La Lectura
Madrid, junio 1901
 
año 1, número 6
páginas 50-56

Eloy Luis André

Mentalidad española
 

Cuestión tan debatida como la de nuestra mentalidad, necesita en su análisis reposo hondo, sostenida constancia, para herirla en sus dificultades y condensarla en fórmulas prácticas. Es muy fácil hablar con abundancia de palabras y con escasez de ideas, en un país que de palabras vive y admite como moneda de buena ley la mentira convencional y sin reservas. Nada más sencillo que parafrasear libros ocultos en tono dogmatizante y convencido. A los charlatanes y rapsodistas, a los glotones de libros, que hacen de la lectura un fin y no un medio, me dirijo. Porque creo que para ser verdaderamente nuevos, hay que serlo con la cabeza, y con el corazón, con la voluntad y con la idea, y nada me parece más ridículo que eso de colocarse en un sistema, para servir en él de zángano zumbón mientras los laboriosos trabajan. A los adulteradores de la moneda mental, a esos medios opacos que quieren prodigar transparencia, hay que refundirlos o abandonarlos por inútiles. Con ellos no resucitará nunca el ansia de saber en la multitud ignorante, porque la ciencia, como la fe, necesita trabajo, sinceridad y constancia; y el que en ambas vive como fariseo, hipertrofiándose en ellas, las atrofia. Por eso hay que volver los ojos a los que en el silencio tejen anónimamente la trama, de la cultura, con sólida y cuotidiana labor de trabajadores fervientemente convencidos. Esa labor, infinitésima por el resultado e infinita por el esfuerzo, sólo necesita orientación, asociación y adaptación. Orientación, para conocer a dónde va; asociación, para marchar con más seguridad; adaptación, para economizar el esfuerzo. Estas tres etapas que hay que recorrer en todo ciclo biológico, son las bases de la vida mental, seria y verdadera. Sobre la primera he escrito ya lo suficiente en un artículo publicado en la [51] Revista Contemporánea, y no he de repetirme aquí. Con respecto a las otras, procuraré explanar ahora mis ideas.

Pero, ante todo, ¿cuáles son los caracteres de nuestra vida mental actual? Examinando lo que en libros, revistas y periódicos se dice, o por mejor decir, estudiando nuestro libro, nuestra revista y nuestro periódico en sí, puede llegar a reconstruirse el estado mental de nuestros intelectuales.

Los tres órdenes de producción mental tienen de común varias cosas: 1.º, la falta de fecundidad. Parece que la mente en la raza se ha agotado. La exaltación supersticiosa y fanática por un lado, la intolerancia de convicciones en cerebros faltos de fe y de entusiasmo para crearlas por otro, son los polos de nuestra inteligencia dividida. El polemismo, que queda en nuestras almas como factor tradicional imborrable, debilita poco a poco las energías de la mente con su labor infecunda. La pobreza mental, moral y física, madre de la austeridad, la miseria y la hidalguía contemporánea, simplificando la vida y en ella las necesidades, prescindiendo de todo trabajo que no sea para satisfacer instintos, ahoga en las almas ignorantes el deseo de saber, la curiosidad, y, en los que saben, el de saber más. El factor mental, que en los pueblos vividores es el alma de su poder y de su fuerza, en éste se elimina porque se le considera inútil. Se ignora que en la vida contemporánea todo está en función de todo, y que todo lo que en ella no obra por propia virtualidad, es materia asimilable, destinada a perder su ser para dárselo a otro. Además de estas causas de orden psicológico, hay otras económicas y sociales que explican la infecundidad de nuestra mente. En regímenes de convención y privilegio como el nuestro, el saber es un estorbo y un peligro. El que no ha subido por propio mérito, sino por la adulación y la influencia, pide incienso de adulación al funcionar el sacerdote, y para consolidarse en casta, fomenta con mala fe la ignorancia de las multitudes. Si el pueblo abre los ojos y puede ver, entonces... ¿qué? Para vivir con el privilegio o a su sombra, es preciso que las ligaduras de la [52] ignorancia conserven en su esclavitud a los desheredados del pan del alma; una vez rotas, del privilegio se hace trizas. Esto, que para la vida del parásito social es un bien, no lo es para el organismo. Para mantener un estado inmutable en él, hay que momificarle primero. De otro modo, la vida, que no es un estado, sino una renovación coordenada de ellos, cumple sus eternas leyes, y una de éstas es la selección del más fuerte y del más apto en cualquiera de sus manifestaciones, no la del débil degenerado que contrapesa su debilidad con pergaminos sin valor. Si queremos renovación de vida mental en nuestro pueblo y en nuestra raza, volvamos los ojos a lo que aún no ha vivido; roturemos la mente anónima y colectiva, y ensayemos con nuevos métodos su cultivo; dejemos campo libre a la acción múltiple, a la espontaneidad que se revela, al corazón del pueblo que late, a la emoción que unánimemente estalla. La compresión por la fuerza brutal (civilizada), además de malvada, es peligrosa.

