La Lectura
Madrid, marzo 1906
 
año 6, número 63
páginas 299-301

Edmundo González-Blanco

Boceto de ética científica
por José Verdes Montenegro, Catedrático del Instituto general y técnico de Alicante. 1905. Un vól. en 8.° de XXI-301 págs.
 

Los metafísicos y filósofos de los pasados siglos emborronaron innumerables hojas intentando dar una explicación del bien, de la responsabilidad, del deber y del amor. Mas, al parecer, sus opiniones no han satisfecho de una manera completa esta necesidad de la inteligencia humana, cuando vemos en nuestra época a muchos pensadores mostrar a este propósito un gran pesimismo. Los nuevos conceptos del mundo, producidos por los descubrimientos de la ciencia, han atacado de lleno los antiguos fundamentos de la moralidad humana; y esta es la hora en que estamos esperando la construcción de cimientos nuevos que solucionen el pavoroso conflicto que semejante cambio lleva consigo aparejado en la parte social. La filosofía independiente ha podido decir, y ha dicho mucho, sobre asunto tan importante. En un estudio de Gerard sobre Voltaire, publicado en la Revista de Cuba, ese apreciable publicista, instigado por el deseo de escudriñar la verdadera pauta a que ajustaba el filósofo de Ferney sus doctrinas sobre el desenvolvimiento histórico de la humanidad, la encuentra en su constante preocupación en pro de la moral. Si para Voltaire la historia era un caos, donde pugnaban los más encontrados principios, y donde, en último término, aparecía entronizada la violencia sobre los escombros de los sentimientos humanitarios de tolerancia y equidad, era porque estaba penetrado de que no se podía exigir a las generaciones pasadas, fuerzas anónimas y, por tanto, irresponsables, la subordinación estricta de sus actos a los dogmas de la moral universal.

Ese es el primer paso en crítica, paso de pura negación. El segundo apenas se ha comenzado a dar; faltan todavía suficientes motivos positivos para poder considerar a la moral como a una ciencia, o siquiera como un bosquejo de ciencia. Un conjunto de conocimientos merece el nombre de ciencia cuando permite formular leyes por medio de legítimas inducciones. Tales son la antropología, la psicología, la lógica, y aun en ciertos límites, la estética; pero de ningún modo la moral. Y, sin embargo, no existen razones bastante [300] poderosas para hacer de la moral una excepción. Comprendiéndolo así, el profesor Verdes Montenegro, en su reciente Boceto de Ética científica, emprende a crear, como él mismo dice, «una ética sin metafísica, una ética al estilo y modo de la física o de cualquier otra ciencia positiva», esto es, una ética «que nazca de la simple observación, y cuyas leyes tengan igual validez que todas aquellas que nos dan el dominio de la materia y aun de la vida».

Grande es, sin duda, el proyecto, y tanto más grande cuanto menores son los trabajos anteriores preparatorios, y mayores las dificultades que lo circundan. No soy yo del parecer de los que suponen que el abismo que parece existir entre el mundo interno y el mundo externo empieza ya a salvarse a la luz de la teoría de la evolución. No lo empieza aún. El que se vayan considerando poco a poco los sentimientos morales como producto de la herencia y de la selección; el que los instintos de egoísmo y altruismo presenten una faz fisiológica altamente curiosa, señalada por Burdach, la tendencia de los tejidos a reconstruirse en caso de lesión; el que Darwin y sus discípulos hayan descubierto en los animales superiores facultades simpáticas y sociales, todo esto no pasa de la esfera de una vaga analogía. No es tampoco este el camino que ha seguido el profesor Verdes Montenegro. En su libro, toma a la sociedad ya formada y tal como es; pero ve en ella una gradación de sentimientos, unos muy delicados en el término, otros muy rudimentarios en el comienzo, y que los primeros tienen su razón en los segundos; de modo que los más elementales engendran los más complejos, y así, hace palmario que los principios supremos llegan siempre los últimos. Su método no es, pues, analógico, sino genealógico; no parte de la psicología comparada, sino de la sociología general. Prueba de ello es la misma división de su obra. De las 21 lecciones que la componen, sólo una se dedica a Introducción, la primera, y otra a Ética práctica, la última; las 19 restantes están consagradas a Ética teórica, y en ellas se ocupa nuestro profesor de las sociedades primitivas y de los tipos derivados de sociedad, de las sociedades familiares y de los vínculos sociales, de la solidaridad, y del medio, de la evolución social y de la influencia de la moral en el derecho; de todo menos de aquello que hasta hoy se consideraba como parte integrante de una ética bien concebida. El profesor Verdes Montenegro no nos da máximas nomológicas ni deontológicas; presenta un balance de hechos conocidos, y con eso se satisface. En las cuestiones capitales no suele, sin embargo, Verdes Montenegro mostrarse indeciso.

El servicio que con su nueva obra presta nuestro profesor a la enseñanza es superior a todo encarecimiento. ¡Qué nuevos horizontes [301] para nuestros alumnos no ofrecerá una obra en que, con criterio claro y con una terminología correcta e inteligible, se les pone ante los ojos del espíritu las grandes direcciones de la ciencia moderna! En varios puntos importantes, Verdes Montenegro ha penetrado lo más íntimo del sentido de esta gloriosa cultura contemporánea; sobre todo las ideas de matriarcado, orden social, conciencia pública, solidaridad consciente e inconsciente, han sido profundizadas en toda su extensión.

Compréndese que un filósofo de verdadero mérito, infatigable escritor contra los errores comunes en la ciencia del espíritu, habrá de tener, y en efecto, tendrá muchos adversarios ocultos en el profesorado reaccionario, ya por celos de la celebridad, que no tardará en adquirir; ya por contrariar las ideas dominantes, difíciles siempre de desvanecer. Pero Verdes Montenegro triunfará; será acaso el primero que con su ejemplo abrirá camino a los filósofos de la joven generación: André, Pérez Bueno, Navarro (D. Martín), Diego Ruiz, Del Río Urruti, Urbano, Bernaldo de Quirós. ¡Cuánta falta hacían todos ellos a nuestra Patria!

Edmundo González-Blanco.

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José Verdes Montenegro
1900-1909
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