Filosofía en español 
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Los actos del Homenaje al Padre Feijoo

Solemnidad académica, asistencia de todas las autoridades, oficios religiosos, descubrimiento de la estatua, obra de Zaragoza, discursos del alcalde, rector y prior de Samos, y conferencia, en el Paraninfo, del doctor Marañón

Un aspecto de la plaza de Feijoo
Un aspecto de la plaza de Feijoo durante el descubrimiento de la estatua (Foto Tosal)

La jornada del pasado domingo, con motivo de ser descubierta la estatua del Padre Feijoo, será memorable en los fastos de Oviedo. No hace falta apurar su colorido ni encarecer su importancia. Bastará con dejar consignados los actos, las intervenciones de las autoridades; hacer somera descripción de las diversas facetas del acontecimiento, para que el lector se dé cuenta de la trascendencia de aquéllos y para que en la historia de la ciudad quede marcada la fecha del día 28 de marzo de 1954, como señal vigorosa de la fertilidad espiritual del Oviedo universitario. Al discurrir el acontecimiento alrededor de la figura del benedictino que hizo de nuestra ciudad un “oasis en la sequedad española del siglo XVIII” se destacó y afirmó la verdad del Oviedo Universitario y se consagró, con la figura del gran polígrafo, la razón de ser y de sobrevivir de nuestra Universidad, inmortal por derecho de conquista en el mundo de la intelectualidad, porque a ella pertenece aquel siglo.

A las once y media de la mañana, en la iglesia de Santa María de la Real Corte, donde se guardan los restos del monje que vivió y alumbró su ciencia en el convento de San Vicente, dijo una misa rezada el prior del monasterio de Samos (procedencia del orensano Fray Jerónimo Benito Feijoo) en sufragio del ilustre benedictino. Estaba en trono situado en el presbiterio el excelentísimo y reverendísimo señor obispo de la diócesis, doctor don Francisco Javier Lauzurica y Torralba. Entró solemnemente el Ayuntamiento de Oviedo en Corporación, y el Claustro Universitario, con el magnífico rector al frente, luciendo catedráticos y profesores las vistosas mucetas y birretes de las cuatro Facultades de nuestra Universidad. Ocuparon estas corporaciones, así como las autoridades, presididas por el excelentísimo señor gobernador civil y jefe provincial del Movimiento, don Francisco Labadíe Otermín, los sitiales a ellas destinados. Díjose la misa, y el propio oficiante rezó al final un responso. La “Schola Cantorum” del Seminario, otro legítimo orgullo de al ciudad, cantó, durante el Santo Oficio, diversos motetes y acentuó, hasta impresionar emocionalmente, el canto litúrgico replicante.

Descubrimiento de la estatua

Una muchedumbre ocupaba la plaza claustral de Feijoo, encuadrada por la iglesia de la Corte, el convento de San Vicente, hoy Museo Arqueológico Provincial, y el edificio de la Delegación de Hacienda. Llegadas las autoridades, el rector magnífico descubrió la estatua.

Genial creación del escultor Gerardo Zaragoza

Para el recinto recoleto, sencillo y monumental que es la plaza donde fue erigido el monumento al sabio monje, no cabe una concepción artística más justa ni proporcionada. Para expresar el espíritu del pensador y creador Fray Jerónimo Feijoo, sería difícil llegar a una síntesis de la masa, a una versión del espíritu y a una concepción física que pudiera suponer armonía de este tríptico psíquico-físico de que es autor el artista asturiano Gerardo Zaragoza. En la rectilínea de la figura hay sentido de emergencia, de surgimiento; nace y crece; va de arriba abajo, sube, en definitiva, hasta llegar al ápice concordante y terminante del cerebro y es en éste, en la cabeza de la estatua, donde explota, y casi explosiona, la llama de la ciencia fecunda del pensamiento responsable del gran polígrafo Fray Benito Jerónimo Feijoo. Plegado el brazo izquierdo sobre el corazón, apóyase el codo del izquierdo en la mano que hace como punto de resistencia para que el brazo derecho sea puntal o contrafuerte rematado por la mano derecha, en cuya copa descansa el mentón del sabio, cuya mirada está más allá del mundo material. La figura, sobre un pedestal de traza helénica (tal como corresponde a la creación escultural de Zaragoza) es de una gran belleza, de una exacta proporción, y con ella concuerda y a ella se ajusta el pedestal, tan a canon que ni un centímetro sobra o falta a la equilibrada proporcionalidad y concordancia entre la estatua y el recinto claustral en que se halla. Es de justicia consignar aquí el nombre de otro ilustre artista nuestro, el arquitecto don Javier G. Lomas, triunfante con el escultor Zaragoza en el reciente concurso nacional para el monumento a la infanta Isabel, arquitecto del Cabildo de Covadonga, porque al señor Lomas se debe el acierto de la correcta, elegante y sencilla base de la estatua de Feijoo.

