guiar al espíritu cansado y hastiado a los umbrales del mundo de la ilusión para que goce de una breve tregua en medio de la realidad oprimente; pero ha de procurar no revestir la ilusión de tales formas que espíritus demasiado inexpertos y débiles la tomen como realidad. En efecto, el film que de la realidad conduce a la ilusión, debe luego volver de la ilusión a la realidad, en cierto modo, con la misma suavidad que emplea la naturaleza en el sueño. También ésta sustrae de la realidad al hombre cansado y lo sumerge por breve tiempo en el mundo ilusorio de los sueños; pero después del sueño le restituye reanimado y como renovado a la realidad manifiesta, a la cuotidiana realidad en que vive y que él, mediante el trabajo y la lucha, debe dominar sin cesar. Imite el film en este punto a la naturaleza; así cumplirá una parte notable de su deber.

Alta misión

d) Pero el film ideal, considerado en relación al espectador, tiene finalmente una elevada y positiva misión que cumplir.

Para su valorización no bastan el respeto y la comprensión hacia el espectador, como tampoco el que responda a sus legítimas esperanzas y justos deseos. Es necesario, además, que se adapte a las exigencias del deber inherente a la naturaleza de la persona humana y, en particular, del espíritu. El hombre, desde el momento en que se despierta en él la razón hasta que ésta se extingue, tiene una multitud de deberes particulares que cumplir, siendo base y fundamento de todos el de disponer rectamente de sí mismo, es decir, siguiendo un pensamiento y sentimiento honesto, en conformidad con la inteligencia y la conciencia. La necesaria norma directiva para tal fin la saca el hombre de la consideración de su naturaleza, de la enseñanza de los demás, de la palabra de Dios a los hombres. Apartarlo de esta norma significaría hacerlo incapaz de llevar a cabo su misión esencial, como sería paralizarlo si se le cortasen los tendones y junturas que unen y sostienen los miembros y las partes del cuerpo.

Pues bien, un film ideal tiene precisamente la alta versión de poner aquella gran posibilidad de influjo que hemos reconocido al cinematógrafo al servicio del hombre y ayudarle a mantener y actuar la afirmación de sí mismo en la senda de la rectitud y del bien.

No se nos oculta que para esto se requieren en el director excelentes dotes artísticas, porque todos saben que no es ciertamente difícil producir películas halagadoras, haciéndolas cómplices de los instintos inferiores y de las pasiones que trastornan al hombre, apartándolo de los dictámenes de su inteligencia racional y de su voluntad recta. La tentación de los caminos fáciles es grande, tanto más cuanto que el film –el poeta diría “galeotto”– se presta fácilmente a llenar salas y cofres, a provocar frenéticos aplausos y a recoger en las columnas de algunos periódicos recensiones demasiado serviles y benévolas; pero todo esto nada tiene de común con el cumplimiento de un deber ideal. Es en realidad decadencia y degradación; es, sobre todo, renuncia a elevaciones excelsas. El film ideal, por el contrario, pretende conseguir esos éxitos mediante su esfuerzo generoso y negándose a servir a mercaderes sin escrúpulo. No hace el papel de un moralizador simplista, sino que compensa con creces esa renuncia con la realidad positiva, la cual, como lo piden las circunstancias, enseña, deleita, difunde alegría y placer genuino y noble, y cierra la puerta al tedio; es, a la vez, ligero y profundo, lleno de imaginación y real. En una palabra: sabe llevar sin paradas ni sacudidas a las regiones tersas del arte y del gozo, de manera que el espectador, al final, sale de la sala más alegre, más libre y, en lo íntimo, mejor que cuando entró; si en aquel momento se encontrase con el productor, el guionista o el director, no dejaría tal vez de dirigirse hacia él amigablemente en un impulso de admiración y de agradecimiento, como Nos mismo les agradeceríamos paternalmente en nombre de tantas almas que se han hecho mejores.

Os hemos señalado, señores, un ideal sin ocultaros las dificultades de su actuación, pero al mismo tiempo expresamos la confianza en vuestra competencia eximia y en vuestra buena voluntad. Actuar el film ideal es privilegio de artistas no corrientes; es ciertamente el fin elevado al cual, en el fondo, tiende vuestra actividad y vuestra vocación. Quiera Dios que en esto colaboren con vosotros todos los que son capaces de ello.

Para que estos nuestros votos se realicen en este importante campo de la vida, tan próximo a las regiones del espíritu, imploramos sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre los artistas y jerarquías del mundo cinematográfico, la divina benevolencia, como prenda de la cual descienda sobre todos nuestra paternal bendición apostólica.

[ → El film ideal, instrumento eficaz de elevación, de educación y de mejora ]