Otro de los caracteres comunes al libro, a la revista y al periódico en España, es: 2.º, la ausencia de originalidad. Es claro: donde no hay trabajo de coordinación de representaciones, donde las palabras tienen valor sustantivo y viven disociadas de aquéllas por falta de verdaderos hábitos de estudio, el mecanismo de la mentalidad se hace automático: es puro juego de signos, combinación de sonidos; el escritor no rumia lo que va a escribir, primero: impulsivamente lo vierte en el papel, y allá va... Por otra parte, como las condiciones de la vida moderna hacen del orden mental un factor imprescindible, para satisfacer esta exigencia, vino el escritor de oficio, que, mejor o peor asalariado, explota su mente. Los del oficio en España son como los obreros manuales: están sujetos a las mismas condiciones: salario pequeño, alimentación mental escasa, concurrencia excesiva y firmas con monopolio. Hay un desequilibrio inmenso entre lo que producen y lo que asimilan. Inadaptados, por falta de educación mental completa, a las condiciones de la vida actual, las ideas nuevas y vividas ejercen en sus [53] cerebros una influencia impulsiva, sin transformarse y coordenarse a su individualidad, a la genialidad nacional. Así resulta esa forma intelectual de extranjerización inconsciente, en cuyo fenómeno son fatales instrumentos los que se creen personales, los que cotizan el self-imself como la mejor moneda, siendo en realidad eco desfigurado e incompleto de exóticas culturas. Nadie mejor que Max Nordau ha hecho la psicología de estos pensadores inadaptados, de personalidad múltiple e incolora, en cuyo fondo todo cabe, por lo mismo que en él nada queda.

«Hay en cada pueblo –dice él– cuyo arte y literatura alcanzan, cierto desenvolvimiento, numerosos eunucos intelectuales que no son capaces de engendrar una obra viva y que, sin embargo, llegan a imitar perfectamente el gesto de la procreación.
Estos mutilados constituyen, desgraciadamente, la gran mayoría de escritores y artistas de profesión, y su labor parasitaria anula frecuentemente el talento verdadero y espontáneo. Son los que se apresuran a constituir la escolta de toda nueva tendencia que la moda impone. Resultan siempre, por fuerza, los más modernos, porque ningún mandamiento de originalidad, ninguna conciencia artística les impide imitar constantemente, con el mismo celo, el modelo más reciente y desfigurarlo. Hábiles para apropiarse las exterioridades; plagiarios y pasticheurs decididos, se agrupan en torno a cada manifestación original, maleada o sana, y se ponen, sin perder tiempo, a fabricar contrahechos...
Estos prácticos, que constituyen la mayoría de los trabajadores intelectuales, son sanos intelectualmente...
Es preciso distinguir entre Cristo y sus apóstoles, y la plebe, que se preocupa menos del sermón de la Montaña, que de la pesca milagrosa y de la multiplicación de los panes y los peces.»