Zaragoza fue objeto el domingo de las más efusivas felicitaciones de las autoridades todas, haciéndose muy visible la del doctor Marañón, que quedó verdaderamente sorprendido de tanta integridad artística. B.

Discurso del alcalde de la ciudad

Excelentísimas e ilustrísimas autoridades; Excelentísima Corporación municipal; señoras, señores, ovetenses todos:

A mediados del siglo VIII el abad benedictino Fromestano encontrando propicia para ello esta colina donde ahora nos encontramos, erigió un templo, dedicado a San Vicente Mártir, que fue el inicio de lo que con el tiempo llegaría a ser famoso monasterio de San Vicente. Años más tarde, el rey Fruela, tomando como base la iniciación urbana del abad benedictino, fundó esta ciudad, preparando así el esplendor que había de alcanzar bajo el cetro de Alfonso II el Casto, nuestro gran Rey, que la eligió como asiento permanente de su prolongado y fructífero reinado.

Nos encontramos reunidos hoy aquí, presididos por nuestras autoridades y con la presencia del Claustro universitario: que con su presencia dan realce a este acto, para exaltar la figura de un monje de aquel monasterio de San Vicente, fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, que, aunque gallego de origen, pasó la mayor y más madura parte de su vida en este monasterio de San Vicente, pues no quiso dejar a nuestra ciudad, en cuya gloriosa Universidad enseñaba Teología, a pesar de los muchos honores y prebendas que se le brindaron desde la Corte, para continuar en nuestro pueblo su vida de trabajo y meditación, recibir las visitas de cuantos extranjeros ilustres venían a España, irradiando por ella, desde su humilde celda, todo el fruto de su genio, que no tuvo repercusiones tan sólo en nuestro ámbito nacional, sino que resonó con estridencias en toda Europa y América; esa celda, hoy convertida en reliquia gracias a la reconstrucción magnífica que del claustro y monasterio ha realizado la Diputación Provincial a sus expensas, siguiendo una iniciativa del nunca bien llorado y querido amigo Rafael Quirós Isla; rasgo y esfuerzo munificente que en estos momentos me honro en proclamar y agradecer en nombre de nuestro pueblo.

No voy a extenderme ahora en significar la grandeza de nuestro monje y en estudiar su figura; Dios me libre de caer en tal presunción, cuando esta tarde, en nuestra Universidad, será el doctor Marañón, con más méritos que nadie, quien nos deleitará con una de sus siempre magníficas lecciones. Quiero ahora aquí, públicamente, agradecer la presencia de tal personalidad en este acto, por lo que representa para él el sacrificio y deferencia hacia nosotros. Esto, como ovetense y en nombre de la ciudad; pero, como español, quiero aprovechar esta oportunidad que se me presenta para expresar mi admiración a este gran naturalista, a esta figura, gloria de las Ciencias y de las Letras hispanas, a este gran español que proclama el amor a España como raíz y decoro de su existencia; que en sus años de permanencia fuera de España pregonó por tierras de América su identificación con su pueblo y su dolor inmenso, de tragedia casi cósmica; y quiero agradecerle su presencia física, luego de su retorno, entre nosotros, en años duros y amargos, para este Movimiento, que bajo la égida del Caudillo mantuvo una postura que hoy es ya comprendida y compartida por muchos que de nosotros se alejaron; ofreciendo un contraste reconfortador frente a la actitud de otros intelectuales o seudointelectuales, de tintes, por cierto, paradójicamente diversos, que con su incomprensión hacia nosotros nos hacen pensar que están aguardando y haciendo méritos, con ladino cálculo, para incorporarse a la que creen futura vencedora carroza de bárbaros, que bajo el signo de Genghis Khan no pretenden otra cosa que pisotear el mundo occidental destruyendo esta nuestra civilización cristiana.

Volviendo al objeto de este acto, deseo expresaros magnífico señor rector, el agradecimiento de la corporación municipal y del pueblo de Oviedo por el descubrimiento que acabáis de realizar, como representante del ministerio de Educación Nacional en este distrito, de esta magnífica estatua del Padre Feijoo, que regaló a la ciudad el excelentísimo señor marqués de Lozoya, cuando fue director general de Bellas Artes, cuya ausencia tenemos que lamentar por su permanencia en Roma, al igual que la del actual director general, excelentísimo señor don Antonio Gallego Burín, quien por deberes ineludibles surgidos con carácter inaplazable no ha podido honrarnos presidiendo esta ceremonia; y al hacer referencia a esta estatua, deseo dedicar el más caluroso aplauso a este gran escultor Gerardo Zaragoza, paisano nuestro, que ha sabido darle toda la sobriedad grandiosa característica de la recia figura de nuestro monje, gracias, sin duda, a todo ese caudal de inspiración, de madurez y expresividad propias de quien es natural de la primera ciudad de Asturias, Cangas de Onís, unido a la herencia de la sangre, pues no en vano es hijo de aquel nuestro gran pintor don José Zaragoza.

