Mercurio Peruano
Revista mensual de ciencias sociales y letras

 
Lima, junio de 1920 · número 24
año III, vol. IV, páginas 469-471

[Edwin Elmore]

Notas varias

Baroja y Manuel Gálvez

(Una corriente de ideas)

Estas cosas deben escribirse rápidamente, sin postergaciones. Hace tiempo que Belaúnde me encargó una nota sobre la novela de Gálvez titulada Nacha Regules. No me seducía mucho el tema. Pero desde que leí la nota editorial que se refiere a las intenciones de acción social de la colección «Pax» de la que ese libro forma parte, empezó a interesarme. Me lancé a la lectura de la novela, y me gustó mucho más de lo que esperaba. Es lástima que haya dejado pasar el tiempo sin anotar las vivas sugerencias del libro. Acaso las más superficiales y las de menor valor sean las que ahora recuerdo. (Escribo sin poder hojear el libro.)

Recuerdo que la primera referencia sobre Baroja que me inspiró curiosidad y que me lanzó a la tarea de aprehender la ideología, por cierto que bien original y nada fácil del autor de La caverna del humorismo, fue una, hecha por Manuel Gálvez en sus crónicas literarias de «La Revista de América». Gálvez hablaba ahí del «feroz pesimismo de Baroja». Y yo me dije: –«Vamos a ver en qué consiste ese feroz pesimismo.» La verdad es que «no es tan fiero el león como le pintan», [470] como diría el mismo Baroja, con su manera un poco anárquica de articular.

Ese recuerdo es el que me ha hecho ahora asociar los dos nombres, al terminar la lectura de La caverna del humorismo del fuerte y heteróclito escritor vasco. Y aprovecho la ocasión para intentar decir lo que tenía pensado sobre Nacha Regules.

Nacha Regules es una ramera criolla de Buenos Aires. Gálvez, al describirnos su vida, con ciertas intenciones doctrinarias de indeciso carácter socialista y revolucionario, se pone al lado de ella contra la sociedad burguesa; y culpa a ésta de las miserias y malandanzas de la infeliz porteña. En su empeño (no logrado del todo, porque, en realidad, Gálvez es bastante burgués en el fondo) el novelista del Plata crea un tipo con bastante carácter aunque no poco convencional: Monsalvat. Gálvez, exagerando acaso demasiado el romanticismo trasnochado e ingenuo de su Monsalvat, ha malogrado una figura que, si fuese más real, menos tendenciosa, por lo menos en la acción, se hubiera prestado para dar interpretación y para exponer en forma viva muchas preocupaciones modernas sobre las que no suelen insistir lo suficiente la mayoría de los literatos y los publicistas. De todos modos, creo que a Gálvez le toca el mérito de haber iniciado esta orientación de crítica social a la manera de Mauclair, entre nosotros. Ya era tiempo. La sociedad actual está pidiendo a gritos correctivos. Hacen falta mentores: Juvenales, Swifts, Larras. En Inglaterra, Chesterton, Bernard Shaw, Wells y otros hacen labor intensa, sobre todo el segundo reemplazando cumplidamente a los Sterne, los Thackeray, los Dickens y los Teufelsdrokh. En Francia, aunque era suficiente la formidable labor del padre espiritual del señor Bergeret, nos basta conocer la índole literaria de los Rolland, los Renard, los Gourmont, los Gide, los Philippe, los Mirbeau y los Barbusse, además de la del citado Mauclair, para saber que la cosa es atendida; y es natural suponer que en Italia, Alemania, y los Estados Unidos haya corrientes literarias paralelas a ésta. En cuanto a España, Baroja –sucediendo a Unamuno, a Ganivet, a Silverio Lanza, a Clarín y a Valera (éstos a su modo), para no mentar al gran Galdós que queda en otro plano– tiene el cetro de la alta crítica social. Azorín, Pérez de Ayala y Andrenio, más moderados, se hacen sentir también. Zozaya sigue los rumbos malogrados de Alfredo Calderón; Cavia continúa impertérrito, lo mismo que el veterano Ortega Munilla; y, por fin, Ortega y Gasset hace escuela, y Federico de Onís, Luis de Zulueta, Alomar y Xenius, recogen la rica herencia de los reformadores del novecientos, como diría el último.

Yo llamaría a lo anterior un ensayo de definición o inventario de la gran secta moderna de los ideólogos más o menos reformadores, en cuya ruta hacia el ideal son delanteros audaces los rusos, con sus Gorkis, Tolstoys, Tourgeneffs y Dostoievskis.

Baroja anuncia en su último libro «perspectivas catastróficas y revolucionarias». Su ritornello de la original Balada de los buenos burgueses constituye, como dice un personaje de la obra, una «pérfida amenaza». Decía en 1919: «¡Viva el lujo! ¡Viva la alegría! Gozad, gozad buenos burgueses, ¡todavía no viene el bolcheviquismo!», cuando el cable nos anuncia diariamente, por sobre todas las censuras, los fracasos [471] de las maquinaciones de las oligarquías plutocráticas de occidente contra la ola de la democracia comunista moscovita, es realmente una humorada y un sarcasmo.{1}

E. E.

——

{1} La interpretación dada por D. Crowther al movimiento bolshevista mundial es muy exacta y concuerda con las opiniones más autorizadas, y los juicios más sagaces, formulados al respecto. Véase mis artículos de El Día al iniciarse el movimiento revolucionario ruso.

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Edwin Elmore
1920-1929
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