La Hora, semanario de los estudiantes españoles
Madrid, 5 de noviembre de 1948
II época, número 1
página 3

España amarga
por Miguel Sánchez-Mazas

Dibujo de José L. Gómez PeralesLas flores más olorosas suelen tener las raíces amargas, nos enseña la Historia Natural. Las raíces de España son amargas. Nuestra historia es amarga. No simplemente sangrienta, como afirmaba un conocido rojo español, citado no ha mucho por «Arriba». Sangrienta y algo más. El relato de nuestras violencias no es más largo ni más impresionante que el de las cometidas en otras naciones europeas: Inglaterra, Francia, Italia incluso. El número de nuestros reyes asesinados es corto. Sin embargo, nunca faltó la amargura en la corte de nuestros monarcas. Ninguna amargura es comparable a la que llenaba el alma de nuestros más gloriosos reyes, en las proximidades de la muerte. Ninguna amargura como la de Carlos en Yuste y la de Felipe en el Monasterio de El Escorial. Cuando un pueblo tiene más que otros el sentido de lo eterno la amargura le acompaña en los más grandes momentos. Y el gesto sobrio, sosegado, discreto. Nuestras glorias tampoco tuvieron el brillo de las de otros países. Nada semejante hubo nunca en España al fulgor pacífico del Renacimiento italiano, ni al fulgor guerrero de las epopeyas francesas. El galopar de nuestro Emperador enfermo por Alemania es lo más distinto que puede imaginarse de la empresa napoleónica. Nuestras victorias no arrancaban ni un solo aplauso, ni un solo clamor de entusiasmo europeo. Supimos vencer en nombre de la verdad muchas veces, pero nunca logramos que nos comprendieran. Esa incomprensión universal hizo más honda nuestra natural amargura.

La conquista de América fue amarga más que sangrienta. La independencia de América, también. En una y en otra peor que las guerras civiles fueron las incomprensiones entre españoles. Las Casas, por ejemplo. Eso es amargo. En situaciones en que otros países europeos hubieran optado antes que nada por la unidad, en un gesto de oportunismo, nosotros estuvimos divididos por la terrible inoportunidad de ponernos a defender antes que nada lo que cada uno creía. Así fue amargo el siglo pasado, con las guerras carlistas. Es amarga la historia de todos los pueblos que se guían, primero de todo, por la fe. La historia de esos pueblos no puede contarse con frivolidad, sino de un modo sobrio y grave. La Reconquista fue una hazaña mucho más dura, más difícil, más complicada, pero, a la vez, más oscura y menos espectacular que la gesta de Carlomagno o las Cruzadas. Imposible en España un poema épico como la Canción de Roldán o como la Jerusalén libertada. Pero esa epopeya oscura y amarga produce las flores más olorosas: ninguna lírica tan pura y tan alta como la del Romancero.

Nuestro carácter tampoco es dulce, sino amargo. Desdeña todo gesto de sentimentalismo, es capaz de irritarse por un exceso de amabilidad o de dulzura. El amor, la amistad, la vida familiar tienen entre nosotros un fondo más serio y, a la vez, más amargo que en otras partes. Toda la fuerza de nuestra personalidad, de nuestro temperamento, toda la grandeza de nuestra historia, de nuestro teatro o de nuestro arte están en esa amargura española. Somos amargos, y por esa razón somos tan difíciles de comprender y de tragar,

Sin embargo, hay actualmente una tendencia a ignorar este fondo nuestro. en virtud del cual nos hemos comportado siempre con tanta dignidad. Hay una tendencia a presentar los cosas de España de un modo completamente distinto. La radio, los periódicos, los charlistas y hasta el pueblo ensayan un estilo ligero, sonriente, dulce, azucarado, para tratar de nuestras cosas, y esto nos pone en ridículo. Los más jóvenes tendrán una versión falseada de lo que es nuestra historia y de lo que representa la obra de España en el mundo: obra caracterizada por la dureza y la intolerancia, y además por la amargura de no ser tratados con justicia por el resto de las naciones. Pero vemos que las aristas de nuestro pasado y de nuestro presente son limadas por esta tendencia que tan mal entiende la propaganda: América sólo fue un idilio de tres siglos, interrumpido no se sabe cómo y dulcemente reanudado ahora. Esta actitud de necia sonrisa, optimismo y dulzura es antieducativa. Nuestras viejas ciudades se están recubriendo más que nunca de un barniz literario y simbólico verdaderamente empalagoso. Toledo, Ávila, Segovia y Sevilla se van a hacer irreconocibles hasta para los mismos que las habitan: todo lo que se dice de ellas es tan vago, tan general y, sobre todo, tan azucarado que hace olvidar su verdadera personalidad.

Ejemplos podrían citarse muchísimos. En el prólogo de un reciente libro titulado «Leyendas de Ávila», un religioso y escritor muy conocido, escribe así de la ciudad de Ávila: «Esta ciudad es Ávila. Ávila de los Santos y de los cantos, panera, baluarte, muralla: pero también drama, poesía, leyenda, la leyenda propia de una tierra fuerte y compacta, que es aire puro y nieve fría, y almena y blasón y altivez y bravura. Ya sabemos lo que la historia dice dentro de estos muros únicos: resistencias hasta morir, aguantes sin limite, rudeza, sobriedad, hidalguía, misticismo, la altanera dignidad del caballero, la rectitud intransigente del virrey, el amor sublime de la mística... Y en lo más hondo, ímpetu y ternura... Corazón y coraza, rudeza y ternura, torre y ermita, combate y amor... Ramillete perfumado y polícromo en que brilla la azucena y arde la sangre roja del clavel, y entre la gracia del rosal pincha también el clavel...»

Si esto escriben los grandes, ¿qué van a escribir los pequeños? ¿Y qué va a decir la radio, que sin el menor espíritu de selección lanza al viento con una frivolidad que pone espanto los tópicos más ridículos que estos escritores se encargan de acuñar? No se trata ya del abuso del panegírico, como decía muy bien «Alférez» en un magnífico artículo titulado «La España panegírica». Es algo más. Es que es un panegírico insultante por su azucaramiento. Si nuestra juventud no reacciona, tendremos una juventud ablandada y sentimental, si reacciona demasiado la tendremos tal vez escéptica. ¿Cuándo volveremos a tener un poco de sobriedad y de dignidad al hablar de nosotros mismos? Hemos estado a punto de sucumbir una vez por efecto de la leyenda negra. Pero toda injusticia de esa clase es pasajera. Nos hemos salvado. No sé si podremos sobrevivir a esta leyenda rosa que se está tejiendo en la actualidad. Porque el rosa es el color más alejado de nuestro carácter.


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