Y ahora, señor rector, tengo que deciros, igual que al Claustro que os acompaña, lo que la Corporación municipal que me honro en presidir, desea expresaros a tenor del acuerdo tomado en sesión extraordinaria del Pleno celebrado anteayer, al objeto de que no se pueda interpretar que nos hemos apoyado en la erección de esta espléndida estatua como pretexto para realizar las nuevas obras ejecutadas en esta plaza, satisfaciendo así una inquietud urbanizadora. Dicho acuerdo es el de significar esta jornada memorable de hoy con la creación de la cátedra del Padre Feijoo en nuestra Universidad y a expensas del Ayuntamiento, al objeto de que en ella puedan desarrollarse, bien en curso continuado, o en ciclos de conferencias a cargo de destacadas personalidades, todas las múltiples disciplinas que la mente genial de nuestro benedictino abordó con tanta sabiduría y clarividencia, haciendo despertar a nuestro pueblo de la decadencia y agotamiento intelectual en que se encontraba desde hacía varias décadas. Con ello, la Corporación municipal cree y estima que además de ensalzar la figura del gran polígrafo, miembro que fue de este Claustro, rinde el tributo de homenaje que Oviedo tiene pendiente con su Universidad; este Oviedo que tiene a gala ser centro universitario, no por una mera presunción, sino porque tiene conciencia de lo que en nuestra vida significa la influencia de esta Universidad gloriosa, tres veces centenaria; de esta Universidad que día a día va dejando en nosotros, y en todas nuestras actividades, la impronta resultante de la sabiduría de los miembros de ese ilustre Claustro; de esta Universidad que en otros tiempos dio hombres de la categoría de un Campomanes, de un Jovellanos, de un Martínez Marina, de un Guisasola, y tantos y tantos que sería prolijo enumerar ahora; y que últimamente todavía, y lo digo con todo el cariño y emoción de quien lo ha vivido como universitario, contó con hombres de la talla de un Traviesas, aquel gran civilista de rango europeo; o aquel don Aniceto Sela, que en cuantas conferencias y Congresos internacionales representó a España, supo demostrar, con su brillantez, sabiduría y discreción, su genuino enraizamiento con el cuerpo de doctrina que, para asombro del mundo, había emanado de nuestro Padre Vitoria. Vaya, pues, magnífico rector, nuestro más sincero, emocionado y férvido homenaje a quien para nosotros tanto es y tanto bien debemos.

Y a vos, ilustre señor prior de Samos y superior de San Vicente de Momforte, debo expresaros nuestro agradecimiento, por vuestra presencia realzando estos actos, luego de venir aquí, soportando las fatigas de tan pesado viaje. Este Oviedo, benedictino al fin por sus orígenes y por agradecimiento y amor a nuestro insigne monje, desea que expreséis al señor abad mitrado y a toda vuestra Comunidad el homenaje que al ensalzar la figura del Padre Feijoo corresponde a vuestra Orden ejemplar, guardia permanente de la sabiduría y honra y gloria de la Iglesia.

Y por último, y como privilegio de su prometedora juventud, he de dirigirme a este grupo de estudiantes gallegos que están formando su espíritu en nuestra gloriosa Universidad, para agradecerles este simpático gesto, aumentado por la ternura y feminidad con que estas señoritas que los representan vienen a ofrendar estas flores al insigne polígrafo, honra de la hermosa tierra gallega. Oviedo no pretende arrebatar a la región hermana la gloria de que naciese en su solar tan preclaro genio, pero nadie nos podrá disputar todo el orgullo, lleno de veneración, amor y recuerdo mejor, que la figura de vuestro coterráneo nos inspira; puesto que desde este recinto, durante su larga permanencia hasta el fin de su hermosa vida en esta ciudad, donde sus restos mortales esperan la última llamada, produjo toda su obra ingente, asombro del mundo, para honra de España, como fruto de su sentir, de su experimentación y de su maestría, entre las cuatro paredes de esa emocionante celda, cuyo balcón contemplamos ahora desde aquí.

Discurso del rector magnífico

Señor alcalde: Vuestra generosidad, encarnando esa entrañable ternura que la noble ciudad que representáis siente por su Universidad, ha querido que este acto fuera a la vez homenaje a Feijoo y al alma mater ovetense. Con ello, señor alcalde, nos habéis honrado con alto honor.

