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Juan Guixé

La vida de España en América

El castellano en peligro

Llega a España una carta de América. Es de Puerto Rico. Se habla en la carta de la lucha del idioma castellano con el inglés. Se quiere promulgar el inglés y matar al castellano. Llega, días después, un paquete de periódicos. El corazón se ensancha. En estos periódicos hay unos discursos extensos, calurosos, henchidos de amor a España, en defensa del castellano. Un día es Filipinas, otro Cuba, otro Puerto Rico. Los periódicos que hemos recibido, al hablar de España, dicen «la madre patria».

No es sentimentalismo ni ditirambo de certamen. Hay en estos discursos un entusiasmo ardiente por España, y es forzoso que él produzca alegría. Se trata de un caso de derrota del tropo.

Se ha presentado en la Cámara de Delegados de Puerto Rico un proyecto, suscrito por el Sr. De Diego, «para el mejoramiento de la instrucción pública, en lenguaje castellano, y la perfecta enseñanza del inglés». Debe saber el lector que actualmente la enseñanza en Puerto Rico, según se desprende de los periódicos que tenemos a la vista, es en inglés. En su discurso a la Cámara dice el Sr. De Diego: «Un profesor me ha escrito una carta en que dice que todos están «gagos» porque no saben idioma alguno; la carta no está escrita en verdadero castellano. Tengo muchas cartas, y no puedo revelar los nombres porque serían los autores de ellas expulsados unos de la Universidad y otros les serían canceladas las licencias, porque el departamento de educación es el instrumento de tiranía más grande de Puerto Rico.

»La Junta de síndicos ignora el lenguaje porque no sabe usarlo, cuando ha admitido que en la estatua de Baldorioty de Castro, en la Normal, se escriba homenaje con g

En Puerto Rico, según afirma el Sr. De Diego, se habla, en vez del castellano, un papiamento. Todos los libros de leyes están repletos de anglicismos. Resulta la corrupción del castellano de la acción opresora de las autoridades norteamericanas. Contrarían éstas, en sus entrañas, el sentimiento nacional de los portorriqueños. El carácter de los hijos del país no ensambla con el de sus dominadores. Consecuentemente, en la imposición autoritaria del idioma nace un escrúpulo profundo, un divorcio de alma enconado, que subvierte el patriotismo de los oprimidos.

No defiende el periodista el idioma por sí mismo, naturalmente, sino el espíritu de su pueblo, su entraña moral. En estas sesiones de la Cámara de Delegados es consolador leer la copia de argumentos, de datos, que aportan los oradores en sus discursos. Citaré uno, curioso. Los niños que llegan, merced a la enseñanza, a dominar el inglés, tienen un acento muy distinto al de los americanos. Sus cuerdas vocales, habituadas con modalidad de raza al castellano, pronuncian mal el inglés.

Habla otro orador de las luchas históricas, prolongadas tenazmente día tras día, por la conservación del idioma. Idioma quiere decir tanto, si no más, que raza, porque es el espíritu el que se abre, de pueblo a pueblo, con la comunidad de idioma.

«El idioma castellano es el defensor más formidable del pueblo portorriqueño; si todos los grandes guerreros españoles resucitaran y viniesen a Puerto Rico con lanzas y trabucos, no lo defenderían tan bien como nuestro idioma, porque el espíritu inmortal de Cervantes se levanta sobre la cima de los siglos para defenderlo.»– Esto dice el Sr. De Diego.

No es sólo el castellano lo interesante, sino la opresión oficial, violenta, que desnaturaliza a un pueblo pequeño. No es absorción, que ésta sería espontánea, sino opresión.

Tenemos delante unas acotaciones a un discurso vibrante del Sr. Coll y Cuchi: «Los padres de Puerto Rico –dice–padecemos la desdicha de no saber el destino de esta isla. Cuando muere un niño deben doblar las campanas, en signo de alegría, porque se ha arrancado un esclavo al sistema opresor de la libertad en Puerto Rico.»

Ha escrito el Sr. Coll y Cuchi un libro para dar a sus hijos la enseñanza que no reciben en las escuelas. En una página dice: «Vais a llegar, hijos míos, a la edad de ir a la escuela; os enseñarán a cantar en un idioma que no entendéis, veréis una bandera americana en todas partes; os hablarán en inglés de Washington, de Lincoln; os darán una educación contraria a nuestros sentimientos; pero el idioma de vuestros padres no lo volveréis a oír más...»

Se trata, pues, de algo que toca directamente a la epidermis, a la finura de nuestra sensibilidad moral como españoles. La enseñanza en inglés «representa una herida en mitad del corazón de Puerto Rico», dice el mismo orador. Y algo más doloroso: «en las clasificaciones que las maestras ponen en las tarjetas de exámenes constan grandes notas en inglés, cuando es lo cierto que los pobres niños, a quienes tan dolorosamente se tortura con el actual sistema de enseñanza, no saben hablarlo».

Nada de tópica contra los Gobiernos. Realidades. Pedir en este caso una orientación, una conducta, una intervención –una política–, no tiene nada de extraordinario. De algo han de servir nuestros diplomáticos. Se trata de defender los intereses españoles. Intereses, y más sagrados, son los del idioma, los del espíritu. Pero no estamos tan alucinados que vayamos a proponer un requerimiento por vía diplomática, sino persuasión, talento, amor patriótico, entendimiento despierto a los problemas nacionales.

Interesa tanto la vida del idioma como las columnas del Arancel. El que en España se haya extinguido todo asomo rencoroso por Norteamérica –facilidad con que fuimos vencidos– no lo reputemos por virtud. Es el efecto de la acción funeraria que desde el Poder se viene ejerciendo sobre el pueblo español.

Pero, sin necesidad de odios, tengamos un alma para el alma de América española. Portugal, América, grande es el confín donde lo español puede germinar amorosamente, y sin embargo, he aquí que seguimos aislados, sin saber qué se quiere: si vivir o morir. Y una orientación es lo que falta aquí.

Juan Guixé