Filosofía en español 
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Secundino Magdalena

El Padre Feijoo, alma de Oviedo

Como los hombres, los pueblos tienen alma y espíritu.

Pero el alma de los pueblos no la constituyen su piedras, su edificios y monumentos, sino su ambiente, su historia y, sobre todo, sus hombres, que son los que hacen su historia.

La de mi pueblo ovetense es antiquísima; pero aquí no voy a remontarme a los tiempos prehistóricos de mi pueblo, a los remotos tiempos de los reyes caudillos, o más bien de los reyes pastores. Hablamos hoy del siglo XVIII, en el que vivió aquel gran benedictino que fue el hombre más inquieto y revoltoso de su siglo.

Feijoo nació en 1676 y murió en 1764. Vivió, pues, 88 años, y más de la mitad de su larga vida en esta ciudad de Oviedo, en donde escribió gran parte de su obra, y en cuya Universidad profesó muchos años. Se medirá que Feijoo no nació en Oviedo, sino en un pueblo de Galicia.

Perfectamente, tampoco Unamuno nació en Salamanca, pero en Salamanca llevó cátedra, y el Salamanca Vivió y murió. El mismo caso de Feijoo, que también enseñó en Oviedo, y en Oviedo vivió gran parte de su vida, y aquí reposan sus huesos. El escritor vasco solía decir con frecuencia que el ambiente, el alma de Salamanca, había formado su espíritu. Y a mi me parece indudable que el ambiente de Oviedo contribuyó mucho a formar el espíritu del autor del “Teatro Crítico Universal”.

Lo difícil en este caso es analizar certeramente la quinta esencia, el elemento diferencial del espíritu ovetense.

Hay quien ha considerado a los ovetenses como maestros en el arte de la guasa, y de la zumbonería, cuando lo cierto es que esa cualidad existe en otras regiones y aun más acentuada que en nuestro pueblo. Ni hay para qué refutar este refrán de barrio bajo que dice maliciosamente: “Gente de Oviedo, tambor y galita.” Aquí se nos atribuye a los ovetenses una vacuidad y ligereza de carácter evidentemente injustos. Y la injusticia sube de punto, si se tiene en cuenta que, afortunadamente, los ovetenses nunca tuvimos gaiteros famosos, ni reales ni literarios. Los gaiteros famosos, de carne y hueso, son de otros pueblos de Asturias. Y el literario lo colocó Campoamor en otro pueblo da Asturias, que ustedes conocen muy bien. No, nada da guasa superficial ni de gaita, aun más superficial.

Lo que hay en el espíritu ovetense, tanto en la vida como en la literatura ovetense, es un claro y profundo sentido crítico. O, si ustedes quieren, un agudísimo sentido y percepción del ridículo. Nuestros dos novelistas ovetenses, Clarín y Pérez de Ayala, más que novelistas son críticos. Y sus novelas –sobre todo las novelas de Ramón– no son sino ensayos de certera y aguda crítica.

Pues bien, esta es la obre del Padre Feijoo, obra crítica por los cuatro costados, como nacida en este Oviedo, pueblo de tan agudo sentido crítico, que bien pudiera convertirse en un sanatorio o correccional de pedantes. Y así sucedió en el siglo XVIII. La pedantería, el ergotismo, la escolástica decadente, anquilosaba la enseñanza oficial. Y aquí en Oviedo, en la celda de Feijoo, del convento de San Vicente reuníase todas las tardes un grupo de frailes eruditos, caballeros cultos, médicos y transeúntes de calidad. Aquella celda era una academia no oficial, sino espontánea, es decir, un grupo de selección o de minoría.

El presidente nato de esta academia de disidentes, era el Padre Feijoo. Él encabezaba y dirigía las discusiones, él daba lectura y comentarios a los últimos papeles y revistas que recibía del extranjero. Y, finalmente, en una prosa llana, pero llena de nervio, lanzaba aquellos artículos sobre omnirescibile que tanto escandalizaban a la percebería universitaria, y que integran sus dos grandes obras: el “Teatro Crítico Universal” y las “Cartas Eruditas”.

No hubo disciplina que fuese indiferente ni ajena a la inquietud intelectual del Padre Feijoo.

Si de cuestiones sociales se trata, están en su Teatro sus originales ideas sobre la mendicidad, la hipocresía, la falsedad de las artes adivinatorias, la defensa de la mujer y su equiparación al hombre. No menos originalidad y valentía hay en sus ensayos sobre Medicina, Astronomía, Literatura, Filosofía y hasta Música. Si, señores, el gran benedictino, que probablemente no era músico, dejó una da las páginas más certeras de crítica musical en su ensayo titulado “La música en los templos”.

La posición crítica del Padre Feijoo alborotó el gallinero de la pedantería nacional y trajo como consecuencia una batalla antifeijoista que tuvo que cortar Fernando VI con una pragmática, en la que prohibía escribir contra el Padre Feijoo. Con todos sus errores, que los tiene, la obra del gran benedictino, incubada en este ambiente de penetración y de claridad crítica, que es Oviedo, refleja el acontecimiento intelectual de mayor envergadura del siglo XVIII.

Decía el hinchado y afrancesado poeta Alberto Lista, que al Padre Feijoo había que levantarle una estatua, y al lado de ella, quemar sus obras.

No; al Padre Feijoo hay que levantarle una estatua, cuyo pedestal sea precisamente el volumen de su obra: los nueve volúmenes de su “Teatro Crítico” y los cinco de sus “Cartas eruditas”.

Pero esa estatua debía levantarse en Oviedo, en la plazuela que lleva su nombre, frente a la celda donde escribió y frente a la iglesia donde tantas veces levantaría el corazón a Dios para pedirle fuerzas con que arremeter contra la ignorancia, la superstición y el pedantismo ambiente de su época.