Porque, como sabéis, señor alcalde, Feijoo es lección viva para quien acepta la gloriosa responsabilidad del vivir universitario; de la vida intelectual y de magisterio. Fray Benito Feijoo es [5] antes que nada, una espléndida lección de ejemplaridad.

Fue, en primer lugar, intelectual ejemplar. Podríamos decir que fue la encarnación del lema grabado en la medalla académica de los catedráticos: Perfundet omnia luce. Henchir de luz, llenar, colmar de luz todas las cosas. La vida de Feijoo fue una vida hambrienta de luz y de verdad.

Fue, además, ejemplo de vocación. Vida entregada a una tarea vivida con vocación de amor, para emplear aquí la bella y certera expresión de don Gregorio Marañón. Cuéntase, que en cierta ocasión alguien preguntó a Newton cómo había podido llegar a reducir a sistema exacto y sencillo la enorme y compleja pluralidad de los fenómenos físicos. Newton respondió: Dándoles vueltas día y noche. Toda gran obra ha sido siempre el resultado de una entrega total y obsesiva. Y esto ha sido la vida de Feijoo, la exposición de su auténtica vocación. La mano certera de Zaragoza ha sabido decirlo esta bella estatua: en ella vemos el alma de Feijoo, el alma de este insigne benedictino, ensimismada obsesivamente en su noble tarea servidora de la luz y la verdad.

Pero, sobre todo, Feijoo fue la lección viva de cómo se puede encarnar, sintetizar en una misma misión el impulso innovador y el talante de fidelidad. Un modo mezquino de entender las cosas ha querido hacer, con harta dolorosa frecuencia, de la inteligencia, peligro, y de la vida intelectual camino de defección y traición. Feijoo, abierto con ímpetu magnánimo al impulso innovador, supo siempre encarnar en sí el espíritu de fidelidad. Su enfrentamiento a la España chata y enteca, no fue obstáculo, y sí incentivo para su gran fidelidad, con amor de perfección, a Dios y España.

Fue, además, valiosa lección de cómo desde la provincia se puede ser universal. Sin salir de Oviedo, de su convento de San Vicente, de su Universidad, supo instalar su presencia en el mundo.

Por todo ello, señor alcalde, al unir a la Universidad tan estrechamente a este homenaje a Feijoo, nos habéis otorgado el mejor honor. Al rendir en nombre de esta Universidad ovetense el tributo emocionado de nuestro homenaje al gran fraile benedictino, maestro en nuestras aulas, permitid, señor, que como expresión de nuestra emoción y gratitud a vos y al noble pueblo que representáis os diga, sencilla, pero emocionadamente: Gracias, señor alcalde.

Discurso del Prior de Samos

Seguidamente habló el prior del monasterio benedictino de Samos y superior del de San Vicente de Monforte, fray Victoriano González (que vino a Oviedo acompañado del monje benedictino fray Paulino Mazuelas), y en breves palabras, muy emocionado, agradeció al alcalde las frases de exaltación que tuvo para la Orden benedictina y para el padre Feijoo, gloria de la Orden, que si, efectivamente, es gallego por nacimiento, es ovetense por su formación y por su producción, de tal manera que pudiera tomarse como un acto de poca humildad por su parte, que él quisiera atribuir exclusivamente a la cuna del glorioso benedictino, las glorias de sus triunfos.

Samos y Oviedo –dijo el reverendo monje–, están ligados en la historia desde los tiempos lejanos del reino de Oviedo. Alfonso II el Casto, ha vivido en su infancia y juventud en el Monasterio de Samos y hasta hay investigador que supone ha vestido en aquel monasterio la cogulla benedictina. Estas circunstancias históricas, atan los lazos entre Samos y Oviedo, y hoy se afianzan fuertemente con este homenaje al Padre Feijoo, que lo es también, para la Orden benedictina.

Feijoo ha sabido conjurar su amor a Oviedo con su amor a la Orden a que pertenecía y es en el siglo XVIII, con el monje del monasterio ovetense, que acaban de fundirse Samos y Oviedo, para no separarse más.

Terminó agradeciendo a las autoridades todas y a la ciudad de Oviedo el homenaje al Padre Feijoo, y el honor que así dispensaban a la Orden benedictina.

La multitud, al término de cada discurso, prorrumpía en ovaciones calurosas que culminaron cuando dos señoritas, en representación de los estudiantes gallegos que cursan sus estudios en Oviedo, depositaron a los pies de la estatua un hermoso ramo de flores con una cinta azul en que se leía: “Los estudiantes gallegos.”