Su impersonalidad y su carácter bullanguero hace triunfar en la lucha de las ideas su causa miserable, consolidando además la mesocracia mental, la despótica medianía del talento, que ahoga toda expansión individual y los más puros y tenaces esfuerzos del pensador advenedizo. [54] Su labor es la de la bomba mixta. Todo lo que tragan lo vomitan después, pero adulterado. Su tonalidad mental está llena de múltiples disonancias y de pobre monotonía. Sus obras aburren con su amenidad empalagosa y con su estilística incolora y anodina. Estos pobres entes, poseídos de sí mismos y miserablemente explotados por la industria del papel impreso, aún no han llegado a comprender la necesidad de unirse, de trabajar y renovarse, en previsión de que algún día el consumidor de sus productos, cansado, los anule por inservibles. 3.° El tercer carácter común a todas las producciones intelectuales en España, es la falta de profundidad, solidez y exactitud de ideas. Cuando la psicología de nuestro pueblo se haga, se estudiarán experimentalmente las condiciones y formas de la ideación. Se verá de un modo exacto cómo la inconstancia para el trabajo, la falta de perseverancia laboriosa en la inquisición de una idea, el carácter impulsivo y emocional de nuestra atención, la carencia de hábitos de self-controll, de dominio de sí mismo, de serenidad y de fijeza, son otros tantos elementos que impiden que en nuestro cerebro se verifique por modo espontáneo y natural una ideación perfecta y clara. Atendemos con atención más bien refleja que voluntaria. En nuestra subconciencia duermen riquezas inmensas de mentalidad inexplorada, que la falta de reflexión y concentración anulan. Nuestro modo de atender es genuinamente femenino, repentista, intuitivo. Vemos más que miramos. Nuestro campo de visualidad es siempre el mismo, sin que en los ojos haya un fuerte poder de adaptación para variarlo. Las cosas se nos presentan como en cuadro, no en su volumen, sino en su forma. Vistas por una sola cara, su conocimiento es imperfecto, y las generalizaciones e inferencias que con él hagamos, inexactas. En nuestra óptica mental no hay noción de perspectiva. Las ideas de magnitud, relación y distancia, es decir, la exacta localización de los puntos visuales en el espacio mental, brillan por su ausencia en el alma española. Así resulta necesariamente la falsa tendencia de nuestra mente a generalizaciones espontáneas e incompletas. No tiene [55] paciencia para observar, para ver muchos casos semejantes, y en ellos su conexión concreta. A falta de relación de semejanza en sus representaciones, las supone. Esta ciencia de una dimensión es inexacta además, porque el pensador, sin suficiente poder inhibitorio, se proyecta inconscientemente en sus ideas con sus prejuicios desconocidos para él. Instrumento y no dueño de sus ideas, no se adapta en la investigación a las nuevas. Su trabajo mental es de suma, o resta puramente matemática, no de viva multiplicación genética. De aquí resulta una prematura cristalización intelectual, esa falta de frescura y ese sabor de vida que la mente de las razas jóvenes o rejuvenecidas, como, por ejemplo, las de Norte-América, saben imprimir a sus obras. Prematuramente atrofiada nuestra vida mental, sin riqueza y variedad de ideas, sin hábitos de trabajo para nutrirse ordenadamente, queda en ella un pobre vestigio o sombra de función falseada que, no teniendo materia en que ejercerse, degenera en sutileza y ergotismo. Pobres y estériles estos horizontes de la mente española, áridos como campos de Castilla, recalentados por un sol de tradición secular y devastados por innovadoras tempestades, se presentan al pensador que sincera y tristemente los contempla. ¡Ni un aliento de juventud, ni un matiz de verdor y de frescura en este paisaje, inmenso como el mar, pero incoloro como un cadáver! En su subsuelo descansa latente la verdadera tradición. Ansía solearse, vivir, para engendrar obras fecundas y vividoras. Quiere romper la costra estéril que sobre ella pesa, y no puede. Clama por redentores en su secular esclavitud, y clama en vano. ¡Qué tristeza! El genio de la muerte, un dejo de cansancio y de fatiga, se apodera del alma y la sumerge en mutismo desconsolador y profundo, ¿Hay esperanza? Sí, la hay; pero no para dar vida a un moribundo, sino para crear con sus restos un ser nuevo.

No nos basta el estrecho programa de regeneradores, de renacientes, de nuevos. Todo esto, a fuerza de repetirse tanto, ha entrando ya en el rutinario cauce del convencionalismo. [56] Y en resurrecciones mentales ¿quién cree? A los que se sienten con fe en sí mismos, no puede asustarles esa inmensa presión que sobre sus labios y sus almas ejercen castas mentales mejor o peor constituidas. Si trabajan, triunfarán: romperán la silenciosa conspiración de los protegidos y privilegiados, como el ave para vivir y ver luz, rompe la endeble envoltura de carbonato de cal que le protege. Es ley de vida: lo nuevo, lo verdaderamente nuevo, se forma de la materia vieja y cadavérica y del alma joven, pero secular también, del pueblo que en misteriosa inmanencia incesantemente la recrea.

Todos los adulterados por la herencia y por el medio, son los que han pedido hasta ahora la manoseada regeneración. El pueblo, que aún no sabe hablar, a pesar de tantos Doctores en Democracia, a sus secretos confidentes descubre sus anhelos: quiere redimirse de la ignorancia para renovar la patria, no para regenerar sus instituciones muertas o moribundas; siente en su cenestesia colectiva fuerza para crecer como planta joven en tierra virgen, y tiene un ideal, el verdadero ideal: fe en su vivir por el propio cuotidiano esfuerzo, por la labor solidaria y fecunda de su cerebro y de sus músculos.

Regeneradores: mientras escribís programas, enseñad a leer y a pensar al que no sabe, que es obra de eficacia social. Vuestro pensamiento gastado es muy ancho o muy estrecho para el alma que empieza a vivir. Si os creéis apóstoles, ejerced un apostolado múltiple, universal, tolerante, que a todos atraiga y que a todos una por el afecto y por la idea, para que de ambas cosas broten afectos e ideas nuevas.

Si queréis formar la patria nueva o rejuvenecer la moribunda, no oficiéis de médicos a la cabecera del agónico. Mientras deliberáis, la vida se desvanece. Matad al enfermo de una vez si no tenéis fe en su curación, o prolongad su vida por los verdaderos medios que la ciencia os facilite. Y si no tenéis fe en vosotros mismos, sed sinceros. Porque no faltará quien piense para vivir, para que su vivir sea fecundo, mientras vosotros os dedicáis a vivir del pensamiento.

Eloy L. André

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